febrero 22, 2009

Quinto Tema: LA LITERATURA APOCALÍPTICA Y LA PSEUDO-EPIGRAFÍA

Ya se tocó el tema de la pseudo-epigrafía en relación al Profetismo Hebreo, a partir de las evidencias sobre secciones anexadas a diversos libros, como Isaías o Miqueas.
Ya se mencionó también que la Literatura Apocalíptica es, básicamente, pseudo-epígrafa, y que en ese sentido fue la culminación de ese hábito desarrollado por el Profetismo Hebreo desde las épocas del exilio en Babilonia (587-538 AC).
Es momento de detenernos a intentar reconstruir el proceso como tal, ya que sus repercusiones serán muy importantes, especialmente cuando empecemos con el análisis de Daniel.
Antes que nada, vamos a marcar una diferencia entre la pseudo-epigrafía hallada en los textos proféticos bíblicos y la que hallamos en la Apocalíptica: la cantidad.
Respecto a los textos proféticos de la Biblia, hablamos de algunas incorporaciones a Isaías, Miqueas, Sofonías, Zacarías, y tres versículos para Abdías. Proporcionalmente hablando no es mucho. En cambio, al hablar de la Literatura Apocalíptica estamos frente a un fenómeno totalmente diferente: prácticamente todo lo que conocemos es anónimo, y la mayor parte de las veces, pseudo-epígrafo (estamos hablando de decenas de textos).
Lo que aparentemente fue un hábito que podríamos definir como marginal, después de la Guerra Macabea se volvió una intensa práctica. Y eso nos obliga a visualizar el fenómeno de la pseudo-epigrafía desde dos perspectivas:
1. Sería injusto y exagerado decir que la pseudo-epigrafía en la Biblia Hebrea fue un caso de textos que, arbitrariamente, fueron atribuidos a otros autores. En realidad, es más factible que se hayan dado dos tipos de proceso: en el primero, una serie de materiales atribuidos (si con exactitud o no, es irrelevante) a un profeta, que al cabo de varios siglos fueron incorporados en un solo texto; en el segundo, que el texto en cuestión no fuera, necesariamente, el libro de profecías de una persona, sino una colección de textos proféticos vinculadas con la “escuela” fundada por un profeta (por lo menos, sería el caso de Isaías). Naturalmente, con el paso de los siglos la idea imperante sería que un solo autor (por ejemplo, Isaías) escribió todo lo que estaba integrado en el libro que lleva su nombre. Pero eso no significa que quienes integraron ese libro estuvieran pensando, exactamente, lo mismo. Entiéndase, entonces, que en el caso de la pseudo-epigrafía de los textos proféticos de la Biblia, estamos hablando de procesos, y no de atribuciones arbitrarias.
2. La naturaleza pseudo-epígrafa de la Apocalíptica nos obliga a considerar otra perspectiva. Aquí es imposible limitarnos a la idea de que sólo estaban editando material que se le atribuía a uno u otro profeta del pasado. Sin duda, hubo mucho de ello (como en Enok y Daniel), pero también es evidente que hubo mucha producción arbitrariamente pseudo-epigráfica. Dicho de otro modo: los autores se sentaron a elaborar textos completamente nuevos, y sin más ni más se encargaron de que fueran considerados antiguos. ¿Cómo lo sabemos? Simple: por ejemplo, todos los pasajes que hablan de la Guerra Macabea en Daniel, es obvio que no proceden de una tradición antigua, sino que fueron escritos durante la Guerra Macabea. Pero se le atribuyeron a Daniel, y es un hecho que desde esa misma época. Esto implica que sí hubo gente enterada de que el libro era reciente, pero que participó en la oficialización del texto como “libro antiguo”. Estamos en el otro extremo de la pseudo-epigrafía: la falsificación.
¿Por qué un grupo de líderes espirituales tiene que llegar al extremo de falsificar textos proféticos?
En primer lugar, debe tomarse en cuenta que la gente de hace veintidós siglos no operaba con nuestros modernos criterios respecto a la autoría. En segundo lugar, debe recordarse que estaban viviendo una situación extrema, inaudita. La Guerra Macabea fue algo brutal. En consecuencia, lo menos extraño es que se hayan dado prácticas extremas, especialmente para mantener el ánimo de un grupo de combatientes en un momento singularmente crítico.
Como veremos más adelante en las notas sobre Daniel, este texto debió elaborarse hacia 164 AC, justo cuando Antíoco IV Epífanes acababa de morir. Por lo tanto, la guerrilla judía tenía una opción real para ganar una guerra que, en un principio, era imposible. Con mayor razón, entonces, había que mantener vivo el ánimo y la esperanza de los combatientes. ¿De qué modo? Mostrando las profecías que anunciaban, desde cuatro siglos antes, la inminencia de la victoria.
Una cosa es segura: la estrategia funcionó. Los combatientes judíos siguieron hasta el final, y en un momento lograron detener los embates de Antíoco IV Epífanes, luego los de Báquides, y finalmente fueron conquistando cada vez más cosas: primero, el derecho a existir; luego, el permiso para ejercer libremente la religión judía; finalmente, la independencia total del Imperio Seléucida.
Es un hecho que no todo fue gracias a la Literatura Apocalíptica, pero también es un hecho que sin este tipo de libros circulando durante los momentos más críticos, los resultados no hubieran sido los mismos.
El boom que durante los siguientes dos siglos tuvo este género literario nos obliga a suponer que la práctica de falsificación pseudo-epigráfica fue bastante común.
Que quede claro que no estamos diciendo que sólo hubiera falsificaciones, descartando que la práctica de edición pseudo-epigráfica continuara, tal y como había sucedido siglos antes. Es lógico: si un escriba producía (falsificaba) un texto que luego atribuía a un autor del pasado, y tenía éxito en convencer a sus contemporáneos de esa atribución, las siguientes generaciones darían por hecho que el autor del libro en cuestión habría sido alguien muy anterior a su época. En consecuencia, todo lo que hicieran con ese texto ya no entraría en el rubro de “falsificación”, sino el de “edición”.
¿Tiene lógica hablar de “falsificaciones” en la Literatura Apocalíptica durante sus dos siglos y medio de evolución?
Sí, y mucha.
Veámoslo desde este punto de vista: el primer momento de la Apocalíptica fue producido durante la Guerra Macabea. El mensaje era complejo, pero alentador: D-os le daría la victoria a su pueblo, y luego se establecería el Reino Mesiánico (véase Daniel 8). Bien: los judíos ganaron esa guerra, pero el Reino Mesiánico no se estableció.
Si no se tomaban las medidas pertinentes, lo único que hubiera sucedido es que los textos proféticos que habían anunciado la victoria, pero también el Reino Mesiánico, quedarían en el desprestigio total. En consecuencia, era necesario “corregirlos”.
Con ello no queremos decir que, necesariamente, un grupo de escribas estuvo manipulando textos para mantenerlos en un estado más o menos verosímil. Eso hubiera sido lógico si se hubiera tratado de un grupo obstinado en conservar el poder. Pero resulta que quienes estuvieron más metidos en estas prácticas —los Esenios— no fueron el grupo en el poder. Por el contrario: se sentían excluidos de lo que por derecho les correspondía: el Sumo Sacerdocio y el Trono de David. Dicho de otro modo: no eran el grupo en el poder. Más bien, lo que parece que tenemos aquí es la genuina convicción de un grupo de místicos radicales respecto a que lo anunciado era lo correcto, pero que se habían equivocado en sus cálculos sobre el cumplimiento. Por lo tanto, la tarea de “corregir” los textos proféticos no tenía como objetivo defender lo injustificable, sino verdaderamente “corregir” la interpretación que, a todas luces, había resultado equivocada. Recalquemos: el punto parecía ser corregir el cálculo, no necesariamente la profecía.
¿Cómo se corrige un texto profético que falló en sus cálculos? Es una pregunta difícil. La primera limitante que tenemos para contestar esa pregunta, es que la mayoría de los textos apocalípticos que hemos recuperado de Qumram están, obviamente, incompletos. Por ello, resulta imposible dar una respuesta definitiva a cualquier asunto al respecto.
El único libro que podría darnos una muestra de ello es Daniel, pero sucede algo que complica mucho el asunto: dicho libro, tal y como lo conocemos, es la forma en la que los Fariseos (que no estaban de acuerdo con el extremismo apocalíptico) lo anexaron al canon bíblico.
Como veremos en las notas sobre Daniel, el libro presenta una serie de anexos posteriores a la versión original. Contemplándolos, podemos visualizar una teoría sobre el proceso con el que se conformó el texto final, pero siempre limitándonos a lo que les interesó a los Fariseos. Es un hecho que los Esenios tuvieron otra perspectiva de Daniel, y en las cuevas aledañas a Qumram se han encontrado fragmentos de otros textos relacionados con este profeta, lo que muestra que a la hora de enfrentar las profecías de Daniel que habían “fallado”, los Esenios se plantearon una solución que, muy probablemente, nunca vayamos a conocer completa.
Hay un aspecto más que considerar sobre las prácticas pseudo-epigráficas (especialmente las que fueron falsificaciones) de la Apocalíptica, y tiene que ver con la capacidad de convencer a los lectores de la antigüedad de un texto de elaboración reciente.
Parece obvio, pero —extrañamente— siempre que se habla de pseudo-epigrafía, pareciera que todo era cuestión de escribir algo, atribuírselo a otro, y asunto arreglado. Y la verdad es que le proceso es más complejo: cierto, puedo escribir un texto y atribuírselo a Daniel o Enok. Incluso, puedo ir con los combatientes que están enfrentando a los sirios, y leerles las profecías que anuncian que esta guerra va a terminar pronto, y si soy lo suficientemente convincente, seguro que me van a creer.
Pero no todos los judíos eran burdos combatientes analfabetas. También había escribas.
Un detalle que suele pasarse por alto es lo complejo que fue el mundo de los escribas. De hecho, suele hablarse de ellos como si hubieran sido un grupo homogéneo, cosa que es no sólo improbable, sino también absurda.
Si bien los escribas llegaron a ser muy numerosos en el grupo Fariseo, es obvio que la Casta Sacerdotal tenía sus propios escribas, mismos que no compartían los puntos de vista de los escribas Fariseos. Y es obvio, además, que los Esenios —postura extrema de la Casta Sacerdotal— tuvieron también sus propios escribas, que no estaban de acuerdo con la postura propia de los escribas al servicio del Clan Saduceo, por ejemplo. Y menos aún con los escribas Fariseos.
El punto es simple: convencer a un combatiente analfabeta de que el libro que tengo entre manos lo escribió Enok puede no ser difícil. Pero convencer a un escriba de un grupo antagónico es otra cosa.
Vamos, tan es otra cosa, que es bastante claro que los Fariseos nunca se sintieron convencidos por la pseudo-epigrafía de los Esenios. O dicho de otro modo: seguramente los escribas Fariseos, al tener contacto con este tipo de libros, bien pudieron haber dicho “falsificación”, y ya. De ese enorme universo literario, sólo fue aceptado en la Biblia el libro de Daniel. Y, como ya se ha aclarado, ni siquiera como libro de profecías.
En un último extremo, el autor del texto pseudo-epígrafo no sólo tenía que ser convincente con sus posibles críticos, sino también con sus herederos dentro del mismo grupo. Veámoslo así: yo puedo saber que escribí un texto que se le atribuye a Enok, pero mis alumnos no deben saberlo. Deben asumir que lo escribió Enok.
¿Cómo lograrlo? Haciendo una buena falsificación.
Si un escriba de línea radical se presentaba con un texto escrito —según él— por Enok, y al presentarlo mostraba un rollo nuevo con poco uso, era más fácil poder confrontarlo a que se trataba de una farsa. En cambio, si lo que presentaba era un rollo a todas luces antiguo escrito en letras antiguas, había más probabilidad de que fuera convincente.
¿Era posible disponer de pergaminos antiguos para elaborarlos con letras arcaicas? En realidad, sí, y sin mucho problema. El pergamino es un material que tiene un rango de vida útil de unos trescientos años, si se le cuida adecuadamente. Tiene otra ventaja: se puede raspar, de tal modo que se haga desaparecer el texto original. Una vez raspado, se adelgaza y requiere de un mejor cuidado, pero sin ningún problema se puede escribir otro texto en la superficie limpia.
El punto es este: si se trataba de presentar un texto que “pareciera” antiguo en lo referente al material, no había problema: se preparaba un pergamino antiguo y se le volvía a utilizar. El único punto extra por resolver serían las letras, o —por usar el tecnicismo correcto— el aspecto grafológico.
Todas las lenguas evolucionan, no sólo en el aspecto de cómo se hablan, sino también en el de cómo se escriben. Gracias a ello, podemos diferenciar el hebreo del siglo X al del siglo IX AC, y así sucesivamente.
Por lo tanto, si se me ocurre falsificar un documento que, pretendidamente, es de hace cuatro siglos, lo lógico es que utilice letras de hace cuatro siglo.
¿Era posible para los escribas del siglo II AC hacer eso? Es obvio que sí: libros con cuatro siglos de antigüedad había bastantes, como Isaías. Y si sabían leerlos, es obvio que además sabían como hacer las letras de cuatro siglos atrás, y además cómo se usaba el idioma cuatro siglos atrás.
El punto es simple: si se iba a hacer una falsificación, tenía que hacerse bien, de modo convincente.
Es fundamental tener en cuenta este detalle, porque a la hora de revisar algunas secciones del libro de Daniel nos vamos a encontrar con aspectos que nos pueden hundir en una falsa discusión, misma que se puede evitar si se recuerda que, en muchos casos con la Literatura Apocalíptica, estamos ante el trabajo de falsificadores profesionales.
Por el momento, baste con recalcar los aspectos esenciales de lo que implica la falsificación en la pseudo-epigrafía: no se trataba sólo de engañar; se trataba, esencialmente, de buscar la interpretación correcta de las profecías dadas por D-os. Parece extraño, y este tipo de actitudes hoy se nos antojan absurdas, pero recordemos que estamos hablando de otros parámetros culturales, hace más de dos mil años.
Y, siendo honestos, la verdad es que no nos resultan tan ajenas. Enfoquémoslo desde esta perspectiva:
La interpretación de las profecías sobre el Fin de los Tiempos ha sido uno de los temas favoritos de la humanidad. Desde los que se pasan la vida revisando el panorama profético bíblico, hasta los que le dedican sus estudios a Nostradamus o a las profecías mayas.
Concentrémonos en las supuestas profecías bíblicas: desde hace siglos (veinte, para ser francos) que se espera como inminente el fin. El arrebatamiento de la iglesia anunciado por Pablo, la llegada del Anticristo, la batalla de Armagedón. Todos esos acontecimientos fueron anunciados como “inminentes”, e incluso se dieron algunos detalles de lo que habría de suceder como preludio al cumplimiento de todo eso.
Por eso, los “especialistas” en profecía se la viven intentando identificar los acontecimientos actuales con esas “señales”. Es evidente que nada ha funcionado. ¿Qué se hace, entonces? ¿Admitir que ese mundo de “profecías” es un absurdo sin pies ni cabeza?
No. Lo que hacen es corregir la interpretación.
Exactamente, lo mismo que hicieron los Esenios hace veintiuno y veintidós siglos.
Veamos un ejemplo concreto y actual: en los años sesentas, setentas y ochentas, se enfatizó mucho que el último acontecimiento antes del Apocalipsis era la invasión rusa a Israel. La base era un texto que, estrictamente hablando, ni habla de rusos ni dice que se esté refiriendo a un acontecimiento previo al Fin de los Tiempos, pero eso nadie lo tomó en cuenta. Nos referimos a Ezequiel 38 y 39, que habla de una guerra entre Israel y Gog y Magog (estrictamente hablando, escitas).
Aquí lo evidente es esto: si se hablaba de una invasión rusa a Israel, es sólo porque se estaba inmerso en el panorama de la Guerra Fría. En 1989, el bloque soviético se derrumbó y las relaciones internacionales cambiaron. Incluso hoy, con todo y las fricciones que hay con Rusia, es totalmente improbable que dicho país organizara algo tan absurdo como una invasión militar a Israel.
¿Resultado? Se empezó a dejar de hablar de la futura guerra contra Rusia (aunque todavía hay uno que otro nostálgico que la sigue mencionando).
En esas mismas épocas nadie hablaba de Kuwait. Es obvio: la Biblia Hebrea no menciona a Kuwait. Sin embargo, a partir de 1991 Kuwait empezó a aparecer recurrentemente en el esquema de profecías, gracias a la invasión iraquí que provocó la Primera Guerra del Golfo.
Dicha guerra terminó, y no sucedió nada. El arrebatamiento de la iglesia no se produjo, el anticristo no se manifestó, y el apocalipsis no dio inicio, salvo en la ex Yugoslavia, en donde se desató la peor guerra de los últimos cincuenta años.
Durante los noventas, algunos esperaron que la guerra civil yugoslava fuera el marco para la aparición de un hábil político europeo que fuera “milagroso” a la hora de resolver problemas. El anticristo, para no ir más lejos.
Pero no: lo único que terminó por pasar fue la intervención de la OTAN y la persecución de los criminales de guerra.
Si hacemos un recuento de todo lo escrito por los “especialistas” en profecía (estilo Tim LaHaye o Hal Lindsey), nos vamos a enfrentar a la misma actitud: el problema no son las profecías, sino nuestra interpretación. Por lo tanto, hay que estarla reelaborando permanentemente.
Todavía a finales de los noventas se publicó el primer volumen de “Dejados Atrás”, una novela apocalíptica de Tim LaHaye. Aunque presentada a modo de ficción (una novela es una novela), la idea del libro causó un impacto profundo en la conciencia de muchos cristianos fundamentalistas. De hecho, estaba tan bien explicadas las razones para que el arrebatamiento de la iglesia sucediera en septiembre de 2001, que se empezó a crear una gran expectativa en muchos grupos cristianos, misma que llegó a proporciones de locura cuando el 9 de septiembre sobrevino el atentado a las Torres Gemelas.
Pero el arrebatamiento no llegó.
De todos modos, lo que originalmente iba a ser una serie de tres libros, luego se amplió a doce.
¿Por qué? Porque LaHaye sigue reelaborando su interpretación. Exactamente como lo hicieron los Esenios.
Parece inevitable ante las apasionantes profecías bíblicas: quienes ya se han dejado seducir por ellas, no van a admitir que no funcionan. Van a seguir reelaborando su modo de explicarlas, acoplándolas por la fuerza a las circunstancias actuales, y esperando que mañana suceda algo “profetizado” para entonces poder decir “se siguen cumpliendo”, y extender de ese modo su espera hasta el infinito.
Naturalmente, la otra reacción es más dolorosa, pero más práctica: negarles autoridad y ya, aún bajo el riesgo de ser señalado como un “escéptico”.
Justamente, lo que sucedió entre Fariseos y Esenios hace veintidós siglos: unos negando, los otros reinterpretando. Y para seguir reinterpretando, tuvieron que seguir escribiendo, e incluso, falsificando.
Supongo que no se imaginaban que, dos mil doscientos años más tarde, el fenómeno se iba a repetir por culpa de los mismos libros, sus libros. Claro, sin falsificaciones esta vez, pero sólo gracias a que se iban a desarrollar los conceptos de propiedad intelectual y derecho de autor.
Casi es momento de avocarnos al libro de Daniel para poder explicar sobre un texto concreto todo lo que hemos planteado a nivel teórico. Como última parte antes de ello, vamos a revisar el problema de la identidad de los autores de la Literatura Apocalíptica, así como una lista de los libros más representativos de ese género.

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