marzo 14, 2009

Quinto Tema: LA GUERRA JUDÍA CONTRA ROMA EN EL APOCALIPSIS DE JUAN

Al igual que en el resto de la apocalíptica, el tema de la guerra es el eje del Apocalipsis de Juan. Sin embargo, la perspectiva teológica generalizada es que esta guerra sucederá al Final de los Tiempos, y en ella el protagonista principal será Jesucristo mismo, en su papel de Mesías triunfante.
Debe recordarse que esta es una construcción teológica cristiana, y es obvio que no fue la idea original de los autores de los textos apocalípticos posteriormente fusionados por el cristianismo primitivo.
La asociación de ideas es perfectamente lógica, de cualquier modo. Los textos originales, siendo de un perfil apocalíptico evidente, hablaban de una guerra. Del mismo modo, sus autores estaban perfectamente convencidos de que dicha guerra marcaba el punto final de la Historia Humana; finalmente, ellos —en tanto judíos nacionalistas y místicos— esperaban que de esa guerra se manifestara triunfante el Rey Mesías.
Para el cristianismo, la relectura de estos textos fue simple: hay una guerra; si es al Final de los Tiempos, se deduce que no ha acontecido porque el tiempo y la Historia siguen su curso; por lo tanto, dicha guerra se halla en un futuro indeterminado (e indeterminable); finalmente, si dicha guerra debe ser la manifestación del Rey Mesías de los judíos, entonces se refiere a Jesucristo mismo, Rey Mesías judío según la tradición cristiana.
Hagamos el esfuerzo por desentendernos de la construcción teológica cristiana posterior, para poder aproximarnos al sentido original del texto, el elaborado por los místicos nacionalistas judíos, muy seguramente vinculados con el movimiento Esenio-Qumranita.
Para comenzar, leamos algunos fragmentos del propio texto:

15. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes;
16. y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero;
17. porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?

Apocalipsis 6.15-17

Este pasaje evidencia la profunda convicción de que los poderes terrenales (entre los cuales Roma era el más destacado) iban a ser reventados en el llamado Día del Señor. La imagen no sólo es la de una Roma derrotada en tanto fuerza militar, sino la de toda una sociedad llevada al colapso.

5. También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses.
6. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo.
7. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación.

Apocalipsis 13.5-7

Ya habíamos comentado este pasaje: es una versión alterada del capítulo 7 de Daniel y, por lo tanto, se refiere a Vespasiano. El sentido original es el que hallamos en el libro de Daniel: esta bestia, Vespasiano, iba a tener su éxito garantizado durante tres años y medio, en los cuales se le iba a “permitir” derrotar a los ejércitos judíos, al tiempo que consolidaría su poder como emperador.

5. Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio;
6. y del templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro.
7. Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos.
8. Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles.

Apocalipsis 15.5-8

Este pasaje es la prueba más clara de que los textos apocalípticos que fueron usados para conformar el llamado Apocalipsis de Juan fueron escritos después de la destrucción del Templo de Jerusalén (70 DC). Es muy factible que este acontecimiento fuera visto con buenos ojos por los radicales Esenios, ya que consideraban que la situación del Templo era una herejía desde la guerra Macabea. En primer lugar, porque el Sumo Sacerdocio fue usurpado por una familia ilegítima (los Hasmoneos), y en segundo porque la forma arquitectónica final del Templo fue definida por un rey tan espurio como los Sumos Sacerdotes: Herodes. En consecuencia, la visión de los Esenios implicaba un cambio radical en todo lo relacionado con el Templo, e incluía lo mismo la deposición de quienes ejercían el Sumo Sacerdocio, así como la destrucción del edificio impuro. La perspectiva era que, una vez derrotada Roma y purificado el país, se construiría el verdadero Templo y se restablecería el verdadero linaje de Sumos Sacerdotes. En consecuencia, no es de extrañar que para estos radicales la destrucción del Templo haya sido, en su momento, una buena señal de que las cosas estaban dándose como se tenían que dar.
Este pasaje suele ser utilizado por los fundamentalistas cristianos para sostener que es necesario que el Templo de Jerusalén sea reconstruido para que pueda empezar el Apocalipsis. Sobra decir que dicho razonamiento es una tontería. Este pasaje, al igual que los demás que relacionan al Templo con el Fin de los Tiempos, se refiere al Segundo Templo, ya que los Esenios que cultivaron esta perspectiva apocalíptica estaban seguros de estar viviendo el momento final de la Historia.

3. Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos.
4. Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación;
5. y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA.

Apocalipsis 17.3-5

La aclaración posterior de que las siete cabezas son los sietes montes en donde la mujer —en realidad, una ciudad— se asienta, es la pista definitiva para saber que se refiere a Roma, ciudad asentada sobre siete colinas. En estos versículos podemos ver claramente el concepto que los Esenios-Qumranitas tuvieron de Roma, en tanto capital de la inmundicia en todo el planeta.

1. Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria.
2. Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible.

Apocalipsis 18.1-2

Para los Esenios-Qumranitas no había duda: la caída de Roma iba ser algo total, equivalente a lo que en la antigüedad representó la destrucción de Nínive. Hay que ir separando la perspectiva cristiana —simbólica— de la judía —literal— respecto a la batalla por venir: los combatientes judíos no sólo contaban con la victoria local, sino también con que la guerra sería llevada a Roma, y la misma capital del imperio destruida.

16. y diciendo: ¡Ay, ay, de la gran ciudad, que estaba vestida de lino fino, de púrpura y de escarlata, y estaba adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas!
17. Porque en una hora han sido consumidas tantas riquezas. Y todo piloto, y todos los que viajan en naves, y marineros, y todos los que trabajan en el mar, se pararon lejos;
18. y viendo el humo de su incendio, dieron voces, diciendo: ¿Qué ciudad era semejante a esta gran ciudad?
19. Y echaron polvo sobre sus cabezas, y dieron voces, llorando y lamentando, diciendo: ¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido de sus riquezas; pues en una hora ha sido desolada!
20. Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos, apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella.

Apocalipsis 18.16-20

Es interesante notar que, desde la perspectiva de los Esenios-Qumranitas, la destrucción de Roma no sólo era un objetivo militar lógico, sino además un acto de justicia cósmica. En este pasaje es evidente la ferocidad implícita en las perspectivas de estos judíos radicales, pues no hay el más mínimo espacio para la misericordia. Por el contrario, el llamado es a sentir gozo por la destrucción del Imperio Romano.

19. Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.
20. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre.
21. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.

Apocalipsis 19.19-21

Esta es la referencia más directa hacia la batalla final, la misma que La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas ubica como final del séptimo período de guerra. Aunque hay algunos añadidos evidentemente cristianos (la referencia al Falso Profeta, a menos que asumamos que hubo el anexo conocido como Daniel 7 incluía, originalmente, esta sección), la perspectiva apocalíptica judía está intacta.
Llama la atención que en Apocalipsis 17 se mencione que los diez reyes que sostienen a la bestia se rebelarán contra ella, pero en esta escena final la bestia aparezca otra vez al frente de sus ejércitos para combatir contra el Mesías judío.
Lo más probable es asumir que en el texto original judío, el orden era distinto, y primero se mencionaba esta batalla en la que la bestia sería derrotada, y luego el repudio de los diez reyes. Si en la versión final, cristiana, se ha puesto al final la batalla, es sin duda debido a una conveniencia litúrgica, ya que esta batalla es el sentido final de la “cena” escatológica, tanto la que celebraba la comunidad cristiana al final de su servicio religioso, como la anunciada para las aves de rapiña, que habrían de saciarse con los despojos del ejército romano.

Estos han sido apenas unos pocos, pero claros, ejemplos de los vestigios perfectamente identificables que todavía hallamos en el Apocalipsis de Juan, respecto al sentido original de los textos judíos, enfocados a la inminente batalla final contra el Imperio Romano.
Este fue un aspecto con el que seguramente se sintieron identificados los primeros cristianos perseguidos por Roma: había una guerra contra el Imperio. Sin embargo, dicha guerra no se traducía en el mismo plano que para los judíos. Para los cristianos era, ante todo, una guerra espiritual. Por lo tanto, la verificación del cumplimiento de todas estas profecías también fue entendida como algo más espiritual que físico.
De todos modos, los textos originales eran tan claros en cuanto al cumplimiento material de todos los oráculos, que aún el cristianismo tuvo que ir cediendo paso a la idea de que, efectivamente, algún día en un futuro ignoto todo esto habría de realizarse.
Aquí es donde aparece de modo más claro la paradoja creada entre la idea judía original y la relectura cristiana, y el meollo es la inminencia.
Para los judíos, la batalla final era inminente por razones más que obvias: la guerra contra Roma había comenzado, e incluso Jerusalén y el Templo ya habían sido destruidos. Así que era cuestión de meses llegar al punto final de esa guerra, que no podía extenderse indefinidamente.
En cambio, los cristianos tuvieron que integrar dos conceptos, por sí mismos, excluyentes: la imposibilidad de fechar la consumación del Apocalipsis y la inminencia del cumplimiento de todas las profecías.
Los sectores sensacionalistas del cristianismo han heredado esta contradicción: siguen anunciando como “inminente” algo que lleva dos mil años de ser definido de ese modo. Claro, siempre bajo la premisa de que “ahora sí es inminente”. ¿Bajo qué razonamiento? Simple: “ahora sí” están dadas las señales.
Exactamente lo mismo que se ha dicho durante dos mil años.
Pero ese es el problema doble con las “señales”: de entrada, los Esenios-Qumranitas hicieron uso de un lenguaje simbólico; además, los cristianos lo sustrajeron del sentido literal (una guerra humana al cien por ciento), y espiritualizaron el contenido. En consecuencia, lo más fácil es trasladar el cumplimiento de las “señales” de un lado a otro, según convenga.
Después de Vespasiano, Atila, Mahoma, Saladino, Napoleón o Hitler han sido candidatos perfectos para ser la Bestia del Apocalipsis, sin que por ello haya llegado el Fin de los Tiempos.
La misma facilidad de trasladar el cumplimiento de las “señales” de un lado a otro, de un personaje a otro, o de un momento histórico a otro, es equivalente a lo único seguro respecto a estas profecías: no se van a cumplir. Son, simplemente, la expresión del fervor nacionalista y religioso de una secta que, en su momento, no supo interpretar el devenir de la Historia, gracias a lo cual se embarcó en un proyecto suicida, al considerar que un milagro tenía que darles la victoria sobre el Imperio Romano.
El milagro “inminente” nunca llegó.
Sorprendentemente, dos milenios después hay quienes lo siguen esperando.

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