febrero 12, 2009

Sexto Tema: EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO DEL "DÍA DEL SEÑOR"

Como ya hemos visto, el concepto de “Día del Señor” nunca fue homogéneo ni fijo. De hecho, ni siquiera es mencionado por todos los profetas. Hagamos un recuento de quienes lo mencionaron, considerando el orden cronológico presentado en el punto anterior, para así poder ver el modo en el que el concepto fue creciendo y evolucionando.
Los profetas que mencionan explícitamente el Día del Señor son Isaías, Ezequiel, Joel, Amós, Abdías, Sofonías, Zacarías y Malaquías.
Hay que hacer una aclaración importante: las referencias en Isaías al Día del Señor están en 2.12, 13.6 y 13.9. Es decir: son parte de los textos tardíos de Isaías (de hecho, son uno de los mayores argumentos para fechar tardíamente estos pasajes, ya que si hubieran sido escritos por Isaías en el siglo VIII AC, no habría explicación de por qué el profeta no volvió a mencionar el “Día del Señor”).
Teniendo esto en cuenta, veamos el factible orden cronológico en el que apareció cada mención bíblica al Día del Señor.
1. El más antiguo puede considerarse Amós 5. La referencia explícita al Día del Señor está en los versículos 18 y 20. El tema del capítulo es la inminente destrucción del Reino de Israel (las Diez Tribus del Norte). La idea es clara: por “Día del Señor” debemos entender, simplemente, el inminente ataque asirio contra Samaria. No hay ninguna idea escatológica elaborada en este pasaje. No se habla de guerras ni juicios de dimensión universal, y menos aún de una redención inminente para los hijos de Dios.
2. El siguiente texto fue el de Sofonías 1, en donde la idea de Amós fue retomada, sólo que aplicándose esta vez al Reino de Judá (las Dos Tribus del Sur). Los versículos más claros son los 7-10, en donde se detalla que en ese día, el juicio contra todos los apóstatas de Judá haría que el llanto y el clamor se escucharan desde muy lejos. Los versículos 14-18 redundan sobre el asunto, y —al igual que en Amós 5—, hay una carencia total de aspectos escatológicos elaborados. Simplemente, el Día del Señor será aquel en que los pecados de Judá sean retribuidos con la destrucción del Reino.
3. Las siguientes referencias al Día del Señor proceden de la época del exilio, y evidencian que para ese momento, el término no se había vuelto un tecnicismo. Las únicas citas son Isaías 2.12; 13.6-9; Ezequiel 13.5 y 30.3. Probablemente, las primeras sean las de Ezequiel. Nuevamente, no encontramos allí un concepto escatológico definido. Ezequiel 13.5 refiere al Día del Señor como un día de batalla, y 30.5 es todavía más confuso, si se trata de conceptuar el asunto: se refiere al Día del Señor como el momento en que Egipto, Etiopía y las naciones árabes habrían de caer ante el Imperio Babilónico. Por su parte, Isaías 2 se centra en la consideración de que el Día del Señor será un día de juicio contra los soberbios. Aunque parece haber un sesgo de universalidad en los juicios de Dios allí anunciados, lo cierto es que los versículos 2.5-11 dejan claro que el objetivo de estos juicios es la “casa de Jacob”, lo que ubica la perspectiva de Isaías 2 en el mismo punto que Sofonías 1: el Día del Señor será un día de juicio para los habitantes de Judá. El único aspecto de diferenciación es que, mientras que para Sofonías el juicio es contra todo Judá, para Isaías es sólo contra los altivos. Finalmente, Isaías 13 nos ofrece una visión distinta —y arcaica, además— del Día del Señor: se trata del momento de juicio contra Babilonia. Aunque los versículos 9-16 ofrecen una serie de expresiones que luego fueron muy utilizadas por la apocalíptica, la limitada perspectiva de este pasaje vuelve a mostrarse a partir del versículo 17.
4. El siguiente pasaje proviene de la época de la restauración, y es Abdías 15. Esta sería la primera vez que el Día del Señor cobra un sentido universal explícito: “Porque cercano está el Día del Señor sobre todas las naciones”. Debe notarse el hecho de que esta frase está dicha en un mensaje contra los edomitas, que habían sacado provecho del exilio judío invadiendo la desolada Judea. De todos modos, es notable el nivel de abstracción de la frase: Abdías no está disertando contra un enemigo al que haya que enfrentar en batalla, como en su momento lo fueron Asiria o Babilonia, sino contra un rival por el territorio. Por ello, no se refiere al Día del Señor como una batalla inminente, sino sólo como una advertencia de que, eventualmente, cada quien recibirá su merecido. Es un concepto de juicio abstracto, sin fecha. Insistamos: la primera vez que el término sugiere una verdadera dimensión escatológica plena.
5. El siguiente pasaje pertenece a la llamada “etapa persa”, y es Malaquías 4.5, en donde se hacen eco los conceptos manejados por Isaías 2. Sin embargo, en este pasaje también hay un elemento innovador que no se había presentado en ningún profeta: el Día del Señor no sólo será el juicio contra los soberbios y altivos, sino también el momento de salvación para los temerosos de Dios y, especialmente, de la purificación de los miembros del sacerdocio (resalta el hecho de que no se mencione ninguna guerra). Nuevamente, es evidente que el entorno del profeta es muy distinto al de los últimos años de decadencia del Reino de Judá, en los cuales todo lo relacionado con el Día del Señor era amenaza. En una época políticamente estable, sometidos a un vasallaje que no interfería con la libertad religiosa de los judíos, la perspectiva escatológica de Malaquías (perfectamente clara, al igual que la de Abdías) incluye una nueva faceta del Día del Señor: la redención de los justos. Curiosamente, también se excluye un elemento que, en general, siempre fue fundamental para el tema del Día del Señor: la guerra.
6. De esta misma etapa persa provienen las menciones del Día del Señor que hallamos en Joel (1.15; 2.1, 11; 3), que son muy singulares: parecen ofrecer una perspectiva escatológica casi apocalíptica, pero están enmarcadas en una crisis muy definida del pueblo judío: una plaga de langosta. En realidad, se trata de una referencia al Día del Señor de carácter litúrgico. No se sabe si este texto fue llegado a utilizar en el Templo, o si sólo fue escrito en un estilo cultual, pero lo cierto es que no es, específicamente, un oráculo profético, sino una elaborada plegaria para solicitarle a Dios que, en su piedad, libere a Judá de la hambruna desatada por la plaga (véanse los versículos 2.19-26). El capítulo 3, donde casi se logra la plenitud del estilo apocalíptico, evidencia un concepto escatológico muy arcaico: relaciona la llegada del Día del Señor con el fin de la temporada de hambruna.
7. Vale la pena mencionar el llamado Apocalipsis de Isaías (capítulos 24-27). Nunca menciona textualmente la frase “Día del Señor” (lo que corrobora que el tecnicismo no se había establecido), pero nos ofrece un panorama muy completo de las perspectivas escatológicas de este momento. Lo más sobresaliente de las mismas es su nivel de abstracción: han desaparecido todas las referencias hacia Asiria o Babilonia como enemigos que serán destruidos. La única referencia a una nación y su fatal destino es a Moab (25.10), con quienes los judíos tuvieron frecuentes problemas territoriales durante la época de vasallaje persa. La ausencia de un enemigo definido en este momento (los moabitas estaban muy lejos de representar lo que en su momento fueron Asiria o Babilonia, y la relación con los persas era, por decirlo de algún modo, amable) logró que el concepto de guerra escatológica se volviera totalmente subjetivo. Incluso, se llegó al extremo de usar al Leviatán (monstruo marino mítico de proporciones monstruosas) como el personaje que sería “derrotado” (27.1) en la batalla final.
8. Las últimas referencias al Día del Señor proceden de la llamada “etapa griega”, y están contenidas en Zacarías III (capítulos 12-14). En dichos pasajes, la idea del “Día del Señor”, en su perspectiva escatológica, aparece completa: la manifestación de Dios se hará en medio de una batalla en la que Jerusalén será rodeada por sus enemigos; dicha batalla será el punto para que inicie el juicio contra los enemigos del pueblo de Dios, lo mismo que la redención de los fieles de Israel. A estos pasajes apenas les falta un detalle para poder ser definidos como plenamente apocalípticos: el estilo abigarrado y cargado de simbolismos. Sólo en un aspecto supera a Joel 3: no ofrece ningún parámetro para calcular el momento de esta consumación escatológica. Después de textos de una escatología tan magnífica como los de Joel 3 y Zacarías 14, era inevitable la aparición de la Literatura Apocalíptica plena, y eso fue lo que sucedió unas décadas después con la aparición de la primera versión de Daniel.

El punto relevante a considerar es la forma en la que el Día del Señor fue siendo entendido, paulatinamente, como algo más complejo y abstracto.
En un principio, simplemente fue el día en el que D-os juzgaría a su pueblo (primero Israel, luego Judá). Luego, pasó a ser el día en que D-os juzgaría a los enemigos de su pueblo (Asiria o Babilonia).
Hay que decir algo a favor de los profetas hebreos que plasmaron esas ideas: sus cálculos se cumplieron. Israel fue destruido primero; luego Asiria; luego Judá, y finalmente, Babilonia.
El único punto fallido en las expectativas que se pudieron generar en esos momentos fue, sin duda, trascendental: las esperanzas de con las derrotas asiria y babilónica viniera una era de paz y prosperidad para los judíos no se logró.
Por el contrario, Judá siguió sometida a vasallaje, esta vez del Imperio Aqueménida (Medo-Persa). Sin embargo, fue un vasallaje moderado, en el que la existencia del pueblo judío no estuvo en riesgo, además de que no tuvieron que soportar ningún tipo de presión religiosa en particular. Judea fue repoblada, Jerusalén y el Templo reconstruidos, y el judaísmo se pudo practicar de manera libre y autónoma.
Pero allí estaban los anuncios de los profetas: algún día, la paz y la felicidad tenían que llegar de modo definitivo al pueblo de D-os. Ante la carencia de enemigos concretos, los conceptos concernientes al Día del Señor se volvieron más abstractos, por un lado, y universales, por el otro.
El colapso del poderío medo no vino a cambiar la situación, ya que las autoridades griegas que heredaron el poder de Alejandro Magno siguieron tratando al pueblo judío con consideración.
La situación habría de cambiar radicalmente hasta el siglo II AC con la llegada de un usurpador al trono de la Siria Seléucida: Antíoco IV Epífanes. Su política intransigente lo llevó a intentar el exterminio del judaísmo, y fue cuando —por primera vez— el pueblo judío tuvo que enfrentarse al riesgo de desaparecer por completo (ni los babilónicos ni los asirios se habían propuesto un programa tan radical).
Ese fue el momento donde el profetismo dio su siguiente paso, radical por necesidad, y derivó en la más compleja y elaborada de sus fases: la apocalíptica.
No todos los judíos reaccionaron del mismo modo ante esta nueva alternativa de profetismo. Los polos extremos fueron, eventualmente, encarnados por los Fariseos y los Esenios. Los primero, pragmáticos. Los segundos, místicos radicales.
Cada una de estas tendencias desarrolló su propio perfil del profetismo, y en la siguiente nota comenzaremos por hacer algunos comentarios sobre la postura farisea, para después proceder con la esenia.

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