marzo 04, 2009

Segundo Tema: EL APOCALIPSIS DE JUAN Y EL LIBRO DE DANIEL

Hay dos pasajes del Apocalipsis que están íntimamente relacionados con el libro de Daniel: 5.1-5 y 13.1-10.
Veamos las similitudes:

“Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin” (Daniel 12.4).

“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apocalipsis 5.1-5).

No es difícil percibir el vínculo: es obvio que en el Apocalipsis de Juan, el “libro sellado con siete sellos” es el libro de Daniel. ¿De qué se trata este pasaje? De lo que ha sido la más cara obsesión de todos los fascinados por las profecías: poder decir que ha llegado el momento de “abrir los sellos”, lo cual implica revelar el verdadero contenido del libro, situación que —según Daniel 12.4— sólo podrá darse cuando sea el Tiempo del Fin.
Es claro que el autor de este pasaje, en el momento en que redactó esta “visión”, estaba seguro de que había llegado el momento para “quitar los sellos” del libro de Daniel. En consecuencia, la similitud de estilo y la referencia directa nos muestran que este fragmento fue elaborado en el mismo ambiente que conservó el libro de Daniel (y que le hizo añadidos).
El otro pasaje que evidencia un fuerte vínculo del Apocalipsis es más extenso y requiere de un análisis más a detalle, debido a sus posibles implicaciones:

2. Daniel dijo: Miraba yo en mi visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos del cielo combatían en el gran mar.
3. Y cuatro bestias grandes, diferentes la una de la otra, subían del mar.
4. La primera era como león, y tenía alas de águila. Yo estaba mirando hasta que sus alas fueron arrancadas, y fue levantada del suelo y se puso enhiesta sobre los pies a manera de hombre, y le fue dado corazón de hombre.
5. Y he aquí otra segunda bestia, semejante a un oso, la cual se alzaba de un costado más que del otro, y tenía en su boca tres costillas entre los dientes; y le fue dicho así: Levántate, devora mucha carne.
6. Después de esto miré, y he aquí otra, semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en sus espaldas; tenía ta
mbién esta bestia cuatro cabezas; y le fue dado dominio.
7. Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos.
8. Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas.

Daniel 7.2-8

1. Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo.
2. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad.
3. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia,
4. y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?
5. También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses.
6. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo.
7. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación.

Apocalipsis 13.1-7

Empecemos por señalar las similitudes entre ambas visiones.
1. En las dos visiones, la base son “bestias” que surgen del mar.
2. Dichas bestias son zoomorfas, y ambas visiones mencionan explícitamente características de leopardo, león y oso.
3. En ambas visiones los cuernos juegan un rol relevante.
4. En los dos pasajes se menciona una boca que habla “grandes cosas” y blasfemias contra D-os.
Pero también hay diferencias notables:
1. En Daniel son cuatro bestias, mientras que en Apocalipsis sólo una.
2. En Daniel, cada bestia se identifica con un animal (salvo la primera, con elementos de león y águila), mientras que en Apocalipsis todas las características están en la misma bestia.
3. El total de cabezas es de siete en los dos pasajes, aunque distribuidas de modo distinto: en Daniel, las bestias 1, 2 y 4 tienen una cabeza, mientras que la bestia 3 tiene cuatro (7 en total); en Apocalipsis, las siete cabezas son parte de la misma bestia.
4. El total de cuernos es de diez en los dos pasajes, aunque —igual que en el caso anterior— redistribuidos: en Daniel están en la bestia 4, mientras que en Apocalipsis no se da ninguna especificación, por lo que se intuye que están repartidos en las siete cabezas.
5. En Daniel, tres cuernos son derribados para que surja otro; en Apocalipsis, se menciona una “herida de muerte” milagrosamente sanada.
6. En Daniel, la boca que “habla grandes cosas” está en el último cuerno; en Apocalipsis, en la bestia, no en los cuernos.

Los actuales “especialistas” en profecía suelen dedicarle montones de páginas o tiempo a intentar armonizar ambos pasajes para poder definir las características del Anticristo.
En realidad, el asunto es mucho más sencillo de lo que cualquier apocalipticista contemporáneo quisiera admitir: Daniel 7.2-8 y Apocalipsis 13.1-7 son, originalmente, el mismo texto. La diferencia es que Daniel fue conservado por escribas judíos en su forma e idioma original, y Apocalipsis fue transmitido de país en país y de generación en generación por copistas cristianos que no conocían el lenguaje original ni entendían los códigos de la apocalíptica. El resultado es evidente: los elementos de la visión fueron transformados, aunque no desaparecieron.
La prueba de ello es que todas las transformaciones tienden a simplificar la visión de Daniel 7: en vez de cuatro bestias, es una que conserva el mismo número de cabezas y cuernos; los animales son los mismos, salvo uno (el águila; nuevamente, el proceso es de simplificación); los cuernos se reducen de once a diez; la mención de los tres cuernos derribados es sustituida por la de una cabeza herida de muerte; la aparición del último cuerno es reducida a una recuperación milagrosa; finalmente, la boca que “habla grandes cosas” que es parte del último cuerno, pasa a ser parte de la bestia misma.
Está claro: Apocalipsis no aporta nada a la visión, sólo comprime y sintetiza la misma. Se deduce, entonces, que quienes tuvieron en sus manos una copia de Daniel 7 no tuvieron la capacidad de entenderlo; por ello, al transmitirse el texto de generación en generación, sucedió lo que siempre sucede que una serie de datos complejos no pueden ser asimilados: se simplifican.
En este punto hay que plantearnos una pregunta que resulta interesante: ¿por qué sólo Daniel 7? Lo lógico es pensar que si manos cristianas recibieron una copia de Daniel 7, en realidad hayan recibido una copia completa del libro. Por lo tanto, sería de esperarse que no sólo apareciera esta versión modificada de un capítulo, sino de una parte más extensa del libro.
A menos que sólo hubieran recibido el texto del capítulo 7.
¿Cómo pudo haber sido eso posible? Si asumimos que dicho texto fue escrito como un anexo al libro de Daniel, justo en la época en la que se escribió también el material que luego se transformó en el Apocalipsis de Juan, resulta perfectamente lógico pensar en que lo que llegó a manos cristianas no fue una copia del libro de Daniel, sino del texto que se le anexó.
Con este nuevo dato en perspectiva, podemos aclarar un poco más el proceso de elaboración de los anexos a Daniel: factiblemente, lo que hoy conocemos como Daniel 7 fue primero un texto independiente (aunque seguramente atribuido a Daniel), como para que una copia separada del libro hubiera llegado a manos cristianas.
No es una posibilidad inverosímil: en Qumram se ha podido comprobar que los Esenios tuvieron todo un ciclo de obras dedicado a Daniel. Entonces, no estaríamos hablando de un anexo que fue escrito ex profeso para anexarse a Daniel, sino de un texto tardío que, por razones que resulta imposible sacar del terreno de la especulación, fue incorporado al libro de Daniel. Claro, con todo el cuidado para que pareciera ser parte del original.
Hay algo más: recordemos que Daniel 7 no es un anexo aislado, sino que fue integrado al libro de Daniel junto con los capítulos 2 y 9.20-27. Llama la atención el hecho de que Daniel 7 y 9.20-27 fueron incorporados siguiendo una idea muy precisa: a la secuencia de los “dos reinos” (Media y Grecia) que abarca los capítulos 8, 10 y 11, se les intercaló la secuencia que habla de los “cuatro reinos”, de tal modo que las visiones sobre las bestias quedaron juntas, y las visiones sobre la guerra también.
Lo lógico sería suponer que si Daniel 7 fue un texto independiente originalmente, Daniel 9.20-27 también fue parte del mismo. Por lo tanto, si un grupo de cristianos de finales del siglo I tuvo acceso a una copia de Daniel 7, ¿pudo tener acceso a una copia de Daniel 9.20-27?
Dudosamente, porque —como ya vimos— la profecía de las Setenta Semanas no se menciona en el Nuevo Testamento.
Pero queda una última posibilidad: en Daniel 9.20-27, se menciona definidamente la destrucción de la ciudad y del santuario. Y lo cierto es que en Apocalipsis también, y justamente después del capítulo 13: la destrucción de la ciudad está en Apocalipsis 14.20, y la del santuario en 15.8
Además, ambas referencias están rodeadas de varios “sietes”: por ejemplo, el capítulo 15 menciona a siete ángeles con siete plagas.
Replanteemos la pregunta de este modo: ¿cabe la posibilidad de que el texto de Daniel que llegó a manos cristianas haya estado dañado como consecuencia de la guerra? En ese caso, pudo haber contenido completa la primera parte del capítulo 7, que luego se transformó en Apocalipsis 13.1-7; la segunda parte —la explicación de la visión de las bestias— pudo llegar en condiciones bastante dañadas, al punto de que sólo se pudo recuperar la parte final del texto, que habla de la duración de la guerra y la reivindicación de los hijos de D-os cuando sea derrotada la bestia, justamente el tema de Apocalipsis 14.
La siguiente parte del texto que luego se anexó a Daniel, y que conocemos como el pasaje de Daniel 9.20-27, pudo llegar también casi destruida, y probablemente lo único que se recuperó del texto fue una extraña referencia a varias cuentas de “sietes”, así como a la destrucción de la ciudad y del santuario. Estos últimos detalles fueron retomados literalmente en Apocalipsis 14.20 y 15.8, en medio de referencias a varios “sietes”.
Queda latente, entonces, la posibilidad de que los capítulos 13-15 hayan sido un intento de reconstrucción de Daniel 7 y 9.20-27, que originalmente pudo haber sido un texto independiente.
Cierto: el pasaje mencionado del Apocalipsis es notoriamente diferente a Daniel, pero justamente ese es el meollo de la reconstrucción. Basta ver el complejo trabajo que es reconstruir los textos de, por ejemplo, los Rollos del Mar Muerto, pese a que se hace desde una perspectiva académica y científica. Si nos imaginamos a una comunidad sin la formación intelectual adecuada, sin el bagaje cultural necesario, y no enfocada a lograr una reconstrucción académica, sino a recuperar la “profecía”, y a eso le añadimos que el texto tuvo que pasar de mano en mano durante un proceso de casi un siglo para llegar a una versión consolidada (aunque no definitiva), es perfectamente comprensible que Daniel 7 y 9.20-27 se hayan transformado en Apocalipsis 13-15.
El pasaje de Apocalipsis 7.11-18 nos plantean otro problema. Allí se habla de otra bestia, semejante a un cordero con dos cuernos. Es muy evidente que se parece a la primera bestia de Daniel 8. Sin embargo, esta es la única similitud evidente. En realidad, el resto del capítulo 13 de Apocalipsis tiene muy poco o nada que ver con Daniel 8.
El problema es este: si tomamos en cuenta que Apocalipsis 13.11-18 (la segunda bestia) es una parte inherente al relato, es dudoso que el cristianismo primitivo se haya inventado esta sección. Además, está en un evidente tono apocalíptico, lo que evidencia que fue escrita por autores judíos.
¿Es probable que el texto que se incorporó a Daniel (la secuencia que hoy conocemos como Daniel 7 y 9.20-27) haya llegado incompleta, y que el fragmento faltante sólo lo hayan conocido miembros de la Iglesia Cristiana primitiva?
Reconstruyamos los hechos con estos datos:
1. Después de la destrucción de Jerusalén y del Templo, se elaboró un nuevo documento atribuido a Daniel, que retomaba el lenguaje de las visiones que tenemos en Daniel 8 y 11. Este texto partía del paradigma de Antíoco IV Epífanes para hablar de Vespasiano, y del paradigma de la guerra Macabea para hablar de la guerra contra Roma.
2. Este texto, originalmente independiente, abarcaba lo que hoy conocemos como Daniel 7 y 9.20-27, y los temas principales fueron los siguientes: el Imperio Romano como bestia, Vespasiano como el último cuerno, una referencia a un cómplice de Vespasiano, las Setenta Semanas y la destrucción de Jerusalén y el Templo.
3. Este texto fue finalmente incorporado al libro de Daniel, pero incompleto: se perdió la sección que hablaba sobre el cómplice de Vespasiano.
4. ¿Cómo pudo haberse perdido? Tómese en cuenta que tras la caída de Jerusalén, tres fortalezas siguieron oponiendo resistencia a Roma: Herodio, Maqueronte y Massada, que fueron cayendo en el transcurso de los años 71-73. La posibilidad es que este texto atribuido a Daniel haya sido escrito en Herodio o Maqueronte, y que al ser derrotada la resistencia judía en esos puntos, los sobrevivientes no hayan podido conservar el texto completo.
5. Es un hecho indiscutible que los combatientes judíos de esa época le dieron una gran importancia a la conservación de sus textos. Ello está comprobado por los pergaminos hallados en Massada.
6. Podemos inferir que sólo sobrevivieron dos copias de este nuevo texto atribuido a Daniel, ambas incompletas. La que fue conservada por combatientes judíos perdió la referencia al cómplice de Vespasiano; la otra, que llegó a manos cristianas, perdió la introducción al tema de las Setenta Semanas, así como las referencias a los acontecimientos de la semana 7 (la manifestación de un Mesías) y de la semana 69 (la muerte de otro Mesías). De toda esta sección sólo se habrían conservado escuetas y oscuras referencias a varios sietes que había que contar, así como a la destrucción de la Ciudad y del Santuario.
7. La copia conservada por los combatientes judías fue integrada al libro de Daniel; la copia conservada por los cristianos fue reelaborada y se transformó, eventualmente, en Apocalipsis 13-15.
8. Es evidente que los combatientes judíos no se quisieron arriesgar a volver a perder el texto de Daniel: elaboraron varias copias, mismas que fueron escondidas en las cuevas cercanas al ya destruido monasterio de Qumram, e incluso es probable que voluntariamente hicieran llegar una o más a grupos fariseos, que para ese momento se mantenían ajenos a la guerra contra Roma, con tal de que la preservaran. De cualquier manera, los fariseos tuvieron acceso a alguna copia “completa” de Daniel, y por ello el texto fue preservado en la Biblia Hebrea tal y como lo conocemos. Seguramente, esa fue la base para la traducción al griego que se incorporó posteriormente a la Septuaginta.
9. Por su parte, a los cristianos nunca se les ocurrió que el documento en cuestión pudiera incorporarse al libro de Daniel. En vez de ello, bien pudieron usarlo como base para incorporar en un solo volumen ese y otros textos de carácter apocalíptico o profético (muy seguramente, sin poder entender la diferencia entre unos y otros).
10. La Iglesia Primitiva tuvo que hacer varias adecuaciones al texto de Daniel: en primer lugar, traducirlo al griego koiné; luego, irlo adaptando de país en país y de siglo en siglo para hacerlo entendible. El desconocimiento de los códigos apocalípticos provocó que los elementos propios del texto fueran alterados y, en muchos casos, simplificados.
11. De cualquier modo, se conservaron los temas principales: las bestias y los cuernos, Vespasiano y su cómplice, los enigmáticos “sietes”, y la destrucción de Jerusalén y del Templo.
12. Muy probablemente, el desconocimiento del hebreo por parte de una comunidad cristiana gentil provocó que nunca entendieran que las palabras “shavuim shivim” (que en hebreo se escriben exactamente igual) significan “setenta semanas”. Lo más que lograron hacer fue estructurar el texto final (hoy conocido como Apocalipsis de Juan) a partir de “siete sietes” (una forma equivocada de traducir “shavuim shivim”): las Cartas a las Siete Iglesias (1), los Siete Sellos (2), las Siete Trompetas (3), los Siete Truenos (4), la bestia con Siete Cabezas (5), los Siete Ángeles (6) y las Siete Copas de Ira (7).

Daniel no es el único libro presente en el Apocalipsis de Juan. También hay una importante referencia al libro de Zacarías.
Los capítulos 3 y 4 de Zacarías están dedicados a los dos líderes judíos de la época del regreso del exilio: el Sumo Sacerdote Josué y Zorobabel, el descendiente del Rey David que hubiera ocupado el trono de Judea de no haber existido el vasallaje al Imperio Medo-Persa. En este pasaje, Zacarías los llama “los dos olivos” (Zacarías 4.11-14).
Esta idea es retomada en Apocalipsis 11, aunque con una gran cantidad de alteraciones. Allí se narra el ministerio de “dos olivos” que habrían de protagonizar varios prodigios en “Babilonia” (modo simbólico de referirse a Roma). Apocalipsis 11.4 retoma textualmente una idea de Zacarías: los dos olivos están de pie delante de D-os.
Evidentemente, la Iglesia Primitiva no tuvo modo de asimilar la idea de dos Mesías, perfectamente normal para el judaísmo (un ungido del linaje de Aarón y otro del linaje de David); en consecuencia, en Apocalipsis los dos olivos ya no son presentados como el Sumo Sacerdote y el Rey, sino como dos profetas, mas bien similares a Moisés y Elías.
Nuevamente, hallamos en esto evidencia de que los cristianos que recuperaron diversos fragmentos proféticos y apocalípticos no tuvieron la posibilidad de traducir los complejos códigos que, durante más de dos siglos, habían desarrollado los Esenios. En consecuencia, produjeron un texto en donde los simbolismos propios de la apocalíptica judía fueron usados de modo confuso y caótico.
En la próxima nota vamos a revisar a fondo un ejemplo del deterioro en el uso de la simbología apocalíptica.
Antes de ello, vale la pena mencionar algo que llama poderosamente la atención en el libro de Zacarías: después de la referencia a los Dos Olivos (capítulos 3 y 4), Zacarías habla de un “rollo que vuela” (capítulo 5.1-4), una mujer que representa la maldad y que se sienta sobre una medida de volumen no especificada (efa, o 37 litros) que simboliza algo terrible según el propio texto, cuatro carros con caballos de distinto color (alazanes, negros, blancos y rucios), y finalmente la coronación simbólica del Sumo Sacerdote (Mesías o Ungido de la Casa de Aarón) Josué.
Es evidente el vínculo textual con el Apocalipsis de Juan, que además de hablar de Dos Olivos, también habla de un mensaje (rollo) que vuela en las manos de un ángel (capítulo 14.6-7), una mujer que representa la maldad y que va sentada sobre algo terrible (capítulo 17), cuatro jinetes con caballos colores similares: blanco, bermejo, negro y amarillo (capítulo 6.1-5), y la coronación simbólica de un Mesías (capítulo 19).
Hay que aclarar un punto: no estamos hablando de un complemento teológico, porque ante estos casos, los fundamentalistas suelen explicar que un pasaje profético se complementa con otro.
En este caso, es obvio que Zacarías se refiere a una cosa y el Apocalipsis a otra. El vínculo es evidencia de otra cosa, en realidad: el Apocalipsis de Juan fue elaborado a partir de fragmentos de textos proféticos judíos (no solo apocalípticos, como en el caso de los capítulos 3-6 de Zacarías) que no fueron entendidos en su sentido original por los cristianos de la Iglesia Primitiva.
En consecuencia, en el Apocalipsis de Juan vemos una titánica reconstrucción de la apocalíptica judía. Y eso es lo que hace sorprendentemente valioso a este libro del Nuevo Testamento: nos ofrece un panorama muy preciso del proceso de transición entre las doctrinas apocalípticas del judaísmo y los primeros pasos de la teología cristiana.
En una nota posterior vamos a revisar más detalles de este punto, evidentemente importante.

Para concluir esta nota, hay que resumir los conceptos aquí analizados: el Apocalipsis de Juan fue elaborado por cristianos a partir de textos de origen judío.
No es un libro escrito en un solo intento: se trata de un texto construido a partir de diversos fragmentos recuperados después de la guerra entre judíos y romanos, mismos que no pudieron ser plenamente entendidos por el cristianismo gentil. En consecuencia, los símbolos apocalípticos se vieron alterados y simplificados, aunque este proceso implicó el surgimiento formal de uno de los recursos más importantes del cristianismo: la teología.
La idea de que este texto pudo surgir como consecuencia de las persecuciones de Nerón o Domiciano es errática por completo. Ciertamente, las posteriores persecuciones contra la Iglesia Primitiva lograron que los cristianos se identificaran con el meollo del mensaje apocalíptico, pero eso fue un fenómeno posterior.
La base para el Apocalipsis de Juan fueron, principalmente, fragmentos atribuidos a Daniel y pasajes del libro de Zacarías (aunque también documentos qumranitas, como veremos en una nota posterior), que fueron traducidos, reelaborados y reinterpretados de modo radical por la Iglesia Primitiva.
El punto de contacto fue la identificación del cristianismo con el mensaje apocalíptico: la “bestia” que persigue y devora a los hijos de D-os será, en el Fin de los Tiempos, derrotada y juzgada.
Las diferencias existenciales (la principal es que los cristianos no planearon un levantamiento armado contra Roma) fueron, en contraparte, la pauta para que los contenidos de la apocalíptica judía se llevaran al plano abstracto y se espiritualizaran (fenómeno que no resultaba nuevo, por cierto; cuando abordemos el caso de la literatura Joánica hablaremos más de ese punto).
El resultado es un libro sumamente complejo: son evidentes sus orígenes judíos, pero hay que hacer una verdadera “excavación” para recuperar (o acaso intuir) su forma original, ya que están impregnados de conceptos teológicos netamente cristianos. Por ello, el Apocalipsis de Juan resulta una herramienta importantísima para analizar la transición de las doctrinas apocalípticas judías tardías y la teología cristiana primitiva.
Hay otro aspecto en donde el Apocalipsis de Juan es sumamente complejo: a la par de que evidencia un manejo torpe y diluido de los códigos apocalípticos, evidencia una lucidez y genialidad teológica sorprendente.
En la próxima nota vamos a comenzar a revisar los dos aspectos mencionados en el párrafo anterior.

1 comentario:

  1. Saludos Irving. Excelente trabajo. Como duda, ¿está relacionado el capítulo 7:16-17 de Apocalípsis con Isaías 49:10, es decir si ambos textos hablan de la reunión de los esparcidos de Israel o si son de diferentes tiempos?

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