febrero 19, 2009

Cuarto Tema: LITERATURA APOCALÍPTICA Y GUERRA

Vale la pena insistir en que la Literatura Apocalíptica fue una radicalización del Profetismo Hebreo. Este tipo de fenómenos no se dan nada más porque sí. Si la radicalización fue extrema, tan sólo fue la expresión de una experiencia igualmente radical y extrema, que ya hemos mencionado: la Guerra Macabea, en la que el judaísmo tuvo que enfrentar una persecución brutal, cuyo objetivo definido fue el exterminio.
Intentemos reconstruir el proceso emocional de los judíos en ese momento, mezclado con la evolución de los conceptos que manejaba el Profetismo: desde finales del siglo VII AC, los profetas habían anunciado que Judea y Jerusalén serían destruidas. El trágico anuncio se cumplió, y los judíos tuvieron que soportar un exilio de varias décadas en Babilonia. Sin embargo, los profetas de esa época también anunciaron que la nación sería restaurada, cosa que también sucedió. Del mismo modo, se anunció la ruina de Babilonia, misma que sucumbió ante el poderío Medo-Persa.
Hasta allí, todo se había cumplido puntualmente.
Pero algo quedó en suspenso: la restauración plena, con la recuperación del poder por parte de la Casa del Rey David, y con ello el advenimiento de una nueva era de paz y seguridad para el pueblo judío.
En vez de ello, Judea siguió siendo un país vasallo, primero de los Medo-Pesas, luego de los Macedónicos, luego de los Egipcios de la dinastía Ptolomea, y finalmente de los Sirios Seléucidas.
¿Cómo interpretar ese margen de inexactitud en los anuncios proféticos? Eventualmente, se consolidaron dos tendencias: una se planteó la explicación en términos de que la profecía no es el anuncio de algo inevitable, sino una advertencia que, finalmente, debe ser verificada o revocada como consecuencia del comportamiento humano. Por lo tanto, si una parte medular de la profecía no se había cumplido —la llegada del Reino Mesiánico— era porque en algo se estaba fallando, y el mismo pueblo judío no estaba listo para la llegada de esa nueva era. La solución no era difícil de visualizar: reforzar la observancia de la Ley de Moisés hasta que se crearan las condiciones adecuadas para la restauración de la Casa de David en el poder (o, en términos equivalentes, la manifestación del Rey Mesías).
La otra tendencia, en contraparte, nunca contempló la posibilidad de que las profecías pudieran ser evitadas o confirmadas en función del proceder de la gente. Para este grupo, los decretos de D-os eran inamovibles, y el cumplimiento de lo profetizado tenía que darse, tarde o temprano. El problema, evidentemente, sólo habría sido —según ellos— algo así como un error de cálculo. Lo anunciado tenía que cumplirse. La falla estaba en el momento anunciado. Si no había sido durante el gobierno de Ciro el Grande (véase Isaías 45), sería más adelante.
Si uno medita en los postulados de cada tendencia, notará que no son muy diferentes. Acaso se distancian en las sutilezas, pero por lo menos coinciden en que el cumplimiento de las últimas profecías estaba aplazado.
Precisamente, hasta finales del siglo III AC no vemos un distanciamiento entre sectores del judaísmo, y es muy factible que ambas posturas hayan convivido sin dejar huellas de fuertes o serias controversias.
Fueron los catastróficos acontecimientos de la primera mitad del siglo II AC los que radicalizaron ambas posturas. Resulta muy difícil suponer que surgieran de la nada, por lo que podemos asumir que, hacia finales del siglo III AC, ambas opiniones ya estaban diferenciadas, pero no radicalizadas.
Cuando en 171 AC Antíoco IV Epífanes comenzó a interferir en la vida religiosa judía provocando la deposición del Sumo Sacerdote Onías III, los judíos empezaron a probar apenas el principio del trago más amargo que hasta entonces hubieran tenido que tomar.
En esas circunstancias, la postura extrema anticipó que esa crisis era el preludio a la consumación de la Historia.
En 167 AC, como consecuencia de la despiadada estrategia de Antíoco IV para erradicar al judaísmo, un sacerdote rural, Matatiahu Hasmoneo, organizó una guerrilla para empezar a enfrentar a los sirios y a los judíos que habían traicionado su fe.
No había muchas esperanzas para el pequeño grupo de combatientes, pero tampoco luchaban desde una perspectiva muy racional: su sentencia era la muerte, así que morir en el campo de batalla les confería, por lo menos, la recuperación de la dignidad.
Pero dentro de ese movimiento hubo un sector, muy seguramente sacerdotal (conocían de Historia, sabían escribir y produjeron documentos de muy compleja manufactura, así que debe deducirse que eran gente culta), que empezó a pregonar que esa guerra habría de concluir con la milagrosa victoria de los judíos. Fue, sin duda, durante los siguientes tres años que empezaron a integrarse las colecciones de “profecías” que anunciaban todo lo que en ese momento estaba sucediendo. Naturalmente, estamos hablando de documentos pseudo-epígrafos, elaborados al calor de la guerra, pero atribuidos a grandes personalidades del pasado, especialmente a dos profetas: Enok y Daniel.
Como ya mencionamos previamente, el triunfo judío sobre los sirios no fue tan milagroso, si consideramos que Siria se metió en demasiados problemas con sus campañas militares. Sin embargo, hubo un detalle que le dio a esta gesta el perfil permanente de “milagro”: la repentina muerte de Antíoco IV Epífanes en 164 AC, evento que anticipó la victoria judía sobre los sirios.
Sólo que hubo un detalle fallido que, además, fue el mismo de siempre: el Reino Mesiánico no llegó.
En 164 AC, Judas Macabeo —el hijo mayor de Matatiahu Hasmoneo— liberó Jerusalén, y restableció el culto judío en el Templo. Pero el Reino Mesiánico no llegó. Lo que llegó dos años después fue un tremendo embate sirio, que hacia 160 AC le costó la vida a Judas, que tuvo que heredar el liderazgo judío a su hermano Jonathán. Los combates terminaron en 158 AC con una cómoda paz para los judíos, toda vez que, muerto Antíoco IV Epífanes, a ningún gobernante sirio le interesaba en ese momento el exterminio del judaísmo. Mientras Judea siguiera funcionando como provincia del Imperio Seléucida, los sirios no tenían objeción. Y mientras los judíos pudieran practicar su religión en paz, Jonathán Macabeo tampoco tenía objeciones.
Pero hubo un grupo que sí tuvo objeciones: los que habían anunciado el advenimiento del Reino Mesiánico para ese momento (de hecho, para el momento en el que Antíoco había sido juzgado por D-os).
Es evidente que Jonathán, lo mismo que su familia, no perteneció a este grupo radical. Eso lo podemos saber por su pragmático modo de resolver el asunto: no esperó a que hubiera un contundente triunfo judío sobre los sirios, y menos aún a que fuera restablecido el trono de la Casa de David. En vez de ello, se contentó con firmar la paz, asumir la condición de reino vasallo pero autónomo en materia religiosa, y asumir que él, en tanto líder militar durante las últimas batallas, era el líder político y religioso de los judíos.
En 158 AC Jonathán Macabeo asumió el rol de Sumo Sacerdote, y además comenzó a ejercer las funciones de rey de los judíos. Esto iba en contra de toda la tradición sostenida por los judíos tradicionalistas, que consideraban que el Sumo Sacerdocio correspondía sólo a los descendientes directos de Aarón por la vía de Zadok (conocidos ya para entonces como los tzadokim o Saduceos), y que el trono le correspondía sólo a los descendientes directos del Rey David.
Y Jonathán Macabeo no pertenecía ni a un grupo ni al otro.
Usurpación, simplemente.
Esa fue la razón por la cual dos grupos radicalizaron su postura crítica hacia las instituciones judías: el grupo de extracto popular fue conocido, eventualmente, como los Fariseos; el de extracto aristocrático —evidentemente, miembros del clan Saduceo y del linaje de David— como los Esenios.
Aquí fue donde las dos posturas respecto a la naturaleza de la profecía terminaron de distanciarse. Los Fariseos, pragmáticos y preocupados por los aspectos éticos del judaísmo, asumieron que la era de los profetas había terminado, y que el advenimiento del Reino Mesiánico se daría sólo cuando el pueblo judío hubiera construido el nivel adecuado de observancia de la Ley de Moisés. Los Esenios, místicos y radicales, se dedicaron a reelaborar sus planteamientos proféticos para aguardar el momento en el que la manifestación del Reino Mesiánico fuera inevitable.
Hay un punto que le preocupó a ambos grupos, lo que demuestra que, antes de la guerra, tuvieron muchas cosas en común: la pureza. Tanto Fariseos como Esenios se dedicaron a diseñar estrictos cánones de vida que garantizaran la pureza espiritual y física del ser humano.
Curiosamente, hacia el siglo II AC dichas perspectivas de pureza resultaban ya incompatibles. La Farisea era de un talante práctico, mientras que la Esenia estaba impregnada de un fuerte contenido escatológico. Dicho en otras palabras: la pureza que buscaban los Fariseos se trataba de una férrea disciplina que le garantizara al ser humano hacer las cosas bien; la pureza Esenia era, en cambio, una preparación para el acontecimiento inevitable al que se tenía que llegar, previo al advenimiento del Reino Mesiánico: la guerra.
Esa es la razón por la cual las dos compilaciones literarias que surgieron en esa época son tan distintas. Por el lado Fariseo, estamos hablando de la Mishná, primera parte del Talmud. Por el lado Esenio, de la Literatura Apocalíptica. Así como en la Mishná nunca aparece la obsesión por la guerra, en la Apocalíptica este asunto está presente todo el tiempo, explícita o implícitamente.
Veamos algunos ejemplos:

19. Entonces tuve deseo de saber la verdad acerca de la cuarta bestia, que era tan diferente de todas las otras, espantosa en gran manera, que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies;
20. asimismo acerca de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que le había salido, delante del cual habían caído tres; y este mismo cuerno tenía ojos, y boca que hablaba grandes cosas, y parecía más grande que sus compañeros.
21. Y veía yo que este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía,
22. hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino.
23. Dijo así: La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos, y a toda la tierra devorará, trillará y despedazará.

Daniel 7.19-23

17. Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios,
18. para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes.
19. Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.

Apocalipsis 19.17-19

El día que caigan los Kittim habrá una batalla y gran carnicería delante del Dios de Israel, en el día escogido por Él desde tiempos inmemoriales, para la guerra de destrucción de los Hijos de las Tinieblas. En ese día llegarán para la gran carnicería, la congregación de los dioses y la asamblea de los hombres. Los Hijos de la Luz y los Hijos de las Tinieblas combatirán juntos bajo el poder de Dios, en medio del estruendo de una gran multitud, y de los gritos de los dioses y de los hombres, en el día del infortunio. Y serán días de gran dolor para el pueblo redimido por Dios, y entre sus desolaciones no habrá ninguna parecida a esa, desde que haya iniciado y concluido, para que venga la salvación. Y el día en que hagan la guerra contra los Kittim, les salvará de la gran carnicería de aquel combate. Durante tres tiempos, los Hijos de la Luz serán los más fuertes para destruir la impiedad. Y durante otros tres tiempos, el ejército de Belial atacará para que las huestes de Dios retrocedan. Y los batallones de soldados harán que el corazón se doble, pero el poder de Dios fortalecerá el corazón de los Hijos de la Luz. Y en el séptimo tiempo la gran mano de Dios derrotará a los Hijos de las Tinieblas, y a los ángeles del Imperio, y a todos los hombres de su partida.
De La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas

Los tres textos seleccionados provienen, externamente, de tres diferentes ambientes literarios: Daniel es parte del canon bíblico hebreo, aunque no es considerado como libro profético. El Apocalipsis, por su parte, es parte del canon bíblico cristiano (Nuevo Testamento). Finalmente, La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas es uno de los más sorprendentes textos que se hayan recuperado en la zona aledaña a Qumram (Mar Muerto), y es un texto que, hasta antes de su recuperación a mediados del siglo XX, era totalmente desconocido.
Ahora bien: señalamos que provienen de ambientes diferentes en lo externo. La realidad es que pertenecen al mismo género literario: el apocalíptico. Por lo tanto, la realidad es que fueron producidos —en sus versiones originales— dentro del mismo ambiente: el radicalismo profético judío vinculado con la secta Esenia.
Estrictamente hablando, el único texto (de los tres citados) que conocemos vinculado sólo con ese ambiente (el Esenio) es La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas. A Daniel lo conocemos como parte de la Biblia Hebrea (y recuérdese: desde la perspectiva Farisea), y al Apocalipsis lo conocemos como un texto apocalíptico cristiano canónico. Sin embargo, como veremos más adelante, es imposible hablar de una “Apocalíptica Farisea” o de una “Apocalíptica Cristiana”. Llegado el momento, revisaremos cómo fue alterado el sentido original de ambos textos para poder ser incorporados como parte de la Biblia Hebrea por los Fariseos (Daniel), o del Nuevo Testamento por el cristianismo (Apocalipsis).
El punto relevante, por el momento, es destacar la importancia que tiene en este tipo de textos el asunto de la guerra.
La apocalíptica surgió de una guerra, y al finalizar esta y no cumplirse el más importante de todos los objetivos (la llegada del Reino Mesiánico), este género literario empezó a prever que tendría que haber otra guerra.
El declive de la dinastía Hasmonea hacia principios del siglo I AC preparó el terreno para que en 63 AC, las tropas romanas bajo el mando de Pompeyo incorporaran Judea como una provincia más de la todavía República Romana, situación que se dio en medio de un grave conflicto que, según las crónicas de Flavio Josefo, dejó un saldo de unos veinte mil muertos.
Un poco más de veinte años después, Roma aprobó el establecimiento de una nueva dinastía en el gobierno de Judea: los Herodes, que ni siquiera eran hebreos, sino idumeos. La crueldad con la que Herodes el Grande gobernó empezó a radicalizar a la sociedad judía, y el radicalismo esenio pronto pudo identificar al protagonista de la siguiente guerra: el Imperio Romano.
Pese a la controversia que algunos han querido sostener al respecto, no queda duda de que los llamados kittim son los romanos (está claro desde el libro de Daniel en una referencia que ni siquiera menciona una posible guerra contra Roma, sino los conflictos que Antíoco IV Epífanes tuvo por su proyecto de invasión a Egipto; véase Daniel 11.30), y que —en consecuencia— el libro La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas es todo un manual para el momento en el que, eventualmente, judíos y romanos se enfrentaran.
Hay un aspecto importante que debe rescatarse de esto: la perspectiva de la apocalíptica, y con ello de la comunidad esenia, es una perspectiva pesimista en esencia. Creyentes radicales de la corrupción del ser humano (aunque no en un plano absoluto, como posteriormente planteó el calvinismo), vivieron convencidos de que el único modo en el que el mundo podía ser purificado era la guerra.
En ese aspecto, podríamos decir que llegaron a una postura muy similar a la de los modernos integrismos religiosos, aunque con una salvedad: los Esenios no parecen haber sido activos en materia de confrontaciones bélicas. Dicho de otro modo: no tomaron ninguna iniciativa para que esta guerra contra Roma sucediera (de todos modos, era innecesaria; seguramente fueron perspicaces observadores de cómo las relaciones entre judíos y romanos se iban deteriorando).
Flavio Josefo describió a los Esenios (principalmente en Antigüedades de los Judíos y Las Guerras de los Judíos) como un grupo aparentemente pacífico. Si bien es una descripción cuestionable (más adelante veremos por qué), hay que ser precisos en un punto: los Esenios no parecen haber querido provocar la guerra, pero es un hecho que estaban convencidos de que esa guerra vendría.
El monasterio de Qumram fue destruido por los romanos en 68 DC, dos años antes de Jerusalén. Eso implica que dicho lugar estuvo involucrado en el levantamiento contra Roma (incluso, Flavio Josefo menciona que uno de los principales líderes de la revuelta fue Juan el Esenio).
¿Estuvieron participando activamente los Esenios en el levantamiento? Es lo más lógico. De lo contrario, es imposible explicar por qué, justamente después de la derrota judía frente a los romanos, los Esenios desparecieron por completo de la Historia.
Pero también es lo más lógico si tomamos en cuenta que su literatura más representativa (la apocalíptica) estaba enfocada a eso, justamente: la guerra. Convencidos de que obtendrían una milagrosa victoria, todo parece indicar que, aunque no fueran los provocadores directos de esa confrontación, se sumaron a ella y lucharon hasta el final. Los restos de las obras apocalípticas escritas durante la época de la guerra contra Roma demuestran que, aún después de la destrucción del Templo de Herodes (véase Apocalipsis 15.5-8), estos combatientes estaban seguros de que habrían de triunfar.
El argumento final para contemplar el vínculo entre apocalíptica y guerra es simple: tras la derrota de la rebelión judía en 73 DC, cuando cayó el último reducto de resistencia, no se volvió a escribir literatura apocalíptica como tal.
Como veremos en una nota posterior, la apocalíptica cristiana debe ser entendida desde una perspectiva radicalmente diferente, y es más bien un género post-apocalíptico, que Literatura Apocalíptica en sí.
En resumen, las dos grandes guerras que los judíos tuvieron que enfrentar entre los siglos II AC y I DC fueron el marco para el desarrollo, evolución y conclusión de este género literario. Las primeras obras surgieron en el momento del conflicto contra el Imperio Seléucida, y las últimas durante la guerra contra el Imperio Romano.
Por ello, estos textos están impregnados de sangre y horror, toda vez que la expectativa de estos místicos radicales fue suponer que esos combates eran el espacio para que D-os derramara toda su ira contra el pecado humano.

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