marzo 08, 2009

Cuarto Tema: LA TEOLOGÍA CRISTIANA EN EL APOCALIPSIS DE JUAN

En la nota anterior analizamos un ejemplo bastante claro de cómo los códigos apocalípticos resultaron incomprensibles para el cristianismo primitivo, y además cómo el resultado fue una literatura apocalíptica deficiente.
Pero no debe quedarnos sólo la idea de que el cristianismo no estuvo a la altura de la apocalíptica. Literariamente no, ciertamente. Pero en el aspecto teológico es un hecho que la Iglesia Primitiva se basó en la apocalíptica judía para desarrollar los primeros conceptos organizados netamente cristianos, dándole una visión sumamente original a estos textos radicales del judaísmo anti-romano.
Repasemos los dos ambientes de los que estamos hablando para enfatizar las diferencias: por un lado, tenemos a los autores de la apocalíptica, judíos radicales, feroces nacionalistas, obsesionados con el asunto de la pureza, y convencidos de que la guerra contra Roma sería el punto de partida para el inicio del Reino Mesiánico. Por el otro, una iglesia cristiana plenamente asentada en el contexto no judío, sometida a feroces persecuciones por parte del Imperio Romano; no tenían algo semejante a un territorio, por lo que tampoco se identificaban a sí mismos como “un pueblo” en el sentido tradicional de la palabra; su única posibilidad de integración era abstracta (espiritual), y como consecuencia de ello, todos los contenidos de carácter nacionalista (incluyendo la Literatura Apocalíptica) del judaísmo, fueron entendidos por esta gente en una dimensión espiritual.
¿De dónde surgen estas comunidades? Es una pregunta compleja, y ya le dedicaremos varias notas a este asunto. Por el momento, baste decir que hay suficiente evidencia para saber que los Esenios-Qumranitas no fueron los únicos místicos judíos en el siglo I DC, ya que también se desarrolló una tendencia espiritual en el judaísmo de tendencias helenistas. Este último grupo, profundamente influenciado por el platonismo, aportó las bases metodológicas para que el ulterior cristianismo “espiritualizara” los contenidos de la literatura religiosa judía.
Para cuando el movimiento Esenio colapsó como consecuencia del fatal resultado de la guerra contra Roma, una nueva perspectiva del judaísmo ya había echado raíces en un medio no judío, y empezaba a ser identificada como “cristianismo”.
No eran una nación en guerra contra Roma, pero entre 64 y 67 tuvieron que soportar la persecución instigada por Nerón en Roma. Casi treinta años después, la persecución se hizo general en todo el Imperio a iniciativa de Domiciano.
Evidentemente, fue en ese segundo lapso que encontraron en la apocalíptica un mensaje que llamó su atención poderosamente: el Imperio, la Bestia, estaba destinado ser juzgado por D-os mismo, y esa acción traería la redención de Su pueblo. Sin embargo, dicha victoria no llegaría como consecuencia de una guerra abierta de ejércitos contra ejércitos, tal y como lo anunciaba “La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas” (texto que, evidentemente, ni siquiera conocieron). Por el contrario, el “ejército” que desbarataría a las huestes de la Bestia sería un ejército celestial, dirigido por D-os mismo.
Ahora, la pregunta es esta: ¿en qué momento esperaban que esto sucediera?
Para los judíos, la pregunta era sencilla de contestar: eso tenía que haber sucedido en los años finales de la guerra contra Roma, entre 72 y 73 DC. En cambio, es imposible decidir si los cristianos tuvieron una perspectiva tan concreta. La fuerte oposición que hubo a que el Apocalipsis fuera integrado al canon del Nuevo Testamento demuestra que, en su inicio, muchos sectores del cristianismo se oponían a la perspectiva de un Fin de los Tiempos en sentido literal, porque lo entendían como una vivencia espiritual.
Y el Apocalipsis de Juan, curiosamente, es el que nos da la respuesta a la cuestión. El momento en el que los cristianos primitivos esperaban una victoria de dimensiones escatológicas era, simplemente, en el Culto Dominical.
Todo el Apocalipsis de Juan está estructurado a modo de Culto Cósmico, reproduciendo las dinámicas litúrgicas de la Iglesia Primitiva, en donde cada personaje normal en una congregación cristiana del siglo II DC (ministro, diáconos, congregación), así como cada parte del servicio (llamamiento, antífonas, himnos, lecturas, predicación y el momento de la Eucaristía o Santa Cena), están representados por personajes simbólicos.
Los primeros tres capítulos funcionan a modo de introducción, y vale la pena destacar que en las cartas a las Siete Iglesias (capítulos 2 y 3), abundan las referencias a los dos elementos litúrgicos que el cristianismo asimiló del judaísmo: los baños rituales (que devinieron en el rito del bautismo) y los ágapes comunitarios (que devinieron en la Eucaristía).
El Culto Cósmico inicia con el capítulo 4, y se extiende hasta el 20, dejando la conclusión para los capítulos 21 y 22. El desarrollo del culto cristiano dominical es la base estructural para todo el libro, y por ello en el Apocalipsis no aparecen quiasmos tan bien diseñados como en Daniel. Los temas del libro son los siguientes:
• Capítulo 4: inicia el culto cósmico; los primeros himnos antifonales son cantados por seres angelicales que reproducen los roles de los ministros cristianos de la iglesia primitiva.
• Capítulo 5: introducción a la lectura de un Texto Sagrado (el libro “sellado”; sin duda, el libro de Daniel).
• Capítulo 6: la lectura, propiamente hablando, origen del primer bloque de juicios de Dios (los siete sellos).
• Capítulo 7.1-8: primera visión (los 144 mil sellados).
• Capítulo 7.9-17: continuación del culto cósmico con himnos y antífonas en donde “una gran multitud”, que reproduce el rol de la congregación, juega el papel protagónico.
• Capítulos 8 y 9: final de la lectura (séptimo sello), propuesto como transición para que continúen los juicios de Dios (las siete trompetas).
• Capítulo 10: nueva lectura de un “librito” (no se describe), traducida en el siguiente grupo de juicios de Dios (los siete truenos, no descritos).
• Capítulo 11: segunda visión (los dos olivos).
• Capítulo 12: tercera visión (la mujer y el dragón).
• Capítulo 13: cuarta visión (las dos bestias).
• Capítulo 14.1-5: continúa el culto cósmico con un himno congregacional.
• Capítulo 14.6-20: sermón de predicación del evangelio, equivalente a una declaración de guerra (evidente vestigio del sentido original judío).
• Capítulo 15: anuncio de los juicios finales (incluye la referencia a la destrucción del Templo de Jerusalén).
• Capítulo 16: el último grupo de juicios (las siete trompetas).
• Capítulo 17 y 18: quinta visión (la condenación de Roma, la “gran ramera”).
• Capítulo 19:1-8: himnos y antífonas.
• Capítulo 19.9-21: sacramento de la eucaristía (Santa Cena), símbolo cristiano de la derrota del mal (con notables vestigios de las expectativas que los judíos tenían respecto a la guerra contra Roma).
• Capítulo 20.1-10: sexta visión (el Reino Mesiánico).
• Capítulo 20.11-15: séptima visión (el juicio final).
• Capítulo 21.1-8: octava visión (los cielos nuevos y la tierra nueva).
• Capítulo 21.8-22.5: novena visión (la nueva Jerusalén; basada en los últimos capítulos de Ezequiel, cuyo sentido original se refiere sólo al Templo, no a toda la ciudad).
• Capítulo 22.6-21: conclusión.

No es difícil establecer las equivalencias entre los personajes. Cada vez que aparece uno sólo (generalmente un ángel), o se menciona una voz que viene del “trono” (parte principal de esta suerte de Catedral Cósmica), el Apocalipsis se desenvuelve como si se tratara de quien representa a la Deidad misma, aunque su correlato concreto es el ministro a cuyo cargo está la congregación. Alrededor de este personaje siempre hay diferentes grupos de ángeles desarrollando sus roles (los veinticuatro ancianos, los cuatro seres vivientes, los siete ángeles con las últimas plagas); no importa cómo sean descritos o cuántos sean en número: es obvio que representan a los diáconos o ayudantes del ministro. Finalmente, siempre aparecen “multitudes” (las vestidas en ropas blancas —típicas de quienes se bautizan— o los 144,000 sellados) que no son otra cosa sino la representación del pueblo cristiano, la congregación.
Los capítulos 5 y 6 son una prueba de que desde la más temprana época del cristianismo ya se acostumbraban las lecturas bíblicas. Más aún: son una evidencia de la antigua convicción de que la pura lectura de los textos sagrados era una forma de juzgar a Roma (los juicios empiezan justo al empezar la lectura en el capítulo 6).
La secuencia de visiones que hay en los capítulos 11-13 es el vestigio de que, en un momento posterior a las lecturas y previo a la predicación, había eventos especiales llevados a cabo por personajes destacados dentro de la congregación. No es necesario establecer relaciones concretas, pensando que los “dos olivos” representan a un par de ministros en específico, o que la “mujer” que huye del dragón es evidencia de que había mujeres desarrollando roles importantes en las iglesias primitivas. Es obvio que cada congregación sólo hacía lo que sus recursos le permitían. El esquema presentado en Apocalipsis es, por decirlo de algún modo, el esquema óptimo, en tanto reproduce lo que sucede cada domingo —desde la perspectiva cristiana— en el Culto Cósmico.
La proclamación del Evangelio Eterno (capítulo 14.6-20) es, propiamente, el sermón.
Los vestigios de la feroz literatura nacionalista de los judíos anti-romanos son evidentes: en cada sección hay juicios contra Roma, y el sermón es, originalmente, una declaración de guerra. Sin embargo, es claro que para la Iglesia Primitiva esta dinámica bélica era de carácter espiritual. Pablo mismo, en Efesios 6.12, dice que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Aunque se pudiera discutir el sentido que esta frase podía tener en boca de un judío de mediados del siglo I DC, lo cierto es que en la cosmovisión de no judíos del siglo II DC en adelante, el sentido era bastante claro: la guerra no es literal, es espiritual. Por lo tanto, el campo de batalla final no es, en sentido físico, el Valle de Harmeggido (Armagedón), sino el altar en donde se celebra la Santa Cena o Eucaristía, y ese es el sentido de Apocalipsis 19.
Basta con ver la invitación en el versículo 9: “Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios”.
Para la Iglesia Primitiva, la batalla se libraba cada domingo. La persecución imperial, o la presión social, o la marginación en la que llegaban a vivir en muchas ocasiones, eran todo aquello que podía hacer que un cristiano enfriara su fe y se apartara del Camino. En cambio, permanecer fiel al Cristo y llegar cada domingo a participar del pan y del vino de la Comunión, sellaban la victoria espiritual en contra de los enemigos.
Ciertamente, muchos tuvieron la convicción de que en algún momento concreto de la Historia, todo esto se convertiría en una realidad literal. Otros, en contraparte, siguieron creyendo que todo el conflicto era de una dimensión espiritual.
De cualquier modo, es evidente que si los cristianos primitivos distorsionaron el uso de los símbolos apocalípticos, no sólo fue debido a su imposibilidad de comprenderlos y manejarlos, sino también a que, por encima del estilo literario, su prioridad era expresar su perspectiva teológica de la apocalíptica, en la cual la guerra ya no era un evento militar para el que el pueblo de D-os se había preparado durante años, sino una continuo, permanente conflicto espiritual, en el cual el único modo de ser parte de la victoria del pueblo de D-os era la fidelidad.
Después de este breve esbozo de la teología cristiana en el Apocalipsis, en la siguiente nota vamos a repasar los vestigios del nacionalismo judío todavía identificables en este libro.

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