febrero 11, 2009

Primer Tema: EL INICIO DEL PROFETISMO SACERDOTAL

Todas las tentativas desarrolladas por los profetas anteriores a la destrucción del Reino de Israel (721 AC), llegan a un primer momento culminante en la obra de Isaías. Con este profeta sucede algo curioso: no fue un subversivo anti-sistema cualquiera, sino un miembro de la Casta Sacerdotal, al igual que los otros dos llamados "Profetas Mayores": Jeremías y Ezequiel.
El impacto de los ministerios de estos profetas es evidente: sus libros se convirtieron en el modelo del Profetismo Hebreo, y por lo menos el de Isaías fue objeto de actualizaciones durante los tres siglos posteriores a su muerte.
Pero hay otro detalle relevante relacionado con el origen aristocrático de los tres Profetas Mayores: son la evidencia de que la Casta Sacerdotal no tuvo una ideología homogénea (este asunto va revestir una especial importancia cuando abordemos la relación entre Saduceos y Esenios, tema que se ha vuelto muy controversial). Es de suponerse que hubo una ideología mayoritaria, generalmente apegada a la tradicional perspectiva pragmática registrada por diversas fuentes (como el Talmud o el Nuevo Testamento). Sin embargo, Isaías, Jeremías y Ezequiel son la prueba de que también hubo una línea disidente dentro de las clases gobernantes judías, y en muchos casos esta disidencia mantuvo una fuerte inclinación mística.
Además, debe resaltarse el hecho de que esta disidencia surgida dentro de las estructuras de poder fuera la que marcara la ruta a seguir por el Profetismo.
La pregunta es simple: ¿por qué el genuino profetismo, el rural y ajeno a las instituciones, no fue el que definió el camino a seguir?
La respuesta no es complicada: en primer lugar, los profetas disidentes de la Casta Sacerdotal tuvieron, sin duda, acceso a una mejor educación que sus colegas del pueblo. En consecuencia, es lógico que los tres libros más extensos y mejor estructurados sean los de origen sacerdotal.
Además, los profetas-sacerdotes conocían desde dentro el sistema que estaban criticando. En consecuencia, sus críticas pudieron lograr mayor lucidez y puntualidad.
Es un hecho: para ser subversivo no basta con ser apasionado. Mientras más se conozca aquello que se critica, mejor.

Isaías

El libro de Isaías es el más complejo de todos los textos proféticos. De entrada, es el más largo. Además, es el que más evidencia muestra de haber sido agrandado (por lo menos en cuatro ocasiones). En consecuencia, es el que mejor nos muestra la evolución del profetismo que enraizó en la Casta Sacerdotal.
En el libro podemos distinguir dos grupos de pasajes básicos: los que se le pueden atribuir a Isaías, el sacerdote-profeta del siglo VIII AC, y los que fueron incorporados posteriormente.
Consideremos la elaboración del libro en cuatro etapas: en la primera, Isaías mismo escribió un texto profético, que abarca —en general— del capítulo 1 al 39 de la versión definitiva (la que conocemos). En una segunda etapa se habría dado la inserción de una sección completamente nueva: los capítulos 40-55 (conocidos como Deutero-Isaías o Isaías II). Una tercera etapa habría incorporado otra sección completa, aunuqe heterogénea: los capítulos 56-66 (Isaías III). Finalmente, en diferentes momentos, se le habrían hecho algunas inserciones al texto base original. Dichas inserciones son los capítulos 2, 13-14.1-23, 24-27 y 33-35.
Vamos por partes.
Los versículos 1-4 del capítulo 2 no son tan ajenos al pensamiento de Isaías, pero sorprende que se reproduzcan textualmente en Miqueas 4.1-3. Es obvio, entonces, que estamos hablando de una inserción de la etapa del exilio. En el más simple de los casos, se podría suponer que es una inserción en Miqueas, pero no tiene sentido: si el texto ya estaba en Isaías, no tenía por qué copiarse en Miqueas. Además, Miqueas e Isaías son casi contemporáneos, por lo que si es evidente que a Miqueas le resulta extemporáneo el sentido de este pasaje, a Isaías también.
Lo más factible es que se trate de una inserción en ambos libros.
Esta idea queda apoyada por el resto de Isaías 2, en donde aparece por primera vez el tema del “Día del Señor”. Dicho tema sólo vuelve a ser mencionado por Isaías en el capítulo 13, lo que nos obliga a suponer que ambos capítulos provienen del mismo contexto y, por lo tanto, de la misma época (el hecho de que el Día del Señor no vuelva a ser mencionado por Isaías en el resto del libro sería muy extraño, tomando en cuenta la relevancia del tópico; es más simple admitir que las tres referencias que encontramos en Isaías sobre el Día del Señor son posteriores).
Los capítulos 13 y 14 son, claramente, exílicos (587-538 AC). Sus referencias hacia Babilonia reflejan el entorno político del siglo VI AC, y por ello no hay probabilidades de que el texto sea anterior. La evidencia más notable es que el capítulo 14 asume que el rey babilónico es el más poderoso (véanse los versículos 12-17), cuando la potencia principal contemporánea a Isaías fue Asiria. Es muy sugerente que, justo al terminar este oráculo contra Babilonia, aparezca uno contra Asiria (14.24-27) con dos características curiosas: de entrada, es muy pequeño, y además no tiene la introducción típica al resto de los oráculos contra las naciones. Cabe la posibilidad de que el oráculo contra Babilonia no sea, a fin de cuentas, un texto insertado del todo, sino un texto editado, cuyo contenido original hubiera estado dirigido contra Asiria.
Los capítulos 24-27 son sumamente interesantes: se les ha llamado el Apocalipsis de Isaías, debido al fuerte acento escatológico que se expone en ellos. Como veremos más adelante, el término “Apocalipsis” resulta exagerado si tomamos en cuenta el nivel de evolución de los conceptos, además de la cuestión del estilo literario. De todos modos, hay coincidencia entre los especialistas respecto a que la temática tratada en este pasaje no tiene coherencia con un momento anterior al siglo VI AC.
La mejor prueba de que se trata de una inserción es que rompe con la secuencia de oráculos dirigidos a las naciones vecinas, mismos que continúan con el capítulo 28.
¿En qué se diferencia este pasaje de lo que podemos considerar como auténtico de Isaías? En el enfoque del panorama internacional: en los tiempos de Isaías, el enemigo más importante era Asiria. Además de este imperio, otras naciones como Egipto, Moab, Filistea, Fenicia y Siria eran factores de tensión política. En Isaías 24-27 esas referencias han desaparecido. De hecho, ni siquiera se menciona a Babilonia, y lo notable es que el juicio de Dios es visualizado ya como un fenómeno universal.
Es evidente que no hay un enemigo directo. Si aceptamos la posibilidad de que estos textos provengan del siglo V AC o después, se entiende perfectamente: en ese momento, Judea no era independiente, pero estaba sometida a un vasallaje que podríamos definir como “amable”, bajo la autoridad del Imperio Aqueménida (Medo-Persa).
Es importante resaltar un detalle: las expectativas de restauración se habían cumplido, pero el Reino Mesiánico no había llegado. En consecuencia, las perspectivas proféticas tuvieron que reorganizarse. Estos capítulos son una muestra de cómo el profetismo hebreo reorganizó sus ideas ante el cumplimiento de dos oráculos (la destrucción de Judá y su restauración) y la falla de otro (el advenimiento del Reino Mesiánico).
En consecuencia, las ideas anteriores (enemigos bien definidos —Asiria o Babilonia—, la destrucción de Israel o Judá, la restauración y el Reino Mesiánico), se transforman y reorganizan radicalmente (la decadencia de toda la humanidad, el juicio universal y el Reino Mesiánico).
Una situación semejante la tenemos en Isaías 34-35, también conocido como el Pequeño Apocalipsis. En este caso, la similitud de ideas que guarda con los capítulos 40-55 (o Isaías II, del que hablaremos en seguida), hace que esta inserción se pueda datar en el siglo VI AC, en la época previa a la restauración.
El llamado Deutero-Isaías o Isaías II (capítulos 40-55) es una de las secciones más hermosas de todo el libro. Dotado de un nivel poético admirable, toda su teología gira en torno a la restauración de Israel, y no hay problemas para fecharlo, gracias a la específica mención al rey Ciro (Isaías 45.1). Ciro tomó el control del Imperio Babilónico en 539 AC, lo que nos da la base para datar Isaías II en los alrededores de esa fecha.
A diferencia de las inserciones anteriores, esta es toda una sección completa sin interrupciones, donde se destacan los Cuatro Cantos del Siervo (42.1-4; 49.1-6; 50.4-9; 52.13-53.12), en los que se enfatiza la inminente restauración del pueblo judío.
Isaías III (56-66) tiene en común con Isaías II el hecho de ser toda una inserción en bloque, pero se distingue en algo: no es un texto homogéneo. Las evidencias muestran que se trata, más bien, de una recopilación de diversos textos integrados (pero no fusionados), y colocados como colofón al libro de Isaías. Probablemente, los capítulos 56-59 daten del siglo V AC. En cambio, los capítulos 60-62 pueden ser contemporáneos de Isaías II, lo mismo que el Salmo que abarca Isaías 63.7 a 64.11. Un poco posterior es el pasaje de 66.1-4, cuya datación se ubica en la época de la reconstrucción del Templo (últimas décadas del siglo VI AC). En el capítulo 65 y desde 66.5 hasta el final se puede encontrar un fuerte sabor apocalíptico. Debido a esto, muchos especialistas consideran que esta sección podría datar de la llamada época griega (siglos III y II AC), aunque otros sostienen que podría ser de la época de la restauración. El depurado estilo en el que se abordan los temas escatológicos nos hace suponer que es, más bien, tardío.

Jeremías

Sin dejar de ser un libro sumamente interesante, Jeremías es mucho menos complicado que Isaías, ya que todo el texto gira en torno a la labor del autor, y los añadidos que se le pudieran haber hecho son mínimos.
Es un hecho que hacia el siglo I AC existieron dos versiones diferentes de Jeremías. La que tenemos en la Biblia Hebrea es la llamada Recensión Rabínica, y entre los Rollos del Mar Muerto se ha recuperado otra —seguramente Esenia— que es notablemente más corta, e incluso, mejor redactada.
Todas las profecías de Jeremías tienen que ver con el angustioso momento de la caída de Jerusalén, la destrucción del Templo y el exilio. En este texto no se asoma, ni por error, una escatología como la de Isaías. Ello demuestra que las perspectivas escatológicas del Profetismo Hebreo hacia finales del siglo VII AC eran rudimentarias aún, lo que confirma la idea de que las partes escatológicas más elaboradas de Isaías son posteriores.
Jeremías es un excelente punto de referencia para aproximarnos al modus operandi del profeta, ya que fue el que más información autobiográfica dejó.
Con esta idea en mente podemos entender la evolución del pensamiento profético en Jeremías: desde los oráculos que anunciaban la inminente destrucción de Judea y el Templo (o dicho de otro modo: el inminente colapso de una sociedad), hasta el desarrollo de la idea de la religión como experiencia trascendental, a partir de una “Ley grabada en el corazón”, y no sólo en “tablas de piedra”.
Este paso es lógico: Jeremías fue testigo de cómo el epicentro de la religión judía —el Templo— fue destruido. ¿Qué hace una religión sin su principal centro operativo? Se vuelve abstracta, o de lo contrario, desaparece.
Con todo y ello, la evolución de pensamiento en Jeremías es lineal, no elíptica. No hay saltos bruscos, y no es siquiera difícil encontrar que el Jeremías de los últimos capítulos es el mismo que el de los primeros. Por comparación, esta coherencia intrínseca es la que permite identificar que en textos muy distintos —como Isaías— hubo muchos autores involucrados.
Hay que señalar, además, que Jeremías, al igual que Isaías, fue miembro de la Casta Sacerdotal, con lo cual se evidencia que el impacto que Isaías dejó sobre este grupo aristocrático fue tal, que las posturas disidentes nunca se extinguieron dentro del seno de una de las más importantes instituciones del judaísmo antiguo.
Desde la época del exilio en Babilonia (587-539 AC), el libro de Jeremías fue muy valorado por el judaísmo. Por ello, es entendible que algunos pasajes sufrieran ciertos ajustes con el paso del tiempo, aunque nunca en el nivel que se reelaboró Isaías.
Los pasajes en donde se pueden hallar ciertas correcciones posteriores son los oráculos contra Moab (capítulo 48), Edom (49.7-22) y, principalmente, Babilonia (capítulos 50 y 51). El capítulo 52 es un apéndice histórico, y es factible que sea la única parte no original del libro.

Ezequiel

De los llamados “Profetas Mayores”, el libro de Ezequiel es el mejor organizado en sus aspectos generales, aunque los detalles a veces resultan sutilmente desordenados (relatos duplicados, interrupciones de la narración, narraciones en desorden cronológico).
Con todo, siempre se ha recalcado la coherencia estructural general y la homogeneidad ideológica, por lo que se asume que, en caso de no haber sido escrito por Ezequiel mismo, fue una recopilación de gente cercana a él, probablemente discípulos.
El estilo retórico de Ezequiel es árido, y se le considera el más “aburrido” de los tres llamados Profetas Mayores. Sin embargo, hay un aspecto en el que Ezequiel supera por mucho a cualquier profeta que lo hubiera precedido: la magnitud de sus visiones.
A ratos simplemente alucinante, Ezequiel fue quien perfeccionó el modelo simbólico de las visiones proféticas, llevando el asunto a un nivel estrambótico que, eventualmente, tuvo una gran influencia en la Literatura Apocalíptica.
Podemos ubicar varios pasajes en donde Ezequiel hizo de la imaginación desbordada un recurso genial para la profecía. En los capítulos 1-3 se describe la “semejanza” de la Gloria de Dios, el aspecto de los kerubim (querubines), y se menciona por primera vez el acto de “comer” un libro como parte de la revelación que viene de Dios. Luego, en los capítulos 8-11 se describe la decadencia religiosa de Judá de un modo simbólico sin precedentes en la literatura profética. En el capítulo 23 se cuenta la historia de Israel y Judá con la célebre alegoría de Ahola y Aholiba. En el capítulo 27 se habla del “naufragio” de Tiro, y en los capítulos 29-32 el tema es el Faraón, presentado como un animal semejante al cocodrilo, comparado luego con un árbol, y finalmente sentenciado a descender al Seol. Luego viene la formidable visión del capítulo 37: el Valle de los Huesos Secos. Finalmente, los capítulos 40-48 son una extensa y compleja descripción del futuro Templo de Jerusalén.
Ya se ha mencionado que el primer profeta en dejar registro escrito del modo en que usó elementos simbólicos fue Amós. Sin embargo, es con Ezequiel que las posibilidades del simbolismo llegan a una primera etapa de madurez.
Cuatro siglos después, estos aspectos llegaron a su clímax definitivo al fusionarse con el tema del “Día del Señor” en su más radical expresión, teniendo como marco la Literatura Apocalíptica.

Es muy frecuente que los que mantienen una postura conservadora sobre los temas bíblicos rechacen que el libro de Isaías haya sido escrito en varias etapas. Al respecto, es buen momento para enfatizar algunos aspectos del Profetismo.
Tomemos el ejemplo de Jeremías y Ezequiel, textos sobre los cuales no existen controversias equiparables a la de Isaías.
Jeremías y Ezequiel demuestran que el profeta se enfoca en los acontecimientos de su momento. Aún en los pasajes más sublimes y de alcance atemporal, es muy claro el vínculo con las circunstancias del "aquí y ahora" del profeta.
Por ejemplo, toda la disertación de Jeremías 33 sobre un Nuevo Pacto, basado en una Ley escrita en el corazón: no se trata de un anuncio de que, siglos más tarde, habría de venir una nueva religión. Se trata de una reflexión obligada como consecuencia de la destrucción del Templo. Durante casi medio milenio, toda la religión judía había girado en torno a un santuario que, repentinamente, ya no existía. Jeremías se rehusó a abdicar, y plasmó en sus reflexiones que la religión puede sobrevivir, con o sin santuario, si su fundamento está en un nivel más íntimo y trascendental que el edificio o el rito. No se trata de rechazar al edificio o al rito, sino de entender qué es lo que le da sentido.
Por su parte, Ezequiel tampoco se está perdiendo en un futuro ignoto al hablar de la invasión de Gog (capítulo 38) o el futuro Templo (capítulos 40-48). Gracias a las fuentes griegas, está claro que Mesec y Tubal fueron tribus aliadas de los escitas, por lo cual sabemos que Ezequiel previó la posibilidad de una invasión escita a Israel, misma que no se dio (más adelante abordaremos el punto de las profecías "fallidas"). Dicho de otro modo: Ezequiel estaba hablando de problemas reales en su momento. Respecto a la reconstrucción del Templo, no hay tampoco dudas: está se llevó a cabo a finales del siglo VI AC, poco después de la vida de Ezequiel. Cierto: es un pasaje que frecuentemente se asocia con la ansiada reconstrucción del que sería el Tercer Templo, pero esa es una perspectiva NUESTRA. La de Ezequiel era realista, al punto que no pasaron muchas décadas antes de que se cumpliera. Se suele argumentar que el Segundo Templo no estuvo diseñado conforme a la descripción de Ezequiel. Cierto, pero hay dos razones simples para explicarlo: en primer lugar, Ezequiel no era arquitecto; y en segundo, debe recordarse que sus visiones son, esencialmente, simbólicas.
Gente hablando de los problemas de su momento: eso fueron los Profetas. Predicadores responsables y asertivos.
Con ello en mente, es más que obvio -e incluso loable- admitir que en el libro de Isaías confluye la labor de toda una tradición profética, iniciada por el propio Isaías y continuada durante, por lo menos, tres siglos más.

En la siguiente nota vamos a retomar el orden cronológico del Profetismo, y abordar a los profetas no sacerdotales previos a la destrucción de Jerusalén y el exilio en Babilonia.

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