febrero 12, 2009

Cuarto Tema: LA PSEUDO-EPIGRAFÍA EN EL PROFETISMO HEBREO

Una vez que hemos revisado algunos aspectos generales sobre la literatura profética de la época bíblica, hay un aspecto que salta a la vista: varios libros tienen una serie de añadidos.
Este fenómeno es llamado pseudo-epigrafía. Con ese término nos referimos a textos que han sido atribuidos a otra persona.
Debe quedar claro que, de entrada, estamos hablando de algo muy diferente al fraude (que sería el modo en el que hoy definiríamos el intento de achacar a otro un texto apócrifo), especialmente porque en la antigüedad no se tenían los mismos criterios para definir el asunto de la “autoría”.
Los que mantienen una postura conservadora y tradicionalista suelen rechazar que se hayan dado este tipo de añadidos, prefiriendo aceptar que todo lo que está en el libro de Isaías —por ejemplo— lo escribió el profeta Isaías.
En realidad, es una postura extraña y, de hecho, injustificable. El ejercicio del ministerio profético no se ve afectado por admitir que los textos que tenemos en la Biblia hayan sido escritos en un proceso más complejo que el aparente. Además, es el único modo de entender de manera lógica las posturas ambivalentes de varios profetas sobre ciertos temas (como en el ejemplo de Zacarías 8 versus Zacarías 14).
La pseudo-epigrafía se siguió desarrollando hasta el siglo I DC, especialmente en la Literatura Apocalíptica. Justamente, al respecto hay que señalar un fenómeno muy interesante, que puede ser abordado desde dos perspectivas.
El hecho es simple: hasta antes del libro de Daniel (siglo II AC), los textos que hoy podemos definir como pseudo-epígrafos fueron atribuidos a autores ya conocidos. Tal es el caso de los añadidos que hemos mencionado en los libros de Isaías, Miqueas, Sofonías, Zacarías, Malaquías, y Habacuc.
En cambio, a partir del libro de Daniel las atribuciones pseudo-epigráficas comenzaron a dirigirse hacia autores que, por decirlo de un modo fácil, no eran identificados como autores de un texto bíblico propio.
Pero aquí surgen los primeros problema para decidir qué sucedió: o bien los autores apocalípticos llevaron la pseudo-epigrafía a un nuevo nivel, más radical (lo cual tendría su lógica: su literatura fue mucho más radical), o sucede que en la época de la que hablamos (siglo II AC), todavía no estaba consolidado un solo criterio sobre la canonicidad de los libros proféticos.
Estas son las dos perspectivas para abordar el fenómeno. Ampliemos el asunto de cada una:
La primera implica que los autores apocalípticos (siglo II AC), conscientes de que sus textos llevaban a sus últimas consecuencias los conceptos plasmados en la literatura profética, no hicieron ningún intento por atribuirlos a los autores ya conocidos, sino que recurrieron a otros personajes célebres del pasado para, alrededor de ellos, plantear su propuesta profética, radical ante todo.
La segunda implica que, hacia el siglo II AC, no se había “oficializado” una lista de profetas “canónicos”, lo que implica que la Biblia Hebrea (Tanaj o Antiguo Testamento), tal y como la entendemos en cuanto a estructura y contenido, no existía. Desde esta perspectiva, cabe la posibilidad de que haya habido, por lo menos, dos diferentes perspectivas de la literatura profética. Una, la que se volvería oficial, sólo incorporó los fragmentos pseudo-epígrafos que se habían insertado en los libros de los profetas antiguos. La otra, además de dichos textos, poseyó un abanico mucho más amplio y complejo de textos proféticos, en donde el abanico de “autores conocidos” fue mucho más amplio que el que, eventualmente, quedó oficializado en la Biblia.
Las evidencias recuperadas hasta este momento le dan, de modo prácticamente contundente, la razón a la segunda perspectiva que hemos mencionado.
Básicamente, estamos ante las antagónicas perspectivas sobre el tema profético que tuvieron dos grupos del judaísmo antiguo: Fariseos y Esenios.
No es un misterio el hecho de que la Biblia Hebrea, tal y como la conocemos, es fruto de los criterios fariseos, único grupo que sobrevivió completamente a la catastrófica guerra contra Roma (66-73 DC). Tampoco es un misterio el hecho de que el resto de la Literatura Apocalíptica, rechazada en el canon fariseo, fue patrimonio espiritual de la secta qumranita (los autores de los Rollos del Mar Muerto), identificada con los Esenios.
Los dos textos que nos permiten visualizar que la controversia sobre la naturaleza profética es mucho más antigua que el siglo II AC (razón suficiente para suponer que no hubo un momento en el que una secta radicalizara sus hábitos pseudo-epigráficos) son Daniel y Enok.
Está claro que ambos textos fueron terminados en una época reciente (entre los siglos I AC y I DC), pero también es evidente que ambos textos se remontan a tradiciones mucho más antiguas, tanto como la mayoría de los textos proféticos que sí se incluyeron en la Biblia Hebrea.
Eso evidencia que el canon oficializado por la tradición Farisea-Rabínica excluyó mucha literatura profética, cuyo defecto no era —por cierto— la antigüedad, sino el hecho de que, tal y como se irá revisando, consideraron que la perspectiva implícita de esos libros era errónea. El único libro que se admitió en el hoy llamado “canon Bíblico” fue el de Daniel, pero no dentro de los libros proféticos, sino con la colección de escritos (Ketuvim), por razones bastante complejas, mismas que también analizaremos más adelante.
Repasemos el asunto de la pseudo-epigrafía: a partir del siglo VIII AC, un grupo de profetas comenzó a poner por escrito sus prédicas, cosa que no habían hecho los profetas anteriores, incluyendo a personalidades tan importantes como Elías y Eliseo.
El contexto donde más se desarrolló esta práctica de la escritura profética fue la Casta Sacerdotal, en cuyo seno también se desarrolló un importante movimiento profético. En esta época, las sociedades israelí (en el norte) y judía (en el sur) estaban en crisis, y sus estructuras políticas en proceso de colapso. Por ello, los temas proféticos se encaminaron a reprender el pecado de ambas sociedades, así como exhortar a la corrección del camino. La perspectiva que los profetas plantearon a la posibilidad de dejar que todo siguiera igual fue la destrucción.
Las catástrofes vinieron sobre Israel en 721 AC, cuando los ejércitos asirios devastaron Samaria, y sobre Judá primero en 605 AC, cuando el reino fue sometido a vasallaje babilónico, y finalmente en 587 AC cuando Jerusalén y el Templo fueron destruidos.
En consecuencia, el mensaje de los profetas cambió radicalmente: el tema de la reprensión fue sustituido por el del consuelo al remanente que había sobrevivido, y poco a poco se empezó a arraigar la idea de una inminente restauración.
El colapso del poder babilónico hacia mediados del siglo VI AC fortalecieron esta idea, y el triunfo de los persas en la batalla de Opis (539 AC) exacerbó las esperanzas judías de reconstrucción nacional, mismas que se vieron realizadas cuando Ciro el Grande les concedió el permiso para repoblar Judea.
Esta etapa vio un nuevo auge del profetismo enfocado a la restauración, misma que no era vista como una esperanza, sino como una realidad en proceso. Fue este momento, justamente, el que vio el auge de la pseudo-epigrafía, cuando se escribieron las dos colecciones más importantes de textos anónimos que, eventualmente, serían atribuidas a un gran profeta anterior. Nos referimos a Isaías II (capítulos 40-55) e Isaías III (capítulos 56-66).
Las circunstancias políticas fueron cambiando, y con ello los temas abordados por los profetas. Lo relevante para este punto es notar que las prácticas pseudo-epigráficas permanecieron, y las evidencias nos muestran que de un modo más sutil y perfeccionado. A partir de finales del siglo VI AC ya no sólo se trató de inserciones en textos más antiguos, sino de revisiones y correcciones a los mismos (razón que vuelve muy complicada la tarea de diferenciar los elementos arcaicos y los recientes en algunos pasajes).
Hay que aclarar un punto: este resumen tiene que ver, exclusivamente, con el profetismo que, eventualmente, fue validado por la tradición Farisea-Rabínica, y que es el que conservamos hasta hoy en la Biblia Hebrea.
Es un hecho que hubo una tendencia alternativa, cultivada por los sectores radicales del profetismo. Es imposible saber qué libros tenían en épocas tan lejanas como el siglo VI AC. Probablemente, ya existían algunos elementos que luego serían incorporados a los libros de Daniel y Enok. Sin embargo, nuestra limitante es que en este sector radical, la labor de escritura, revisión y reelaboración pseudo-epigráfica de los libros fue, evidentemente, más intensa que en el otro grupo (al que hasta podríamos definir como moderado). El resultado es que, por ejemplo, los libros de Daniel y Enok, tal y como los conocemos, datan de los alrededores del inicio de la Era Común, y aunque es posible identificar elementos arcaicos en los mismos, es imposible saber cual fue el formato literario original de los mismos.
Lo que sí sabemos es que el siglo III AC fue el momento en el que ambas tradiciones se distanciaron irremediablemente. La escuela que eventualmente se convertiría en el fariseísmo —y, posteriormente, el judaísmo rabínico vigente hasta la fecha— empezó a sentar las bases para la recopilación de su tradición oral. Este fue el inicio del proceso que culminó con la conformación del Talmud, ocho siglos más tarde, pero también fue el inicio de la definición de la vocación del judaísmo fariseo-rabínico: la ética. Más ocupados en la organización y legislación de la vida cotidiana, los fariseos fueron dejando de lado poco a poco las inquietudes proféticas. Desde su perspectiva, la época de los profetas había terminado.
En cambio, el grupo que más adelante gestaría la secta esenia radicalizó sus expectativas proféticas, y el resultado fue el auge más amplio que haya visto este tipo de literatura. Lo interesante es que, prácticamente, no se volvió a firmar un libro con el nombre de su autor verdadero, y prácticamente toda la literatura profética (de hecho, apocalíptica) que se hizo entre los siglos III y I AC es pseudo-epígrafa. A nosotros nos resulta extraño dicho fenómeno: pareciera que, para los Esenios, los profetas habían terminado (sus libros llevan nombres de personajes muy anteriores a ellos), pero la elaboración de literatura profética no (se puede demostrar que se siguió escribiendo profecía en fechas tan tardías como la primera guerra contra Roma).
Es un hecho que para el siglo I DC, Fariseos y Esenios estaban definitivamente distanciados. Los primeros habían logrado imponer sus criterios en varios aspectos de la vida judía, y eran los que más presencia tenían en el pueblo. Los últimos se habían tenido que aislar debido a sus divergencias a todo nivel con las instituciones gobernantes, pero también con las costumbres populares. Los Fariseos fueron un movimiento de alcances masivos, en donde el peso fue recayendo en la intelectualidad. Los Esenios, en cambio, fueron una elite dirigida por un sector aristocrático.
La primera guerra contra Roma marcó el fin de la secta esenia. Pese a las reticencias de algunos académicos, el único modo de explicar este fenómeno es partir del hecho de que la radicalización del discurso profético esenio (apocalíptico), les llevó a involucrarse a fondo en la revuelta contra el Imperio.
Los Fariseos, siempre pragmáticos, supieron distanciarse del radicalismo y sobrevivir a la devastación que se generalizó en el país.
Reorganizados en Yavne, los Fariseos sentaron las bases para el desarrolló del judaísmo durante los siguientes dos mil años. En consecuencia, fue su perspectiva sobre el profetismo la que se estableció como oficial.
Si no se hubieran recuperado los Rollos del Mar Muerto —la perspectiva de los Esenios—, nuestro conocimiento del profetismo hebreo estaría mutilado por completo, y estaríamos imposibilitados para entender el lugar que, dentro de la sociedad judía, ocupó la Literatura Apocalíptica. De hecho, ni siquiera entenderíamos el perfil real de este complejo corpus literario cuya obsesión siempre fue el Día del Señor, con todos los juicios que traería sobre la humanidad.

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho este articulo, y consiguio resolver con su contenido muchisimas de mis dudas sobre este tema. Le agradezco mucho el haberlo publicado señor Irving Gatell.

    Muchos saludos.

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  2. Muchas gracias por este artículo. ¿nos podría hablar algo de la pseudoepigrafía neotestamentaria? Me interesa mucho este tema y seguro que me sería de gran ayuda.

    Reciba un saludo.

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  3. si es cierto era algo que no conocia i le agradezco por todo

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