marzo 03, 2009

Sexto Tema: EL PROCESO DE ELABORACIÓN DEL LIBRO DE DANIEL

A partir de todo lo que hemos revisado en las notas anteriores, podemos reconstruir, a grandes rasgos, el proceso de elaboración del libro de Daniel.
1. Hacia principios del siglo II AC, los partidarios de un profetismo radical (representado en ese momento por los conceptos que hallamos en el libro de Joel y en los últimos tres capítulos de Zacarías) ya tenían a su disposición varios relatos provenientes de la época del exilio en Babilonia (cuatro siglos atrás). Hasta qué punto estaban asociados con un personaje llamado Daniel, es un punto imposible de resolver. De cualquier modo, dicha asociación se consolidó (o surgió) en el transcurso del siguiente medio siglo.
2. La primera fase de la guerra Macabea (167-164 AC) fue el detonante para que esta tendencia de profetismo radical produjera el primer texto completo de carácter apocalíptico: Daniel (Enok siguió en proceso). Convencidos de que esa guerra era el preludio del Fin de los Tiempos, empezaron por integrar una serie de textos descriptivos de la “bestia” con la que se enfrentaban, y al morir Antíoco IV Epífanes (164 AC), convencidos de que estaba a punto de iniciar el Reino Mesiánico, le dieron su primera forma definitiva al libro.
3. El Reino Mesiánico no llegó; en vez de ello, en 162 AC reinició la guerra, que se extendió hasta 158 AC, y el resultado final fue terriblemente decepcionante: no se logró la independencia política, sino sólo la religiosa; además, el Sumo Sacerdocio y el trono fueron usurpados por un linaje sin derecho a ellos.
4. Los partidarios del profetismo radical que habían elaborado el libro de Daniel seguramente se adhirieron a la reacción aristocrática en contra de la usurpación: la secta Esenia. A partir de ese momento, tuvieron que empezar a reconsiderar la naturaleza de las profecías condensadas en Daniel. Rechazaron que la esencia de las mismas estuviera equivocada, y en vez de ello enfocaron a Antíoco IV Epífanes y la guerra Macabea como la base para un paradigma, cuya utilidad sería poder identificar el momento de la verdadera guerra final.
5. Para ello, produjeron una sorprendente cantidad de material apocalíptico durante los siguientes dos siglos. Todas las diferencias ideológicas y doctrinales intrínsecas a los Rollos del Mar Muerto son resultado del complejo proceso de revisión constante de las ideas escatológicas de este grupo radical.
6. Tras la anexión de Judea como provincia romana (63 AC), quedó claro quien sería el enemigo de la guerra final. El asunto era, simplemente, empezar a prepararse.
7. Desde el año 6 DC, los estallidos de violencia anti romana dejaron claro que el proceso para entrar en guerra abierta había comenzado, y la sublevación se hizo general en 66 DC. El primer año de combates fue favorable a los rebeldes judíos, pero una vez que Vespasiano se hizo cargo del ejército romano, la situación empezó a cambiar. Sin embargo, en 68 Roma entró en una gran crisis estructural tras el suicidio de Nerón, y la inestabilidad duró un año completo. Seguramente, en ese momento los Esenios previeron que era posible destruir a Roma.
8. Una vez que Vespasiano se estableció como emperador, quedó claro que él era el cumplimiento final del paradigma establecido por Antíoco IV Epífanes. El reinicio del ataque romano fue devastador, y Jerusalén fue tomada y destruida en 70. La resistencia continuó hasta 73, cuando cayó Massada.
9. Durante ese lapso entre la destrucción del Templo de Jerusalén y la caída de Massada, se escribió mucha literatura apocalíptica. La parte más importante fueron los anexos al libro de Daniel, cuyo objetivo fue mostrar como Vespasiano era el cumplimiento pleno de lo que Antíoco IV, en tanto paradigma, había anunciado.
10. En el más depurado estilo de la literatura pseudo-epígrafa, los anexos fueron elaborados de un modo que resultara convincente: con material antiguo y con caligrafía antigua. El objetivo era hacer creer que eran parte del texto antiguo de Daniel, que databa de un poco más de dos siglos atrás. Es muy probable que los Fariseos (oponentes ideológicos de los Esenios) no hayan caído en la treta, pero los métodos de datación modernos (Carbono 14, Espectometría y Paleografía) sí. Por ello, se sigue creyendo que todo el texto de Daniel data del siglo II AC.
11. El milagro no llegó. La revuelta judía fue aplastada por Roma, y los Esenios no tuvieron oportunidad de seguir cultivando el apocalipticismo. Los textos que se escribieron durante los últimos tres años de la guerra sufrieron dos suertes diferentes: los que quedaron integrados a Daniel, se conservaron como parte de la Biblia Hebrea. Otros, finalmente cayeron en manos cristianas y fueron la base para el desarrollo de la apocalíptica cristiana. Muchos de ellos se conservan (como veremos en notas posteriores) en el llamado Apocalipsis de Juan.
12. Por razones que merecen un análisis especial, los fariseos de la época decidieron conservar el libro de Daniel (con sus añadidos) como parte de su lista oficial de textos sagrados. Gracias a ello, ha llegado completo a nuestros días.

Hay un aspecto relevante que recalcar respecto a este proceso: la literatura pseudo-epígrafa y/o apocalíptica no es resultado de un proceso esquemático. Parece ocioso decirlo, pero la Crítica Bíblica suele dar por sentadas demasiadas cosas sin considerar las dinámicas humanas de manera plena.
El mejor ejemplo es el libro de Daniel: ya está establecido como dogma científico (si acaso se puede usar semejante concepto) que Daniel se escribió en el siglo II AC, y todas las explicaciones se tienen que ajustar a esa idea. El resultado es evidente: cabriolas, simplemente cabriolas, para lograr ajustar los elementos de Daniel 2, 7 y 9.24-27 al siglo II AC.
Extrañamente, esta suerte de dogma no considera algo tan natural como la decepción. ¿A qué nos referimos con ello? A un punto simple: cuando Antíoco IV murió y el Reino Mesiánico no llegó, es obvio que hubo una decepción entre los que creían en las profecías del libro de Daniel. Incluso, dicha decepción tuvo que haberse incrementado cuando Jonathán Macabeo usurpó el Sumo Sacerdocio y el trono.
Lo lógico hubiera sido desechar a Daniel como un libro de profecías fallidas (de hecho, esa fue la tendencia de los Fariseos). Si los radicales apocalipticistas, y eventualmente los Esenios, no lo hicieron, fue porque hallaron una solución al problema.
Es un hecho que parte de esa solución implicaba “abrir” el libro de Daniel. Con ello, nos referimos a dejarlo en condiciones de recibir aportaciones posteriores que ajustaran su contenido con la realidad. Exactamente igual que con el libro de Enok, que para esos momentos seguía en proceso de elaboración.
Por eso, asumir que durante la guerra contra Roma se elaboraron anexos al libro de Daniel es básico para entender por qué los Esenios siguieron dándole un lugar preeminente a ese texto: porque no estaba acabado. Por lo tanto, sus profecías no habían fallado. Sólo seguían en espera de su cumplimiento.
Para efectos de analizar este proceso y su dinámica social, no tenemos que hacer ningún esfuerzo: basta con observar el modo en el que los actuales “especialistas” en profecía siguen buscando el modo de justificar el por qué debemos vivir esperando el cumplimiento de las profecías de Daniel.
Evidentemente, los Esenios fueron tan hábiles en el planteamiento de soluciones a la vigencia de estas profecías, que aún en la actualidad, muchos siguen obsesionados con encontrar allí la respuesta a los acontecimientos futuros.
Ahora abordemos el asunto desde otra perspectiva: estamos hablando de literatura pseudo-epígrafa, es decir: escrita por alguien que no la firmó como autor, sino que se la atribuyó a alguna personalidad del pasado.
Como vimos en toda la sección de Profetismo Hebreo, es evidente que esta práctica fue muy frecuente en la literatura profética después del exilio en Babilonia.
Pero hablar del proceso de elaboración de este tipo de textos no es algo tan simple, y los adherentes a la Crítica Bíblica suelen ser extrañamente superficiales al respecto, como si la elaboración de un texto pseudo-epígrafo simplemente consistiera en sentarse con pergamino y tinta, escribir, y luego decir que es un texto de, por ejemplo, Daniel.
Al hablar de pseudo-epigrafía, estamos hablando, en mayor o menor grado, de falsificaciones (claro, no es lo mismo la pseudo-epigrafía en el caso del libro de Isaías que en el de Daniel; en el primero, se trata de incorporar textos producidos dentro de una suerte de escuela o tradición vinculada con Isaías; en el segundo, de atribuirle todo un texto a un autor que, evidentemente, no existió). Y las falsificaciones tienen que ser creíbles.
Esa es la razón por la que los métodos de datación modernos no pueden ser asumidos de un modo incuestionable. En el caso del Carbono 14 y la Espectometría, el dato que nos dan es la antigüedad del material, pero eso no necesariamente significa que sea la misma antigüedad en la que un escriba se sentó a elaborar el documento. Por su parte, la paleografía no puede determinar la antigüedad de ningún texto. Lo único que demuestra, en última instancia, es la capacidad de escritura del escriba.
Naturalmente, si un escriba radical se sentaba a falsificar un texto de un profeta cuatro siglos anterior, es obvio que no lo iba a hacer con caligrafía moderna.
Veámoslo así: si yo quisiera falsificar un cuento de Jorge Luis Borges, sería ridículo que lo presentara elaborado en computadora. Tendría que conseguir papel de los años cuarentas, y por lo menos una máquina Remington para que, en el aspecto visual, mi treta tuviera esperanzas de funcionar.
Si algún día se inventa un método de datación del papel que pueda ser preciso en décadas, dicho método daría su resultado: el texto es de la época de Borges, no de Gatell.
Para poder establecer, en consecuencia, que el texto es de Gatell y no de Borges, habría que recurrir a otro tipo de datación: la contextual. Si es un cuento (por poner un ejemplo muy extremo) que describe los eventos de la guerra de los Balcanes, va a ser obvio que no lo escribió Borges.
Es lo que sucede con Daniel: allí están tres pasajes (2, 7 y 9.24-27) que se ajustan mejor a la guerra contra Roma que a la guerra Macabea. ¿Cuál es la duda, entonces? ¿La datación obtenida por Carbono 14 y paleografía?
Justamente, eso fue lo que quisieron los pseudo-epigrafistas del siglo I DC: que uno observara la antigüedad del material y dijera: “cierto, es muy, muy viejo”.
Profesionales. Eso fueron los autores del libro de Daniel, así como de sus anexos. No eran cualquier grupo de gente: los famosos soferim judíos, los escribas. Educados con textos cuya antigüedad databa de varios siglos (la Torá, simplemente), no es nada improbable que alguno de ellos tuviera la capacidad de hacer uso de modos arcaicos de escritura. El resto era conseguir pergamino viejo, lo cual resultaba más fácil de lo que parece: tan simple como tomar documentos irrelevantes en materia doctrinal (administrativos, por ejemplo), rasparlos, cortar los márgenes, y entonces empezar a elaborar un documento “antiguo”.
Muchos cayeron en la treta en ese entonces.
Curiosamente, muchos lo siguen haciendo en la actualidad. Algunos (la Crítica Bíblica), suponiendo que los textos son más antiguos de lo que realmente son. Otros (los fundamentalistas cristianos), creyendo que las profecías siguen pendientes de cumplimiento.
Exactamente lo que se propusieron en esa secta de místicos radicales que vivían convencidos de que eran los verdaderos Hijos de D-os.
Los Esenios.

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