febrero 23, 2009

Segundo Tema: LOS IMPERIOS EN EL LIBRO DE DANIEL

Los capítulos 7 y 8 de Daniel nos ofrecen dos visiones típicamente apocalípticas, cargadas de símbolos, y de un efectismo literario impresionante. Aterradoras, para no ir más lejos.
En resumidas cuentas, el asunto se plantea de este modo: el capítulo 7 habla de cuatro bestias que surgen del mar. La primera es un león con alas de águila; la segunda, un oso más levantado de un lado que del otro, y que va masticando tres costillas; la tercera, se asemeja a un leopardo, pero tiene cuatro alas de águila y cuatro cabezas; la última es indescriptible, y sólo se menciona que era “espantosa y terrible”, que sus dientes eran de hierro, y que tenía diez cuernos; de entre los diez cuernos, surge otro (un onceavo), delante del cual son arrancados tres de los cuernos originales; este último cuerno es descrito con ojos “como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas”; luego viene la descripción de la derrota de esta bestia, finalmente consumida por el fuego, tras lo cual se establece “el reino de los Santos del Altísimo”. La segunda parte del capítulo ofrece una explicación (no menos simbólica que la visión) que aclara que las bestias son reinos (imperios, diríamos hoy), y que los cuernos son gobernantes (emperadores, obviamente). Se agrega un dato muy específico: la cuarta bestia podrá derrotar a los Santos del Altísimo durante “tiempo, tiempos y medio tiempo”, lo que equivale a tres años y medio, lapso de tiempo tras el cual vendrá su derrota y el inicio del Reino Mesiánico.
Por su parte, el capítulo 8 sólo habla de dos bestias (dos imperios): un carnero y un macho cabrío. Aquí también se menciona a los cuernos como algo relevante. El carnero tiene dos cuernos, uno más grande que el otro; luego aparece el macho cabrío, con un solo cuerno, pero con la suficiente fuerza como para derribar al carnero y romper sus cuernos. Sin embargo, el cuerno del macho cabrío es repentinamente quebrado, y en su lugar surgen otros cuatro cuernos, y de uno de estos últimos surge un cuerno pequeño (un cuerno en otro cuerno), que es descrito como alguien que se engrandeció sobremanera y peleó contra los santos, y al que se le concedió operar durante “dos mil trescientas tardes y mañanas”, unos seis años con cuatro meses. Al igual que en el capítulo 7, la segunda parte del capítulo 8 explica ciertos detalles de la visión bajo el mismo esquema: las bestias son reinos (específicamente, Media-Persia en el carnero, y Grecia en el macho cabrío) y los cuernos son reyes. El último cuerno es descrito como un rey que se engrandecerá de un modo terrible, pero que será derrotado por D-os mismo.
Es curioso como tanto los fundamentalistas como los partidarios de la Crítica Bíblica coinciden en un punto: los cuernos finales de ambos capítulos son la misma persona. La diferencia es que los fundamentalistas creen que es el Anticristo, y los partidarios de la Crítica Bíblica creen que es Antíoco IV Epífanes.
Pero, pésele a quien le pese, es obvio que NO SON LA MISMA PERSONA. Es imposible: uno está al final de una secuencia de cuatro imperios, el otro al final de una secuencia de dos. Uno surge derribando a tres de diez cuernos anteriores, y el otro no.
Vamos por orden para revisar los detalles de cada visión, y vamos a comenzar con la visión del capítulo 8 por ser la más antigua.

1. El carnero y el macho cabrío

La principal ventaja que tiene esta visión es que el mismo libro especifica, como ya vimos, que el carnero es el Imperio Medo-Persa y el macho cabrío el Imperio de Grecia. Incluso, nos ofrece una referencia muy específica respecto al Imperio Persa: el carnero tiene dos cuernos, uno más grande que el otro. Esto implica que uno de los componentes del Imperio era más fuerte que el otro (hasta 521 AC, el persa se impuso al medo; desde entonces y hasta el colapso del Imperio, la situación se invirtió; de todos modos, siempre hubo “un cuerno más grande que el otro”). Luego, se menciona claramente que el cuerno del macho cabrío es el primer rey de Grecia. Históricamente no es un dato muy exacto si nos basamos en el tipo de estructura política propia de la Grecia antigua, pero no hay que complicarnos demasiado la vida: se trata del cuerno que derrotó a los Medo-Persas. Se trata, pues, de Alejandro Magno (aunque estrictamente no haya sido un rey griego, sino macedónico, y tampoco haya sido el primero en iniciar la expansión de su poder, sino el segundo; el primero fue su padre Filipo de Macedonia).
Esta identificación queda confirmada por la referencia de que este “primer rey” es quebrado cuando más fuerza tenía, y que en su lugar surgen otros cuatro cuernos (cuatro reyes). No puede ser más obvio: es una referencia a la prematura muerte de Alejandro Magno, y a que su Imperio se dividió entre Ptolomeo, Antígono, Seléuco y Lisímaco, sus cuatro generales de mayor confianza.
De estos cuatro reyes o cuernos, surge el cuerno final, el gran enemigo de los judíos. Es muy simple hacer la identificación: el cuerno final no puede ser otro más que Antíoco IV Epífanes, octavo emperador de la dinastía Seléucida.
Los capítulos 10 y 11 también van a basarse en referencias a estos dos imperios: el Medo-Persa y el Greco-Seléucida, por lo que tampoco quedan dudas respecto a que los versículos 11.21-45 se refieren a Antíoco IV.

2. Las cuatro bestias del capítulo 7

Más complicada resulta la identificación de las bestias del capítulo 7, ya que no se dan referencias específicas respecto a ninguna. Sin embargo, los paralelismos con el capítulo 2 de Daniel nos ofrecen una pista inicial, aceptada tanto por los fundamentalistas como por los partidarios de la Crítica Bíblica.
En Daniel 2 se habla de cuatro imperios también, y se especifica que el primero es Babilonia (versículo 36-38); esto nos hace suponer que la primera bestia de Daniel 7 también es Babilonia, y la idea se sustenta bien en el aspecto iconográfico sugerido: la primera bestia es un león con alas de águila, una imagen muy frecuente en la escultura babilónica.
Hasta este punto no hay problema. Pero la identificación de las siguientes bestias es donde las discrepancias empiezan.
Ya mencionamos que los fundamentalistas identifican a la segunda con el Imperio Medo-Persa, la tercera con el Imperio Greco-Sirio, y la cuarta con Roma. Por su parte, los partidarios de la Crítica Bíblica identifican a la cuarta como el Imperio Seléucida, para lo cual tienen que proponer varias alternativas para la identificación de la segunda y tercera bestias. Veamos las posturas más representativas, así como las objeciones al respecto.
a) Babilonia (1), Media-Persia (2), Macedonia (3) y Siria (4). Asumir esta identificación va contra la lógica del libro de Daniel, donde la Siria Seléucida es identificada como parte inherente del reino de Grecia (justamente, los capítulos 8, 10 y 11 tratan de eso). Disociar a Grecia de Siria es alterar algo fundamental en la apocalíptica: el código. Si no hay coherencia en el código, interpretar este tipo de textos resulta imposible.
b) Babilonia (1), Persia (2), Media (3), Grecia-Siria (4). Es el mismo error, aunque trasladado al Imperio Medo-Persa. Daniel siempre se refiere a ambos como un solo Imperio, ya que, en realidad, el término correcto es Imperio Aqueménida. Lo único que sucedió fue que en un punto de su historia, la dinastía en el poder pasó de manos persas a manos medas, pero la estructura imperial siguió siendo la misma.
c) Babilonia (1), Lidia (2), Media-Persia (3), Grecia-Siria (4). Esta es la más inverosímil, por dos razones: en primer lugar, el reino de Lidia nunca tuvo contacto con Judea, ya que se encontraba en la parte occidental de la actual Turquía; en segundo lugar, Lidia cayó bajo el dominio persa en 545 AC, seis años antes que Babilonia. Asumir que el segundo reino es Lidia implica alterar el orden cronológico en la aparición de las bestias, lo que le quita todo sentido a la profecía (si el orden cronológico no es importante, entonces cualquier bestia puede ser cualquier imperio en cualquier lugar).
Hay un argumento aún más contundente para rechazar estas identificaciones, y se basa en algo tan simple como atender al código propuesto por el mismo libro.
Nos referimos a lo siguiente: un texto apocalíptico es complejo de por sí; basado en códigos y símbolos frecuentemente abigarrados, requiere de un mínimo de coherencia como para que la interpretación no resulte más compleja de lo que ya es.
El peor enemigo de la apocalíptica es la arbitrariedad, porque despoja al texto de su ya de por sí frágil posibilidad de ser entendido. Por eso, cuando en un texto apocalíptico aparecen similitudes evidentes, debe asumirse que son la base para poder hacer ciertas identificaciones. Y en Daniel encontramos dos similitudes demasiado obvias como para pasarlas por alto.

3. El oso y el carnero

No cabe duda que el oso (segunda bestia del capítulo 7) y el carnero (primera del capítulo 8) tienen una similitud evidente: el oso “se levanta más de un lado que del otro”; el carnero tiene “un cuerno más grande que el otro”.
Si nos apegamos a detalles de tipo naturalista, esos datos son extraños. Es frecuente que los carneros no tengan los cuernos del mismo tamaño, pero el énfasis que se le da al punto en el capítulo 8 sugiere que hay algún significado de por medio. Como ya se mencionó, es obvio que se refiere a que el Imperio Aqueménida estaba estructurado sobre dos grupos (el Medo y el Persa), uno de los cuales era más poderoso que el otro.
Eso le da sentido al dato de que el oso, en el capítulo 7, se levanta “más de un lado que del otro”. De lo contrario, el dato es simplemente absurdo e inútil (lujos que no se puede dar la apocalíptica).
Tenemos, por lo tanto, una equivalencia estructural entre ambas bestias. Tenemos, en consecuencia, que asumir que ambas bestias se refieren al mismo reino: el Imperio Aqueménida, con sus dos componentes (medos y persas).
Un dato más nos obliga a identificar al oso del capítulo 7 con Media-Persia: las tres costillas que lleva en su boca. Es muy claro que se refiere a que, para establecerse como la principal potencia del mundo conocido, el Imperio Aqueménida tuvo que imponerse a tres reinos: Lidia, Babilonia y Egipto.
Se ha objetado que también es posible traducir “colmillos” en vez de “costillas”, lo que haría que la imagen cambiara: el oso no lleva tres costillas en la boca como si las fuera devorando, sino tres colmillos con los que va a cumplir la orden de “levantarse y devorar mucha carne”. En esencia, no se altera el sentido del texto de un modo relevante, y menos aún la identificación. Pero hay que decir que es absurdo: un oso con tres colmillos más bien parece un oso desdentado, por lo que, para suponer cual fue el sentido original de la frase, debemos guiarnos por el aspecto efectista tan propio de la apocalíptica: es más impresionante ver a un oso que viene masticando tres costillas, que a uno que viene enseñándonos sólo tres colmillos.
De cualquier modo, el punto es simple: el oso es el Imperio Aqueménida. La similitud estructural con el carnero del capítulo 8 no nos puede dejar lugar a dudas.

4. El leopardo alado y el macho cabrío

Pasa exactamente lo mismo con la tercera bestia del capítulo 7 (el leopardo alado) y la segunda del capítulo 8 (el macho cabrío): en ambas bestias hay un aspecto estructural idéntico, y es el número cuatro.
Según Daniel 7, esta especie de leopardo tiene cuatro cabezas y cuatro alas; según Daniel 8, tras la fractura del primer cuerno del macho cabrío, surgieron otros cuatro cuernos.
No puede haber dudas sobre lo que representa el número cuatro: los cuatro generales de Alejandro Magno que se repartieron el territorio conquistado por el rey macedónico. Por lo tanto, ambas bestias se refieren al Imperio Greco-Sirio, toda vez que la Siria Seléucida es, en el capítulo 8, uno de los cuatro cuernos y, por lo tanto, es una de las cuatro cabezas y una de las cuatro alas en el capítulo 7.
Si pasamos por alto esta similitud estructural, caemos en el pantanoso mundo de la arbitrariedad, y anulamos toda posibilidad coherente de aproximarnos al complejo código del texto apocalíptico.
Hasta el momento, sólo he conocido un argumento para pasar por alto esta similitud estructural: querer, forzosamente, que la cuarta bestia de Daniel 7 sea la Siria Seléucida.
Me parece deshonesto, en términos hermenéuticos y exegéticos. No se trata de decidir qué imperio es esa bestia, y luego acomodar los datos. Se trata de ver primero los elementos que nos ofrece el propio texto y luego sacar conclusiones.
Si el libro nos dice que, estructuralmente hablando, el oso y el carnero son iguales, luego entonces son el mismo imperio: el Aqueménida. Si nos dice que, del mismo modo, el leopardo y el macho cabrío comparten la misma estructura, son el mismo imperio: el Greco-Sirio.
De nada sirve argumentar que Macedonia (para ser exactos) y Siria no fueron el mismo Imperio. Esa es nuestra perspectiva moderna, pero para el libro de Daniel sí fueron el mismo reino, y eso se comprueba con una lectura rápida de los capítulos 8, 10 y 11.
Volvemos al punto: no se trata de imponer nuestros criterios al texto, sino de recuperar los criterios del texto y, a partir de los mismo, elaborar nuestras conclusiones.
Sin ir más lejos, los criterios del texto son los siguientes: el Imperio Medo-Persa es uno sólo; el Imperio Greco-Sirio es uno solo; el oso del capítulo 7 es equivalente al carnero del capítulo 8; el leopardo alado del capítulo 7 es equivalente al macho cabrío del capítulo 8.
En conclusión, la segunda bestia del capítulo 7 es el Imperio Medo-Persa (Aqueménida); la tercera, el Imperio Seléucida. Por lo tanto, la cuarta bestia sólo puede ser Roma.
Esta identificación está plenamente de acuerdo con un dato relevante dado por Daniel 7 sobre la cuarta bestia: “la cuarta bestia será diferente de todos los otros reinos, y a TODA LA TIERRA DEVORARÁ, TRILLARÁ Y DESPEDAZARÁ”.
Es inverosímil suponer que esa descripción le fuera dada al Imperio Seléucida que, justamente, estaba en plena decadencia. Para el momento en que Antíoco IV Epífanes asumió (o más bien usurpó) el poder, el Imperio Seléucida ya había perdido más de la mitad de su territorio. Precisamente, uno de los errores estratégicos de Antíoco IV fue intentar reconquistar toda la zona oriental al tiempo que quería imponerse como rey en Egipto.
Los judíos ya tenían la referencia de dos Imperios que, en lenguaje callejero, habían “conquistado toda la tierra”: los Medo-Persas y los griegos de Alejandro Magno. Era totalmente improbable que le asignaran el mismo nivel de importancia a los Seléucidas, cuyo territorio controlado era demasiado pequeño en comparación con los otros.
En cambio, Roma también conquistó “todo el mundo”, si lo decimos en lenguaje coloquial (no sirve apelar a que nunca conquistó Partia; al caso, Alejandro nunca conquistó India, y los persas nunca conquistaron Grecia; pero no es lo mismo que Siria, que nunca terminó de imponerse en Egipto, no logró reconquistar Babilonia, Partia, Aram, Asiria, la actual Turquía y menos aún Grecia).
Veamos ahora el asunto de los “diez cuernos”, porque justamente nos ofrecen un excelente ejemplo de los malabares que se tienen que hacer cuando se quiere forzar la interpretación de un texto.
Y me estoy refiriendo a la Crítica Bíblica, no a los fundamentalistas.

5. Los diez cuernos

No quedan dudas respecto a que los cuernos, sin importar el número, se refieren a reyes, del mismo modo que las bestias se refieren a reinos.
Respecto a estos diez cuernos de la cuarta bestia, Daniel 7.24 es bastante claro respecto a que son “diez reyes”, tras los cuales se levantará uno más (el onceavo), delante del cual serán cortados tres cuernos o reyes.
La idea no es difícil de recuperar: el último reino en cuestión tendría diez reyes; tres serían derribados para el arribo del undécimo, que se habría de convertir en el gran enemigo de los judíos.
Ya se mencionó previamente que Antíoco IV Epífanes fue el octavo rey Seléucida. Los siete anteriores fueron Seléuco I Nicátor, Antíoco I Sóter, Antíoco II Theos, Seléuco II Calinico, Seléuco III Sóter, Antíoco III Megas y Seléuco IV Filópator.
Aquí está el primer dato que no cuadra: Daniel habla de “diez reyes”, y el que se yergue como enemigo de Judea es el onceavo. Antíoco IV Epífanes fue el octavo gobernador Seléucida. Tenemos, pues, un déficit de tres reyes.
Se puede apelar a que el autor de Daniel no tuvo la información exacta (cosa que en otras partes del libro es bastante evidente), y podría ser aceptable hasta cierto punto. Sin embargo, no es lo mismo cometer errores en los datos con cuatro siglos de antigüedad (como en el caso de Darío el Medo y Belsasar), que con datos notoriamente más recientes (siglo y medio, por lo mucho, para la dinastía de reyes Seléucidas).
Pero concedamos la posibilidad: el autor no tuvo datos exactos y por eso puso diez cuernos donde sólo tenía que mencionar ocho.
El problema serio es que también dijo que tres de esos cuernos fueron derribados ante el onceavo (se supone que Antíoco IV), y eso resulta muy difícil de explicar.
¿Qué reyes fueron “derribados” para que Antíoco IV tomara el poder?
Se sabe que Antíoco IV fue un usurpador, ya que el trono le correspondía a Demetrio, hijo de Seléuco IV Filópator (este último murió asesinado por Heliodoro, tesorero de la corte, en un factible intento por hacerse del trono).
Ahí ya tenemos dos nombres para dos de los tres cuernos: Demetrio y Heliodoro. El tercero, según algunos, podría ser Ptolomeo VI, faraón de Egipto, a quien Antíoco IV sometió en su afán de controlar Egipto.
Seamos francos: nada, absolutamente nada cuadra con lo que dice Daniel.
Daniel dice que los tres cuernos que caen pertenecen a la cuarta bestia. Es decir: son parte del mismo reino o imperio que el “cuerno pequeño”. Por lo tanto, Ptolomeo IV está totalmente fuera de perspectiva. Además, dice claramente que los cuernos son reyes, no aspirantes. Demetrio era un niño cuando Antíoco usurpó el trono, y no había ejercido como rey. Además, ni siquiera fue “cortado”. En realidad, Demetrio sobrevivió y más tarde se convirtió en rey de Siria. Y de Heliodoro tampoco hay mucho que decir: era tesorero, no rey.
Francamente, estamos ante una especulación sin pies ni cabeza, que sólo intenta ajustar nombres y datos para justificar que la cuarta bestia de Daniel 7 sea Siria. El problema es que para ello tiene que construir una personalidad muy problemática para el autor de Daniel: ya le habíamos descubierto como alguien que no tenía datos muy exactos sobre los acontecimientos de cuatro siglos atrás; luego, resultó que tampoco tenía datos exactos sobre los últimos 150 años; finalmente, resulta que tampoco tenía idea de lo que había sucedido once años atrás (Antíoco IV usurpó el trono en 175 AC), y confundió a un faraón con un rey de Siria, además de confundir a Demetrio y a Heliodoro con reyes.
La apocalíptica no se puede dar esos permisos. Tiene que ser lo más precisa posible en sus símbolos para poder funcionar.
Veamos un ejemplo antagónico al libro de Daniel: muchos de los Rollos del Mar Muerto siguen resultando indescifrables justamente porque hemos perdido el meollo del código para entenderlos. En consecuencia, no tenemos idea exacta de quiénes pudieron ser personajes como el Maestro de Justicia, el Sacerdote Impío o el Hombre de Mentira. Claro: es seguro que sus autores y sus lectores los entendían perfectamente, porque tenían acceso al código.
En contraparte, Daniel no es un libro que haya estado perdido durante casi dos milenios. Por lo tanto, no se le pueden achacar tantas confusiones.
Que el autor (o los autores) no tenían la información exacta sobre el siglo VI AC, es un hecho. Pero eso sólo provocó errores en los datos anecdóticos, no en la construcción de los símbolos. Si el objetivo era identificar a la última bestia como Siria, y al último cuerno como Antíoco IV Epífanes, no podía estar cayendo en tantas digresiones (además, tan notables). Tenía(n) que ser exacto(s).
La única alternativa que nos queda es asumir que no está hablando de Antíoco IV Epífanes, sino de otro personaje. Lo tal va muy en la línea de que la cuarta bestia no es Siria, sino Roma.
Cosa de revisar, entonces, quién fue el onceavo emperador de Roma para ver si tiene lógica el texto de Daniel.
A partir de que Roma se reestructuró como Imperio bajo César Augusto, el trono fue ocupado por Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito y Domiciano (estamos llegando sólo al onceavo emperador).
¿Hay alguna razón para que Domiciano fuera considerado como el gran enemigo de los judíos? No. Para cuando Domiciano gobernó (81-96) Judea ya no existía como nación. Había sido barrida por Roma en 70, once años antes de que Domiciano ocupara el trono.
Bien, entonces estamos ante una cuenta tan inexacta como la que corresponde a la Siria Seléucida.
Planteemos la pregunta desde otra óptica: ¿alguno de los emperadores romanos tuvo que imponerse sobre tres emperadores anteriores, para convertirse luego en un gran enemigo de los judíos?
Sí: Vespasiano.
Tras el suicidio de Nerón (68 DC), la estructura imperial romana entró en una crisis sin precedentes, y en menos de un año hubo cuatro emperadores: Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano. Fue este último el que logró estabilizar la política romana, gracias a su genialidad como administrador y gobernante.
¿Qué estaba haciendo Vespasiano en 68 AC? Dirigiendo el ataque romano contra los sublevados judíos. O dicho de otro modo: derrotando judíos.
Tiene todo el sentido: para que Vespasiano se levantara como rey, tuvieron que caer antes otros tres, que sí fueron reyes y además del mismo Imperio (tal y como Daniel 7 lo dice).
Eso nos remite a sólo un problema: que Vespasiano fue el noveno emperador, no el onceavo (tal y como Daniel 7 lo dice). A menos que el autor de Daniel 7 haya contado de otro modo.
¿Es posible? Sí, y no resulta nada difícil reconstruirlo. Simplemente, tómese en cuenta que cuando César Augusto ascendió al poder, lo hizo como parte del último triunvirato romano, compartiendo la autoridad con Marco Antonio y Lépido.
Desde nuestra perspectiva histórica, el Imperio Romano empezó como tal tras las derrotas de Lépido y Marco Antonio, que permitieron a Augusto controlar todo el ejercicio del poder. Pero esa es nuestra perspectiva. No podemos cerrarnos a la posibilidad de que el autor de Daniel 7 estuviera considerando que Lépido y Marco Antonio también fueron gobernantes de la maquinaria imperial romana.
Si así fue, es perfectamente lógico que haya considerado que Galba, Otón y Vitelio fueron los cuernos ocho, nueve y diez, respectivamente, que fueron cortados para que el onceavo, Vespasiano, se levantara como líder de la bestia que estaba enfrentando a los ejércitos judíos.
De cualquier modo, esta explicación es más verosímil, por donde se le quiera ver, a la que sostiene que Daniel 7 habla de Antíoco IV Epífanes. Para sustentar ello, hay que pasar por alto las similitudes estructurales que comparten dos de las bestias de Daniel 7 con las bestias de Daniel 8, hacer cuentas muy extrañas para que ocho sea igual a once (me refiero a los cuernos), y considerar que de los tres personajes definidos por Daniel como reyes sirios, dos no fueron reyes y el que sí lo fue no fue sirio.
En cambio, para asumir que Daniel 7 no habla de Antíoco IV Epífanes, sino de Vespasiano, sólo tenemos que aceptar que el autor consideró que Lépido y Marco Antonio contaban como emperadores romanos.
El panorama resultante es este: en 164, justo después de la muerte de Antíoco IV Epífanes, se escribió la versión original del libro de Daniel. Casi dos siglos y medio después, durante la guerra contra Roma, se escribieron una serie de anexos para actualizar el contenido del libro. El más identificable, por su referencia hacia Vespasiano, es Daniel 7. Por sus similitudes estructurales con este capítulo, podemos suponer que otros dos capítulos de la versión conocida de Daniel también fueron escritos en esta época: los capítulos 2 y 9 (por lo menos, los versículo 24-27), mismos que revisaremos en el siguiente artículo.
Ahora, sólo nos resta revisar una última objeción contra esta posibilidad: la datación por Carbono 14 y por Espectométrica.

Entre los Rollos del Mar Muerto se han recuperado fragmentos de varias copias (sería difícil determinar cuántas son) de Daniel, que incluyen pedazos de todos los capítulos del libro. La revisión por medio del Carbono 14, confirmada después por la Espectométrica, señala que los documentos son de finales del siglo II AC.
Lo que estamos diciendo es que también los fragmentos del capítulo 7 (y sus paralelos en 2 y 9) datan del siglo II AC.
Pero hablan de Vespasiano (no se ha podido encontrar que los textos recuperados en Qumram difieran sustancialmente de la versión que tenemos en la Biblia), que apareció en escena doscientos años después.
Aparentemente, nos quedan sólo tres opciones: asumir que el Carbono 14 y la Espectometría son inexactas; o bien admitir que Daniel 7 no habla de Vespasiano, sino de Antíoco IV Epífanes, pese a que —seguramente por mera casualidad— la descripción coincide mejor con Vespasiano que con Antíoco IV Epífanes; o, finalmente, sospechar que un autor del siglo II AC logró profetizar con bastante exactitud el perfil de Vespasiano (algo bastante ocioso e inútil; al caso, mejor hubiera profetizado el perfil del Anticristo).
Es obvio que los adherentes a la Crítica Bíblica admiten como única posibilidad lógica descartar a Vespasiano como tema de este capítulo, y proceder a hacer todos los ajustes necesarios (por forzados que sean) para identificar a Antíoco IV como el último cuerno de Daniel 7.
Pero hay otra posibilidad, que —extrañamente— siempre es pasada por alto, pese a que es una de las más lógicas (a mi gusto, la más lógica): Daniel es un texto pseudo-epígrafo. En eso estamos de acuerdo. Entonces, tan simple como asumir que estos capítulos (2, 7 y 9), son algo muy frecuente en la pseudo-epigrafía tardía.
Falsificaciones.
Y volvemos al proceso metodológico de la pseudo-epigrafía: no era tan simple como agarrar pergamino y tinta, escribir y luego salir diciendo que el libro era de Daniel. Había, por lo menos, que intentar ser convincente.
No es tan difícil como idea (claro, sí que lo es como proceso; se requería ser un verdadero especialista): se toma un pergamino antiguo (digamos, de unos cien o doscientos años de antigüedad), se raspa, se cortan los márgenes y se hace una nueva copia de Daniel, incluyendo los capítulos recientemente manufacturados. Por supuesto, haciendo uso de la caligrafía antigua para que el texto soporte el análisis grafológico.
No es que el Carbono 14 y la Espectometría fallen. Es algo más prosaico: ambos métodos están basados en el análisis de los restos fósiles de Carbono. Son bastante exactos, sin duda, pero lo que nos permiten es saber cuando vivió la vaca, no cuando se elaboró el documento. La antigüedad corroborada por la datación tiene que ver con el material como tal, no con el documento como proceso. Si yo escribo un documento en un pergamino de 100 años de antigüedad, el Carbono 14 me va a dar la datación del pergamino, no del documento.
Suponer que documento y material tienen la misma antigüedad es pasar por alto la posibilidad de una falsificación profesional.
Y una cosa es segura: entre los Esenios apocalipticistas de los siglos II y I AC hubo falsificadores profesionales.
Tan buenos, que dos mil años después sus textos siguen pareciendo una alteración de las leyes de la naturaleza: son del siglo II AC, pero hablan de acontecimientos del siglo I DC.
Bueno, de eso se trataba. Justamente.
Mis respetos a los Fariseos, que no se dejaron llevar por la finta. Cierto: incluyeron a Daniel como texto bíblico, pero no como profeta (sin duda, con objetivos muy diferentes a los que tenían los Esenios, tema del cual hablaremos más adelante).
En la siguiente nota, revisaremos brevemente el caso de Daniel 2, para luego avocarnos al de Daniel 9.24-27, que es uno de los pasajes más interesantes de todo el libro: la profecía de las Setenta Semanas. Uno de los mejores ejemplos de los problemas que propone Daniel a los estudiosos modernos: por un lado los cristianos fundamentalistas, forzando y manipulando sus sumas y restas para llegar a Jesús de Nazareth. Por el otro, a los partidarios de la Crítica Bíblica, haciendo exactamente lo mismo para llegar a los años de la Guerra Macabea.
Un pasaje soberbio y enigmático, sin duda.

1 comentario:

  1. Hola, Irving.

    Me parece muy interesante tu Blog, y me gustaría saber la fuente de los argumentos expuestos en él. Yo soy creyente, y no me incomoda el análisis de los planteamientos bíblicos; por el contrario, pienso que son muy necesarios.

    La verdad todavía no he leído por completo tus aportes, y entiendo que el Blog parece tener ya un tiempo, pero espero que puedas responder este comentario, y tal vez permitirme analizar también esas fuentes de información en las que basas tus escritos.

    De antemano te agradezco, y te mando un cordial saludo, desde Nuevo León, México.

    Bendiciones.

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