marzo 15, 2009

Sexto Tema: DATACIÓN Y PROCESO DE ELABORACIÓN DEL APOCALIPSIS DE JUAN

Con toda la información analizada, es posible identificar el momento en el que se escribieron los textos judíos que eventualmente se transformaron en el Apocalipsis de Juan.
Las referencias a la devastación de Jerusalén y del Templo están claras en Apocalipsis 14.19-20 y 15.5-8. Por lo tanto, es obvio que el texto fue escrito después de 70 DC. Está también la referencia a que la bestia (entiéndase: Vespasiano) tendría “permiso” de derrotar a los santos durante cuarenta y dos meses. Si tomamos en cuenta que el sitio de Jerusalén comenzó después de la Pascua del año 70, los tres años y medio estarían cumpliéndose después del Yom Kippur del año 73.
Dicha cantidad de años no llegó a completarse: Massada, el último reducto de resistencia anti-romana, cayó hacia la Pascua de 73, sin que la “batalla final” llegara a darse.
Se deduce, entonces, que lo más probable es que estos textos hayan sido escritos entre los años 72 y 73, cuando la perspectiva de los místicos Esenios-Qumranitas es que se estaba en el último período de victorias de Roma.
Y aquí hay algo que llama poderosamente la atención: fue, desde nuestra perspectiva, la época en la que se escribieron los añadidos al libro de Daniel.
De hecho, la mejor prueba es que Daniel 7 (y probablemente 9.20-27) aparece reelaborado en Apocalipsis 13.2-8. Si Daniel 7 ya hubiera existido desde dos siglos atrás, es improbable que la iglesia primitiva hubiera hecho una versión tan libre de dicho pasaje. En cambio, la versión que encontramos en Apocalipsis 13 muestra que Daniel 7 no era un texto “oficializado” aún, y por ello fue sistemáticamente reelaborado durante, por lo menos, cien años más.
Sucede lo mismo con la profecía de las Setenta Semanas: nunca es citada por el Nuevo Testamento, por lo que es bastante claro que, hacia fines del siglo I AC, dicho pasaje tampoco era parte “oficial” de Daniel. Lo que sí encontramos en el Apocalipsis de Juan es una organización del texto a partir de “siete sietes”, modo incorrecto de traducir “setenta semanas”, y que factiblemente sea una prueba de que el texto que hoy conocemos como Daniel 9.20-27 fue recibido por manos cristianas en un estado demasiado deteriorado (probablemente tras la caída de Maqueronte o Herodio, los bastiones judíos que cayeron antes de Massada), al punto de que no pudo ser bien entendido.
Esto en cuanto a los textos apocalípticos judíos que luego fueron usados para elaborar el Apocalipsis.
¿Cómo se dio el resto del proceso?
El papiro más antiguo que disponemos con un fragmento del Apocalipsis es el Chester Beatty P47, que contiene la sección 9.10-17.2, y que está datado hacia la primera mitad del siglo III. No tenemos dudas de que el libro fuera conocido antes, ya que Eusebio de Cesárea menciona que el obispo Melitón de Sardis (que vivió en la segunda mitad del siglo II) escribió un comentario sobre él, e Ireneo de Lyón (contemporáneo de Melitón) fue uno de los más destacados partidarios de su canonicidad.
De cualquier modo, estos datos no nos comprueban que el texto que ellos conocieron sea el que se oficializó como parte del canon del Nuevo Testamento casi 200 años después.
Lo que podemos suponer es lo siguiente: tras la caída de Maqueronte o Herodio, diversos fragmentos de literatura apocalíptica se dispersaron sin que los Esenios-Qumranitas pudieran controlar el proceso. Un grupo de ellos cayó en manos cristianas, y es muy probable que desde ese momento llamaran poderosamente la atención de los seguidores de esta creencia que empezaba a asentarse en el Asia Menor. Convencidos de que el Mesías referido en esas páginas era Jesucristo mismo, debieron conservar estos textos con la reverencia debida a un enigmático mensaje codificado que hablaba sobre el Fin de los Tiempos.
Poco más de 20 años después se desató una feroz persecución contra los cristianos en todo el Imperio, y el mensaje de los textos apocalípticos se volvió trágicamente vigente para este grupo de comunidades confrontadas con la “bestia”.
Muy probablemente, este fue el punto donde dichos textos (seguramente independientes) empezaron a ser traducidos al griego koiné, y de hecho terminaron por fusionarse como si se trataran de un solo volumen.
Los líderes cristianos, incapaces de traducir los complejos símbolos Esenios-Qumranitas, en cambio desarrollaron una perspectiva teológica (acaso la primera de la Historia del cristianismo) sumamente original, estructurando el orden de los relatos apocalípticos en función del orden del culto dominical de las Iglesias Primitivas.
De ese modo, pudieron darle un sentido de vigencia permanente a la escatología judía, planteando que el servicio religioso de cada domingo no era otra cosa sino la reproducción del Culto Cósmico oficiado por D-os mismo. En consecuencia, el momento culminante de cada culto dominical —la Eucaristía o Santa Cena— no era otra cosa sino la derrota de Roma.
Seguramente, hacia finales del siglo II DC esta idea estructural ya estaba completa, y de esa época datan las referencias sobre el Apocalipsis de Melitón e Ireneo.
Aunque este aspecto anecdótico no deja de ser una especulación, hay un hecho indiscutible respecto al Apocalipsis de Juan: las versiones que nos ofrece de la apocalíptica judía son versiones, por decirlo de un modo, deterioradas. Los ejemplos más contundentes de ello son Apocalipsis 13.2-8 (versión deteriorada de Daniel 7) y Apocalipsis 11 (manejo deteriorado de los conceptos de Zacarías 3 y 4).
Hay un ejemplo extra en relación a los Rollos del Mar Muerto, y es la similitud que hay entre los capítulos 21-22 del Apocalipsis de Juan y los textos qumranitas sobre la Nueva Jerusalén. Cierto: en el Apocalipsis de Juan la descripción es notoriamente más exagerada que en el texto de Qumrán, pero eso es perfectamente explicable si asumimos que Apocalipsis 21-22 son la versión deteriorada de La Nueva Jerusalén (evidentemente, una copia de este texto del Mar Muerto también cayó en manos cristianas).

En resumen, el Apocalipsis de Juan no sirve para intentar interpretar los códigos apocalípticos. Sirve, en todo caso, para contextualizar algunos pasajes del libro de Daniel (específicamente, los capítulos 7 y 9.20-27), y para darnos una idea de cómo los conceptos apocalípticos fueron mal entendidos y tergiversados por el cristianismo primitivo, pero también para visualizar el primer corpus teológico completo de la Iglesia.
Por ello, todos los “especialistas” en profecía que se pasan la vida intentando organizar la información “profética”, al hacer un uso —aparentemente lógico— del Apocalipsis de Juan, simplemente se enredan en un texto cuyos símbolos perdieron los pies y la cabeza hace más de 18 siglos.
Y por eso las profecías nunca terminan de cuadrar, y menos aún de cumplirse.
El sentido correcto de la apocalíptica está en el libro de Daniel. Intentar recuperar dicho sentido del Apocalipsis de Juan nos obliga a hacer una labor de “recuperación” del texto original, para lo cual es necesario irlo despojando de los conceptos cristianos que se fueron agregando durante un proceso de, por lo menos, un siglo.
Tarea difícil, pero no imposible.

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