mayo 29, 2009

Tercer Tema: EL JESÚS DE CARNE Y HUESO IV (LA ÚLTIMA CENA)

La “traición” de Judas

Probablemente no haya un mejor relato que este para ejemplificar de qué modo resulta confusa (voluntariamente, por supuesto) la apocalíptica.
Judas Iscariote ha tenido que cargar con el estigma de haber traicionado a Jesús por dinero. Sin embargo, el relato es, por sí mismo, tan inverosímil y frágil, que desde hace mucho se han hecho múltiples intentos por darle otra explicación, mismos que van desde teorías más o menos fumables, hasta reconstrucciones novelizadas.
Algunas son verdaderamente magníficas. Por ejemplo, la de Katzanzakis en “La Última Tentación de Cristo”, donde Judas no puede soportar la decepción al ver que Jesús no va a dirigir un levantamiento armado, y por ello lo entrega a las autoridades judías, esperando que Jesús, al verse en una situación extrema, reaccione y asuma su rol mesiánico. Digamos que es un Judas depresivo (el libro de Katzanzakis es, probablemente, el peor en materia de historicidad; pero no se puede negar que su reconstrucción —amén del análisis— de los temperamentos humanos —especialmente los de Judas y Jesús—, son, simplemente, una obra maestra).
Otros han intentado replantear los aspectos teológicos (como Borges), y es maravilloso leer conclusiones tan radicales y nada ortodoxas como la de que el verdadero redentor es Judas, no Jesús. El razonamiento es simple: Jesús no perdía nada yendo a la cruz, si de todos modos era D-os e iba a resucitar. Judas, en cambio, lo pierde todo al entregarlo. Por lo tanto, el verdadero sacrificio lo hizo Judas. Lo de Jesús sólo fue un trámite.
O los intentos de revalorización del que ha sido considerado el traidor por excelencia: ahí tenemos a Judas resucitando en Jesucristo Superestrella, la ópera rock de Broadway.
Pero regresemos al texto: desde varios capítulos antes, Jesús está insistiendo sistemáticamente en que su plan incluye ser entregado a las autoridades enemigas.
¿Cuál es la duda? Lo que Judas hizo, lo hizo en plena complicidad con el plan de Jesús (detalle que ya ha sido señalado infinidad de veces, pero que la dogmática tradicional de las iglesias cristianas se rehúsa a admitir).
El problema es que la satanización de Judas es un fenómeno muy antiguo, y en el mismo Nuevo Testamento está la evidencia: la Iglesia Primitiva anexó varios relatos no pertenecientes al Evangelio Original, y ello colaboró en la redefinición de Judas como un traidor.
Por ejemplo: el relato de la muerte de Judas. En primer lugar, no sólo hay un relato, sino dos, y completamente contradictorios. Pero lo significativo es que, en los Evangelios Sinópticos, sólo Mateo menciona que Judas haya decidido ahorcarse como consecuencia de su culpa. La total ausencia de dicho relato en Marcos y en Lucas evidencia que se trata de un añadido posterior.
Limitándonos a los contenidos compartidos por Mateo, Marcos y Lucas, que son los que nos ofrecen la perspectiva más próxima al Evangelio Original, lo único que podemos decir de Judas es que en este punto cumplió con su parte en el plan que Jesús había venido exponiendo desde varias semanas atrás.
Sólo falta identificar a los “principales sacerdotes y escribas”, que suele ser otro punto que generalmente se pasa por alto.
Sin embargo, en muchos relatos ya hemos visto que la especificación de “sacerdotes y escribas” no es muy clara (sobretodo, porque la versión final de estos textos se dio cuando las diferentes sectas judías ya habían desaparecido, y el único grupo que se mantenía vigente era el Fariseo-Rabínico). Pero el punto es que todos los grupos (Saduceos, Herodianos, Esenios-Qumranitas y Fariseos, tenían sacerdotes y escribas (aclaro: no significa que cada grupo tuviera su propia casta sacerdotal, sino que había miembros de la Casta Sacerdotal en todos los grupos, incluyendo —aunque en menor grado— a los Fariseos).
¿Quiénes son estos “sacerdotes y escribas” que querían matar a Jesús? Muy obvio: los de la parábola de los labradores malvados, donde está muy clara la acusación de la intención de matarle. Nos referimos, pues, a los Herodianos.
La ambigüedad del texto ha hecho que la tradición cristiana siempre haya creído que todos los sacerdotes querían ver a Jesús muerto, cuando lo cierto es que, por sus posturas políticas, los únicos que hubieran podido estar comprometidos con una postura tan extrema hayan sido los que defendían el status de Roma como autoridad en Judea. Y es un hecho que eso sólo lo defendía un grupo bien definido, vinculado con la dinastía herodiana y de posturas abiertamente helenistas.
Entonces el plan de Jesús empieza a revelarse en sus detalles específicos: dos días antes de la celebración de la Pascua, los jerarcas herodianos reciben la visita de un miembro del Consejo de los Doce, que les propone entregarles a Jesús a cambio de dinero (no se sabe cuánto; el dato de las treinta piezas de plata se deriva de un dislate enorme por parte de los autores del texto que conocemos como Mateo, que cayeron en una confusión enorme con una supuesta profecía de Jeremías, que en realidad está en Zacarías, aunque de un modo radicalmente distinto a como se maneja en Mateo).
¿El objetivo? No es un dato que se aclare en el texto, pero no es tan complicado imaginarlo: hacer creer a las autoridades que la revuelta habría sido evitada antes de iniciarse, por medio de la captura y ejecución de su líder.
¿Para qué engañar a las autoridades con este movimiento? Muy probablemente, para realizar un ataque sorpresa.
Tómese en cuenta que debido a que la Pascua era una festividad de peregrinación obligada a Jerusalén, la ciudad se estaba llenando de gente, lo que hacía fácil que también llegaran los sicarios que iban a participar en el primer ataque contra Roma. ¿Cuáles sicarios? Probablemente, los cinco mil mencionados unos capítulos antes.
Otro dato a considerar: según los Evangelios Sinópticos, ese año hubo una diferencia de un día entre la víspera de Pascua (o primer Séder) y el Día de Reposo (Shabat). En otras palabras: la primera cena se llevó a cabo un jueves por la noche; al día siguiente al atardecer comenzó el Shabat. Es evidente que el plan de Jesús tenía en cuenta esos detalles: celebrar el jueves con el Consejo de los Doce el inicio de la Pascua, ser entregado a las autoridades romanas de inmediato, y en consecuencia ser crucificado el viernes antes de que iniciara el Shabat.
¿Se trataba de un suicidio? Es evidente que no. Jesús habló de resucitar al tercer día, y en lo que hemos mencionado, ya van un día y medio involucrados (desde el jueves en la noche y todo el viernes). En cambio, la muerte por crucifixión tenía la característica de ser lenta, y tardaba entre tres y cuatro días (justamente, ese refinamiento de crueldad hizo que fuera el método de escarmiento más usado por los romanos).
Por lo tanto, es obvio que Jesús esperaba “resucitar” antes de que hubiese muerte en la cruz. En términos simples, al iniciar el primer día de la semana (de acuerdo con el modo judío de contar, el sábado en la noche).
La implicación más lógica es la siguiente: Jesús tendría que soportar la cruz durante todo el Shabat (desde el viernes en la tarde hasta el sábado en la tarde), y al finalizar este daría inicio la revuelta. Y uno de los primeros movimientos de los sublevados sería rescatar a Jesús, para garantizar que desde el primer día de la semana estuviera “resucitado”.
Pero para llegar a este punto había que conseguir su crucifixión. Y para ello, Jesús puso en manos de uno de sus hombres de mayor confianza el inicio de la treta.
¿Cuál de los miembros del Consejo de los Doce? Seguramente, el que estaba a cargo de todos los aspectos militares. Sin duda, el más incondicional a Jesús.
Judas el Sicario.

La Última Cena

Conocemos el relato: Jesús manda a dos de sus discípulos para preparar el lugar en donde celebrarían el primer Séder (cena) de Pascua.
El evento tiene dos momentos importantes. El primero retoma el asunto de Judas Iscariote, cuando Jesús comenta que esa noche uno de los que estaba allí sentado lo iba a entregar.
Ya habíamos mencionado la inverosimilitud de este pasaje, debido a la pueril reacción que tuvieron los demás apóstoles, por lo menos de acuerdo con la lectura literal del relato: todos preguntando “¿seré yo?”, como si la traición a Jesús se les pudiera ocurrir en ese mismo momento y luego llevarla a cabo mientras todos los altos jerarcas del judaísmo intentaban cenar la Pascua en sus casas.
Como se mencionó, eso nos dejaría con tres opciones: los apóstoles eran muy tontos, el redactor del texto era muy tonto, o la verdadera anécdota es diferente.
En este punto, ya podemos reconstruirla: Jesús había estado insistiendo en que su plan incluía “ser entregado”. Evidentemente, no les comunicó antes a los apóstoles quién se iba a hacer cargo de esta parte del plan, y volvió a mencionar el asunto mientras cenaban.
Podemos imaginarnos a Jesús diciendo algo así como “¿recuerdan que les dije que como parte del plan alguien tenía que entregarme? Bueno, pues sea quien sea, tendrá que hacerlo esta noche”.
Entonces tiene perfecto sentido que los miembros del Consejo de los Doce empezaran a preguntar “¿seré yo?” No es que no supieran que alguien iba a entregar a Jesús, si él mismo lo había venido insistiendo previamente, y varias veces. Era sólo que Jesús se reservó hasta el final el dato de quién iba a hacerse cargo de esa crítica parte del plan: el que comiera con él de su plato.
Los textos de Mateo y Lucas muestran diferentes aspectos de reelaboración. Por ejemplo, en Lucas está alterado el orden de la cena: primero se hace la bendición del pan y el vino, y luego se menciona la traición de Judas (en Mateo y Marcos es al revés); por su parte, en Mateo Judas también pregunta “¿seré yo?”, cosa que no sucede en Marcos o en Lucas; Marcos es el texto que ofrece la versión más compacta.
¿A qué se debe esto? A que los copistas de la Iglesia Primitiva, desde muy antiguo, se tuvieron que enfrentar al perfil bizarro de este relato, e intentaron “corregirlo” de un modo o de otro, aunque siempre cayendo en la treta Esenia: la base fue la lectura literal y simple del texto.
El resultado fue la distorsión de los caracteres de cada personaje: los apóstoles, unos tontos incapaces de entender lo que implicaba una traición; Judas, el más desafortunado de todos, un miserable traidor.
Justamente lo que el autor del Evangelio Original quería que pensara cualquiera que, sin ser Esenio, tuviese acceso a su documento.
Mencioné que el relato de la Última Cena tiene dos fases. Ya vimos la primera, en la que incluso se dice “mientas comían”. Pero hay otra parte, sumamente importante, y es la que entra en pleno contacto con la literatura Qumranita.

La Cena Escatológica

Uno de los aspectos más notables de la Regla Mesiánica de la comunidad Esenia-Qumranita, es que se tenía que celebrar una Cena Escatológica cuando “el Mesías se hiciera presente entre ellos”.
Este evento, al igual que la integración del Consejo de los Doce, sólo podía significar una cosa: la guerra estaba a punto de comenzar.
¿Por qué es evidente que la llamada Última Cena es esta Cena Escatológica? Por un detalle al que se le da, generalmente, poca importancia: la referencia al pan y al vino.
Generalmente, se asume que la Última Cena se celebró durante la primera noche de Pascua. Y, según el relato, es cierto: ese fue el momento. Sin embargo, la descripción de la Última Cena no coincide con la forma en la que se celebra la Pascua. En la época de Jesús, todavía se acostumbraba sacrificar un cordero para el evento. Y, sin embargo, el relato sólo menciona pan y vino.
¿Omisión del autor? No. Lo que sucede es que el autor está hablando de la Cena Escatológica de los Esenios-Qumranitas, que sólo hace referencia al pan y al vino.
Dicha cena no tenía, forzosamente, que celebrarse en Pascua. Es evidente que, por conveniencia, Jesús y el Consejo de los Doce la celebraron durante la primera noche de Pascual. ¿En qué sentido decimos que por conveniencia? En el sentido de que así podía pasar desapercibida, ya que es muy probable que fueran muchos los que estuvieran enterados que dicho evento era, en lenguaje llano, una declaración de guerra.
La descripción de cómo tenía que realizarse la Cena está en la Regla Mesiánica de Qumrán:
Y cuando llegue la hora de tomar el alimento y beber el mosto que se debe haber preparado para el banquete de la Alianza, que nadie tienda entonces la mano para partir el pan antes que el sacerdote, porque es él quien debe partir el pan y distribuir el mosto y tender la mano el primero.
Inmediatamente el Mesías de Israel tenderá la mano para tomar el pan y después de él toda la asamblea hará lo mismo, siguiendo el orden de sus respectivos puestos.

Hay una gran coincidencia entre el relato del Nuevo Testamento y este pasaje de la Regla Mesiánica, lo mismo que una gran diferencia.
La gran coincidencia es el concepto de “Alianza” como eje de la celebración de la Cena Escatológica. Según los evangelios, fue en ese momento donde Jesús selló un “nuevo pacto” (forma alternativa para traducir “nueva ALIANZA”); según la Regla Mesiánica, dicha Cena era el “banquete de la ALIANZA”.
Pero hay una diferencia enorme: según la Regla Mesiánica, la bendición del Pan y del Vino tenía que ser hecha por el Sacerdote a cargo. De hecho, dice muy claramente que “nadie tienda entonces la mano para partir el pan antes que el sacerdote”. Sólo hasta que el Sacerdote hubiese cumplido con su parte ritual, se le daría el Pan y el Vino al Mesías (es decir, al Rey).
En cambio, en la Última Cena fue Jesús quien tomó el pan y el vino para bendecirlos.
¿De qué se trata esta diferencia?
De algo muy simple: Jesús recalcó en el momento más importante de los protocolos rituales Esenios que ÉL, Y NADIE MÁS, IBA A SER EL SUMO SACERDOTE.
En realidad, esta conducta por parte del Mesías debió ser desconcertante y escandalosa para todos, que estaban esperando a que un miembro de la Casta Sacerdotal (a estas alturas es muy fácil inferir que tenía que ser Pedro) hiciera la bendición del pan y del vino. En cambio, antes de que el sacerdote pudiera cumplir su parte del rito, Jesús se adelantó y asumió (o más bien: usurpó) sus funciones.
El mensaje estaba claro: para Jesús no había marcha atrás. En el Reino de los Cielos con el que soñaba, los dos linajes mesiánicos tenían que estar fusionados en aquel que era descendiente de David por la línea paterna, y descendiente de Aarón por la materna. Un solo Mesías, al igual que en el cielo de los ángeles.
Es curioso, pero a la luz de la información recuperada en los Rollos del Mar Muerto, todo parece indicar que el relato de la Última Cena contenido en el Evangelio Original no tuvo como objetivo narrar el modo en el que se consolidó la Nueva Alianza. Por el contrario: es, más bien, una denuncia del error garrafal cometido por Jesús, el Mesías de David, en su afán por concentrar en sus manos todo el poder.
A partir de este punto, el relato sigue un curso inevitable: el modo en el que la Casta Sacerdotal (dirigida por Pedro), desmanteló la revuelta que Jesús había preparado.
Era inevitable: la conducta de Jesús había superado por mucho el límite de paciencia de los poderosos Saduceos, e incluso de los rigurosos Esenios.
Este relato nos cuenta, en realidad, las razones de por qué en el momento crítico, Jesús se quedó solo.

Debe aclararse que Jesús, por decirlo de algún modo, tenía sus cartas bien escogidas, y la que quiso jugar para imponer su proyecto fue la inminencia de la guerra: por mucho que no estuvieran de acuerdo con su pretensión al Sumo Sacerdocio, la guerra era inevitable (o, por lo menos, así lo creía él).
Y no era el único aspecto falaz del que Jesús estaba seguro. También estaba convencido de que la victoria era inevitable. De allí se deriva una expresión tan conocida (y poco entendida) como “no volveré a tomar del fruto de la vid hasta que lo haga en el Reino de los Cielos”.
La implicación de esta frase es evidente: una semana después, cuando la Pascua estuviese terminando y llegara el siguiente Shabat, Jesús volvería a hacer la bendición del vino, con una diferencia contextual de la mayor magnitud posible: ya habría iniciado el Reino de los Cielos, Jerusalén estaría libre de romanos, y la campaña militar para desalojar al Imperio de las fronteras de Judea, Samaria y Galilea estaría en marcha.

El anuncio de la negación de Pedro

No podía suceder algo más obvio que una discusión entre Jesús y Pedro, justamente después de que el Mesías de David hubiese desplazado de sus funciones al Mesías de Aarón, en el momento más crítico.
Es evidente que Jesús percibió el ambiente hostil que su actitud provocó, al punto que tuvo una discusión muy interesante con Pedro.
Naturalmente, hay que olvidarnos de la imagen típica de Jesús advirtiendo a Pedro que lo habría de negar, y el apóstol en un estado casi depresivo jurando que jamás lo haría.
Lo que está detrás de estos versículos es que Jesús tuvo que discutir con Pedro el complejo asunto de la lealtad. Cierto: había usurpado su lugar, confirmando con ello que lo iba a desplazar del Sumo Sacerdocio.
¿Ingenuidad o cinismo? Imposible decidirlo, pero el caso es que Jesús todavía se atrevió a discutir con Pedro sobre lealtad.
Es evidente que Jesús intuía que Pedro no estaba nada contento, y por eso anticipa las probabilidades: “esta noche me vas a negar”. Dicho de otro modo: “esta noche vas a cambiar de bando”. Y Pedro, lo mismo que los demás sacerdotes del Consejo de los Doce, le aclara que no.
¿Malicia o cinismo? Imposible decidirlo, pero el caso es que Pedro era demasiado buen político. El resto del relato nos muestra dos cosas: la primera, que Pedro no cambió de bando. La segunda, que ya tenía sus propios planes para detener a Jesús y evitar la catástrofe.
Una cosa queda clara: el hecho de que Jesús anunciase la negación de Pedro significa que, cuando salieron de esa cena, el Mesías de David ya intuía que las cosas acaban de salirse de su control, y que la llegada del Reino de los Cielos empezaba a depender no de él, ni de las profecías, sino de un poderoso Saduceo al que tal vez debió haber tratado de un modo menos agresivo.
El apóstol Pedro.

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