mayo 29, 2009

SÉPTIMO ASUNTO: EL ORIGEN DEL CRISTIANISMO

¿De dónde surgió el cristianismo? La respuesta parece simple: de Jesús. Y en consecuencia, se da por sentado que los primeros cristianos fueron judíos. Sin embargo, al enfrentarnos a la posibilidad de que el Jesús histórico haya sido un nacionalista radical, involucrado en el movimiento apocalipticista más complejo de su época -el Esenio-Qumranita-, resulta difícil imaginar que ese personaje "fundara" una religión tan ajena al espíritu anti-romano de los Esenios.
La evidencia histórica corroboran que dicha identificación es imposible, ya que los dos grupos judíos que mantuvieron un vínculo con Jesús, que sobrevivieron a la tragedia del año 70, y que coexistieron con la Iglesia durante su primera fase de desarrollo, NUNCA se consideraron cristianos.
Nos referimos a los Ebionitas y a los Nazarenos-Mandeanos, de quienes escribieron en los siglos II y III Ireneo de Lyon y San Jerónimo.
El estudio imparcial de la evidencia nos lleva a una conclusión poco agradable para muchos: el cristianismo no empezó con Jesús. De hecho, es totalmente ajeno a Jesús. En consecuencia, hay que explorar los otros grupos del judaísmo del siglo I para poder entender por qué a principios del siglo II, ya se había conformado una comunidad no judía que había incorporado como su deidad a una persona de la que, en realidad, no sabían nada, debido a que los textos que hablaban sobre él estaban codificados al modo Esenio.

Tercer Tema: EL JESÚS DE CARNE Y HUESO V (CRUCIFIXIÓN Y RESURRECCIÓN)

Jesús en Gethsemaní

En esta sección, Marcos y Mateo nos ofrecen una perspectiva del relato diferente a la de Lucas, que es la más compacta. Evidentemente, la base para Mateo y Marcos fue la segunda fase del Evangelio Original, lo que hemos llamado Evangelio Original B, por lo que es más fácil asumir que Lucas nos presenta una versión más próxima al original.
En la versión de Lucas destaca la ausencia del ir y venir de Jesús para encontrar tres veces dormidos a sus discípulos, así como el hecho de que no se menciona que sólo Pedro, Juan y Jacobo estuvieran con él. Simplemente dice que fue seguido por “sus discípulos”.
No hay mucho misterio sobre qué hacía Jesús allí: evidentemente, era el punto en donde tenía que realizarse su arresto. Justamente, el hecho de que tanto Jesús como Judas lo supieran es una prueba más de que estaban trabajando en completo acuerdo.

El arresto

Tampoco hay mucho que revisar en este punto: el plan se cumple, y Judas entrega a Jesús. Vale la pena mencionar dos detalles que sólo aparecen en alguno de los tres textos: según Marcos, un joven envuelto en una sábana fue testigo de todo el evento; según Mateo, el discípulo de Jesús que atacó al siervo del Sumo Sacerdote fue Pedro; según Lucas, Jesús cuestionó la conducta de Judas y sanó al joven herido.
El hecho de que dichos datos aparezcan como aislados, muestran que son incorporaciones posteriores y que no formaron parte del Evangelio Original, cuyo relato original simplemente debió mencionar el arresto de Jesús, así como el ataque de uno de sus seguidores al contingente que había venido a apresarlo.

El juicio ante el Sanedrín y la negación de Pedro

Llama mucho la atención que estos dos pasajes estén relacionados desde un principio: se menciona que Jesús fue llevado a casa del Sumo Sacerdote (Caifás), pero también que Pedro fue siguiendo al contingente hasta ingresar al patio de dicho inmueble (es extraño imaginar que el patio de un poderoso jerarca judío estuviese abierto toda la noche para que cualquiera entrara).
Comencemos por revisar un momento que ha provocado toneladas de literatura: el juicio contra Jesús. Naturalmente, partiendo de dos puntos básicos: en primer lugar, el texto, tal y como lo conocemos, no es el original; en segundo, el texto original estuvo escrito de manera cifrada, por la anécdota real no estuvo reflejada de modo literal allí. En consecuencia, lo único que vamos a poder recuperar de ese juicio (que debió ser mucho más largo de lo que el relato sugiere) apenas van a ser los aspectos generales.
Con ello, queda descartada la tontería de que en este juicio fueron violadas muchas reglas legales del judaísmo. Seamos objetivos: el relato recibió su redacción definitiva a manos de gente que no conocía los procedimientos legales del judaísmo, y menos aún de una institución judía que desapareció en el año 70.
Y esta realidad es más que evidente, porque en términos simples, el relato del juicio no tiene pies ni cabeza.
Vamos por orden: en resumen, se dice que los testigos de la fiscalía nunca se pusieron de acuerdo en las acusaciones, pero que todo quedó resuelto cuando Caifás interrogó a Jesús, y a este se le ocurrió decir que verían “al Hijo del Hombre sentado a la diestra de D-os viniendo en las nubes del cielo” (una descarada referencia apocalíptica). Caifás sentencia: “hemos escuchado la blasfemia”. Y entonces deciden que Jesús es reo de muerte.
Es evidente que el autor del texto desconocía por completo lo que era una blasfemia, así como las atribuciones legales de las cortes religiosas judías de la época. Y eso nos pone en un dilema: ¿cómo pudo el autor del Evangelio Original desconocer estos detalles? Imposible, si se trataba de un Esenio bien entrenado en la redacción de literatura apocalíptica.
Nos quedan dos opciones, ambas igualmente factibles: o bien hay que asumir semejante redacción como algo semejante a una cortina de humo para ocultar lo que realmente sucedió, o bien hay que asumir que el uso de esas palabras proviene de la etapa en la que los copistas cristianos fueron dándole forma final al texto, y que son consecuencia simple de que dichos copistas no tenían una idea clara de lo que estaban escribiendo.
El punto es este: la expresión “viniendo en las nubes del Cielo” es una evidente alusión a que Jesús estaba dando por hecho que la insurrección estaba a punto de iniciar. Apocalíptica elemental. Por lo tanto, el punto era eminentemente político, no religioso. En consecuencia, era totalmente improcedente una acusación por blasfemia.
Hay que notar, entonces, la otra acusación: “este hombre dijo que destruiría el Templo y en tres días lo reconstruiría”. Como ya vimos, eso tiene que ver con el proyecto de Jesús de reformar el sacerdocio, y replantearlo a partir de que él mismo asumiera el rol de Sumo Sacerdote. Eso sí podía ser señalado por el Sanedrín como blasfemia.
Algo más: si la acusación hubiese sido estrictamente religiosa, Jesús hubiera podido ser lapidado sin necesidad de consultar a las autoridades romanas.
¿Por qué Jesús fue enviado, entonces, con Poncio Pilatos? Es claro que porque había cargos por sublevación, pero si había una acusación comprobada de blasfemia, Jesús hubiera podido ser simplemente lapidado por ello.
Claro, hubiera sido muy bochornoso ejecutar al recién nombrado heredero legítimo del Trono de David, y más aún en el momento en el que toda la gente estaba expectante por la inminencia de la llegada del Reino de los Cielos.
Jesús jugó bien esa carta: sabía que no lo apedrearían por lo que se podía considerar una blasfemia, y que el Sanedrín preferiría enviarlo a Pilatos para que, si había que deshacerse de él, fuera la autoridad romana la que se encargara de ello.
Y aquí viene lo realmente complicado de este relato doble.
Como ya vimos, hay otros relatos dobles en el Evangelio Original. Con ello, me refiero a relatos complementarios que nos cuentan una sola anécdota partida en dos (o enfocada desde dos perspectivas), como el llamamiento de los primeros cuatro apóstoles seguido por los primeros cuatro milagros, el llamamiento de Mateo seguido por la curación de un manco, o la curación de la hija de Yair al tiempo de la curación de la mujer con flujo de sangre.
¿Por qué podemos inferir que este es otro relato doble? En primer lugar, por el elemento absurdo del que parte: ¿acaso podía un rústico pescador como Pedro entrar por su propio gusto al patio del Sumo Sacerdote? No, por lógica. Claro, ya hemos planteado que Pedro no era un rústico pescador, sino un jerarca Saduceo. Luego entonces, es obvio que Pedro no se presentó en casa del Sumo Sacerdote para esperar noticias sobre Jesús mientras soportaba la fogata de los alguaciles. En segundo lugar, es obvio que este pasaje debe ser totalmente releído porque las implicaciones de la “negación de Pedro” son más complejas que la visión tradicional de un pescador dominado por el miedo y queriendo escapar a toda costa de un problema.
Si Jesús le había advertido a Pedro que sospechaba que lo iba a traicionar, es de esperarse que el momento para esa traición fuera, justamente, el juicio de Jesús ante el Sanedrín.
¿Qué hacía Pedro en casa de Caifás? Simple: iba como parte del Sanedrín para participar en el juicio contra Jesús.
Y aquí podemos ir develando qué implicaba la posible traición de Pedro: Jesús fue juzgado por blasfemia, pero no fue condenado. En vez de ello, fue remitido a las autoridades romanas para que lo juzgaran por sublevación, tal y como él mismo lo había planeado.
A eso, añadamos que Pedro prometió no traicionar a Jesús, y eso se puede entender en la línea de que no promovió su ejecución por blasfemia, sino que le dio cause a la moción de entregarlo a las autoridades romanas.
Sin embargo, también “negó” a Jesús, y eso sólo puede significar que dejó bien claro que de ningún modo apoyaba el proyecto de Jesús. Especialmente, porque el relato alterno (el de la negación), menciona que tres veces le reclamaron que era cómplice de Jesús, ante lo cual Pedro se desmarcó de modo tajante, dejándole claro en ese momento a Jesús que había dejado de apoyarlo. Cierto: no iba a evitar que fuera llevado con Pilatos, pero también era evidente que Pedro ya se estaba conduciendo en una línea propia, y no de acuerdo al plan de Jesús.
Ahora, la pregunta obligada: ¿quién era Pedro? Un rústico pescador no, en definitiva. Por el contrario, un Saduceo al que Jesús originalmente le había prometido el Sumo Sacerdocio (rango no accesible a cualquiera; exclusivo para Saduceos). Y uno, además, lo suficientemente importante como para que el Sanedrín (representado simbólicamente por los alguaciles que estaban en el patio de Caifás) le tuviera que reclamar que había apoyado a Jesús.
El reclamo era simple: Pedro, desde su alta jerarquía, era el responsable de que Jesús hubiera llegado hasta donde había llegado (la antesala de la guerra). Y Pedro se tuvo que retractar, haciendo un compromiso público de que no iba a secundar a Jesús.
Y volvemos a la pregunta: ¿realmente era tan importante Pedro como para que el Sanedrín tuviera que llegar a esa confrontación?
Pues, evidentemente, sí.
¿Qué significa el nombre Pedro? Piedra, según el juego de palabras conservado por Mateo 16: “sobre esta piedra edificaré mi iglesia”. Luego entonces, es obvio que “Pedro” es un apodo, no un nombre (igual que “Diablo” en el pasaje de la tentación). El nombre se deriva de la versión en griego, PETROS, que es una traducción del arameo KEFA (generalmente castellanizado como Cefas, o anglicanizado como Cephas).
Dejemos las traducciones y limitémonos al apodo en arameo: Kefa. Repasando su papel en el texto del evangelio original, podemos verlo así:
1. Kefa cuestionó a Jesús antes de que empezase su ministerio (la tentación).
2. Kefa fue invitado por Jesús para ser un “pescador”.
3. Kefa fue integrado al Consejo de los Doce.
4. Jesús le prometió a Kefa que iba ser el Sumo Sacerdote.
5. Kefa tenía que haber llevado el rol sacerdotal importante durante la Cena Escatológica.
6. Kefa estuvo presente en el juicio contra Jesús ante el Sanedrín.
7. Kefa era demasiado importante en el Sanedrín.
¿Podemos identificar a partir de todos estos datos al verdadero Pedro? Estamos hablando de un Saduceo con derecho legítimo al Sumo Sacerdocio, íntimo amigo del heredero al Trono, y lo suficientemente importante como para entrar y salir del Sanedrín, así como para ser cuestionado por su proceder.
No tenemos muchas opciones: Caifás.
De hecho, la forma hebreo original del hombre es, casi con toda certeza, Kayafa. Cierto, etimológicamente no es la misma raíz que en hebreo se usa para Kefa, pero eso es lo de menos, porque se trata de un juego de palabras de Jesús: “Cafias, yo te digo que eres una Kefa…” (Es muy seguro que tal juego de palabras se remonte a Jesús; en los Evangelios Sinópticos, sólo Mateo lo menciona, pero se menciona el mismo juego en Juan 1.42).
Este enfoque nos puede ofrecer algo de luz respecto a por qué la historia de Jesús fue redactada conforme a los parámetros de la literatura apocalíptica: se trata de la historia de un intento de revuelta contra Roma; si el Sumo Sacerdote hubiera sido evidenciado, Roma no hubiera dudado mucho en proscribir toda la estructura religiosa judía. En realidad, es muy probable que todo este lenguaje encriptado haya tenido como uno de sus principales objetivos ocultar a Caifás.
Y el autor (¿el “manco” restaurado: Mateo Halevi?) lo logró por medio de un proceso muy simple, pero muy efectivo: las narraciones dobles. Se cuenta primero una versión del relato, y luego otra, aunque con los nombres y las circunstancias alteradas. Ya vimos que Mateo (¿) hizo uso de ese recurso en otros casos. En el de Caifás, a partir de lo que originalmente debió ser un mote privado que le pudo haber puesto Jesús, construyó la personalidad del “pescador”. Entonces, las pocas veces que expuso la postura crítica de Caifás, lo mencionó como tal; cuando se trató de hablar de su camaradería y complicidad con Jesús, lo retrató como el rústico Apóstol Pedro.
Hay un detalle mencionado por Mateo en la escena del juicio de Jesús ante el Sanedrín: Caifás le pregunta: “¿Eres tú el Cristo?” Y la respuesta de Jesús es, en realidad, bastante mala: “tú lo has dicho”. Más allá de que la retórica cristiana haya querido ver en esa respuesta una postura digna o un reto a la corrupta autoridad de Caifás, lo cierto es que, semánticamente, es una respuesta incorrecta.
A menos que se esté haciendo referencia a otro evento: en Mateo 16,16 dice: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: tú eres el Cristo”.
Entonces es cierto: él lo había dicho.
Y aunque no se puede sostener que se haya dicho textualmente eso durante el juicio de Jesús (sólo Mateo menciona ese detalle), es muy lógico suponer que un detalle semejante desató la ola de críticas contra Caifás (especialmente de los enemigos de los Saduceos) por su apoyo a Jesús, mismas que fueron ocultas detrás del sentimental relato de la negación de Pedro.
De todos modos, el final del relato de la negación es sorprendente por la carga emotiva: cuando Pedro observa cómo se llevan a Jesús, es vencido por la tristeza y se pone a llorar.
El precio de salvaguardar a Caifás de un problema de consecuencias terribles con el Imperio Romano fue condenarlo a cargar con la imagen del sacerdote perverso, dejando la nobleza y la santidad para Pedro, un personaje que como tal ni siquiera existió.
Y, sin embargo, el texto insinúa que al final de ese complejo juicio, consciente mejor que nadie de lo que verdaderamente estaba pasando, e incluso—como se verá más adelante—manteniendo el verdadero control de la situación, Caifás cruzó su mirada con ese hombre al que había apoyado durante los últimos meses; aquel que, de haberse conducido con más mesura, hubiera podido ser una opción real para encabezar la liberación de Israel; tenía talento, tenía carisma. Sin embargo, fue vencido por su propio ego, y Caifás tuvo que tomar las medidas drásticas pero necesarias para evitar que todo terminara en una tragedia.
Pero eso no lo liberó del dolor, y menos aún del llanto.
Caifás lloró, según el texto, por la suerte de uno de sus mejores amigos. Jesús de Nazareth.

Una consideración final sobre Caifás y Judas Iscariote

La mayoría de los lectores puede considerar que estas propuestas de relectura son un disparate.
Insisto: lo son sólo en la medida en la que, durante casi dos mil años, la Iglesia Cristiana ha impuesto la lectura literal de un texto que, siendo un poco objetivos, es inverosímil.
Al final de cuentas, la lectura que yo propongo se basa en la convicción de que este texto está profundamente vinculado con la apocalíptica Esenia-Qumranita, y para seguir sustentando esta idea, mencionaré un detalle más sobre lo que representan Caifás y Judas Iscariote en el relato:
En las notas para analizar el libro de Daniel, se habló del problema de las profecías que fallan. En contra de lo más racional, la tradición Esenia-Qumranita no desechó las profecías fallidas, sino que reelaboró el discurso a partir de la construcción de paradigmas. En el caso del libro de Daniel, ya hicimos comentarios sobre los paradigmas derivados de Antíoco IV Epífanes y de la Guerra Macabea.
Más adelante, cuando nos enfoquemos a replantear lo que son y significan los Rollos del Mar Muerto, entraremos en detalles sobre este punto otra vez, pero baste por el momento adelantar una idea que, como se verá eventualmente, es importante: la Literatura Apocalíptica qumranita tiene a tres personajes que son un verdadero enigma: el Maestro de Justicia, el Sacerdote Impío y el Hombre de Mentira.
El Maestro de Justicia fue, muy factiblemente, el fundador de la secta Esenia, y los pocos datos más o menos claros que los textos qumranitas nos ofrecen sobre él sugieren que fue un miembro de la Casta Sacerdotal (y del Clan Saduceo, para ser precisos), y que vivió durante la época en la que el Sumo Sacerdocio fue “usurpado” por los Hasmoneos (mediados del siglo II AC).
Perseguido por el Sacerdote Impío (del que no tenemos una sola pista consistente para saber quien fue) y traicionado por el Hombre de Mentira (menos aún; del anterior por lo menos sabemos que fue sacerdote; de éste, nada), se convirtió en un mártir de la causa esenia.
A lo largo de los últimos cuarenta años, se han levantado hipótesis que cuestionan, antes que nada, la datación del momento en que vivió el Maestro de Justicia, y se ha propuesto incluso que vivió hacia finales del siglo I DC.
¿Cuál es el problema? Que no se ha tomado en cuenta algo muy simple: aunque debió haber un personaje original identificable como el Maestro de Justicia, cuyos enemigos fueron el Sacerdote Impío y el Hombre de Mentira, lo cierto es que lo que tenemos en la literatura qumranita son paradigmas, y lo son justamente porque se pueden aplicar a diversos personajes en diversas épocas.
¿De qué época es, entonces, el Maestro de Justicia? De todas. Evidentemente, los Esenios creían que siempre aparecería un Maestro de Justicia, mismo que estaría rodeado por un Sacerdote Impío y un Hombre de Mentira. Un enemigo y un traidor.
Y el relato sobre Jesús de Nazareth lo demuestra, porque está elaborado EXACTAMENTE EN ESE MODELO.
Es notable que, al profundizar en los elementos del relato, queda claro que Caifás no fue un Sacerdote Impío, ni Judas Iscariote un traidor, pero el relato está elaborado de tal modo que así lo parecen. Tanto, que si nos quedamos en la lectura superficial —tal y como lo ha hecho el cristianismo durante toda su existencia— la única idea posible es que alrededor de Jesús, un Maestro de Justicia, hubo un Sacerdote Impío —Caifás— y un Hombre de Mentira —Judas Iscariote—.
Es, a todas luces, el molde qumranita.
Cierto: no se parece a lo que la tradición cristiana ha repetido durante siglos. Pero eso no me parece argumento para rechazar las posibilidades que surgen cuando se lee este complejo y fascinante documento —el Evangelio Original— como lo que seguramente fue: un texto apocalíptico.

El juicio ante Pilatos

Es evidente que la acusación ante Poncio Pilatos estuvo a cargo de los Herodianos, el grupo judío afín a los intereses de Roma. Como en casi toda la sección final del Evangelio, Mateo y Marcos nos presentan una versión seguramente derivada del Evangelio Original B, mientras que Lucas ofrece una elaboración más compacta.
Hay un detalle sobresaliente en Lucas: la acusación de los sacerdotes es que “prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Ungido, un rey”.
Una pregunta simple: si en el juicio ante el Sanedrín el texto es muy puntual al decir que los testigos se presentaron mintiendo, ¿por qué aquí no se hace esa aclaración? Debería ser obvio que estaban mintiendo, ya que Jesús había dicho, respecto a la moneda con la efigie de César, “dad a César lo que es de César”. Sin embargo, aquí la acusación es clara: prohíbe pagar los tributos, y el argumento es simple: él es el rey.
Esta frase confirma la explicación que dimos previamente sobre las implicaciones del comentario que Jesús hizo a propósito de las monedas con la imagen del César.
De cualquier modo, la anécdota es simple: Jesús no responde a ninguna de las acusaciones, y el comentario común en los tres textos es que Pilatos estaba sorprendido.
Es obvio que no se debía a la postura de Jesús, que más bien resultaba suicida. Entendiendo que el plan de Jesús era llegar justamente a ese punto, es más factible que Pilatos estuviese sorprendido por lo fácil que estaba pareciendo resolver lo que prometía convertirse en un gran problema.
Lucas agrega una frase en boca de Pilatos: “ninguna culpa hallo en este hombre”. Es, a todas luces, un agregado posterior, completamente incompatible con el sentido original del texto.

Barrabás

Este ha sido uno de los temas más controversiales, toda vez que está claro que nunca existió una costumbre semejante a liberar un preso en Pascua. Y menos aún de parte de un procurador despótico y poco amable como lo fue Pilatos.
De hecho, este pasaje es una más de las varias incoherencias, si nos atenemos a la lectura superficial.
¿De qué trata en realidad este relato?
Ciertamente, de que alguien “acusado de sedición y asesinato” fue liberado en lugar de Jesús.
Tomando en cuenta que este tipo de textos no puede dejar cabos sueltos, porque de lo contrario se volvería incomprensible, es muy probable que este personaje ya haya sido mencionado. Naturalmente, de un modo que no parezca el mismo personaje.
Recordemos que en el relato del arresto de Jesús, se menciona que uno de sus discípulos sacó la espada y atacó a un siervo del Sumo Sacerdote. El texto dice que “le hirió, cortándole la oreja”.
¿Se trata acaso de la misma persona? Sería lo más lógico, tomando en cuenta que el relato se estructura en textos que se van complementando unos a otros. Si este pasaje habla de un reo de sedición que había matado a alguien, sólo hay que buscar en los relatos anteriores quién pudo haber matado a alguien en algo semejante a una sedición.
Y el mejor candidato es el discípulo de Jesús que atacó a un siervo del Sumo Sacerdote, que gracias a la referencia de este último pasaje, sabemos que murió a consecuencia de un golpe —seguramente de espada o cuchillo— en el cuello (la oreja).
Gracias al Evangelio de Lucas, se ha creído que quien hizo eso fue Pedro, pero —como ya vimos— el dato carece de rigor, y es evidente que se trata de un agregado posterior. Además, se aclara que quien fue atacado fue un siervo del Sumo Sacerdote, y ha quedado claro que Pedro era, justamente, Caifás. El Sumo Sacerdote.
Luego entonces, el agresor fue otro.
¿Quién de los Apóstoles podía estar lo suficientemente enojado como para atacar a un siervo del Sumo Sacerdote? Seamos más específicos: a un siervo de otro Apóstol.
El único que seguía comprometido con el plan original de Jesús. Evidentemente, alguien que no pertenecía a la Casta Sacerdotal, y que por lo mismo seguramente estaba a favor del proyecto de reforma de Jesús.
Aunque resulta imposible asegurar del todo quién fue, lo más seguro es que se trate de Judas Iscariote.
Entonces, podemos ir reconstruyendo la escena del arresto de Jesús (gracias a un pasaje complementario): Jesús espera en Gethsemaní, y Judas llega al frente de la turba enviada para arrestar a Jesús. Sin embargo, muy seguramente para ese momento Judas sabía que Jesús había sido “traicionado” por Caifás, y que las cosas ya no estaban siendo llevadas a cabo conforme al plan original. Jesús fue arrestado, pero Judas todavía presentó un último acto de resistencia, hiriendo a uno de los asistentes de Cafiás (Pedro).
¿Intentó atacar a Caifás, que fue defendido por alguno de sus guardias? Especulación, pero no por ello improbable.
En consecuencia, se puede deducir que el arresto en Gethsemaní fue doble: Jesús y Judas Iscariote.
Por ello, podemos deducir que cuando Jesús se presentó a comparecer ante el Sanedrín sabía que las cosas ya se habían salido de su control, y que el que ahora estaba dirigiendo todo era Caifás, y que los planes que se iban a cumplir eran los de Caifás, y no los suyos.
Y el plan de Caifás incluía algo muy extraño: canjear a Judas por Jesús.
Una cosa queda clara en el texto: si dice que la “multitud” pidió la liberación de Barrabás (Judas) y la muerte de Jesús, se hace evidente que hubo una negociación con Pilatos: Jesús preso a cambio de Judas libre.
¿Un último movimiento de Caifás para dejarle en claro a Judas que podría ser señalado de muchas cosas, pero no de traidor? ¿Para mostrarle que las cosas de la política eran mucho más complejas que los sueños mesiánicos de un Jesús cegado por el deseo de poder, y que el único capaz de desenvolverse bien en ese pantanoso terreno era él, el Sumo Sacerdote?
Imposible contestarlo. Lo único que sabemos es que el “sedicioso” fue liberado después de que se negoció con Pilatos.
Jesús, por extraño que le pudiese parecer en ese momento, fue sentenciado a muerte conforme a su plan.
En este punto, vale la pena hacer una aclaración: la presentación de Jesús ante Herodes es, a todas luces, un agregado en el evangelio de Lucas. Ningún otro evangelista narra dicho evento, por lo que puede considerarse un anexo tardío, sin ninguna base que nos obligue a considerarla como parte real de la historia.
Del mismo modo, las referencias a la golpiza propinada a Jesús antes de ser crucificado no aparecen en los tres Evangelios Sinópticos, por lo que es dudoso que haya sido parte del Evangelio Original.

La crucifixión

El evento inicia con la mención de un Simón de Cirene, mismo que fue obligado a llevar la cruz. Si seguimos leyendo bajo la premisa de que no debe haber cabos sueltos, es probable que este pasaje se refiera a un discípulo de Jesús llamado Simón, y definido siempre como “el Celote”.
Los Celotes fueron una expresión nacionalista radical muy influenciada por el rigor de la escuela Farisea de Shamai. Muy seguramente, esta mención de que Simón fue obligado a “llevar la cruz” se refiere a que él también fue arrestado junto con Jesús, debido a su militancia anti-romana, y crucificado. La referencia, a todas luces, es un eco de la frase de “el que quiera venir en pos de mí, tome su cruz”.
La naturaleza completamente política del asunto queda confirmada por el letrero que pusieron sobre la cabeza de Jesús: el Rey de los Judíos. Y con ello queda claro también que el objetivo era dejarle bien claro al pueblo judío que no se iba a tolerar ningún intento de sublevación, conforme al plan de Jesús.
Luego vienen tres frases sumamente ilógicas en su sentido literal, pero reveladores en tanto parte de un texto apocalíptico codificado:
1. “Tú que derribas el Templo de D-os y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz”. Otra vez un asunto político de por medio: recuérdese que “reconstruir el Templo en tres días” se refiere a reformar el Sacerdocio. Esta frase esconde uno de los reclamos que se le hicieron a Jesús en tono de burla, recordándole que para poder llevar a cabo su reforma de las estructuras religiosas, tendría que lograr lo imposible: sobrevivir a la crucifixión.
2. “El Mesías, rey de Israel, descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos”. La burla —que con esta frase queda claro que vino por parte de los Herodianos— llega más lejos: en esta frase se esconde la mofa sobre las perspectivas apocalípticas de Jesús: si verdaderamente D-os interviniese, entonces los escépticos herodianos podrían creer en todos los postulados Esenios-Qumranitas sobre el Fin de los Tiempos.
3. “Mirad, llama a Elías… veamos si viene Elías a salvarle”. Esta frase es fascinante: se da después de que Jesús repite el inicio del Salmo 22 (Eli, Eli, ¿lama sabajtani?). De hecho, tal cual está redactado este comentario se puede decir que es una estupidez. Jesús comenzó a recitar un Salmo, y sus detractores, según el texto, piensan que está llamando a Elías. Como si no conocieran el Salmo. En realidad, esto se refiere a otra cosa: recuérdese que “Elías”, en el monte de la transfiguración, representa al judaísmo anti-institucional y subversivo, muy seguramente vinculado con el movimiento los sicarios y los celotes. La expresión “veamos si viene Elías a liberarle” equivale a suponer que, como el plan de Jesús había sido desmantelado, el comando de guerrilleros que tenía que aparecer para rescatarle no iba a llegar, debido a que los dos líderes habían sido arrestados: Judas Iscariote junto con Jesús (aunque luego liberado, si bien —seguramente— en secreto), y Simón de Cirene, que debió ser uno de los crucificados junto a Jesús.
Hay una interesante referencia a los horarios de la crucifixión: se menciona que Jesús fue crucificado a la hora tercera, que hubo tinieblas a la hora sexta, y que “expiró” a la hora novena.
En resumen, que estuvo crucificado seis horas.
¿Qué sentido tiene este dato? El más obvio: que Jesús no murió en la cruz. La muerte por crucifixión podía retrasarse hasta cuatro días, y el único modo de acelerarlo era por medio de fracturar las piernas del crucificado, para que el peso del cuerpo lo matar por asfixia.
Pero la tradición cristiana es muy precisa al sostener que a Jesús no se le quebraron las piernas, por lo que no hay ninguna razón para suponer que murió.
¿La golpiza previa? Imposible: en primer lugar, no tiene mucho de extraño. Ese era el modo en el que se trataba a los crucificados normalmente, y con todo y ese trato brutal, tardaban hasta tres o cuatro días en morir.
El relato sobre la crucifixión no tiene nada de especial en cuanto al modo en que Jesús fue tratado. Por lo tanto, resulta totalmente inverosímil suponer que murió. Por el contrario, el texto ofrece dos razones para deducir que no murió (aunque el texto diga, en su nivel superficial, que “expiró”): la mención de que estuvo crucificado seis horas, y el hecho de que se le dio un poderoso sedante (vinagre con hiel, seguramente).
¿Quién le dio el sedante? No se especifica. Sólo dice que “uno puso vinagre…” Evidentemente, alguien que ya tenía la consigna de narcotizar a Jesús porque el plan de Caifás todavía no llegaba a su fin.

Las mujeres que seguían a Jesús

Interesante referencia: María Magdalena, y María la madre de Jacobo el Menor y José, y Salomé.
Es muy obvio que la segunda mujer mencionada es María, la madre de Jesús, ya que en un pasaje anterior se menciona que dos de los hermanos de Jesús se llamaban Jacobo y José.
¿Por qué no se menciona el parentesco de manera clara? Tal vez sólo porque fuera parte del estilo apocalíptico, pero también es posible que se omitiera el dato para no exponer la identidad de estas tres mujeres.
Pero recuérdese: ninguno de estos datos es accidental. Jamás quedan cabos sueltos, así que recuérdese qué mujeres han sido mencionadas, y de qué modo (especialmente la segunda, la propia madre de Jesús).

José de Arimatea

Un personaje enigmático: esta es la única vez que lo vemos participando activamente en el relato evangélico. No hay mucho que desenterrar sobre lo que hizo: negociar con Pilatos el cuerpo de Jesús para enterrarlo (nótese que Marcos menciona que Pilatos se sorprendió por la prematura muerte de Jesús; es una glosa tardía, pero demuestra lo inverosímil que era hablar de un crucificado que hubiese muerto en sólo seis horas).
La pregunta relevante, respecto a lo que hizo José de Arimatea, es ¿para qué negoció a Jesús?
Recordemos el plan de Jesús: llegar a Jerusalén, ser entregado en manos de los romanos, y resucitar al tercer día. Dicho plan se había echado a andar el jueves por la noche, por lo que la “resurrección” tenía que efectuarse el sábado en la noche (al comenzar el tercer día, no al terminar).
¿En qué consistía? En bajar a Jesús de la cruz. Vivo, naturalmente. ¿Quiénes? Su tropa, por supuesto. Es evidente que Judas Iscariote, y muy seguramente Simón el Celote, ya estaban preparados para ello.
¿Por qué podemos estar seguros de ello? Por los comentarios que se hacen al pie de la cruz: “veamos si viene Elías a liberarle”. Evidentemente, los sacerdotes que injuriaron a Jesús en ese momento estaban enterados que no sólo Jesús había sido arrestado, sino también los otros dos cómplices (y muy probablemente no sabían de la liberación negociada por Caifás de Judas Iscariote).
Estas frases nos aclaran el plan de Jesús, aunque lo curioso es esto: de ningún modo significa que el plan estuviese desmantelado. Y las razones son obvias: es muy dudoso que Judas y Simón fuesen los únicos líderes de la guerrilla. Si ellos habían sido arrestados, otros tomarían su lugar. Ese no era el problema.
¿Entonces? Seguramente, lo único que había que hacer era esperar. El hecho de que los sacerdotes (herodianos, seguramente) estuviesen tan seguros de que “Elías” ya no iba a venir a “liberar” a Jesús, evidencia que el cálculo de Jesús había sido correcto: entregándose, los líderes romanos y pro-romanos creerían que la revuelta habría sido conjurada.
Ello significaba algo muy simple: el plan seguía en marcha.
Pero también Caifás estaba enterado de ello, por lo que es evidente que tomó las medidas pertinentes para realmente desmantelar la revuelta.
Lo que hubiese seguido sólo lo podemos conjeturar: una vez convencidos de que todo había quedado resuelto, es probable que los romanos no fuesen a estar preparados para ser atacados por todos los celotes infiltrados en Jerusalén, disfrazados como peregrinos. El ataque se llevaría a cabo al terminar el Shabat, día y medio después de la crucifixión de Jesús.
Entonces apareció en acción otro personaje: José de Arimatea, para negociar el cuerpo de Jesús. En realidad, “negociar” debió implicar explicarle a Pilatos que todavía había un riesgo de ataque celote, y que Jesús sería liberado al concluir el Shabat.
¿José de Arimatea es otro nombre de Caifás? No lo creo. Caifás ya había negociado la liberación de Judas, seguramente bajo el pretexto de que Judas era irrelevante, y que el verdadero peligro era Jesús. Por lo tanto, no podía aparecer diciendo que en realidad, Jesús no era el peligro, sino los miles de celotes que ya estaban en Jerusalén.
¿Entonces? Para eso son importantes los datos sobre las mujeres, porque nos ayudan a reconstruir el vínculo familiar de José de Arimatea con Jesús.
Al final del relato sobre la “sepultura” de Jesús se vuelve a mencionar a las mujeres, aunque ya no se menciona a Salomé. Y respecto a María la mayor, sólo se dice que era madre de José. Y es obvio que, por el punto donde se da la referencia, se refiere a que es la madre de José de Arimatea.
Al siguiente versículo, donde empieza el relato sobre la resurrección, se menciona de nuevo, pero como la “madre de Jacobo”.
Esto nos da dos probabilidades: deducir que Jacobo y José son el mismo personaje, y que “José de Arimatea” fue Jacobo, el hermano menor de Jesús, o deducir que “José de Arimatea” es José, el siguiente hermano (en cuanto a edad) de Jesús.
De cualquier modo, el meollo es bastante claro ya que hemos atado los cabos: al pie de la cruz estuvo presente la madre de Jesús; luego, aparece en escena José de Arimatea, y las curiosas referencias sobre las mujeres, acomodadas justamente para que entendamos que también había un vínculo entre María y José de Arimatea, nos dejan claro que todo se trata de un asunto de familia.
En resumidas cuentas, lo que sucedió fue lo siguiente: cuando ya todo parecía resuelto, apareció con Pilatos uno de los hermanos de Jesús para advertirle que la revuelta seguía en pie, y que el hecho de que Jesús estuviese crucificado era, precisamente, la señal de ataque.
¿Solución? Simple: bajar a Jesús de la cruz para dejarle bien claro a los sublevados que su plan realmente había sido desmantelado. Y, naturalmente, mantener alerta a toda la guarnición romana.
¿Por qué aceptó Pilatos? Al final de cuentas, si se enteraba de que había que estar alerta, bastaba con poner en pie de guerra a su guarnición y dejar morir a Jesús. En ese sentido, sobresale el dato aportado por Mateo, respecto a que José de Arimatea era un hombre rico, ajeno al texto del Evangelio Original, pero seguramente basado en una tradición conservada oralmente.
¿Un soborno? Es lo más seguro. Era el mejor modo para tratar con un romano, y los líderes judíos lo sabían perfectamente.
Por supuesto, la condición fue terminante: “sepultar” a Jesús. O dicho de otro modo, retirarlo de la vida pública. ¿En donde? En un “sepulcro tallado en la piedra”.
Muy probablemente, el monasterio Esenio de Qumrán.
Hecho el trato, Jesús fue bajado de la cruz esa misma tarde, antes de que comenzara el Shabat, y llevado a Qumrán (a quince kilómetros de Jerusalén) para que se recuperara de sus heridas y quedara recluido por el resto de su vida.
Seguramente, la guarnición romana se puso en alerta máxima, y al terminar el Shabat los guerrilleros se enfrentaron a la situación que menos se esperaban: los romanos no iban a ser tomados por sorpresa, y su rey había desaparecido por completo.
El Reino de los Cielos se había esfumado, y las profecías tendrían que volver a esperar.

El “sepulcro” vacío

Esta, la última parte, comienza con una idea bizarra y absurda: tres mujeres (las dos Marías y nuevamente Salomé) que van a uncir a un muerto. Esto es totalmente extraño al judaísmo. En la antigüedad se acostumbraba recuperar los huesos de los sepulcros para luego colocarlos en osarios, pero varios años después (obvio: el cuerpo tenía que haberse descompuesto para que se pudieran recuperar sólo los huesos).
Pero ¿perfumar un cadáver? Una vez que una tumba es sellada, para la tradición judía es un sacrilegio volverla a abrir.
En realidad, el hecho de que este pasaje diga que las tres mujeres iban a ponerle “especias aromáticas” es otra prueba de que Jesús seguía vivo, y además que las tres mujeres tenían una parte bien definida en el plan: tenían que encargarse de la curación de Jesús.
Y por eso fueron a buscarlo al “sepulcro” (seguramente, Qumrán): estuviese en donde fuera, había que curarlo.
Sin embargo, llegaron a encontrarse con una sorpresa: Jesús no estaba allí.
¿Qué significa la “resurrección”? Muy simple: que Jesús se fugó, como pudo, del enclaustramiento al que lo habría condenado Pilatos.
Las tres mujeres fueron recibidas por un joven (o aun ángel, según la versión) vestido con ropa blanca, lo que confirma la idea de que el “sepulcro” es, en realidad, Qumrán, ya que la ropa blanca era la indumentaria típica de los Esenios.
Este esenio les notifica que Jesús ya no está allí, e incluso les da un recado para el Consejo de los Doce, y especialmente para Caifás: Jesús los espera en Galilea.
¿Amenaza? Tal vez. Acaso un modo de advertir que aunque se hubiera conjurado el primer proyecto, Jesús ya estaba libre y recuperándose en Galilea, fuera de la jurisdicción de Pilatos, para reprogramar la llegada del Reino de los Cielos.
Y, claro, era importante que Caifás estuviese informado, sobre todo para evitar que Pilatos se enterase.
En las copias más antiguas que se conocen, el relato termina en Marcos 16.8: “Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temor y espanto; y no decían nada a nadie, porque tenían miedo”.
¿Se puede pedir un texto más claro respecto a que las implicaciones de todo el relato tienen que ver con actividades subversivas? La única razón para que las mujeres tuvieran temor, espanto y miedo era que se daban cuenta de que los problemas no se habían acabado.
Pero de todos modos sorprende que el texto concluya aquí. Sería la única referencia que nos permitiría fechar el documento, deduciendo que fue escrito justo cuando Jesús estaba reorganizando su movimiento en Galilea, y como parte de su propaganda ideológica.
A partir de esa perspectiva, es probable que el Evangelio Original haya sido escrito un poco antes del año 30 DC, y por ello ya no se agregue ningún dato sobre lo que sucedió después.
¿Qué sucedió después? Resulta muy difícil de saber, e incluso imposible. El único documento donde se conservan datos sobre lo que pasó en los años siguientes, fue totalmente reelaborado por la tradición paulina, cuya postura política era completamente por-romana, por lo que es obvio que todos los aspectos que mostraban el perfil subversivo de Jesús fueron censurados. Toda esa información (o una parte de ella) quedó contenida en el libro que conocemos como Hechos de los Apóstoles, y al que le dedicaremos una nota posteriormente.
Por el momento, lo único seguro es que el Evangelio Original concluyó en este punto, justo cuando Jesús se había fugado de su encierro y retirado a Galilea para reorganizarse.
Gracias a este texto, quienes se involucraran en el proyecto de Jesús sabrían que lugar darle a los antiguos cómplices de la Casta Sacerdotal, especialmente a los dos que habían hecho los movimientos precisos para desmantelar el Reino de los Cielos: Caifás y Jacobo (o José) el Menor.
Muy probablemente, una de las frases que se le atribuyen a Jesús en la Última Cena haya sido a propósito de Caifás: “ay de aquél que me entrega; bueno le fuera a tal hombre no haber nacido”. La posterior tradición cristiana la habría puesto en relación a Judas, por una lógica simple y llana derivada de la lectura literal del documento.

He allí un propuesta de lectura del Evangelio Original, basada en su perfil apocalíptico, y por lo tanto, en su redacción a base de códigos para ocultar la verdadera anécdota.
Naturalmente, los detalles son muy discutibles, ya que para poder recuperar su verdadero sentido habría que conocer a detalle todos los códigos Esenios, y eso no es posible.
Sin embargo, hay algunos detalles que pueden asumirse como demasiado claros, gracias a la múltiple presencia de datos y referencias que los sustentan:
1. Jesús perteneció a la aristocracia judía. Los evangelios lo señalan como un príncipe de la casa de David, y Lucas además retoma una tradición según la cual estuvo emparentado con la Casta Sacerdotal por parte materna. El dato de que fue “carpintero” está basado en un código bien definido por Zacarías 1.18-21, que confirma que Jesús perteneció a la nobleza. Por lo tanto, todo el texto debe leerse desde esta perspectiva, y no desde la superficial, según la cual Jesús habría sido un humilde personaje que se rodeaba de otros humildes personajes.
2. Jesús tuvo un vínculo total y directo con la comunidad Esenia-Qumranita. Todas las secciones en donde se expresa más en la línea de los Fariseos son muy cuestionables, y seguramente añadidos tardíos. En cambio, los aspectos de autenticidad comprobable en el texto del Evangelio Original están elaborados en un estilo netamente emparentado con la literatura Esenia-Qumranita, especialmente por el discurso apocalíptico consignado en Marcos 13 y paralelos, así como por el hecho de que la historia de Jesús fue contada a partir de un molde Esenio estructurado con el paradigma más característico de esta secta: la relación Maestro de Justicia – Sacerdote Impío – Hombre de Mentira.
3. Jesús tuvo un fuerte choque con la Casta Sacerdotal debido a su pretensión de asumir el Sumo Sacerdocio. Muchas frases de Jesús evidencian este proyecto (como ante la pregunta de quién sería el mayor en el Reino de los Cielos). Además, esta idea fue asimilada por completo por el cristianismo, y la Epístola a los Hebreos conserva el razonamiento doctrinal con el que se pretendió justificar el Sumo Sacerdocio de Jesús. Finalmente, el relato de la Última Cena es contundente: en un momento fundamental para la conciencia escatológica y apocalíptica de los Esenios-Qumranitas, Jesús desplazó de sus funciones al Sumo Sacerdote.
4. Jesús no fue crucificado porque así “estuviera profetizado”. No existe ninguna profecía mesiánica que hable de algo semejante. Sus anuncios al respecto obedecieron, más bien, a su propio plan de acción.
5. Jesús fue bajado vivo de la cruz. Sólo estuvo allí seis horas, no se le quebraron los huesos, le dieron un fuerte sedante, y las mujeres más cercanas a él tenían la consigna de curar sus heridas.
6. El objetivo de Jesús era la instauración del Reino de los Cielos, que en el lenguaje judío de su época no tiene más que una aplicación: la liberación de Judea del yugo romano (o dicho en lenguaje codificado, es el “oficio del carpintero”).
7. La tradición cristiana se basó, eventualmente, en la lectura literal del texto, reconstruyendo al Jesús que no existió, sustituido por el Jesús diseñado para que los “no elegidos” escucharan sin oír, y miraran sin ver, tal y como el mismo Jesús lo advirtió en sus parábolas.

El que tiene oídos para oír, oiga.

Tercer Tema: EL JESÚS DE CARNE Y HUESO IV (LA ÚLTIMA CENA)

La “traición” de Judas

Probablemente no haya un mejor relato que este para ejemplificar de qué modo resulta confusa (voluntariamente, por supuesto) la apocalíptica.
Judas Iscariote ha tenido que cargar con el estigma de haber traicionado a Jesús por dinero. Sin embargo, el relato es, por sí mismo, tan inverosímil y frágil, que desde hace mucho se han hecho múltiples intentos por darle otra explicación, mismos que van desde teorías más o menos fumables, hasta reconstrucciones novelizadas.
Algunas son verdaderamente magníficas. Por ejemplo, la de Katzanzakis en “La Última Tentación de Cristo”, donde Judas no puede soportar la decepción al ver que Jesús no va a dirigir un levantamiento armado, y por ello lo entrega a las autoridades judías, esperando que Jesús, al verse en una situación extrema, reaccione y asuma su rol mesiánico. Digamos que es un Judas depresivo (el libro de Katzanzakis es, probablemente, el peor en materia de historicidad; pero no se puede negar que su reconstrucción —amén del análisis— de los temperamentos humanos —especialmente los de Judas y Jesús—, son, simplemente, una obra maestra).
Otros han intentado replantear los aspectos teológicos (como Borges), y es maravilloso leer conclusiones tan radicales y nada ortodoxas como la de que el verdadero redentor es Judas, no Jesús. El razonamiento es simple: Jesús no perdía nada yendo a la cruz, si de todos modos era D-os e iba a resucitar. Judas, en cambio, lo pierde todo al entregarlo. Por lo tanto, el verdadero sacrificio lo hizo Judas. Lo de Jesús sólo fue un trámite.
O los intentos de revalorización del que ha sido considerado el traidor por excelencia: ahí tenemos a Judas resucitando en Jesucristo Superestrella, la ópera rock de Broadway.
Pero regresemos al texto: desde varios capítulos antes, Jesús está insistiendo sistemáticamente en que su plan incluye ser entregado a las autoridades enemigas.
¿Cuál es la duda? Lo que Judas hizo, lo hizo en plena complicidad con el plan de Jesús (detalle que ya ha sido señalado infinidad de veces, pero que la dogmática tradicional de las iglesias cristianas se rehúsa a admitir).
El problema es que la satanización de Judas es un fenómeno muy antiguo, y en el mismo Nuevo Testamento está la evidencia: la Iglesia Primitiva anexó varios relatos no pertenecientes al Evangelio Original, y ello colaboró en la redefinición de Judas como un traidor.
Por ejemplo: el relato de la muerte de Judas. En primer lugar, no sólo hay un relato, sino dos, y completamente contradictorios. Pero lo significativo es que, en los Evangelios Sinópticos, sólo Mateo menciona que Judas haya decidido ahorcarse como consecuencia de su culpa. La total ausencia de dicho relato en Marcos y en Lucas evidencia que se trata de un añadido posterior.
Limitándonos a los contenidos compartidos por Mateo, Marcos y Lucas, que son los que nos ofrecen la perspectiva más próxima al Evangelio Original, lo único que podemos decir de Judas es que en este punto cumplió con su parte en el plan que Jesús había venido exponiendo desde varias semanas atrás.
Sólo falta identificar a los “principales sacerdotes y escribas”, que suele ser otro punto que generalmente se pasa por alto.
Sin embargo, en muchos relatos ya hemos visto que la especificación de “sacerdotes y escribas” no es muy clara (sobretodo, porque la versión final de estos textos se dio cuando las diferentes sectas judías ya habían desaparecido, y el único grupo que se mantenía vigente era el Fariseo-Rabínico). Pero el punto es que todos los grupos (Saduceos, Herodianos, Esenios-Qumranitas y Fariseos, tenían sacerdotes y escribas (aclaro: no significa que cada grupo tuviera su propia casta sacerdotal, sino que había miembros de la Casta Sacerdotal en todos los grupos, incluyendo —aunque en menor grado— a los Fariseos).
¿Quiénes son estos “sacerdotes y escribas” que querían matar a Jesús? Muy obvio: los de la parábola de los labradores malvados, donde está muy clara la acusación de la intención de matarle. Nos referimos, pues, a los Herodianos.
La ambigüedad del texto ha hecho que la tradición cristiana siempre haya creído que todos los sacerdotes querían ver a Jesús muerto, cuando lo cierto es que, por sus posturas políticas, los únicos que hubieran podido estar comprometidos con una postura tan extrema hayan sido los que defendían el status de Roma como autoridad en Judea. Y es un hecho que eso sólo lo defendía un grupo bien definido, vinculado con la dinastía herodiana y de posturas abiertamente helenistas.
Entonces el plan de Jesús empieza a revelarse en sus detalles específicos: dos días antes de la celebración de la Pascua, los jerarcas herodianos reciben la visita de un miembro del Consejo de los Doce, que les propone entregarles a Jesús a cambio de dinero (no se sabe cuánto; el dato de las treinta piezas de plata se deriva de un dislate enorme por parte de los autores del texto que conocemos como Mateo, que cayeron en una confusión enorme con una supuesta profecía de Jeremías, que en realidad está en Zacarías, aunque de un modo radicalmente distinto a como se maneja en Mateo).
¿El objetivo? No es un dato que se aclare en el texto, pero no es tan complicado imaginarlo: hacer creer a las autoridades que la revuelta habría sido evitada antes de iniciarse, por medio de la captura y ejecución de su líder.
¿Para qué engañar a las autoridades con este movimiento? Muy probablemente, para realizar un ataque sorpresa.
Tómese en cuenta que debido a que la Pascua era una festividad de peregrinación obligada a Jerusalén, la ciudad se estaba llenando de gente, lo que hacía fácil que también llegaran los sicarios que iban a participar en el primer ataque contra Roma. ¿Cuáles sicarios? Probablemente, los cinco mil mencionados unos capítulos antes.
Otro dato a considerar: según los Evangelios Sinópticos, ese año hubo una diferencia de un día entre la víspera de Pascua (o primer Séder) y el Día de Reposo (Shabat). En otras palabras: la primera cena se llevó a cabo un jueves por la noche; al día siguiente al atardecer comenzó el Shabat. Es evidente que el plan de Jesús tenía en cuenta esos detalles: celebrar el jueves con el Consejo de los Doce el inicio de la Pascua, ser entregado a las autoridades romanas de inmediato, y en consecuencia ser crucificado el viernes antes de que iniciara el Shabat.
¿Se trataba de un suicidio? Es evidente que no. Jesús habló de resucitar al tercer día, y en lo que hemos mencionado, ya van un día y medio involucrados (desde el jueves en la noche y todo el viernes). En cambio, la muerte por crucifixión tenía la característica de ser lenta, y tardaba entre tres y cuatro días (justamente, ese refinamiento de crueldad hizo que fuera el método de escarmiento más usado por los romanos).
Por lo tanto, es obvio que Jesús esperaba “resucitar” antes de que hubiese muerte en la cruz. En términos simples, al iniciar el primer día de la semana (de acuerdo con el modo judío de contar, el sábado en la noche).
La implicación más lógica es la siguiente: Jesús tendría que soportar la cruz durante todo el Shabat (desde el viernes en la tarde hasta el sábado en la tarde), y al finalizar este daría inicio la revuelta. Y uno de los primeros movimientos de los sublevados sería rescatar a Jesús, para garantizar que desde el primer día de la semana estuviera “resucitado”.
Pero para llegar a este punto había que conseguir su crucifixión. Y para ello, Jesús puso en manos de uno de sus hombres de mayor confianza el inicio de la treta.
¿Cuál de los miembros del Consejo de los Doce? Seguramente, el que estaba a cargo de todos los aspectos militares. Sin duda, el más incondicional a Jesús.
Judas el Sicario.

La Última Cena

Conocemos el relato: Jesús manda a dos de sus discípulos para preparar el lugar en donde celebrarían el primer Séder (cena) de Pascua.
El evento tiene dos momentos importantes. El primero retoma el asunto de Judas Iscariote, cuando Jesús comenta que esa noche uno de los que estaba allí sentado lo iba a entregar.
Ya habíamos mencionado la inverosimilitud de este pasaje, debido a la pueril reacción que tuvieron los demás apóstoles, por lo menos de acuerdo con la lectura literal del relato: todos preguntando “¿seré yo?”, como si la traición a Jesús se les pudiera ocurrir en ese mismo momento y luego llevarla a cabo mientras todos los altos jerarcas del judaísmo intentaban cenar la Pascua en sus casas.
Como se mencionó, eso nos dejaría con tres opciones: los apóstoles eran muy tontos, el redactor del texto era muy tonto, o la verdadera anécdota es diferente.
En este punto, ya podemos reconstruirla: Jesús había estado insistiendo en que su plan incluía “ser entregado”. Evidentemente, no les comunicó antes a los apóstoles quién se iba a hacer cargo de esta parte del plan, y volvió a mencionar el asunto mientras cenaban.
Podemos imaginarnos a Jesús diciendo algo así como “¿recuerdan que les dije que como parte del plan alguien tenía que entregarme? Bueno, pues sea quien sea, tendrá que hacerlo esta noche”.
Entonces tiene perfecto sentido que los miembros del Consejo de los Doce empezaran a preguntar “¿seré yo?” No es que no supieran que alguien iba a entregar a Jesús, si él mismo lo había venido insistiendo previamente, y varias veces. Era sólo que Jesús se reservó hasta el final el dato de quién iba a hacerse cargo de esa crítica parte del plan: el que comiera con él de su plato.
Los textos de Mateo y Lucas muestran diferentes aspectos de reelaboración. Por ejemplo, en Lucas está alterado el orden de la cena: primero se hace la bendición del pan y el vino, y luego se menciona la traición de Judas (en Mateo y Marcos es al revés); por su parte, en Mateo Judas también pregunta “¿seré yo?”, cosa que no sucede en Marcos o en Lucas; Marcos es el texto que ofrece la versión más compacta.
¿A qué se debe esto? A que los copistas de la Iglesia Primitiva, desde muy antiguo, se tuvieron que enfrentar al perfil bizarro de este relato, e intentaron “corregirlo” de un modo o de otro, aunque siempre cayendo en la treta Esenia: la base fue la lectura literal y simple del texto.
El resultado fue la distorsión de los caracteres de cada personaje: los apóstoles, unos tontos incapaces de entender lo que implicaba una traición; Judas, el más desafortunado de todos, un miserable traidor.
Justamente lo que el autor del Evangelio Original quería que pensara cualquiera que, sin ser Esenio, tuviese acceso a su documento.
Mencioné que el relato de la Última Cena tiene dos fases. Ya vimos la primera, en la que incluso se dice “mientas comían”. Pero hay otra parte, sumamente importante, y es la que entra en pleno contacto con la literatura Qumranita.

La Cena Escatológica

Uno de los aspectos más notables de la Regla Mesiánica de la comunidad Esenia-Qumranita, es que se tenía que celebrar una Cena Escatológica cuando “el Mesías se hiciera presente entre ellos”.
Este evento, al igual que la integración del Consejo de los Doce, sólo podía significar una cosa: la guerra estaba a punto de comenzar.
¿Por qué es evidente que la llamada Última Cena es esta Cena Escatológica? Por un detalle al que se le da, generalmente, poca importancia: la referencia al pan y al vino.
Generalmente, se asume que la Última Cena se celebró durante la primera noche de Pascua. Y, según el relato, es cierto: ese fue el momento. Sin embargo, la descripción de la Última Cena no coincide con la forma en la que se celebra la Pascua. En la época de Jesús, todavía se acostumbraba sacrificar un cordero para el evento. Y, sin embargo, el relato sólo menciona pan y vino.
¿Omisión del autor? No. Lo que sucede es que el autor está hablando de la Cena Escatológica de los Esenios-Qumranitas, que sólo hace referencia al pan y al vino.
Dicha cena no tenía, forzosamente, que celebrarse en Pascua. Es evidente que, por conveniencia, Jesús y el Consejo de los Doce la celebraron durante la primera noche de Pascual. ¿En qué sentido decimos que por conveniencia? En el sentido de que así podía pasar desapercibida, ya que es muy probable que fueran muchos los que estuvieran enterados que dicho evento era, en lenguaje llano, una declaración de guerra.
La descripción de cómo tenía que realizarse la Cena está en la Regla Mesiánica de Qumrán:
Y cuando llegue la hora de tomar el alimento y beber el mosto que se debe haber preparado para el banquete de la Alianza, que nadie tienda entonces la mano para partir el pan antes que el sacerdote, porque es él quien debe partir el pan y distribuir el mosto y tender la mano el primero.
Inmediatamente el Mesías de Israel tenderá la mano para tomar el pan y después de él toda la asamblea hará lo mismo, siguiendo el orden de sus respectivos puestos.

Hay una gran coincidencia entre el relato del Nuevo Testamento y este pasaje de la Regla Mesiánica, lo mismo que una gran diferencia.
La gran coincidencia es el concepto de “Alianza” como eje de la celebración de la Cena Escatológica. Según los evangelios, fue en ese momento donde Jesús selló un “nuevo pacto” (forma alternativa para traducir “nueva ALIANZA”); según la Regla Mesiánica, dicha Cena era el “banquete de la ALIANZA”.
Pero hay una diferencia enorme: según la Regla Mesiánica, la bendición del Pan y del Vino tenía que ser hecha por el Sacerdote a cargo. De hecho, dice muy claramente que “nadie tienda entonces la mano para partir el pan antes que el sacerdote”. Sólo hasta que el Sacerdote hubiese cumplido con su parte ritual, se le daría el Pan y el Vino al Mesías (es decir, al Rey).
En cambio, en la Última Cena fue Jesús quien tomó el pan y el vino para bendecirlos.
¿De qué se trata esta diferencia?
De algo muy simple: Jesús recalcó en el momento más importante de los protocolos rituales Esenios que ÉL, Y NADIE MÁS, IBA A SER EL SUMO SACERDOTE.
En realidad, esta conducta por parte del Mesías debió ser desconcertante y escandalosa para todos, que estaban esperando a que un miembro de la Casta Sacerdotal (a estas alturas es muy fácil inferir que tenía que ser Pedro) hiciera la bendición del pan y del vino. En cambio, antes de que el sacerdote pudiera cumplir su parte del rito, Jesús se adelantó y asumió (o más bien: usurpó) sus funciones.
El mensaje estaba claro: para Jesús no había marcha atrás. En el Reino de los Cielos con el que soñaba, los dos linajes mesiánicos tenían que estar fusionados en aquel que era descendiente de David por la línea paterna, y descendiente de Aarón por la materna. Un solo Mesías, al igual que en el cielo de los ángeles.
Es curioso, pero a la luz de la información recuperada en los Rollos del Mar Muerto, todo parece indicar que el relato de la Última Cena contenido en el Evangelio Original no tuvo como objetivo narrar el modo en el que se consolidó la Nueva Alianza. Por el contrario: es, más bien, una denuncia del error garrafal cometido por Jesús, el Mesías de David, en su afán por concentrar en sus manos todo el poder.
A partir de este punto, el relato sigue un curso inevitable: el modo en el que la Casta Sacerdotal (dirigida por Pedro), desmanteló la revuelta que Jesús había preparado.
Era inevitable: la conducta de Jesús había superado por mucho el límite de paciencia de los poderosos Saduceos, e incluso de los rigurosos Esenios.
Este relato nos cuenta, en realidad, las razones de por qué en el momento crítico, Jesús se quedó solo.

Debe aclararse que Jesús, por decirlo de algún modo, tenía sus cartas bien escogidas, y la que quiso jugar para imponer su proyecto fue la inminencia de la guerra: por mucho que no estuvieran de acuerdo con su pretensión al Sumo Sacerdocio, la guerra era inevitable (o, por lo menos, así lo creía él).
Y no era el único aspecto falaz del que Jesús estaba seguro. También estaba convencido de que la victoria era inevitable. De allí se deriva una expresión tan conocida (y poco entendida) como “no volveré a tomar del fruto de la vid hasta que lo haga en el Reino de los Cielos”.
La implicación de esta frase es evidente: una semana después, cuando la Pascua estuviese terminando y llegara el siguiente Shabat, Jesús volvería a hacer la bendición del vino, con una diferencia contextual de la mayor magnitud posible: ya habría iniciado el Reino de los Cielos, Jerusalén estaría libre de romanos, y la campaña militar para desalojar al Imperio de las fronteras de Judea, Samaria y Galilea estaría en marcha.

El anuncio de la negación de Pedro

No podía suceder algo más obvio que una discusión entre Jesús y Pedro, justamente después de que el Mesías de David hubiese desplazado de sus funciones al Mesías de Aarón, en el momento más crítico.
Es evidente que Jesús percibió el ambiente hostil que su actitud provocó, al punto que tuvo una discusión muy interesante con Pedro.
Naturalmente, hay que olvidarnos de la imagen típica de Jesús advirtiendo a Pedro que lo habría de negar, y el apóstol en un estado casi depresivo jurando que jamás lo haría.
Lo que está detrás de estos versículos es que Jesús tuvo que discutir con Pedro el complejo asunto de la lealtad. Cierto: había usurpado su lugar, confirmando con ello que lo iba a desplazar del Sumo Sacerdocio.
¿Ingenuidad o cinismo? Imposible decidirlo, pero el caso es que Jesús todavía se atrevió a discutir con Pedro sobre lealtad.
Es evidente que Jesús intuía que Pedro no estaba nada contento, y por eso anticipa las probabilidades: “esta noche me vas a negar”. Dicho de otro modo: “esta noche vas a cambiar de bando”. Y Pedro, lo mismo que los demás sacerdotes del Consejo de los Doce, le aclara que no.
¿Malicia o cinismo? Imposible decidirlo, pero el caso es que Pedro era demasiado buen político. El resto del relato nos muestra dos cosas: la primera, que Pedro no cambió de bando. La segunda, que ya tenía sus propios planes para detener a Jesús y evitar la catástrofe.
Una cosa queda clara: el hecho de que Jesús anunciase la negación de Pedro significa que, cuando salieron de esa cena, el Mesías de David ya intuía que las cosas acaban de salirse de su control, y que la llegada del Reino de los Cielos empezaba a depender no de él, ni de las profecías, sino de un poderoso Saduceo al que tal vez debió haber tratado de un modo menos agresivo.
El apóstol Pedro.

Tercer Tema: EL JESÚS DE CARNE Y HUESO III (DESDE LA LLEGADA A JERUSALÉN HASTA EL DISCURSO APOCALÍPTICO)

Los momentos previos a la llegada a Jerusalén

Ahora puede notarse que, una vez que quitamos los relatos que no pudieron ser parte del Evangelio Original, los acontecimientos sucedidos entre el exorcismo en Gadará y la llegada a Jerusalén no abarcan mucho tiempo.
Esta sección, con la que inicia el relato de la fase final del ministerio de Jesús, arranca con una nueva descripción del plan de Jesús, mismo que podemos empezar a desenredar.
Sabemos de qué trataba: llegar a Jerusalén, ser entregado en manos de los romanos, ser crucificado y resucitar.
A la luz del contexto crítico que había en Judea en ese momento, ¿de qué trata ese plan?
Evidentemente, de que Jesús se iba a entregar a las autoridades romanas tan pronto estuviese en Jerusalén. ¿Para qué? La única respuesta lógica es que para hacerlos suponer que una vez eliminado el liderazgo mesiánico de Jesús, la revuelta quedaba conjurada.
¿Cuál revuelta? La que los romanos empezaban a sospechar que estaría a punto de estallar. ¿Por qué? Porque seguramente, ya se habían enterado de que había sucedido una confrontación armada en Gadará, y que los judíos nacionalistas ya habían organizado un ejército con recursos garantizados.
Lo extraño en el plan de Jesús era, naturalmente, que no pensaba quedarse muerto en la cruz, sino “resucitar” (ya analizaremos ese punto más adelante).
Luego se menciona la curación de un ciego (dos, según Mateo), referencia a una última restitución por parte de Jesús a alguien que debió haber estado proscrito por el rigor Esenio.

La entrada triunfal en Jerusalén

Un Mesías no nace siendo Mesías. Esa es una idea que fue elaborada por la teología cristiana posterior, pero en su contexto judío original, el rango Mesiánico sólo puede ser obtenido a partir de recibir la Unción (ya fuese la de la realeza o la del sacerdocio). Basta con ver la etimología: Mesías, del hebreo Mashiaj, significa simplemente Ungido.
Por lo tanto, si Jesús aspiraba a desplegar un rol mesiánico, tenía que haber recibido una unción.
Muchos comentaristas cristianos del Nuevo Testamento han señalado el pasaje de Juan 12.1-8 como el punto donde se menciona la unción de Jesús, llevada a cabo —en un sentido muy simbólico— por María Magdalena.
Dicha apreciación carece por completo de validez. El rango mesiánico es demasiado importante como para que pueda ser adquirido sólo porque se es uncido en cualquier lugar y por cualquier persona. De hecho, la unción mesiánica (para la realeza o para el sacerdocio), tenía que ser administrada por gente de la Casta Sacerdotal. De hecho, la unción del rey (el rango mesiánico natural para Jesús por ser descendiente del linaje davídico) tenía que ser, por lógica, administrada por el Sumo Sacerdote.
Si el mesianismo de Jesús hubiese dependido del relato de Juan 12, en donde es uncido por una mujer, desde ese mismo momento el perfil mesiánico de Jesús quedaría desechado por la tradición judía.
Vamos a concentrarnos en el pasaje que hemos mencionado: la entrada triunfal en Jerusalén. ¿De qué trata? En pocas palabras, de cómo la población judía de Jerusalén reconoció en Jesús al Rey Mesías de David. Por lo tanto, queda implícito que en esta ocasión Jesús fue uncido por las autoridades competentes. Es decir, por el Sumo Sacerdote.
Cierto: nada de eso está mencionado, pero está inevitablemente implícito en el relato. De otro modo, Jesús no hubiese podido ser declarado Rey de los Judíos, única razón para que se le hubiera cantado a coro “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!”
Ahora piénsese en esto: ¿resultaba prudente tanta exaltación popular justo cuando era obvio que Jesús estaba involucrado en actividades subversivas? No, y muchos cuadros de liderazgo judío lo sabían. Por eso, no resulta extraño que Lucas registre un dato extra, según el cual los Fariseos le sugirieron que callase a sus seguidores. La respuesta de Jesús es perfectamente lógica: si ellos callasen, hablarían las piedras.
Es claro que para Jesús no había vuelta atrás en este momento: estaba en pie de guerra contra Roma, y estaba siendo reconocido como el heredero del Trono de David.
Se sabe que Roma nunca tuvo inconveniente en que los judíos conservaran este tipo de roles, siempre y cuando lo hicieran en un nivel simbólico. El problema era que Jesús ya había dejado claro que iba a salirse del nivel simbólico, e iba a funcionar como un verdadero rey. De allí la inquietud natural de Herodes, misma que no iba a tardar en contagiarse a Roma.
De este relato podemos deducir otro dato extra: si Jesús estaba siendo uncido como Rey, es porque el trono (aún en sus límites simbólicos impuestos por Roma) estaba vacante, lo que seguramente implica que José, el padre de Jesús (y, por lo tanto, el heredero legítimo anterior) tenía poco tiempo de haber muerto.
El asunto crucial es este: según el relato, en este momento Jesús estaba asumiendo oficialmente, de acuerdo a la tradición judía, su rol como “carpintero”, por lo que todo el pueblo estaba verdaderamente expectante.
Sólo que había un problema: el popular y carismático nuevo Mesías tenía intenciones demasiado complicadas en relación al Sumo Sacerdocio, y para Pedro y quienes se oponían a sus pretensiones, era muy importante observar el modo en el que Jesús se habría de comportar en esos momentos críticos.

La purificación del Templo

La anécdota es bien conocida: Jesús entra al Templo y vuelca las mesas de los cambistas, libera a los animales y expulsa a los comerciantes.
Ya comentamos, en alguna nota anterior, los aspectos inverosímiles del asunto: ¿cómo pudo un hombre solo desbaratar todo un mercado? Claro: no ha faltado quien se imagine a Jesús dirigiendo un espontáneo movimiento popular, ensalzando de ese modo el perfil “revolucionario” de Jesús.
Pero hay otro detalle significativo: más adelante, cuando Jesús es juzgado ante el Sanedrín, no se menciona que haya protagonizado todo un acto subversivo en el Templo (cosa que hubiera sido muy bien aprovechada en su contra). Y cuando es presentado ante Pilatos, tampoco.
El sentido nos queda claro gracias a esas omisiones: la anécdota no es literal (como todas las demás anécdotas del Evangelio Original), sino que oculta algo más complejo hecho por Jesús.
¿Qué pudo haber sido?
En este punto, hay suficiente evidencia en el Nuevo Testamento para saberlo: “purificar el Templo de sus comerciantes”, esos que hacían un mercado de lo que tenía que ser una Casa de Oración, se refiere al primer movimiento político de Jesús, en su calidad de Rey recién reconocido: la reforma del Sacerdocio judío.
Es lógico: en tanto Esenio-Qumranita, Jesús fue parte de un sector aristocrático que siempre estuvo en contra de la forma en la que se había institucionalizado el Sacerdocio desde las épocas de los primeros Hasmoneos (unos ciento setenta años antes).
Pero, además, Jesús tenía la pretensión específica de asumir el Sumo Sacerdocio, y de ello sobra evidencia en la Epístola a los Hebreos, que —con todo y se la perspectiva cristiana del asunto— recopila el argumento teológico que Jesús quiso establecer: el nuevo Sumo Sacerdocio no sería conforme a un orden humano, sino conforme a un orden angélico. Por ello, el modelo y punto de partida ya no debía ser Aarón, sino Malkitzadek, el Arcángel que, según la tradición judía, es Rey y Sumo Sacerdote al mismo tiempo.
Teniendo esto en mente, cobra perfecto sentido un extraño diálogo entre Jesús y sus discípulos sucedido después de la “purificación” del Templo: los discípulos le hablan de la belleza del Templo, y la magnificencia de sus piedras. Jesús, lacónico, contesta que no quedará piedra sobre piedra. E incluso pone límite de tiempo: tres días.
Semejante diálogo parece un delito menor (si acaso parece delito) en comparación con la “violencia” con la que expulsó a los cambistas del Templo. Y, sin embargo, de ese diálogo sí fue acusado en su juicio ante el Sanedrín.
¿Por qué? Porque es el meollo de lo que realmente implicó esa “purificación”: el comentario de lo bellas que eran las piedras del Temlo, seguramente disfraza que el Consejo de los Doce, que incluía sacerdotes, le insistieron a Jesús que la institución sacerdotal era una parte esencial del judaísmo, y que no debería prescindir de la misma, e igual ni siquiera reformarla. Pero la respuesta de Jesús fue tajante: no iba a dejar intacta una estructura que le resultaba estorbosa. O dicho en código: no iba a dejar piedra sobre piedra. Y además aclaró que eso sólo le iba a tomar tres días.
Es obvio que la posterior teología cristiana entendiese esto como un anuncio de su resurrección, desviando la aplicación de la frase de Jesús hacia su propio cuerpo, no hacia el Templo.
Pero esto también es inverosímil. En ese caso, Jesús queda expuesto como un chiflado al que le hablan de una cosa (el Templo), y él contesta de otra (su cuerpo). No: aquí queda claro que el plan de Jesús tenía que cumplirse en el transcurso de tres días, en los cuales —integrando los datos que hasta aquí han aparecido— debía ser entregado a los romanos, ser crucificado y resucitar, pero también “destruir un Templo” y “construir otro”. Es decir: en el mismo lapso de tiempo, los romanos tenían que aprehender a Jesús y creer que la sublevación había sido conjurada, y al mismo tiempo tenía que establecerse la base para un nuevo judaísmo, sin el control de la vieja Casta Sacerdotal, y —obviamente— sin romanos.

Las cinco controversias finales

A continuación, vienen cinco controversias diferentes, aunque una de ellas está dividida en dos secciones. Resulta un poco complicado identificar bien a los interlocutores, por dos razones: la primera es que, como ya sabemos, los textos que disponemos (Mateo, Marcos y Lucas), fueron sistemáticamente ajustados durante un proceso que duró varios siglos, por lo que es obvio que no disponemos del texto original. La segunda es que, en coherencia con lo anterior, cuando esto llegó a su punto final de redacción, el cristianismo no tenía una idea completa de lo que había sido el judaísmo de la época de Jesús.
Sin embargo, atando los cabos entre un texto y los otros, es factible reconstruir los aspectos generales.
El primero que se puede obtener es que cada discusión fue contra un grupo distinto. La primera, muy seguramente contra la dirigencia de los Esenios; la segunda, contra judíos helenistas del partido herodiano; la tercera, contra Saduceos; la última, contra Fariseos.
¿De qué tratan estas discusiones? Lo primero que podemos decir es que si están presentadas a modo de discusiones, lo más seguro es que no hayan sido diálogos en el modo en el que los textos nos relatan el evento. Más bien, es probable que se trate de una forma de exponer la situación ideológica que Jesús propuso al final de su “ministerio”. Dicho de otro modo, digamos que este es el ideario político de Jesús, enfocado desde el punto de vista de sus diferencias con cada sector del judaísmo.
Así pues, comencemos con el análisis de cada controversia.

El primer pasaje es una controversia con los altos dirigentes de la Casta Sacerdotal. A estas alturas del relato, podemos dar por hecho que algunos de ellos eran parte del Consejo de los Doce (por lo menos Pedro, cuyo rango sacerdotal debió ser lo suficientemente alto como para que Jesús, antes de proyectar ser él mismo Sumo Sacerdote, le hubiese ofrecido el cargo), por lo que el diálogo entre altos jerarcas judíos y Jesús es mencionado como algo tan normal. De ello, podemos deducir que se trata de Esenios, y no de sacerdotes en general. Hay otro elemento para sustentar esta idea: la tercera controversia es, justamente, contra Saduceos, que eran los dirigentes de la Casta Sacerdotal en general. En consecuencia, asumimos que esta “controversia” es con la dirigencia Esenia.
La queja contra Jesús es simple: ¿quién le dio autoridad para hacerle reformas a la Casta Sacerdotal?
Si nos atenemos al relato y nos quedamos con su sentido literal, la respuesta de Jesús es tramposa y evasiva: suelta una pregunta sobre Juan el Bautista, y ante la negativa de los sacerdotes a contestar, Jesús evade el tema diciendo “si ustedes no me contestan, yo tampoco”.
Evidentemente, el diálogo fue más complicado que eso. Analicemos lo que dijo Jesús: “El bautismo de Juan, ¿era de D-os o era de los hombres?”
Como ya hemos visto en pasajes anteriores, hay evidencia para sustentar que no todos los sectores Esenios estuvieron de acuerdo con el proyecto de Jesús (recuérdese la famosa frase de que “no hay profeta sin honra sino en su propia tierra”). Y lo cierto es que la labor de Juan el Bautista como Instructor de la secta había sido el punto de partida.
Hay un punto extra que mencionar sobre los Esenios: es muy factible que no hayan sido un movimiento unificado. Las evidencias arqueológicas revelan que aunque el grupo más riguroso se mantuvo en contacto directo con el monasterio de Qumrán, en diferentes ciudades de Judea hubo amplias comunidades de Esenios, y no es seguro que todos hayan sido el mismo tipo de Esenio. De hecho, la literatura sectaria recopilada en Qumrán muestra que había temas en los que las opiniones eran divergentes; y los relatos sobre Jesús también muestran divisiones internas en el propio movimiento.
¿De qué se trata, entonces, la respuesta de Jesús? Obviamente, no se trata de una evasiva. Por el contrario: ante la dirigencia de la secta a la que él mismo pertenecía, Jesús planteó las cosas del modo más radical posible.
Juan el Bautista había anunciado que el que venía tras él —y todos sabían que el mismo Juan había reconocido a Jesús como tal— habría de bautizar al pueblo judío en Espíritu Santo y fuego. Entonces, lo que Jesús está preguntando es simple: Juan el Bautista anunció que yo los llevaría a la guerra contra Roma. Eso que dijo, ¿fue por inspiración divina, o simple idea suya?
El problema real de semejante pregunta fue que las cosas estaban en un punto casi irremediable (de hecho, es muy probable que Jesús lo considerase ya como sin alternativas). La guerra estaba enfrente. ¿Cuál postura iban a tomar? Si negaban que Juan hubiera hablado como profeta, se estarían poniendo del lado de Roma. Aceptar que Juan hubiera hablado en nombre de D-os, los obligaba a apoyar a Jesús.
En ese momento, para molestia de Jesús, es evidente que la secta Esenia no tomó una resolución, y a ello se refiere la respuesta que dan los líderes Esenios: “no sabemos”. Entonces Jesús también puso límites a lo que estaba dispuesto a discutir: en tanto no se decidiera si se le iba a dar el apoyo total, él no tenía por qué entrar en detalle sobre su autoridad (o falta de) para hacer reformas en el sacerdocio.
De todos modos, su postura ideológica frente a los Esenios quedó clara: Juan el Bautista ya había anunciado que le correspondía a Jesús dirigir la guerra contra Roma; Jesús mismo ya estaba bien avanzado en ese propósito; finalmente, él se asumía como alguien con toda la autoridad necesaria para reformar el sacerdocio.

La siguiente controversia fue contra los Herodianos. O dicho de otro modo, el siguiente pasaje nos muestra el proyecto político de Jesús comparado con el proyecto del judaísmo helenista que apoyaba la ocupación romana.
Esta es la controversia dividida en dos secciones: la primera es la parábola de los labradores malvados; la segunda, la discusión sobre la legalidad del tributo.
¿Cómo sabemos que ambas secciones están vinculadas? Porque Lucas deja en claro que quienes le hicieron la pregunta sobre el tributo a Jesús, lo hacían de parte de los “sacerdotes y escribas” que se habían molestado por la parábola de los labradores malvados, ya que habían entendido que era para ellos. Y Mateo aclara que la pregunta sobre el tributo fue hecha por Herodianos y Fariseos.
Tenemos, pues, tres grupos mencionados: sacerdotes y escribas, Herodianos y Fariseos. En términos simples, es imposible que en la realidad se hayan presentado los tres grupos, porque es un hecho que tenían posturas disímiles sobre muchas cosas (y una, justamente, eran los tributos, rechazados por la mayoría popular que integraba el movimiento de los Fariseos). Entonces, lo lógico es suponer que el grupo originalmente mencionado por el texto inicial sólo mencionaba sacerdotes, escribas y Herodianos, lo cual no representa ningún problema de identidad: justamente, el grupo Herodiano estuvo dirigido religiosamente por el sector sacerdotal vinculado con los cotos de poder que en otra época tuvieron los Hasmoneos.
La parábola es simple: un grupo de labradores contratados para atender una viña, intentó apoderarse de la misma. Primero rechazó y agredió a los representantes del dueño, y finalmente mataron al hijo para intentar apoderarse de la heredad.
Es una historia de usurpación, y eso hace evidente que el discurso iba contra los grupos vinculados con los Hasmoneos. Desde el año 158 AC, los Hasmoneos habían despojado a los Saduceos del ejercicio del Sumo Sacerdocio. Más adelante, se habían proclamado reyes de Judea, y con ello habían consumado la usurpación. Herodes los había despojado, inicialmente, de ambos cotos de poder, pero al final de cuentas los herederos políticos de Herodes fueron los descendientes de Mariamne Hasmonea, su primera esposa judía, por lo que los últimos Hasmoneos eran, en realidad, gente demasiado poderosa aún.
La visión de Jesús sobre ellos es simple: de ningún modo eran los herederos del Reino, y todo lo que habían hecho era un burdo intento por usurpar lo que no les correspondía.
¿En qué sentido “mataron al hijo”? Naturalmente, en uno simbólico. Recuérdese que en el pasaje de la Hija de Yair, la resurrección está vinculada con una restitución. Dicho de otro modo: la “muerte” equivale a ser desconocido o marginado.
La teología Hasmonea, y eventualmente Herodiana, era categórica al respecto: no había, en realidad, ninguna base para suponer que los herederos exclusivos del trono fuesen los descendientes de David, y menos aún que los descendientes de Zadok fuesen los únicos aaronitas autorizados para el ejercicio del Sumo Sacerdocio. Por lo tanto, los reclamos de legitimidad de Jesús eran infundados, y él mismo sólo era un subversivo. Desde su punto de vista legal, Jesús estaba “muerto”. Es decir: no tenía derecho a reclamar el trono.
La postura de Jesús es simple: D-os mismo vendrá y exterminará a esos “labradores malvados”. En palabras normales, Jesús dejó claro que su dictamen contra los Herodianos era una sentencia de muerte.
Pero había otro detalle: esa sentencia era para sus enemigos pro-romanos con lo que convivía en Judea y Galilea, pero ¿qué postura iba a asumir frente al Imperio?
De eso se trata la discusión sobre el tributo. En la parábola de los labradores malvados, el tema son los judíos que apoyan a Roma; en la discusión sobre el tributo, el tema es Roma como entidad imperial. Y la postura de Jesús es igualmente radical: Roma debe quedar totalmente fuera de Judea.
A eso se refiere una frase tan enigmática como “dad al César lo que es del César, y a D-os lo que es de D-os”.
Simplemente, véase en esta óptica: cada gobernante mandaba a hacer sus propias monedas, con su propia efigie en uno de los costados. Por eso, Jesús pregunta: “¿De quién es la efigie?” La respuesta es simple: del César. La lógica de Jesús también: pues entonces es de César.
Pero los planes de Jesús eran que, justamente eso, iba a cambiar. Dicho de otro modo: una vez llegado el Reino de los Cielos, Judea no iba a estar sometida a Roma. Por lo tanto, no se iban a volver a fabricar monedas con la efigie de César. Resultado: César se podía ir olvidando de los tributos de Judea.

El siguiente turno es de los Saduceos, que llegan a hacer una pregunta muy extraña, como si al final de cuentas todo el evento sólo fuera una feria para que Jesús contestara preguntas a granel: el asunto es la resurrección. Según nos informan los evangelios, los Saduceos no creían en la resurrección, y ese dato está confirmado por el Talmud.
El punto es este: ¿realmente sólo fue una cuestión de curiosidad teológica? Es muy improbable. Lo que aquí se está solventando es la postura que Jesús definió en el momento en el que la guerra, por lo menos según él mismo, era inminente.
Y el tema es la resurrección.
Vamos enfocando el punto desde la perspectiva de los Esenios: ¿cuándo iba a suceder la resurrección? En el Fin de los Tiempos. Y ¿qué faltaba para que llegara el Fin de los Tiempos? La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas. Justamente, la guerra que Jesús estaba intentando iniciar.
Entonces, la dimensión de la pregunta es mucho más amplia. Lo que los Saduceo, en un momento dado, le pidieron a Jesús que aclarara era si realmente estaba dispuesto a llegar hasta el punto culminante de todo (la resurrección de los muertos, según el ideario de los Esenios).
Y la respuesta nos muestra que Jesús simplemente contestó que sí.
Que iba por todo: guerra, destrucción, redención y el Juicio Final. Y después de eso, la resurrección.

Finalmente, la postura de Jesús frente a los Fariseos. Y aquí el asunto es la naturaleza del Mesías.
A la fecha, el judaísmo rabínico (heredero de los Fariseos) mantiene la postura de que el Mesías es un personaje limitado por lo establecido por la Ley (Torá). En ese sentido, es obvio que los Fariseos tampoco estaban de acuerdo con la pretensión de Jesús de reformar el Sumo Sacerdocio, porque las características del mismo estaban bien definidas en la Torá, y era claro que Jesús no tenía autoridad para cambiar nada de ello. Menos aún, para asumir el Sumo Sacerdocio.
El pasaje nos muestra a Jesús haciendo una pregunta capciosa muy modesta en cuanto a su rigor intelectual, ya que todo se limita a un juego de palabras poco complicado tomado del Salmo 110. Pero es claro que el punto no fue ese, sino dejar implícito en la pregunta de Jesús (“¿por qué David le dice Señor al Mesías?”) que él estaba convencido de que el Mesías estaba por encima de la Ley, y sobre todo, del sacerdocio institucional.
¿De qué trata el Salmo 110? A muchos les puede sorprender, pero ese Salmo habla del Arcángel Mijael (Miguel), también conocido como Malkitzadek (Melquisedec) en las tradiciones antiguas del judaísmo, y muy especialmente en el contexto Esenio-Qumranita.
Según estas tradiciones, Mijael-Malkitzadek era, al mismo tiempo que guardián de Israel, Rey y Sumo Sacerdote de los ángeles.
Al hacer referencia a este Salmo, Jesús hizo el primer intento por imponer la doctrina de que él podía ejercer el Sumo Sacerdocio según el modelo de Malkitzadek, que es Rey y Sumo Sacerdote al mismo tiempo.
Eso, naturalmente, implicaba pasar por encima de lo instituido en la Torá, pero está claro que ese fue el intento concreto de Jesús, y el eco de esa doctrina ha quedado inmortalizado en la Epístola a los Hebreos, donde el razonamiento es enredado pero lógico (por lo menos para los que quieran asumir el rechazo al sacerdocio instituido por la Torá): Malkitzadek recibió tributo de Abraham (Génesis 14.17-24); tomando en cuenta que Abraham fue bisabuelo de Levi, y Aarón fue de la tribu de Levi, se debería asumir que Aarón le dio tributos a Malkitzadek por medio de su ancestro Abraham. De lo cual se deduce que Malkitzadek es mayor que Aarón, y por lo tanto, el mejor Sumo Sacerdocio es el de Malkitzadek, no el de Aarón.
Naturalmente, para la lógica Farisea (y, eventualmente, rabínica), semejante razonamiento es poco menos que ridículo. En primer lugar, porque Jesús no fue descendiente de Malkitzadek, sino de David. Llegado el caso, Jesús no estaba en mejores condiciones que Levi o que Aarón, en tanto él también era descendiente de Abraham. Según esta lógica, entonces Jesús también habría dado tributos a Malkitzadek por medio de Abraham. Por lo tanto, si Levi y Aarón no representaban lo más excelso, Jesús tampoco.
Por otro lado, si D-os ha querido darles ese tipo de sacerdocio a los ángeles, está bien. Pero la Torá deja claro el tipo de sacerdocio que, según el judaísmo, D-os prescribió para los judíos: el sacerdocio aarónico.
Reordenemos las ideas: si Jesús, en sentido literal, le hubiera hecho esa pregunta a los Fariseos, estos seguramente se hubiesen reído por el poco rigor intelectual del príncipe Esenio a la hora de discutir teología.
No. El asunto es diferente, más complejo. El pasaje nos dice que la postura que Jesús asumió frente a los Fariseos fue la de que él, en tanto aquel que iba a fusionar los dos linajes mesiánicos, estaba por encima de lo prescrito en la Ley.

Resumamos las “controversias” de Jesús: es sorprendente que, justo antes de darle inicio a su revuelta, dejara en claro que tenía diferencias con todos. A los Esenios les plantó en la cara su obstinación por reformar aquello para lo que no tenía autoridad; a los Herodianos les recordó que iban a ser ejecutados cuando Roma quedara fuera de Judea; y los Saduceos les advirtió que, efectivamente, su plan era llevar el levantamiento hasta las últimas consecuencias; y a los Fariseos les dejó en claro que su nivel como Mesías estaba por encima de la Torá.
Vamos a decirlo en palabras más concretas: Jesús era megalómano, nada prudente, y un pésimo político.
Descartando a los Herodianos —enemigos naturales de los Esenios por su abierto apoyo a Roma— Fariseos, Saduceos y Esenios eran la base del movimiento que Jesús pretendía dirigir.
Y lo que nos deja en claro esta secuencia de “discusiones” es que, justo cuando menos le convenía, a Jesús se le ocurrió ponerlos en su contra.
Exactamente lo que hace la gente enferma de poder.

La reforma al sacerdocio

Ya habíamos mencionado este pasaje. Repasémoslo brevemente: los discípulos le comentan a Jesús que las piedras del Templo son magníficas. Hay que recalcarlo: difícilmente podría uno imaginarse un comentario tan trivial. Más aún: difícilmente se podría uno imaginar a un escriba tan trivial, como para ser capaz de incorporar en el texto algo que casi merece el epíteto de tontería.
Es obvio, entonces, que el asunto no era platicar sobre arquitectura. La alabanza del Templo fue, en realidad, la insistencia de los sacerdotes que eran parte del Consejo de los Doce de que el sacerdocio, tal y como estaba organizado, no sólo era necesario, sino instituido por D-os mismo en la Torá.
Y es perfectamente lógico que se lo hayan dicho a Jesús justo después de que este último había explicado su línea ideológica.
Lamentablemente, Jesús ya no se iba a detener. Su respuesta fue contundente: no iba a dejar piedra sobre piedra. Dicho en palabras simples, iba a reformarlo todo. No tenía la menor intención de dejar rastros del Sacerdocio Aarónico.
¿Es posible hacer una relectura tan radical de este pasaje?
Simplemente, recuérdese que fue por este comentario que se juzgó a Jesús en el Sanedrín. Es obvio, entonces, que el verdadero comentario de Jesús fue algo muy agresivo para los Sacerdotes.

El discurso apocalíptico

Ya le dedicamos una extensa nota a este pasaje (que puede ser consultada en la primera entrada de este blog para el mes de Mayo), así que no vamos a entrar en todos los detalles del mismo.
Pero sí vamos a enfatizar un detalle que, a la luz de lo que hemos revisado en estas últimas notas, resulta notoriamente relevante: no es un misterio que Jesús habló de la guerra contra Roma en su discurso apocalíptico. Lo importante ahora es el momento en el que lo dijo.
Repasemos: hacía unas pocas semanas, Jesús había estado involucrado en una acción militar contra tres o cuatro cohortes romanas; la victoria de los judíos exaltó a la población al punto de que, como nunca antes, los judíos estaban más que listos para iniciar el levantamiento contra Roma.
Todo mundo empezó a mover sus piezas, y Jesús dejó listas las cosas para que un ejército de cinco mil combatientes tuviese garantizado el suministro de alimento.
Finalmente, una semana antes de la Pascua, había llegado a Jerusalén donde había sido uncido como Mesías (valga la redundancia), y había empezado a tomar decisiones como lo que ya se sentía: el rey.
Además, había dejado en claro que su plan era de acción rápida: a partir del punto en el que lo echara a andar, en tres días tenía que estar “resucitado” (ya podemos entender lo que significa esa palabra: restaurado, en tanto representante de la dinastía davídica, aquella que había sido despojada del trono).
Entonces, resulta sumamente importante que haya sido justo en este punto que Jesús pronunciara su discurso sobre la guerra contra Roma.
Dejemos clara la consecuencia inevitable de este enfoque: Jesús no habló sobre la guerra contra Roma que aconteció entre 66-73, cuarenta años después. Jesús estaba hablando de la guerra que él calculaba iba a iniciar la siguiente semana.
Si hasta la fecha sigue siendo fácil relacionar este discurso apocalíptico de Jesús con lo que sucedió cuarenta años después, sólo es porque cuarenta años después sucedió exactamente lo que Jesús quería que sucediera hacia el año 27 o 28.
Y aquí vale la pena replantear nuestra perspectiva sobre los textos apocalípticos que se conservaron en el Nuevo Testamento: cierto, hablan de la Guerra contra Roma. Pero, ¿se refieren a la que se desató en 66, o a la que Jesús quiso desatar cuando era joven?
Pregunta imposible de responder de manera definitiva. Algunas referencias son, a todas luces, a la Guerra del 66 (sobre todo las vinculadas con Vespasiano). Pero es factible que algunas partes del material fuesen confeccionadas desde esta época.

Tercer Tema: EL JESÚS DE CARNE Y HUESO II (LOS DICHOS Y LOS HECHOS DE JESÚS)

De nuevo el diablo

El siguiente pasaje es sumamente interesante: Jesús es acusado de echar fuera a los demonios por el poder de Beelzebú. De nueva cuenta, una mención al diablo. Y es obvio que se tiene que referir al mismo individuo de la tentación, el que se opuso al proyecto de Jesús.
Jesús refuta con una frase célebre: “¿Puede Beelzebú echar fuera a Beelzebú?” Y luego, otra más: “Un reino dividido contra sí mismo no puede prevalecer”. En realidad, una advertencia contra las divisiones internas del pueblo judío.
En sí, Jesús está cuestionando la coherencia de la acusación, según la cual estaba actuando bajo la influencia del diablo (es decir, de quien se opuso inicialmente a su proyecto mesiánico). Jesús remarca que dicha acusación no tiene sentido, porque no es posible que dicho personaje sea el autor intelectual del proselitismo que los seguidores de Jesús empezaban a desarrollar (“echar fuera demonios”, o convencer antagonistas).
Inmediatamente, aparece un pasaje notoriamente extraño: la madre y los hermanos de Jesús buscándolo. Sabemos el desenlace: Jesús no los recibe, apelando a que su madre y sus hermanos son “los que cumplen la voluntad de su Padre”.
Este es un momento importante en el ministerio de Jesús, pues implica una ruptura con la comunidad Esenia-Qumranita (la “madre” y los “hermanos”). Evidentemente, a Jesús se le exigió que se comportara bajo los parámetros de lealtad de la Comunidad, pero Jesús dejó en claro que su concepto de “comunidad” era mucho más amplio, e incluía a todo aquel que estuviese dispuesto a unirse a la causa, sin importar su origen o condición.
Un juego riesgoso: de por sí, Jesús —en tanto Esenio— ya estaba bajo cuestionamiento de los Fariseos y los Saduceos. Ahora, también iba a estar bajo cuestionamiento Esenio. Sin embargo, su postura es de entenderse: de haber permanecido bajo los estrictos criterios de la secta Esenia, hubiese encontrado un apoyo muy limitado en otros sectores del judaísmo. Justamente, si se menciona que los “demonios” lo confesaban como el Elegido, significa que su distanciamiento del rigor qumranita empezó a rendir buenos frutos, y grupos de judíos opuestos a los Esenios empezaron a considerar que podían aliarse con Jesús.

Las parábolas

No es fácil hablar del contenido de las parábolas. Las interpretaciones tradicionales resultan muy limitadas cuando se entiende que estos pasajes son parte de un texto apocalíptico. Una cosa es un hecho: tienen que ver con los objetivos de Jesús, que incluían una guerra.
Dejando para más adelante el posible significado de cada parábola, baste —por el momento— rescatar una frase célebre que Jesús pronunció en este punto: “A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados”.
El conocimiento hermético. Jesús vuelve a hablar y comportarse como Esenio en este punto. ¿Acaso un intento de reconciliación? Es de suponerse, porque lo cierto es que tampoco podía prescindir del apoyo de su propio grupo. Por lo mismo, al exponer la naturaleza del Reino de los Cielos (el tema de las parábolas), lo hace dejando en claro que el concepto Esenio sigue vigente, y que hay un límite para la política inclusiva que hasta ese momento había desarrollado, ya que habrá quienes vean y no perciban, oigan y no entiendan. Los tales “no serán perdonados”.

Viento contra Mar

Sigue un relato igualmente célebre: Jesús calma una tempestad, y sus discípulos se asombran porque es alguien a quien “los vientos y el mar” obedecen.
No hay ningún elemento que nos permita descifrar el relato oculto detrás de lo que está escrito, salvo el hecho de que habla de la capacidad de Jesús para conciliar fuerzas opuestas.
¿Se trata acaso de que Jesús logró tranquilizar tanto a Esenios como a Fariseos y Saduceos? Imposible determinarlo, pero la idea no parece inviable: tratándose de grupos que estaban radicalmente distanciados en sus perspectivas de la vida, y a veces en sus posturas políticas, el que repentinamente apareciera alguien capaz de empezar a conciliar los intereses de unos y otros en pro de la liberación nacional, era digno de celebrarse.

El exorcismo en Gadará

Este es uno de los pasajes mejor conocidos de los evangelios, y uno de los más complicados cuando se revisa en tanto texto apocalíptico. La anécdota es simple: Jesús llega a la región de Gadará, y es recibido por un endemoniado (Mateo menciona a dos) que le reclama si acaso ha venido a “atormentarlo antes de tiempo”. Jesús lo exorciza, y le pregunta su nombre al demonio. “Legión, porque somos muchos”, contestan. Al recibir la orden de irse, piden permiso para quedarse en un hato de cerdos, que inmediatamente corren y se despeñan. La gente del lugar, en vez de agradecer a Jesús, le pide que se retire del lugar.
Hay dos aspectos extraños en el relato, que lo diferencian de otros exorcismos: en primer lugar, la negociación. En los demás relatos, Jesús simplemente expulsa a los demonios y ya, pero aquí les permite reubicarse, para de todos modos “morir”. En segundo lugar, la reacción de la gente, que en vez de sumarse a los que celebraban cada milagro de Jesús, lo consideran “peligroso” y le piden que se retire de la zona.
Hay algo subyacente en este relato, y es la violencia. Este exorcismo no es como los demás, ya que no se da en un mismo lugar, sino que la acción involucra mucho tiempo y mucho espacio, así como un acontecimiento muy complejo y, desde cualquier punto de vista, extraño e impactante: el “suicidio” de los dos mil cerdos poseídos.
¿Qué hay detrás de este extraño relato?
Ya hemos visto que los exorcismos anteriores nos sugieren la pista de que los “endemoniados” son, en realidad, personas de una postura ideológica opuesta a Jesús, desde el “diablo” que lo intenta convencer de que se retracte de su proyecto, hasta los demonios a los que Jesús les ordena no evidenciarlo.
Una cosa está clara, de entrada: el “endemoniado” (es de suponerse que la versión alterada sea la de Mateo, y originalmente sólo fuese uno) es alguien que estaba, por decirlo de un modo simple, en el bando contrario al proyecto de Jesús, y que tuvo una entrevista seria e importante con el príncipe Esenio cuando este llegó a la región de Gadará.
Es evidente que Jesús lo convenció de cambiar su postura, porque el relato trata de su “exorcismo”. Incluso, al final del mismo, el “endemoniado” sanado le pide a Jesús que lo deje ir con él, pero Jesús lo deja a cargo de su proyecto en la zona.
Si el relato sólo hablara de eso no habría problemas para entenderlo. Pero está el asunto de los dos mil demonios, su nombre (“Legión”), y los cerdos que se despeñan.
Evidentemente, el “endemoniado” confrontó a Jesús con una situación más compleja que los otros “exorcismos”: su “posesión” (entiéndase: su militancia a favor de otra postura) era consecuencia de estar poseído por una “Legión”.
Y aquí vienen los aspectos complejos: en esa época, la Décima Legión Fretensis de Roma tenía su sede en Damasco, pero tenía como sede secundaria la ciudad de Gadará. Cada legión romana estaba integrada por casi seis mil soldados, repartidos en diez cohortes.
¿Se refiere el pasaje a las tres o cuatro cohortes que estaban acantonadas en Gadará? Muy probablemente, y eso lo sabemos por uno de los emblemas usados por la Décima Fretensis: el jabalí (un cerdo, al final de cuentas).
Es muy factible, entonces, que la militancia de este “endemoniado” (evidentemente, un personaje destacado de la política local) estuviese determinada por la presencia de un grupo de dos mil soldados romanos.
El punto crítico es el siguiente: los dos mil “cerdos” se despeñaron y ahogaron en el mar.
¿Implica esto que hubo un enfrentamiento armado entre la gente de Jesús (deducimos que ya organizados como ejército) y un contingente de tres o cuatro cohortes romanas de la Décima Fretensis en la zona de Gadará? Y además, con un resultado que nadie se hubiese esperado: la derrota aplastante de la tropa romana.
En términos simples, es la deducción más fácil de obtener a partir de los elementos del relato, confrontados con los datos históricos sobre la distribución de tropas romanas en la zona.
¿En qué lugar se realizó la batalla? Imposible saberlo. ¿En cual mar se “despeñaron” los cerdos? La lógica nos diría que en el mar de Galilea, el más cercano. Pero estamos frente a un relato de tipo apocalíptico, así que no podemos quedarnos con la descripción tal cual. Cabe la posibilidad de que la referencia a “despeñarse en el mar” sea meramente simbólica, independientemente de si había un simbolismo concreto, o sólo era un modo de decir que los “cerdos” de la “legión” fueron aniquilados.
De todos modos, a la luz de la posibilidad de que este pasaje nos relate una impactante victoria militar de las tropas de Jesús en la zona de Gadará, resulta perfectamente entendible por qué la gente del lugar tuvo miedo, y no se incorporó al grupo que le festejaba todo a Jesús: era obvio que, tan pronto como en Damasco se enteraran de lo sucedido, vinieran las represalias romanas.
Hay otro aspecto extra que hace que esta posible lectura de este pasaje se vuelva complicada: si Jesús estuvo involucrado en un enfrentamiento armado contra tropas romanas, es obvio que no pudo permanecer pasivo ante las posibles represalias romanas.
Y ese es otro detalle que resulta interesante si nos atenemos al contenido del Evangelio Original: en realidad, todo lo que sucede en lo sucesivo hasta la crucifixión no implica, necesariamente, más de tres semanas.
¿Hasta qué punto este acontecimiento obligó a Jesús a moverse más rápido?
Eso se responderá revisando los siguientes relatos. Lo relevante a considerar es esto: desde esta perspectiva, este relato es crucial en todo el texto, ya que es el primero que nos habla (de modo bien disimulado) del tema principal: la guerra.
Y, sin embargo, parece apenas un relato más entre tantos otros, que de ningún modo sugiere que sea el punto en el cual la historia del príncipe Esenio toma otro rumbo.
Pero, justamente, de eso se trata la apocalíptica: de que nunca sea evidente cuáles son las partes cruciales del texto, salvo para los “elegidos”.
O como hubiese dicho Jesús unos versículos antes: el que tiene oídos para oír, oiga.

La hija de Yair y la mujer que tocó el manto de Jesús

En el pasaje que sigue se narra la sanidad de dos mujeres: la hija de un principal de la sinagoga (Yair, según Marcos y Lucas), y una mujer que padecía flujo de sangre.
La anécdota también es conocida: Yair se presenta con Jesús para pedirle que cure a su hija, que se encuentra moribunda. Jesús acepta, pero mientras va a la casa de Yair, siente como una mujer lo toma por detrás, y en concreto como “salió poder de él”. La mujer confiesa que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, pero que confiaba que con sólo tocar a Jesús se sanaría. Jesús premia su fe con la salud, y al llegar a casa de Yair se les comunica que la niña ya murió. Jesús desoye el dato, dice que la niña sólo duerme, y entra a la casa y la levanta, para sorpresa de todos.
Estamos frente a otro relato de restitución, y se refiere a una mujer en este caso. Al igual que muchos otros relatos, está estructurado a partir de una doble narración (como en el caso del llamamiento de los primeros cuatro apóstoles, vinculado con los primeros cuatro milagros, o el del llamamiento de Mateo, vinculado con la sanidad de un hombre con la mano seca), que muy probablemente se refiera al mismo evento, sólo que ofreciendo los datos complementarios.
Es obvio que el relato, como tal, es inverosímil. Más allá de que las resurrecciones son algo totalmente fuera de lo cotidiano, sorprende la frase de Jesús “sentí que salió poder de mí”. Extraño: es lo suficientemente divino como para hacer milagros portentosos, pero no puede identificar a la mujer a la que acababa de sanar.
Es obvio, entonces, que la lectura debe ir hacia otro lado: una mujer importante (hija de un alto dignatario judío, y muy probablemente Esenio) estaba “muriendo”, es decir, a punto de quedar segregada de la comunidad. ¿La razón? Un problema de pureza ritual. Eso lo sabemos por la otra versión del relato: una mujer con flujo de sangre que se acerca a Jesús para ser “sanada”.
Integremos los datos: un alto jerarca judío pidió ayuda a Jesús para evitar que su hija fuese marginada de la comunidad por un problema de impureza física. La mujer se entrevistó previamente con Jesús, y le expuso su perspectiva del problema. Evidentemente, Jesús participó en una discusión respecto a la naturaleza legal del asunto (halájica, en términos hebreos), y ayudó para que el diagnóstico final fuese que el problema de salud de la mujer no la hacía ritualmente impura. Gracias a ello, cuando se realizó el juicio al respecto, se pudo dictaminar que ella podía seguir con su vida normal.
Este es uno de los más hermosos ejemplos de cómo se aprovecha, en el Evangelio Original, el recurso de “partir” un relato, dividiendo al personaje que se confronta con Jesús en dos, para narrar por separado los diversos aspectos de la anécdota, de tal modo que la verdadera historia resultase inaccesible para cualquiera que no estuviera ligeramente enterado de cómo había que abordar la apocalíptica.
Quién haya sido el autor de estos textos, era verdaderamente genial.
¿Acaso Mateo el Levita? La tradición siempre lo identificó así. Y, aunque eso no es un dato determinante, lo cierto es que bien puede serlo. A fin de cuentas, en esta misma lógica de lectura de su propio libro, él se habría presentado como un escriba a quien le “sanaron” la mano seca.
¿Con qué objetivo? Justamente, para escribir un texto como este.

El profeta sin honra en su propia tierra

Generalmente, se asume que la siguiente controversia de Jesús tuvo lugar en Nazareth, toda vez que el texto dice que “regresó a su tierra”. Sin embargo, hay un terrible detalle al respecto: no hay evidencia arqueológica para sustentar que Nazareth ya existía en ese tiempo. En realidad, la expresión Yeshu Hanotzri no tiene tanto que ver con su lugar de origen, sino con su condición como Nazareo.
¿Cuál era su tierra, entonces? Recuérdese que el Evangelio Original no menciona en ningún momento en donde nació (la tradición de que nació en Belén es posterior, tanto que no aparece mencionada por Marcos).
No es tan difícil contestar: si Jesús era un príncipe Esenio, su lugar sede debió ser el monasterio que hoy llamamos Qumrán.
¿De qué trata este pasaje? Del difícil momento que Jesús enfrentó a su regreso a Qumrán, donde tuvo que confrontarse con todo el liderazgo Esenio y explicar su incómoda situación, consecuencia de haber estado involucrado en un combate contra tropas romanas.
Es lógico: ese evento iba a sacudir por completo a toda la sociedad judía, así que había que apresurar la organización del Fin de los Tiempos. Aparentemente, se había llegado al punto de no retorno, y no había mucho que discutir.

La misión de los apóstoles

La primer medida de Jesús es perfectamente lógica: se queda en Qumrán, pero manda a sus principales asistentes (nada menos que a los integrantes del Consejo de los Doce), en grupos de dos, para terminar de conseguir adeptos para la causa (que es a lo que se refiere la frase “les dio autoridad para sanar enfermos”).
De todos modos, es evidente que la comunidad Esenia no se plegó a los deseos de Jesús, y de allí su expresión “no hay profeta sin honra, sino en su propia tierra”.
A partir de este punto, es importante tener en cuenta que, pese a que Jesús había logrado exacerbar las expectativas de la gente, un fuerte sector de su propia comunidad (apocalipticista, además de todo), no estuvo de acuerdo con su proceder. En consecuencia, en los siguientes relatos veremos como va apareciendo una oposición cada vez más intensa.
Hay otro detalle sobresaliente de la misión de los Doce: la radicalización de Jesús, evidente en la frase “si en algún lugar no los reciben ni los oyen, salgan de allí y sacudan el polvo de sus pies; de cierto les digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad”.
No cabe duda: se está halando de guerra. Y en términos muy poco amables.

Herodes y Juan el Bautista

Más allá de los múltiples detalles añadidos durante el proceso de confección de los Evangelios, el meollo de esta sección es simple: Herodes entiende que en Jesús ha resucitado, en cierto modo, Juan el Bautista, a quien él había ejecutado.
Todo el relato sobre la desordenada vida marital de Herodes, así como el baile de la hija de Herodías y la petición de la cabeza de Juan el Bautista en un plato, sólo aparecen en Mateo y Marcos, por lo que seguramente se trata de un añadido incorporado al Evangelio Original B. Lucas omite por completo toda esa historia, y es muy probable que esta sea la versión original. En ella, Herodes simplemente dice “a Juan yo le hice decapitar. ¿Quién es este de quien oigo tales cosas?”
No hay mucho que reconstruir: Herodes pensó que, eliminando a Juan, había eliminado los conatos de subversión contra Roma. Sin embargo, las recientes noticias de Jesús, que ya circulaban en su corte, le mostraron que no: los judíos anti-romanos tenían un nuevo líder, y se hallaban bastante activos.

La alimentación de los Cinco Mil

Este es otro pasaje sumamente complejo, y el primer detalle que debe tomarse en cuenta es que es de los pocos que también aparecen en el Evangelio de Juan, respetándose los lineamientos básicos del relato.
¿De qué se trata la anécdota? En realidad, son muy pocos los elementos seguros para poder descifrarla. ¿A qué me refiero con elementos seguros? A detalles que tengan un correlato con la literatura apocalíptica.
Esto se puede deber, principalmente, a que el texto, tal y como lo conocemos, es fruto de copistas cristianos, no de apocalipticistas Esenios, y una simple alteración pudo haber afectado los códigos Esenios, produciendo un texto casi imposible de descifrar.
Pero hay dos detalles significativos, que nos pueden dar cierta luz sobre el asunto: el primero es que según los cuatro evangelios, los cinco mil eran hombres. En el relato parece hablarse de una multitud, que por lógica estaría integrada por hombres, mujeres y niños. Pero la especificación es clara: los que se sentaron a esperar comida eran como cinco mil hombres.
Eso nos permite suponer dos cosas: o bien la multitud, en realidad, fue de entre quince y veinte mil personas (si agregamos un promedio de una mujer y uno o dos niños por cada hombre), o el grupo que iba siguiendo a Jesús no era un grupo cualquiera (sólo Mateo dice que “sin contar a mujeres y niños”; los otros tres evangelios son bastante claros en que eran cinco mil hombres, lo que hace suponer que en Mateo tenemos una glosa para resolver el asunto, pero que en definitiva no fue parte del texto original).
La razón más simple para descartar la primera alternativa es que si el milagro hubiese sido la alimentación de cinco mil familias, no tendría sentido contarlo sólo como la alimentación de cinco mil hombres. Impacta más saber que alguien alimentó, milagrosamente, a veinte mil personas que a cinco mil.
Quedémonos, por el momento, con la idea de que este grupo no era un grupo cualquiera, sino uno que requería de que sólo fuesen hombres.
El segundo detalle que resulta significativo es, además, el único que tiene semejanza con otros textos de la apocalíptica qumranita: la orden de organizar a los cinco mil en grupos (en Lucas son de cincuenta en cincuenta; en Marcos, de cien o de cincuenta; en Mateo y Juan no se especifica), situación que nos recuerda las instrucciones de la Regla de la Comunidad Esenia sobre cómo se tenía que organizar el ejército escatológico que habría de enfrentarse a Roma.
¿Acaso este relato nos habla de la integración del ejército que habría de empezar la revuelta contra Roma? En ese caso, el problema de “alimentarlos” pudo tener que ver con la cuestión de cómo sustentar, económicamente, semejante proyecto. Desde esa perspectiva, la multiplicación de los panes y los peces se referiría a que el impacto de la imagen de Jesús habría permitido que la labor de los “pescadores”, así como del Consejo de los Doce, hubiese rendido los frutos necesarios, y el sustento para la primera fase de operaciones hubiese quedado resuelto.
¿Demasiado inverosímil?
No, si consideramos algunas frases incorporadas por el evangelio de Juan sobre este milagro: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo; pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo”.
¿Para qué agregó esta frase el cuarto evangelio (al confrontar el relato con las versiones de Mateo, Marcos y Lucas, es claro que la frase no fue parte de la anécdota original)? Evidentemente, para dejar en claro que este milagro de Jesús no tenía nada que ver con un movimiento subversivo.
Pero, ¿para qué argumentar eso? Por lógica, para contrarrestar una opinión opuesta, que seguramente circulaba en los medios en los que surgió el Evangelio de Juan (a diferencia de los otros tres Evangelios, que —por lo mismo— no hacen una mención semejante), y según la cual, todo esto habría sido parte de actividad subversiva de Jesús.
Insistimos: el pasaje es oscuro, pero están esos elementos que no dejan detener su lógica vistos desde la perspectiva de que Jesús, si pretendía levantarse contra Roma, necesitaba un ejército.
Mismo que, además, necesitaría comida.

Los Fariseos

A lo largo de los evangelios hay muchas referencias a los Fariseos, pero debe tomarse en cuenta que no todas son precisas. La razón es muy simple: cuando estos textos fueron elaborados, el judaísmo era muy distinto del que conoció Jesús, ya que tras la guerra contra Roma, los Saduceos perdieron todo su poder y su centro de actividades (el Templo de Jerusalén), y los Esenios prácticamente desaparecieron. Por ello, el único tipo de judaísmo con el que los cristianos de finales del siglo I en adelante tuvieron contacto, fue el judaísmo rabínico, heredero directo de los Fariseos.
Por ello, debe tomarse en cuenta que muchas referencias a los Fariseos en los evangelios no deben tomarse al pie de la letra, debido a que pudo haberse puesto más como un sinónimo de “judío”, que como integrante de un grupo bien definido, con ideas particulares bien definidas.
Con todo, este pasaje es uno de los pocos donde puede asumirse que el uso del término “Fariseo” es correcto, ya que se trata de una fuerte controversia respecto a la misión de Jesús.
El texto dice que los Fariseos quisieron tentarle y le pidieron una señal, ante lo cual Jesús se rehusó.
¿Había vínculos entre Jesús y los Fariseos? Lo cierto es que el texto insinúa que sí, y ya lo habíamos comentado con motivo de los nombres de los Doce Apóstoles: Simón el Celote, en tanto celote, debió ser miembro de un grupo radical y nacionalista muy vinculado a una de las dos escuelas fariseas de la época, la de Rabí Shamai.
Por medio de este Simón, es de suponerse que los Fariseos estaban al tanto de las actividades de Jesús, y es probable que este pasaje se refiera a una reacción por parte de los sectores moderados del fariseísmo (los de la escuela de Rabí Hillel), que pese a que estaban en contra de la ocupación romana, mantuvieron siempre una postura pragmática, misma que los hizo retirarse del conflicto armado desde antes del asedio romano a Jerusalén en 70 DC.
La reacción de Jesús es sintomática: se retira con el Consejo de los Doce, y les pregunta “¿Quién dice la gente que soy?”
Evidentemente, la confrontación con los Fariseos fue muy fuerte, al punto de que Jesús tuvo que hacer una suerte de examen de lealtad a sus asistentes, especialmente porque fue en este punto donde expuso, por primera vez, su plan de ataque.
La respuesta que según el relato dieron los Doce vuelve a enfatizar el vínculo de Jesús con la tradición subversiva: lo identifican como Juan el Bautista, Elías, alguno de los profetas, y finalmente como el Ungido (Mesías).
El relato común a los tres evangelios termina con la primera mención del plan a seguir: llegar a Jerusalén, en donde Jesús tenía que ser entregado a manos de sus oponentes, que incluyen a sacerdotes, ancianos y escribas (más adelante veremos más a fondo lo que implica esta declaración de Jesús, que se repite poco antes de su entrada triunfal en Jerusalén).
Mateo y Marcos nos ofrecen una extensión del relato, desconocida por Lucas. Es probable que se trate de un añadido propio del Evangelio Original B, pero de todos modos llama poderosamente la atención: Pedro se acerca a Jesús y lo comienza a reconvenir, y la reacción de Jesús es sorprendentemente violenta en el nivel verbal: “¡Apártate de mí, Satanás, porque no pones la mira en las cosas de los cielos, sino en las de la tierra!”.
Satanás.
El Diablo.
Ya habíamos mencionado que este personaje debió ser alguien definido, señalado de modo simbólico en el relato de la tentación. ¿Cuál fue su rol en ese momento? Convencer a Jesús de que diera marcha atrás con su proyecto. ¿Qué es lo que hace Pedro en este mismo pasaje? Exactamente lo mismo, y Jesús le dice Satanás.
¿Es probable que Pedro sea Satanás en sentido simbólico? Entonces, habría sido él mismo quien intentó detener a Jesús antes de que iniciara su ministerio, y alguien con un peso y autoridad muy evidente entre quienes mantenían una postura disconforme con los planes de Jesús (los “endemoniados”).
Estamos ante la posibilidad de replantear la personalidad de Pedro: recuérdese que Jesús, discutiendo sobre su autoridad, dijo “si Satanás echa fuera a Satanás”, refutando a quienes argumentaban que por el poder de Satanás echaba fuera demonios. Traducido, eso significaría que le estaban acusando de convencer a los disidentes con la autorización de Pedro, el líder de los disidentes. La respuesta de Jesús fue contundente: eso es absurdo.
¿Qué había de fondo en esa acusación? Señalarle que Pedro, fuese quien fuese, no estaba del todo de acuerdo con él. Y, evidentemente, eso implicaba un problema muy serio, seguramente porque Pedro, en tanto uno de los cuatro pescadores, tenía un rango muy alto dentro del movimiento de Jesús.
Hay otra serie de frases atribuidas a Jesús en donde se menciona a Satanás, aunque no están presentes en los tres evangelios, por lo que es seguro que no fueron parte del Evangelio Original. Sin embargo, queda la posibilidad de que alguna de ellas se remonte, efectivamente, hacia Jesús mismo, y que hayan sido conservadas por la tradición oral y, finalmente, incorporadas a los textos de Mateo, Marcos o Lucas.
Y resulta muy interesante analizarlas ante la perspectiva de que Satanás es el modo de referirse a Pedro, en concreto cuando se quiere mencionar su perfil crítico ante los proyectos de Jesús. Veámoslas:

Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. Marcos 4.15
Esta es la versión de Marcos sobre la parábola del Sembrador, en donde Satanás es mencionado como alguien que se opone al proyecto de Jesús, y se dedica a desconvencer a quienes Jesús ya había empezado a convencer. No es factible que haya sido parte del Evangelio Original, pero es bastante verosímil que Jesús se haya llegado a expresar así de… Pedro.

Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Lucas 10.18
Esta frase es muy interesante: se da en el contexto de cómo regresan los discípulos de Jesús de una misión, sumamente estimulados porque “aún los demonios” se les “sometían”. Entonces Jesús agrega que vio a Satanás caer del cielo como un rayo. ¿Se habría referido, originalmente, a que Pedro —otrora el líder de los disidentes— no salía de su asombro al ver cómo más gente empezaba a abrazar la causa de Jesús?

Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? Lucas 13.16
Este es el pasaje más difícil de considerar como parte real de la vida de Jesús, ya que se trata de un milagro sólo narrado por Lucas. Sin embargo, hay una idea subyacente que pudo tener su origen en las diferencias entre Jesús y Pedro, traducidas luego por los símbolos apocalípticos a una confrontación entre Jesús y Satanás: Satanás es quien “somete” a los enfermos.
Recuérdese que los “enfermos” son, más bien, los proscritos por el rigor Esenio, y las sanidades llevadas a cabo por Jesús se refieren, en realidad, a la restitución social y religiosa que Jesús promovió, pasando muchas veces por encima de las prescripciones de su rigurosa secta. En este pasaje, estaría implícita la idea de que uno de los más importantes defensores del rigor Esenio fue, justamente, Pedro. Y resulta lógico suponer que esta habría sido una de las razones para que el “pescador” no estuviera del todo convencido del proyecto de Jesús.
¿Demasiado inverosímil?
Si nos atenemos a lo que la tradición ha repetido durante siglos sí (aunque debe tomarse en cuenta que la tradición ha repetido el sentido literal de un texto apocalíptico; algo muy difícil de sustentar).
En defensa de esta idea, simplemente tómese en cuenta un aspecto fundamental de la biografía de Jesús: ¿cuál fue el apóstol que, en el momento crítico, lo negó?
Justamente aquel a quien le dijo Satanás.

El costo de seguir a Jesús

Toda la crisis desatada desde la discusión con los Fariseos llega a su punto culminante en este pasaje, donde Jesús deja bien claro el nivel de compromiso que exigía su proyecto de liberación nacional: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz”.
Es una advertencia clara: lo que se estaban jugando era el riesgo mismo de terminar en la cruz. La alusión a la inminente confrontación con Roma no puede ser más clara, y por eso Jesús asume una postura radical: o se está con él o no. Claro, asumiendo que se había pasado del punto de no retorno (lo cual fortalece la verosimilitud de un enfrentamiento armado en Gadará).
Una de las frases más duras parece estar dirigida contra la postura crítica de Pedro: “el que se avergonzare de mis palabras… yo me avergonzaré de él delante de mi Padre”.
Demasiado pedir. ¿Valía la pena el esfuerzo? Jesús deja en claro que sí: al final de cuentas, la lucha era por el establecimiento del Reino de los Cielos, y si morir valía la pena, la posibilidad de sobrevivir lo hacía todavía más atractivo: “hay algunos aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el Reino de D-os viniendo con poder”.
En este punto, Jesús ha dejado clara su idea: no hay más futuro que la guerra, y ya no hay tiempo para consideraciones éticas, rituales o doctrinales. Se está con los Hijos de la Luz, o con los Hijos de las Tinieblas.

La Transfiguración

Este fue otro momento singularmente crucial en la vida de Jesús, una vez que hubo dejado en claro el nivel de compromiso que implicaba seguirlo.
Hay elementos simbólicos bien definidos, y no hay mucho problema para identificar sus implicaciones generales.
1. Jesús aparece vestido de blanco, lo que implica que está nuevamente asumiendo su rol como príncipe Esenio. No es extraño que lo recalcara: hasta este momento, había demostrado una postura notoriamente heterodoxa en varios aspectos, por lo que debió ser importante dejar en claro que, pese a todo, su punto de partida seguía siendo el propio de un Esenio.
2. Jesús aparece con dos interlocutores: Moisés y Elías. Es obvio que Moisés es la representación del judaísmo institucionalizado por medio de la Ley y el Sacerdocio. Elías, por su parte, es la representación del judaísmo heredero de una tradición anti-institucional, subversiva, e incluso violenta. La idea es clara: en esta ocasión, Jesús se entrevistó con representantes de la Casta Sacerdotal y dirigentes de los movimientos subversivos populares.
3. ¿Cuál fue el objetivo? Reconocer e liderazgo de Jesús, algo inconcebible para la época: por primera vez, parece que había disposición de parte de los diferentes grupos judíos para luchar de forma coordinada. La frase “este es mi Hijo amado, a él oíd” expresa el voto de confianza que se le dio a Jesús en ese momento.
4. Pedro, por su parte, solicita que se hagan “cabañas” para Moisés y Elías, porque les resulta “bueno quedarse en ese lugar”. La postura de Pedro debe leerse en la misma línea que lo ha caracterizado: una postura crítica y disidente. ¿Qué fue lo que quiso Pedro en ese momento crucial? ¿Acaso ganar un poco de tiempo para que las cosas no se salieran de control? No sabemos, pero es probable.
5. Jesús no se detuvo ante la insinuación de Pedro, y el cónclave llegó a su fin con la instrucción definida de que se mantuviera en secreto todo el asunto allí tratado, hasta que Jesús hubiese “resucitado”, evento que, tal y como ya lo había mencionado, era la parte final de su plan inicial.

La pregunta sobre Elías y un exorcismo

Este evento provocó dos situaciones inmediatas complejas: la primera, tiene que ver con el profeta Elías, mismo que —según la tradición judía— se hará presente antes de la manifestación del Reino Mesiánico. Al respecto, Jesús aclara que Elías ya se había hecho presente, y es evidente que se refiere a Juan el Bautista (el cristianismo conserva dicha identificación como parte de su esquema doctrinal), de tal modo que, desde su perspectiva, todo estaba listo para proceder con el levantamiento contra Roma.
Pero había un problema: un último foco de resistencia dentro de los liderazgos judíos, y por ello sus discípulos lo reciben con la noticia de que hay un “endemoniado” al que no han podido exorcizar.
Jesús tiene que tomar el asunto en sus propias manos, y a juzgar por el relato es evidente que hubo violencia de por medio. ¿Otra confrontación armada con los “demonios” (en este caso, no hay referencias a legiones romanas, así que puede referirse sólo a judíos que mantenían su desacuerdo con el proyecto de Jesús)?
Es posible, aunque imposible de determinar. De todos modos, llama mucho la atención de la pregunta final de los discípulos de Jesús: ¿por qué no pudieron lograr el “exorcismo”? La pregunta evidencia la línea Esenia-Qumranita de Jesús: aún en la guerra, la pureza ritual guardaba una relevancia notable (“este género no sale sino con oración y ayuno”).

El mayor en el Reino de los Cielos

Alrededor de esta extraña discusión, los evangelios presentan a Jesús insistiendo en su plan: llegar a Jerusalén, ser entregado, padecer la crucifixión, y resucitar.
¿Por qué dice que los discípulos “no entendían” y discutían por ello? El detalle es que cuando Jesús los interroga sobre qué discuten, resulta que el tema es quién sería el mayor en el Reino de los Cielos, y no los detalles del plan de Jesús.
¿O hay alguna relación entre ambos puntos?
Para empezar a entender, basta con analizar la respuesta de Jesús, que está redactada a modo de silogismo, aunque más o menos enredado; el punto de partida es un niño, y Jesús establece la lógica del siguiente modo: el mayor será aquel que sea como un niño, y el que recibe el niño, lo recibe a él.
Desenredemos la trenza: Jesús está usando el concepto “niño” como equivalente a sí mismo (“el que recibe a este niño, me recibe a mí”), justo después de establecer que el niño es el mayor en el Reino de los Cielos. Dicho en pocas palabras: el mayor es él, Jesús mismo. No es una cátedra sobre humildad. Es el momento en el que Jesús despeja las dudas sobre el liderazgo.
Pero, ¿acaso había dudas al respecto? Jesús mismo, en la “transfiguración”, había recibido el apoyo de propios y extraños. ¿Cuál era la duda, entonces?
No tenemos otra alternativa más que el aspecto sacerdotal. Con ello, nos referimos a que estaba claro que Jesús sería reconocido como el Mesías de la Casa de David, lo cual lo convertiría en Rey tan pronto Judea estuviese libre del yugo romano.
Pero había una cuestión que no se había terminado de discutir: el Sumo Sacerdocio.
¿Por qué la intriga de los discípulos? Por un detalle extra, que no hemos comentado, en la escena de la transfiguración: la vestimenta blanca de Jesús no sólo puede identificarse como la indumentaria Esenia. Además, está relacionada con el Sumo Sacerdocio.
Por la forma en la que está redactada la escena de la transfiguración, se puede sospechar que Jesús se comportó como Sumo Sacerdote en ese lugar. Y eso, naturalmente, provocó una reacción adversa en el crítico de siempre: Pedro.
¿Por qué sabemos que fue Pedro? Porque fue el primero en pedir que las cosas se revisaran con más calma (“hagamos unas cabañas para quedarnos aquí”). Pero más aún: porque hay una gran probabilidad de que en un momento previo, Jesús le hubiera hecho una promesa muy definida a Pedro: el Sumo Sacerdocio.
El asunto sólo aparece en el evangelio de Mateo, lo que implica que no fue parte del contenido del Evangelio Original, sino una tradición incorporada posteriormente. Pero es verosímil, además de bien conocida: justo después de que Jesús ha interrogado a los Doce sobre su identidad, y Pedro le ha definido como el Ungido e Hijo del D-os Viviente, Mateo registra que Jesús le contestó a Pedro diciéndole “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y a ti te daré las llaves del Reino”.
Si asumimos como factible que esta tradición se remonte realmente a Jesús, el contenido es muy obvio: en el plan original de Jesús, el Sumo Sacerdote habría de ser Pedro.
¿Inverosímil? Lo dudo: justamente, la tradición católica romana siempre ha visto en Pedro a un Sumo Pontífice, precisamente porque entiende que con esta frase, Jesús lo estaba designando para ese cargo. Ahora sólo hay que contextualizarnos: los judíos tenían un Sumo Pontífice, o Sumo Sacerdote, que era quien estaba a cargo de todo lo relacionado con el Templo y el Sacerdocio. Por lo tanto, si Jesús le estaba concediendo ese rol a Pedro, se refería al Sumo Sacerdocio judío, y no al pontificado romano, inventado siglos después.
Tiene lógica en medio de todo lo que hemos ido desenterrando sobre el apóstol Pedro: si Jesús lo había considerado, originalmente, para el Sumo Sacerdocio, es porque pertenecía a la Casta Sacerdotal. Concretamente, porque era miembro del Clan Saduceo. Por eso se podía dar el lujo de cuestionar a Jesús en todos sus proyectos e ideas: a fin de cuentas, Jesús sería uno de los dos Mesías del judaísmo; Pedro sería el otro.
Esto nos aclara la naturaleza de la discusión de los discípulos: después de que durante la “transfiguración” Jesús se comportara como si fuese el Sumo Sacerdote, discuten quién va a ser el que ocupe esa distinción, si Jesús o Pedro. Por eso la referencia a sus dudas cada vez que Jesús vuelve a explicar los detalles de su plan, como si intuyeran que Jesús no les estaba diciendo todo.
Y se da la confrontación inevitable, en la que tienen que preguntarle a Jesús quién va a ser el Sumo Sacerdote. Y la respuesta de Jesús fue, en definitiva, la que menos querían escuchar: él mismo, no Pedro.
Jesús, el inminente Mesías de la Casa de David, había cambiado de opinión en un aspecto crucial.
Es sorprendente la elaboración del relato en este punto: nuevamente, un momento crítico está relatado como si fuera apenas otra de tantas anécdotas; además, la conflictiva respuesta de Jesús está redactada a modo de enredado silogismo que esconde bien la problemática que se estaba tratando en ese momento.
Misma que se siguió tratando, a juzgar por el siguiente relato.

El joven rico

Este es otro pasaje conocido bien por la tradición cristiana: un joven pregunta qué debe hacer para entrar al Reino de los Cielos, y Jesús lo manda a deshacerse de sus riquezas para darlas a los pobres.
A la luz de la discusión anterior, no es difícil reconstruir los aspectos generales de este relato: el joven rico es Pedro, que entonces confronta a Jesús y le cuestiona sobre su rol en el Reino de los Cielos. Y la respuesta de Jesús es contundente: tiene que renunciar a su “riqueza”. En otras palabras, a su ambición de ser el Sumo Sacerdote.
En ese contexto, las quejas de Jesús y de sus apóstoles son bastante lógicas. Jesús reclama lo difícil que será que un “rico” (o más bien, un sacerdote) entre en el Reino de los Cielos.
Y los apóstoles contestan con una pregunta absurda, si nos limitamos al sentido literal: “¿Quién, entonces, podrá salvarse?” Como si ellos fueran los ricos.
Claro, releyendo los símbolos del texto, queda entonces claro que sí, efectivamente: ellos eran los “ricos”. O, en otras palabras, miembros de la Casta Sacerdotal o de la Casta Levítica (como Mateo, el escriba).
Lo que hay detrás de este relato es un punto crítico que, a todas luces, puso en riesgo la recién integrada coalición anti-romana: los apóstoles están a todas luces contrariados por la pretensión de Jesús de asumir las funciones de Sumo Sacerdote.
Ante los cuestionamientos, Jesús ha reaccionado, prácticamente, con una rabieta, sentenciando que es más fácil hacer pasar a un camello por el ojo de una aguja, que lograr que un sacerdote entre al Reino de los Cielos.
Entonces, reaparece Pedro como tal (sin símbolos extras), y sigue cuestionando a Jesús: ellos, sacerdotes, lo están arriesgando todo por su proyecto. Simple lógica: ¿a cambio de qué?
El texto no nos ofrece detalles, pero todo parece indicar que hubo un fuerte regateo, y es factible que incluso hayan obligado a Jesús a retractarse en parte de su intento de coronarse como Sumo Sacerdote, ya que la respuesta final de Jesús es, en resumidas cuentas, un cúmulo de concesiones para los sacerdotes que integraban el Consejo de los Doce (nótese que, generalmente, se menciona a tres: Pedro, Jacobo y Juan; tal y como lo especifica la Regla Mesiánica): ninguno que haya dejado padre, madre o propiedades, dejará de recibir cien veces más, y en el Reino de los Cielos, la Vida Eterna.
Dicha concertación era obligatoria para Jesús. A fin de cuentas, entendía que su proyecto no podría tener éxito sin el poderoso apoyo de los Saduceos, que acababan de sentirse traicionados.
Especialmente un saduceo de muy alto rango, líder dentro de su propia gente, y que en un momento había sido designado por Jesús como el que habría de dirigir al judaísmo en tanto religión.
Un saduceo con temple de Sumo Sacerdote: el Apóstol Pedro.