febrero 15, 2009

Primer Tema: EL LIBRO DE ENOK

El libro de Enok es uno de los más famosos textos pseudo-epígrafos. Desconocido para occidente durante siglos, la Iglesia Copta Etíope lo conservó como parte de su canon bíblico. En 1773 se consiguieron tres copias etíopes, y en 1821 se publicó la primera traducción.
Este texto fue muy apreciado por la iglesia cristiana primitiva. Rechazado de la lista de textos “divinamente inspirados” en el Concilio de Laodicea (364 DC), fue muy valorado por Justino Mártir, Ireneo de Lyón, Orígenes, Clemente de Alejandría y Tertuliano.
Es un hecho que la versión etíope contiene muchas alteraciones cristianas al texto original. De cualquier modo, la recuperación de fragmentos ajenos a la tradición copta ha permitido que nuestro conocimiento sobre el libro de Enok vaya depurándose.
El texto está integrado por cinco secciones, que han sido definidas del siguiente modo por James C. Vanderkam, uno de los más reconocidos especialistas en la materia:
1. El libro de los Vigilantes (capítulos 1-36)
2. El libro de las Parábolas (capítulos 37-71)
3. El libro Astronómico (capítulos 72-82)
4. El libro de los Sueños (capítulos 83-90)
5. La epístola de Enok (capítulos 91-107)
¿Cuál es la importancia del libro de Enok? Sin duda, que es el texto que nos ofrece una panorámica de un tipo de literatura judía que quedó excluida del canon Fariseo-Rabínico.
No es fácil reconstruir esa suerte de rompecabezas que hay alrededor de la historia de este libro, pero la información que ofrece es valiosa. Vamos por partes.

1. Datación de Enok

Datar el libro de Enok ha resultado un difícil reto para los biblistas, y la única conclusión segura es que el texto completo es una compilación de material procedente de épocas muy diferentes.
Retomando las opiniones de Vanderkam, podemos considerar que El Libro de los Vigilantes (primera parte) se escribió hacia el siglo III AC. El Libro de las Parábolas (segunda parte) pudo haber sido escrito hacia finales del siglo I AC, pero la total ausencia de registros de esa época sobre este texto hace que otros especialistas lo daten mucho más adelante (hasta el siglo III DC, según Milik, otra reconocida eminencia). El Libro Astronómico (tercera parte), al igual que el Libro de los Vigilantes, data del siglo III AC. El Libro de los Sueños (cuarta parte) puede datarse hacia mediados del siglo II AC. Finalmente, la Epístola de Enok pudo ser escrita hacia finales del siglo II AC o principios del siguiente siglo.
Pero no todo es tan simple como decir que ciertos capítulos se escribieron en un momento, luego otros, luego otros, y luego fueron integrados en un texto.
Para ser exactos, cuando decimos que cierto material “fue escrito” en, por ejemplo, el siglo III AC, nos refiramos a que es la fecha probable en la que dicho material llegó a su redacción definitiva. Esto implica que resulta imposible suponer que antes del siglo III AC dicho material no existiera. Lo más factible es que haya existido como parte de otros textos, u organizado de otro modo, o en una versión más elemental.
El asunto medular es este: al hablar de que el libro de Enok fue elaborado entre los siglos III AC y I AC (sin olvidar que hay quienes hablan de una fecha tan tardía como III DC), nos referimos a que para llegar a la versión final del texto, hubo todo un proceso de elaboración y reelaboración de materiales de muy diversos orígenes, finalmente condensados y amalgamados en un solo volumen.
No estamos hablando de un proceso de redacción escalonado (primero una parte, luego otra), sino de un continuo (tal vez permanente) trabajo de edición y corrección de un texto que, al cabo de dos siglos (por lo menos), terminó por convertirse en una obra monumental.
¿Es posible que algunos fragmentos o ideas de Enok sean anteriores al siglo III AC?
No se debe descartar esa posibilidad. Hacerlo nos obligaría a suponer que la apocalíptica es, simplemente, una digresión del Profetismo Hebreo, y que el verdadero perfil de este fenómeno siempre fue el que, eventualmente, fue oficializado por la tradición Farisea-Rabínica.
La misma evidencia del profetismo está en contra de esta idea, ya que el radicalismo aflora por todos lados.
En consecuencia, es más simple suponer que, a la par de la tendencia representada por los profetas bíblicos, hubo una tendencia mucho más radical que poco a poco construyó el ambiente adecuado para que surgiera un fenómeno tan complejo como lo es la Literatura Apocalíptica, demasiado sofisticada como para sólo ser considerada una digresión.
Por lo tanto, si consideramos que dos secciones del libro de Enok se elaboraron en el siglo III AC, es muy probable que mucho de su material fuera bastante más antiguo que eso.
Contestar si dicho material fue parte de tradiciones orales o ya estaba escrito, resulta casi imposible. Sin embargo, parece difícil imaginar que dos textos tan complejos como el Libro de los Vigilantes o el Libro Astronómico hayan sido el primer paso en la compilación por escrito de conocimientos heredados por tradición oral (especialmente en el caso de las cuestiones astronómicas), de lo cual desprendemos la posibilidad altamente factible de que, previo al libro de Enok que conocemos, haya habido como antecedente una arcaica colección de textos que, muy probablemente, la tradición profética radical remontaba hasta el mismo Enok.

2. La elaboración continua de la profecía

Esta situación viene a ponernos frente a otra faceta del fenómeno del Profetismo, misma que es sumamente compleja: la elaboración continua de los textos.
Aún en el caso de los libros más compactos en cuanto a su estructura, como Jeremías o Ezequiel, es evidente que hubo un trabajo redaccional posterior. Esto nos obliga a asumir que algo demasiado normal y frecuente en la literatura profética (moderada o radical) fue la continua reelaboración.
Pensándolo con calma, es algo bastante lógico: la profecía, en su nivel de predicción, es algo muy fácilmente desechable. Basta con que la predicción falle o se cumpla para que quede, en términos estrictos, caduca.
Como contraparte, el rol del profeta tiene que mantenerse permanentemente vigente, o de lo contrario pierde cualquier posibilidad de trascender. En consecuencia, quienes le dan importancia al tema de la profecía deben mantener la actualidad de las mismas. La única alternativa es buscarse otra ocupación.
Esas fueron las reacciones que podemos identificar en los movimientos Fariseo y Esenio de la antigüedad: los Fariseos buscaron otra alternativa y se avocaron a la reflexión ética y a la regulación y legislación de la vida cotidiana; por lo mismo, no les resultó demasiado problema asumir que la era de los profetas había terminado. En cambio, los Esenios dedicaron un enorme esfuerzo a mantener vigente el esquema de profecías que habían heredado de las tendencias radicales anteriores a la Guerra Macabea (167-158 AC).

3. Influencia literaria de Enok: la profecía de las Semanas

Aunque la versión definitiva del original (sin los añadidos cristianos) de Enok quedó terminada hasta el siglo I AC, su influencia se puede sentir desde el siglo anterior.
El caso más notable es el ya mencionado de la profecía de las Semanas (capítulo 92), y su eco en el libro de Daniel.
En este caso es evidente que la versión de Enok, más burda en su elaboración, es notoriamente anterior a la de Daniel. Enok divide la Historia de la humanidad en diez semanas, sin que haya una duración promedio definida para cada “semana”. En cambio, para Daniel se trata de una reinterpretación de otra profecía de Jeremías, en la que cada “semana” equivale a un período de siete años. Además, Daniel no pretende contar en esas semanas toda la Historia del ser humano, sino sólo el lapso de tiempo que debe transcurrir antes de la consumación de la Historia y el advenimiento del Reino Mesiánico.
Enok menciona haber nacido en la primera semana (92.4), y anuncia que en la segunda semana la tierra se llenará de maldad, lo que causará una gran destrucción de la que sólo se salvará un hombre. Es una clara alusión al Diluvio, que viene a ser el acontecimiento central de la segunda semana (92.5-7).
El evento más importante de la tercera es el llamamiento de Abraham (92.8). La cuarta es más abstracta en cuanto a eventos, pero hay algo que llama muchísimo la atención: 92.9 dice que durante ese período, “los santos y los justos tendrán visiones”, lo que implica que los autores de Enok consideraban que el profetismo como oficio había iniciado poco después de la era de los patriarcas. Esta semana abarcaría el período del Éxodo, la conquista de Canáan, los Jueces, y tal vez los reinados de Saúl y David.
La quinta semana está dominada por la construcción del Templo de Salomón (92.9), y la sexta por la apostasía, el “arrebatamiento” de Elías, (92.10), la destrucción del Templo y el exilio de los judíos (92.11).
La séptima semana está anunciada como la era del advenimiento de una “raza perversa”. Muy seguramente, se refiere a la llegada de Antíoco IV Epífanes al poder y su campaña para exterminar el judaísmo. Pero también se menciona que “los justos y los elegidos recibirán su recompensa, y recibirán un conocimiento siete veces más grande sobre cada parte de la creación” (92.12).
Hasta este punto terminan las referencias históricas identificables, por lo que es claro que los autores fueron personas del siglo II AC, que —nótese— consideraban que eran siete veces más sabios que los demás. Estamos, seguramente, ante un trabajo redaccional hecho por Esenios.
Durante las siguientes tres semanas, los acontecimientos son difusos y evidencian más esperanza que historicidad: el advenimiento de la justicia en la octava semana (92.13), el juicio universal y la destrucción del mundo durante la novena (92.14-15), y finalmente el juicio contra los ángeles en la décima (92.16-17), lo cual dará paso a “muchas semanas, incontables, que transcurrirán en santidad y justicia”.
Por otra parte, el capítulo 9 de Daniel retomó la idea de explicar la Historia por venir dividiéndola en semanas, aunque dándole una dimensión teológica sumamente interesante.
Según Daniel 9.1-2, el meollo del asunto es que el profeta corroboró que estaban terminando los setenta años de exilio profetizados por Jeremías (Jeremías 25.11), y entonces dirigió su oración a D-os para recordarle que había llegado el momento de restaurar al pueblo judío (9.3-19).
Inesperadamente, el arcángel Gabriel apareció para darle a Daniel un nuevo enfoque del tiempo que aún faltaba para la restauración plena de Judea. A partir de la idea de los setenta años de Jeremías, Gabriel habla de “setenta semanas” (evidentemente, setenta períodos de siete años, o un total de 490 años) como plazo para que termine la Historia.
Este es un excelente ejemplo de actualización de la profecía: los autores de este pasaje (que los especialistas suelen ubicar en el siglo II AC) sabían que Judea había sido restaurada del exilio cuatro siglos antes. Sin embargo, eso no había significado una restauración plena, y menos aún el establecimiento del Reino Mesiánico. Dicho de otro modo: estaban frente a lo que podía considerarse una profecía caduca: cierto, D-os cumplió el anuncio de regresar a los judíos del exilio, pero ¿qué sentido podía tener eso, si de todos modos estaban bajo el vasallaje de una potencia extranjera que, además, había intentado exterminarlos?
No quedó otro remedio que ampliar el alcance de la profecía: de los setenta años de Jeremías, Daniel pasa a las Setenta Semanas para la llegada del Fin, retomando el estilo propuesto por Enok.
El libro de Daniel es más detallista en los acontecimientos por venir (en realidad, acontecimientos ya sucedidos en el momento en que el texto se redactó): el punto de partida es la orden para restaurar Jerusalén, momento a partir del cual pasarán siete semanas (49 años) para que se manifieste un Ungido o Mesías; luego, se menciona otro período de sesenta y dos semanas (434 años) sin que quede claro a qué se refiere; después, una mención a que “la plaza y el muro” se volverían a reconstruir en “tiempos de angustia” (Daniel 9.25). Después de las sesenta y dos semanas, se anuncia la muerte o despojo (ambas traducciones son viables) de otro Ungido o Mesías, y la invasión de un príncipe cuyo pueblo habría de destruir la ciudad (evidentemente, Jerusalén) y el santuario (Daniel 9.26).
Hasta este punto, van sesenta y nueve semanas. La última tendrá varios aspectos que tampoco quedan muy claros: la confirmación de un pacto entre el príncipe que destruirá la ciudad y “muchos”, la interrupción del continuo sacrificio del Templo a la mitad de la semana, y finalmente la llegada del “desolador” con la “muchedumbre de las abominaciones”. El punto final es la llegada de la “consumación” y que sobre el desolador “se derrame” lo que “está determinado” (Daniel 9.27).
La comparación de estas dos profecías basadas en un recuento de semanas nos sirve para dejar claras dos ideas:
1. En algunos casos, la comparación de dos textos similares puede ayudar para saber cuál es más antiguo y cuál no. En este caso, es evidente que la profecía de las semanas en Enok es más burda en su estructura y en sus conceptos, así como más limitada en sus referencias históricas. Por lo tanto, es evidente que la profecía de las semanas de Daniel es posterior: su perspectiva teológica está mejor planteada, especialmente por la vinculación a la profecía de los setenta años de Jeremías.
2. Si contemplamos en perspectiva la profecía de los setenta años de Jeremías, la profecía de las diez semanas de Enok, y la profecía de las setenta semanas de Daniel, podemos ver un ejemplo perfecto del proceso de “actualización” del mensaje profético, indispensable para que la vigencia de este tipo de literatura se mantuviera.
Hay mucho más que disertar sobre la profecía de las setenta semanas de Daniel, especialmente su sentido y su datación. Ese tema será abordado en una nota posterior.

4. Enok y Qumram

Hay un último detalle que mencionar, por el momento, sobre el libro de Enok, y es su vínculo con el movimiento Esenio.
Enok fue uno de los pocos libros apocalípticos que se conoció durante mucho tiempo en el cristianismo, gracias a que la Iglesia Copta lo conservó. A partir de que se hicieron las primeras traducciones al inglés a principios del siglo XIX, se pudo constatar que la apocalíptica había sido un fenómeno mucho más complejo de lo que se creía. No era nada más una postura marginal dentro del judaísmo, sino algo de mucha relevancia.
Con todo, la clarificación del papel de la apocalíptica en el judaísmo antiguo vino a darse con el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto, que muy seguramente son la biblioteca de los Esenios de Qumram.
Sin detenernos por el momento en la discusión sobre el perfil de los qumranitas (si fueron Esenios o sólo una facción de los Esenios), el dato importante para este punto es el siguiente: toda la literatura apocalíptica no bíblica que se conocía, incluido el libro de Enok, se ha recuperado también entre los Rollos de Qumram. Incluso, se han recuperado una gran cantidad de textos apocalípticos que eran totalmente desconocidos.
Esta evidencia nos ha dejado claro un hecho: la literatura apocalíptica fue cultivada por una de las facciones más radicales de la secta Esenia, o acaso por toda ella. Eso refuerza la evidencia de que Esenios y Fariseos fueron antagonistas ideológicos, toda vez que la colección de textos fariseos (el Talmud, principalmente) no hace uso del lenguaje ni de los códigos apocalípticos. Menos aún, de las expectativas bélicas y radicales.
Con esto en mente, en la siguiente nota haremos un breve repaso de lo más representativo de la Literatura Apocalíptica, toda vez que podemos ubicarla en tiempo y espacio, además de relacionarla con un grupo bien definido del judaísmo antiguo: estamos hablando del tipo de libros que escribieron los Esenios entre los siglos II AC y I DC.
Una vez hecho ese repaso, procederemos a analizar el otro gran texto apocalíptico, tan complejo como el de Enok: el libro de Daniel.

4 comentarios:

  1. Me sorprende la semejanza de estas profecias con lo anunciado en el libro de la revelacion de Jesucristo que Dios le dio para manifestar a sus sirvos las cosas que han de suceder pronto
    (en griego, Apocalipsis

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  2. Mnnn... a mi eso no me sorprende mucho, despues de todo este libro fue indudablemente una referencia muy usada. Lo que es sorprendente es la popularidad del libro. Sabemos que en el principio el libro de Enoch se consideraba como autentico y que se uso por mucho tiempo (Había al parecer once copias en los escritos del Qumran, numero bastante alto si se considera el costo y el trabajo que costaba producir un manuscrito).

    El libro ha sido muy popular desde que se encuentran en Etiopía, las referencias de astrología, de Uriel (cuyo nombre se relaciona con luz celestial y que siempre se describe al este del trono al igual que la luz solar) quien da a Enoch un tour de los cielos y le habla de la relación hacia el poder de las estrellas -ideas que se llegan desde el imperio Persa- y que se toparon con fuertes oponentes en los concilios hacen a este un libro en extremo interesante.

    Cuando el libro llega a Europa alrededor del siglo 18 este adquiere una popularidad gigantesca -gran parte de el infierno de Dante viene directamente relacionado con Enoch- lo que demuestra que nunca lo autorizado sera necesariamente lo leido, especialmente tratandose de la iglesia.

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  3. Me parece que todo esto es muy interesante pero
    que no se nos olvide que cada quien le da el significado que le acomoda a sus intereses
    que al final de cuentas eso ha sido un gran manejo de intereses

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