febrero 22, 2009

Primer Tema: DATACIÓN DEL LIBRO DE DANIEL

La perspectiva tradicional es que Daniel fue un profeta del siglo VI AC, cuya historia se cuenta en los capítulos 1-6 del libro que lleva su nombre. La recopilación de sus profecías (el libro como tal) habría sido integrada poco antes o poco después de morir.
La Crítica Bíblica ha rechazado esa posibilidad debido a las fuertes inexactitudes históricas presentes en el libro (no se puede confiar en las predicciones a futuro de alguien que no se da cuenta de su presente). La alternativa sugerida es que el libro de Daniel cobró su forma definitiva hacia mediados del siglo II AC, a partir de una serie de relatos sin duda más antiguos (los capítulos 1-6 del libro), a los que se sumaron una serie de “predicciones” redactadas durante la Guerra Macabea.
¿Cómo se sabe eso? Muy simple: las predicciones apuntan hacia la Guerra Macabea.
Suponer que Daniel fue un profeta que recibió de parte de D-os el anuncio de lo que iba a acontecer en un futuro muy lejano (ya han pasado 2,550 años por lo menos), pero que —extrañamente— la referencia para dichos anuncios fuera la Guerra Macabea, no tiene mucho sentido. Lo más lógico es que si el libro evidencia un interés marcado por esa guerra, es seguramente porque sus autores estuvieron involucrados en ella.
En consecuencia, la mayoría de los defensores de la Crítica Bíblica no acepta que el libro de Daniel tenga referencias posteriores al año 164 AC.
Esta es una postura que vamos a cuestionar más adelante, pero por el momento vamos a asumirla como punto de partida para revisar a qué nos referimos con “errores históricos” en Daniel, mismos que descartan que sea un texto del siglo VI AC. Son, principalmente, dos los puntos alrededor de los cuales giran todas las inexactitudes del libro.

1. Darío el Medo.

Este personaje es mencionado como el emperador medo bajo el cual cayó Babilonia. Son tres los pasajes que lo mencionan explícitamente: Daniel 5.30-31, todo el capítulo 6 y 9.1-2 (este último pasaje, además, nos ofrece una referencia genealógica al decirnos que fue hijo de Asuero o Ajashverosh).
El problema es simple: Darío el Medo no existió.
La tentación inicial es a confundirlo con Darío el Grande, pero no es difícil rechazar esta idea.
El dato histórico simple es que en 539 AC el poderío babilónico se derrumbó ante el avance del Imperio Medo-Persa, dirigido entonces por Ciro el Grande. Este último emperador es mencionado por Daniel, explícitamente como sucesor de Darío (Daniel 6.28). Ciro asumió el poder del Imperio Aqueménida en 559 AC, y veinte años después logró la conquista de Babilonia. Murió en 528 AC, heredando el trono a Cambisés II, que gobernó hasta 521 AC, cuando el Imperio se vio envuelto en una serie crisis política, que terminó por provocar un cambio en la dinastía real: los persas perdieron el poder, que quedó bajo control de los medos por medio de una nueva dinastía, iniciada por Darío el Grande, hijo de Histaspes, sátrapa de Partia, y que gobernó hasta 485 AC.
Fue Ciro quien extendió el decreto mediante el cual los judíos pudieron reconstruirse como nación (Esdras 1.1). En consecuencia, todo el capítulo 9 de Daniel está planteado erróneamente, ya que menciona que fue al inicio del gobierno de Darío el Medo que se cumplió el tiempo profetizado por Jeremías (Daniel 9.2).
Se han hecho muchos intentos —infructuosos, hay que decirlo— por justificar el error en el libro de Daniel. Frecuentemente, se intenta asociar a Darío el Medo con Gaubarus (también llamado Gobrías), general persa y factible pariente de Ciro, que tuvo a su cargo la toma de Babilonia. Sin embargo, no existe una sola prueba de que se pueda identificar a Gaubarus con Darío, por no agregar el hecho de que aquel fue persa, y este —se supone— medo.
Además está el detalle genealógico. Daniel dice que fue hijo de Ajashverosh, nombre que suele ser transliterado como Asuero, pero que equivale a Jerjes, si nos basamos en el libro de Esther. Pero hay un problema: Jerjes reinó de 486 a 465 AC, medio siglo después de los acontecimientos que atañen al libro de Daniel. Por ello, los traductores suelen asumir que Ajashverosh, en Daniel, se refiere a Artajerjes.
Aquí se completa el panorama para no poder identificar a Darío el Medo con Darío el Grande que, como ya mencionamos, fue hijo de un sátrapa llamado Histaspes.
El asunto no es, en realidad, complicado. Si tomamos en cuenta que Daniel 9.2 refiere que en el primer año de reinado de Darío se cumplió el tiempo que Israel debía estar en el exilio, basta con asumir que el autor confundió a Ciro el Grande con Darío el Grande (lo cual puede justificarse si consideramos que el autor fue un judío escribiendo cuatro siglos después; si suponemos que el autor era contemporáneo, el error es injustificable). Entonces, en Daniel 6.28 sólo habría que cambiar el orden: Daniel prosperó primero en el reinado de Ciro, y luego en el de Darío.
Confusión. Eso es todo. El autor de Daniel, cuatro siglos después, no tuvo a la mano la información correcta (algo totalmente lógico si tomamos en cuenta la época y que, además, estaba inmerso en una guerra). Esta idea se refuerza (me atrevo a decir incluso que se comprueba) con el dato de que Darío fue hijo de Artajerjes: efectivamente, un Darío tuvo un padre con ese nombre, sólo que fue Darío II, y su padre fue Artajerjes I. Este Darío II gobernó de 423 a 404 AC, un siglo después de Darío I.
¿Cómo se puede confundir a dos personajes que vivieron con un siglo de diferencia? Siendo un profeta contemporáneo del primero no, en definitiva (no es el modo en que los profetas anuncian el futuro). Siendo un autor separado por cuatro siglos de uno y dos y medio del otro, más bien.

2. El rey Belsasar.

Este error es peor. Daniel 5 se refiere a Belsasar como rey de Babilonia, e incluso menciona que fue hijo de Nabucodonosor (versículo 2). El único pasaje que habla de él menciona el célebre episodio de la mano que apareció escribiendo en la pared su sentencia de muerte, misma que se verificó esa noche cuando los medos, al mando de Darío, tomaron Babilonia.
Son varios los errores aquí implícitos: no hubo un rey babilónico llamado Belsasar, no hubo un rey muerto la noche que Babilonia cayó, y ni siquiera hubo batalla de por medio para tomar Babilonia.
En 539 AC, la suerte del Imperio Babilónico quedó decidida en la batalla de Opis. Después de una gran victoria, los persas tomaron Babilonia sin oposición alguna, y depusieron al emperador Nabónido, que gobernaba desde 556 AC. Sus antecesores fueron Amel-marduk (562-560 AC), Neriglisar (559-556 AC) y Labashi-Marduk (556), mismos que son totalmente ignorados por el libro de Daniel.
Se ha intentado justificar este error apelando a que entre 549 y 545 AC, Nabónido se estableció en la ciudad de Taima, dejando el gobierno de la capital a su hijo Belsasar. Sin embargo, es un hecho que en 539 AC (cuando ocurrió la toma de Babilonia), Nabónido estaba funcionando como emperador en la capital de su Imperio, y que, ante la falta de alternativas, no tuvo más opción que ceder el gobierno a Ciro el Grande.
Por cierto: Ciro ni siquiera estuvo presente en la toma de Babilonia, que —como ya se mencionó— estuvo a cargo de Gaubarus, su general.
Resumiendo, Daniel 5 da por hecho que tras Nabucodonosor, el trono lo ocupó Belsasar, que murió durante la toma de Babilonia en 539 AC, misma que fue hecha por los ejércitos de Darío el Medo, hijo de Artajerjes.
La realidad histórica comprobada de sobra es que después de Nabucodonosor hubo otros cuatro emperadores babilónicos, ninguno de los cuales fue Belsasar, y el colapso del Imperio fue en una batalla que no aconteció en Babilonia, al punto que la capital cayó sin combate de por medio, en manos de un general llamado Gobrías, hombre de toda la confianza de Ciro el Grande, emperador de los persas.
No hay que darle muchas vueltas al asunto: toda la información histórica en Daniel está al revés. No hay que deducir demasiado: el autor no fue un profeta del siglo VI AC, sino uno del siglo II AC, que no tuvo a su disposición la información correcta, razón por la cual cometió esta serie de errores.
Queda descartada, en consecuencia, la perspectiva tradicional sobre la datación del libro.

La segunda parte del libro, que es en donde se concentran las visiones, enfoca de un modo muy especial la época de la guerra Macabea (167-158 AC). Especial importancia revisten en ese aspecto los capítulos 8, 10 y 11 del libro, que incluso le dedican una descripción muy extensa al personaje que se puede identificar sin problemas con Antíoco IV Epífanes (salvo para los que lo quieren identificar como el Anticristo): Daniel 8.23-25 y 11.21-45 son muy prolijos en detalles respecto a este gran enemigo de los judíos. Al final de ambos relatos, se da por hecho su derrota y muerte, por lo que es muy probable que ambos pasajes hayan sido escritos en 164 AC, poco después de la muerte de Antíoco IV. Justamente, el hecho de que el mensaje del libro gire en torno a que después de la caída de este terrible personaje vendría el Reino Mesiánico, nos hace suponer con un alto grado de posibilidades de acierto, que el libro fue elaborado ese mismo año o al siguiente, antes de que los acontecimientos tomaran un rumbo muy diferente al esperado.
Vale la pena revisar el asunto del Anticristo.
Para muchos cristianos de línea fundamentalista, estos pasajes de Daniel 8 y 11 se refieren al Anticristo. ¿De dónde sacan la idea? Es simple: es evidente que ambos pasajes se refieren a la misma persona; y Daniel 8.25 da por hecho que será derrotado por el “Príncipe de los príncipes”, a quienes los cristianos no tardan en identificar con Jesús mismo. Si a eso añadimos que 8.17 dice explícitamente que la visión es para “los tiempos del fin”, no debe quedar ninguna duda.
Pero hay un problema: Daniel 8 es muy claro respecto a que el personaje en cuestión es un “cuerno” que surge de otro “cuerno” (8.9), mismo que había surgido junto con otros tres “cuernos” tras la fractura de un “cuerno” original. Para que quede claro: tras un cuerno que se rompe, surgen otros cuatro cuernos; en uno de estos últimos, surge el cuerno final, descrito como el enemigo de los judíos (o el Anticristo, según algunos).
No tiene lógica: hasta donde estoy enterado, el Anticristo todavía no aparece. Por lo mismo, es imposible asumir que tenga algo que ver con el Imperio Seléucida, que colapsó frente al poderío romano en 64 AC.
Daniel 8 es bien explícito en sus predicciones: el cuerno que se quiebra es el rey de Grecia (versículo 21). No hay problemas en identificarlo con Alejandro Magno, cuyo imperio fue heredado por cuatro generales tras su prematura muerte. Esos son los cuatro cuernos mencionados por el versículo 22. De uno de esos cuernos surge el cuerno final. No hay problemas para identificar al Imperio Seléucida como uno de los cuatro cuernos, y es obvio, entonces, que el cuerno pequeño es un gobernante del Imperio Seléucida.
Suponer que se trata del Anticristo nos obliga a hacer un salto elíptico de dimensiones exorbitantes. Claro, eso es justo lo que me han explicado varios fundamentalistas: “hasta aquí habla de los Sirios Seléucidas, a partir de aquí habla del Anticristo”.
¿Por qué? Imposible saberlo.
No tiene pies ni cabeza, especialmente si imaginamos a D-os anunciando la llegada del Anticristo, y usando como referencia al Imperio Seléucida, que ni siquiera fue el más importante de los reinos que tuvieran que convivir con el pueblo judío en la antigüedad. Al caso, hubiera sido un poco más exacto mencionar al Imperio Inglés, o al régimen soviético, o al imperialismo económico estadounidense.
La objeción de los fundamentalistas es obvia: allí dice (8.17) que la visión es para los tiempos del fin. No admitir que el “cuerno pequeño” es el Anticristo, implica que la profecía falló.
Exactamente. Eso es lo que cualquier mente fría y lógica deduciría con una breve reflexión. Los únicos, en esa época, que optaron por desarrollar una complicada explicación para demostrar que no había fallado, fueron los que siguieron con la línea del profetismo radical, mismos que unos años después (acaso menos de diez) consolidaron el movimiento Esenio.
Con Daniel 11 el caso es igual. Ningún fundamentalista tiene dudas respecto a que, desde el capítulo 10, se viene hablando de los reinos de Egipto y Siria (reino del sur y reino del norte, respectivamente). Hasta el capítulo 11.20 se ofrece un resumen muy detallado de las complejas relaciones que hubo entre las dinastías Ptolomea y Seléucida desde la muerte de Alejandro Magno y durante un siglo y medio. Luego, repentinamente, hay un brinco de 2,175 años (si el Anticristo apareciera en este 2009; si no, habrá que seguir sumando) entre el versículo 20 y el 21, y la descripción continúa, en realidad, con el Anticristo.
Sobra decir que estamos frente a un modo arbitrario y sin sentido de leer el texto. Siguiendo esas reglas (o más bien, esas no-reglas), es imposible pretender que cualquier lectura tenga sentido. Especialmente si hablamos de cronología.
El asunto es más simple y prosaico de lo que los amantes del sensacionalismo profético quieren admitir: los autores de Daniel esperaban que con la guerra Macabea llegara el Tiempo del Fin. No quisieron admitir el error total del concepto, y durante los siguientes dos siglos y medio se dedicaron a reinterpretar una y otra vez su profecía, sin éxito.
Dos mil años después, los modernos fundamentalistas siguen haciendo exactamente lo mismo, igualmente sin éxito.

Resumiendo: la evidencia interna del libro de Daniel nos da dos datos claros sobre sus autores: en primer lugar, no estaban muy enterados de los acontecimientos exactos del siglo VI AC, y confundieron a varios personajes, inventaron guerras y mezclaron genealogías. Por lo tanto, se deduce que ninguno vivió en el siglo VI AC. En segundo lugar, el meollo de sus discursos proféticos se centraba en la guerra Macabea, y las referencias sobre Antíoco IV Epífanes incluyen su muerte, acaecida en 164 AC. Dado que no se menciona el siguiente período de guerra (162-160 AC), se deduce que el texto original de Daniel fue elaborado entre 164 y 162 AC. Podemos ser más precisos aún, si tomamos en cuenta que los autores esperaban que la derrota de Antíoco IV fuera el primer evento de los Tiempos del Fin. Por ello, podemos suponer que el texto, en su forma original, fue completado apenas unos pocos meses después —por lo máximo— de la muerte del rey Seléucida.
Queda, en consecuencia, el año 164 AC como el más factible para la elaboración de la versión original del libro de Daniel.
Pero ¿por qué decimos “original”? Porque es evidente que estamos ante una versión retocada.

Empecemos por una objeción que suelen poner los fundamentalistas: no todo el meollo del libro de Daniel se centra en la guerra Macabea. Hay, por lo menos, dos pasajes que hablan explícitamente del Imperio Romano: los capítulos 2 y 7.
La lógica es simple: allí se habla de cuatro imperios por venir (en Daniel 2, identificados con las cuatro secciones de una estatua soñada por Nabucodonosor; en Daniel 7, por cuatro bestias), que son Babilonia, Media-Persia, Grecia-Siria y Roma.
Ante esta postura, la Crítica Bíblica contesta tajantemente que no: los cuatro imperios empiezan con Babilonia, pero terminan con la Siria Seléucida. El problema viene a la hora de identificar a los Imperios: se ha sugerido que son Babilonia, Lidia, Media-Persia y Grecia-Siria, o que son Babilonia, Persia, Media (separados), Grecia-Siria, o que son Babilonia, Media-Persia, Grecia (Macedonia) y Siria (separada de Grecia).
Curiosamente, en este punto le doy la razón a los fundamentalistas: la cuarta bestia es, y sólo puede ser, Roma.
En la siguiente nota analizaremos por qué es imposible identificar a la cuarta bestia (o la cuarta sección de la estatua de Nabucodonosor) con la Siria Seléucida.
Más aún: analizaremos también por qué aunque la identificación del imperio (Roma) es correcta, la interpretación de los cristianos fundamentalistas no funciona. En cambio, lo que estos pasajes nos muestran es que durante la guerra contra Roma (66-73 DC), se le hicieron, por lo menos, tres importantes añadidos al libro de Daniel, originalmente elaborado en 164 AC, a partir de una serie de relatos tradicionales bastante más antiguos (capítulos 1-6), más los textos que se escribieron durante la brutal guerra Macabea.

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