mayo 29, 2009

Tercer Tema: EL JESÚS DE CARNE Y HUESO V (CRUCIFIXIÓN Y RESURRECCIÓN)

Jesús en Gethsemaní

En esta sección, Marcos y Mateo nos ofrecen una perspectiva del relato diferente a la de Lucas, que es la más compacta. Evidentemente, la base para Mateo y Marcos fue la segunda fase del Evangelio Original, lo que hemos llamado Evangelio Original B, por lo que es más fácil asumir que Lucas nos presenta una versión más próxima al original.
En la versión de Lucas destaca la ausencia del ir y venir de Jesús para encontrar tres veces dormidos a sus discípulos, así como el hecho de que no se menciona que sólo Pedro, Juan y Jacobo estuvieran con él. Simplemente dice que fue seguido por “sus discípulos”.
No hay mucho misterio sobre qué hacía Jesús allí: evidentemente, era el punto en donde tenía que realizarse su arresto. Justamente, el hecho de que tanto Jesús como Judas lo supieran es una prueba más de que estaban trabajando en completo acuerdo.

El arresto

Tampoco hay mucho que revisar en este punto: el plan se cumple, y Judas entrega a Jesús. Vale la pena mencionar dos detalles que sólo aparecen en alguno de los tres textos: según Marcos, un joven envuelto en una sábana fue testigo de todo el evento; según Mateo, el discípulo de Jesús que atacó al siervo del Sumo Sacerdote fue Pedro; según Lucas, Jesús cuestionó la conducta de Judas y sanó al joven herido.
El hecho de que dichos datos aparezcan como aislados, muestran que son incorporaciones posteriores y que no formaron parte del Evangelio Original, cuyo relato original simplemente debió mencionar el arresto de Jesús, así como el ataque de uno de sus seguidores al contingente que había venido a apresarlo.

El juicio ante el Sanedrín y la negación de Pedro

Llama mucho la atención que estos dos pasajes estén relacionados desde un principio: se menciona que Jesús fue llevado a casa del Sumo Sacerdote (Caifás), pero también que Pedro fue siguiendo al contingente hasta ingresar al patio de dicho inmueble (es extraño imaginar que el patio de un poderoso jerarca judío estuviese abierto toda la noche para que cualquiera entrara).
Comencemos por revisar un momento que ha provocado toneladas de literatura: el juicio contra Jesús. Naturalmente, partiendo de dos puntos básicos: en primer lugar, el texto, tal y como lo conocemos, no es el original; en segundo, el texto original estuvo escrito de manera cifrada, por la anécdota real no estuvo reflejada de modo literal allí. En consecuencia, lo único que vamos a poder recuperar de ese juicio (que debió ser mucho más largo de lo que el relato sugiere) apenas van a ser los aspectos generales.
Con ello, queda descartada la tontería de que en este juicio fueron violadas muchas reglas legales del judaísmo. Seamos objetivos: el relato recibió su redacción definitiva a manos de gente que no conocía los procedimientos legales del judaísmo, y menos aún de una institución judía que desapareció en el año 70.
Y esta realidad es más que evidente, porque en términos simples, el relato del juicio no tiene pies ni cabeza.
Vamos por orden: en resumen, se dice que los testigos de la fiscalía nunca se pusieron de acuerdo en las acusaciones, pero que todo quedó resuelto cuando Caifás interrogó a Jesús, y a este se le ocurrió decir que verían “al Hijo del Hombre sentado a la diestra de D-os viniendo en las nubes del cielo” (una descarada referencia apocalíptica). Caifás sentencia: “hemos escuchado la blasfemia”. Y entonces deciden que Jesús es reo de muerte.
Es evidente que el autor del texto desconocía por completo lo que era una blasfemia, así como las atribuciones legales de las cortes religiosas judías de la época. Y eso nos pone en un dilema: ¿cómo pudo el autor del Evangelio Original desconocer estos detalles? Imposible, si se trataba de un Esenio bien entrenado en la redacción de literatura apocalíptica.
Nos quedan dos opciones, ambas igualmente factibles: o bien hay que asumir semejante redacción como algo semejante a una cortina de humo para ocultar lo que realmente sucedió, o bien hay que asumir que el uso de esas palabras proviene de la etapa en la que los copistas cristianos fueron dándole forma final al texto, y que son consecuencia simple de que dichos copistas no tenían una idea clara de lo que estaban escribiendo.
El punto es este: la expresión “viniendo en las nubes del Cielo” es una evidente alusión a que Jesús estaba dando por hecho que la insurrección estaba a punto de iniciar. Apocalíptica elemental. Por lo tanto, el punto era eminentemente político, no religioso. En consecuencia, era totalmente improcedente una acusación por blasfemia.
Hay que notar, entonces, la otra acusación: “este hombre dijo que destruiría el Templo y en tres días lo reconstruiría”. Como ya vimos, eso tiene que ver con el proyecto de Jesús de reformar el sacerdocio, y replantearlo a partir de que él mismo asumiera el rol de Sumo Sacerdote. Eso sí podía ser señalado por el Sanedrín como blasfemia.
Algo más: si la acusación hubiese sido estrictamente religiosa, Jesús hubiera podido ser lapidado sin necesidad de consultar a las autoridades romanas.
¿Por qué Jesús fue enviado, entonces, con Poncio Pilatos? Es claro que porque había cargos por sublevación, pero si había una acusación comprobada de blasfemia, Jesús hubiera podido ser simplemente lapidado por ello.
Claro, hubiera sido muy bochornoso ejecutar al recién nombrado heredero legítimo del Trono de David, y más aún en el momento en el que toda la gente estaba expectante por la inminencia de la llegada del Reino de los Cielos.
Jesús jugó bien esa carta: sabía que no lo apedrearían por lo que se podía considerar una blasfemia, y que el Sanedrín preferiría enviarlo a Pilatos para que, si había que deshacerse de él, fuera la autoridad romana la que se encargara de ello.
Y aquí viene lo realmente complicado de este relato doble.
Como ya vimos, hay otros relatos dobles en el Evangelio Original. Con ello, me refiero a relatos complementarios que nos cuentan una sola anécdota partida en dos (o enfocada desde dos perspectivas), como el llamamiento de los primeros cuatro apóstoles seguido por los primeros cuatro milagros, el llamamiento de Mateo seguido por la curación de un manco, o la curación de la hija de Yair al tiempo de la curación de la mujer con flujo de sangre.
¿Por qué podemos inferir que este es otro relato doble? En primer lugar, por el elemento absurdo del que parte: ¿acaso podía un rústico pescador como Pedro entrar por su propio gusto al patio del Sumo Sacerdote? No, por lógica. Claro, ya hemos planteado que Pedro no era un rústico pescador, sino un jerarca Saduceo. Luego entonces, es obvio que Pedro no se presentó en casa del Sumo Sacerdote para esperar noticias sobre Jesús mientras soportaba la fogata de los alguaciles. En segundo lugar, es obvio que este pasaje debe ser totalmente releído porque las implicaciones de la “negación de Pedro” son más complejas que la visión tradicional de un pescador dominado por el miedo y queriendo escapar a toda costa de un problema.
Si Jesús le había advertido a Pedro que sospechaba que lo iba a traicionar, es de esperarse que el momento para esa traición fuera, justamente, el juicio de Jesús ante el Sanedrín.
¿Qué hacía Pedro en casa de Caifás? Simple: iba como parte del Sanedrín para participar en el juicio contra Jesús.
Y aquí podemos ir develando qué implicaba la posible traición de Pedro: Jesús fue juzgado por blasfemia, pero no fue condenado. En vez de ello, fue remitido a las autoridades romanas para que lo juzgaran por sublevación, tal y como él mismo lo había planeado.
A eso, añadamos que Pedro prometió no traicionar a Jesús, y eso se puede entender en la línea de que no promovió su ejecución por blasfemia, sino que le dio cause a la moción de entregarlo a las autoridades romanas.
Sin embargo, también “negó” a Jesús, y eso sólo puede significar que dejó bien claro que de ningún modo apoyaba el proyecto de Jesús. Especialmente, porque el relato alterno (el de la negación), menciona que tres veces le reclamaron que era cómplice de Jesús, ante lo cual Pedro se desmarcó de modo tajante, dejándole claro en ese momento a Jesús que había dejado de apoyarlo. Cierto: no iba a evitar que fuera llevado con Pilatos, pero también era evidente que Pedro ya se estaba conduciendo en una línea propia, y no de acuerdo al plan de Jesús.
Ahora, la pregunta obligada: ¿quién era Pedro? Un rústico pescador no, en definitiva. Por el contrario, un Saduceo al que Jesús originalmente le había prometido el Sumo Sacerdocio (rango no accesible a cualquiera; exclusivo para Saduceos). Y uno, además, lo suficientemente importante como para que el Sanedrín (representado simbólicamente por los alguaciles que estaban en el patio de Caifás) le tuviera que reclamar que había apoyado a Jesús.
El reclamo era simple: Pedro, desde su alta jerarquía, era el responsable de que Jesús hubiera llegado hasta donde había llegado (la antesala de la guerra). Y Pedro se tuvo que retractar, haciendo un compromiso público de que no iba a secundar a Jesús.
Y volvemos a la pregunta: ¿realmente era tan importante Pedro como para que el Sanedrín tuviera que llegar a esa confrontación?
Pues, evidentemente, sí.
¿Qué significa el nombre Pedro? Piedra, según el juego de palabras conservado por Mateo 16: “sobre esta piedra edificaré mi iglesia”. Luego entonces, es obvio que “Pedro” es un apodo, no un nombre (igual que “Diablo” en el pasaje de la tentación). El nombre se deriva de la versión en griego, PETROS, que es una traducción del arameo KEFA (generalmente castellanizado como Cefas, o anglicanizado como Cephas).
Dejemos las traducciones y limitémonos al apodo en arameo: Kefa. Repasando su papel en el texto del evangelio original, podemos verlo así:
1. Kefa cuestionó a Jesús antes de que empezase su ministerio (la tentación).
2. Kefa fue invitado por Jesús para ser un “pescador”.
3. Kefa fue integrado al Consejo de los Doce.
4. Jesús le prometió a Kefa que iba ser el Sumo Sacerdote.
5. Kefa tenía que haber llevado el rol sacerdotal importante durante la Cena Escatológica.
6. Kefa estuvo presente en el juicio contra Jesús ante el Sanedrín.
7. Kefa era demasiado importante en el Sanedrín.
¿Podemos identificar a partir de todos estos datos al verdadero Pedro? Estamos hablando de un Saduceo con derecho legítimo al Sumo Sacerdocio, íntimo amigo del heredero al Trono, y lo suficientemente importante como para entrar y salir del Sanedrín, así como para ser cuestionado por su proceder.
No tenemos muchas opciones: Caifás.
De hecho, la forma hebreo original del hombre es, casi con toda certeza, Kayafa. Cierto, etimológicamente no es la misma raíz que en hebreo se usa para Kefa, pero eso es lo de menos, porque se trata de un juego de palabras de Jesús: “Cafias, yo te digo que eres una Kefa…” (Es muy seguro que tal juego de palabras se remonte a Jesús; en los Evangelios Sinópticos, sólo Mateo lo menciona, pero se menciona el mismo juego en Juan 1.42).
Este enfoque nos puede ofrecer algo de luz respecto a por qué la historia de Jesús fue redactada conforme a los parámetros de la literatura apocalíptica: se trata de la historia de un intento de revuelta contra Roma; si el Sumo Sacerdote hubiera sido evidenciado, Roma no hubiera dudado mucho en proscribir toda la estructura religiosa judía. En realidad, es muy probable que todo este lenguaje encriptado haya tenido como uno de sus principales objetivos ocultar a Caifás.
Y el autor (¿el “manco” restaurado: Mateo Halevi?) lo logró por medio de un proceso muy simple, pero muy efectivo: las narraciones dobles. Se cuenta primero una versión del relato, y luego otra, aunque con los nombres y las circunstancias alteradas. Ya vimos que Mateo (¿) hizo uso de ese recurso en otros casos. En el de Caifás, a partir de lo que originalmente debió ser un mote privado que le pudo haber puesto Jesús, construyó la personalidad del “pescador”. Entonces, las pocas veces que expuso la postura crítica de Caifás, lo mencionó como tal; cuando se trató de hablar de su camaradería y complicidad con Jesús, lo retrató como el rústico Apóstol Pedro.
Hay un detalle mencionado por Mateo en la escena del juicio de Jesús ante el Sanedrín: Caifás le pregunta: “¿Eres tú el Cristo?” Y la respuesta de Jesús es, en realidad, bastante mala: “tú lo has dicho”. Más allá de que la retórica cristiana haya querido ver en esa respuesta una postura digna o un reto a la corrupta autoridad de Caifás, lo cierto es que, semánticamente, es una respuesta incorrecta.
A menos que se esté haciendo referencia a otro evento: en Mateo 16,16 dice: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: tú eres el Cristo”.
Entonces es cierto: él lo había dicho.
Y aunque no se puede sostener que se haya dicho textualmente eso durante el juicio de Jesús (sólo Mateo menciona ese detalle), es muy lógico suponer que un detalle semejante desató la ola de críticas contra Caifás (especialmente de los enemigos de los Saduceos) por su apoyo a Jesús, mismas que fueron ocultas detrás del sentimental relato de la negación de Pedro.
De todos modos, el final del relato de la negación es sorprendente por la carga emotiva: cuando Pedro observa cómo se llevan a Jesús, es vencido por la tristeza y se pone a llorar.
El precio de salvaguardar a Caifás de un problema de consecuencias terribles con el Imperio Romano fue condenarlo a cargar con la imagen del sacerdote perverso, dejando la nobleza y la santidad para Pedro, un personaje que como tal ni siquiera existió.
Y, sin embargo, el texto insinúa que al final de ese complejo juicio, consciente mejor que nadie de lo que verdaderamente estaba pasando, e incluso—como se verá más adelante—manteniendo el verdadero control de la situación, Caifás cruzó su mirada con ese hombre al que había apoyado durante los últimos meses; aquel que, de haberse conducido con más mesura, hubiera podido ser una opción real para encabezar la liberación de Israel; tenía talento, tenía carisma. Sin embargo, fue vencido por su propio ego, y Caifás tuvo que tomar las medidas drásticas pero necesarias para evitar que todo terminara en una tragedia.
Pero eso no lo liberó del dolor, y menos aún del llanto.
Caifás lloró, según el texto, por la suerte de uno de sus mejores amigos. Jesús de Nazareth.

Una consideración final sobre Caifás y Judas Iscariote

La mayoría de los lectores puede considerar que estas propuestas de relectura son un disparate.
Insisto: lo son sólo en la medida en la que, durante casi dos mil años, la Iglesia Cristiana ha impuesto la lectura literal de un texto que, siendo un poco objetivos, es inverosímil.
Al final de cuentas, la lectura que yo propongo se basa en la convicción de que este texto está profundamente vinculado con la apocalíptica Esenia-Qumranita, y para seguir sustentando esta idea, mencionaré un detalle más sobre lo que representan Caifás y Judas Iscariote en el relato:
En las notas para analizar el libro de Daniel, se habló del problema de las profecías que fallan. En contra de lo más racional, la tradición Esenia-Qumranita no desechó las profecías fallidas, sino que reelaboró el discurso a partir de la construcción de paradigmas. En el caso del libro de Daniel, ya hicimos comentarios sobre los paradigmas derivados de Antíoco IV Epífanes y de la Guerra Macabea.
Más adelante, cuando nos enfoquemos a replantear lo que son y significan los Rollos del Mar Muerto, entraremos en detalles sobre este punto otra vez, pero baste por el momento adelantar una idea que, como se verá eventualmente, es importante: la Literatura Apocalíptica qumranita tiene a tres personajes que son un verdadero enigma: el Maestro de Justicia, el Sacerdote Impío y el Hombre de Mentira.
El Maestro de Justicia fue, muy factiblemente, el fundador de la secta Esenia, y los pocos datos más o menos claros que los textos qumranitas nos ofrecen sobre él sugieren que fue un miembro de la Casta Sacerdotal (y del Clan Saduceo, para ser precisos), y que vivió durante la época en la que el Sumo Sacerdocio fue “usurpado” por los Hasmoneos (mediados del siglo II AC).
Perseguido por el Sacerdote Impío (del que no tenemos una sola pista consistente para saber quien fue) y traicionado por el Hombre de Mentira (menos aún; del anterior por lo menos sabemos que fue sacerdote; de éste, nada), se convirtió en un mártir de la causa esenia.
A lo largo de los últimos cuarenta años, se han levantado hipótesis que cuestionan, antes que nada, la datación del momento en que vivió el Maestro de Justicia, y se ha propuesto incluso que vivió hacia finales del siglo I DC.
¿Cuál es el problema? Que no se ha tomado en cuenta algo muy simple: aunque debió haber un personaje original identificable como el Maestro de Justicia, cuyos enemigos fueron el Sacerdote Impío y el Hombre de Mentira, lo cierto es que lo que tenemos en la literatura qumranita son paradigmas, y lo son justamente porque se pueden aplicar a diversos personajes en diversas épocas.
¿De qué época es, entonces, el Maestro de Justicia? De todas. Evidentemente, los Esenios creían que siempre aparecería un Maestro de Justicia, mismo que estaría rodeado por un Sacerdote Impío y un Hombre de Mentira. Un enemigo y un traidor.
Y el relato sobre Jesús de Nazareth lo demuestra, porque está elaborado EXACTAMENTE EN ESE MODELO.
Es notable que, al profundizar en los elementos del relato, queda claro que Caifás no fue un Sacerdote Impío, ni Judas Iscariote un traidor, pero el relato está elaborado de tal modo que así lo parecen. Tanto, que si nos quedamos en la lectura superficial —tal y como lo ha hecho el cristianismo durante toda su existencia— la única idea posible es que alrededor de Jesús, un Maestro de Justicia, hubo un Sacerdote Impío —Caifás— y un Hombre de Mentira —Judas Iscariote—.
Es, a todas luces, el molde qumranita.
Cierto: no se parece a lo que la tradición cristiana ha repetido durante siglos. Pero eso no me parece argumento para rechazar las posibilidades que surgen cuando se lee este complejo y fascinante documento —el Evangelio Original— como lo que seguramente fue: un texto apocalíptico.

El juicio ante Pilatos

Es evidente que la acusación ante Poncio Pilatos estuvo a cargo de los Herodianos, el grupo judío afín a los intereses de Roma. Como en casi toda la sección final del Evangelio, Mateo y Marcos nos presentan una versión seguramente derivada del Evangelio Original B, mientras que Lucas ofrece una elaboración más compacta.
Hay un detalle sobresaliente en Lucas: la acusación de los sacerdotes es que “prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Ungido, un rey”.
Una pregunta simple: si en el juicio ante el Sanedrín el texto es muy puntual al decir que los testigos se presentaron mintiendo, ¿por qué aquí no se hace esa aclaración? Debería ser obvio que estaban mintiendo, ya que Jesús había dicho, respecto a la moneda con la efigie de César, “dad a César lo que es de César”. Sin embargo, aquí la acusación es clara: prohíbe pagar los tributos, y el argumento es simple: él es el rey.
Esta frase confirma la explicación que dimos previamente sobre las implicaciones del comentario que Jesús hizo a propósito de las monedas con la imagen del César.
De cualquier modo, la anécdota es simple: Jesús no responde a ninguna de las acusaciones, y el comentario común en los tres textos es que Pilatos estaba sorprendido.
Es obvio que no se debía a la postura de Jesús, que más bien resultaba suicida. Entendiendo que el plan de Jesús era llegar justamente a ese punto, es más factible que Pilatos estuviese sorprendido por lo fácil que estaba pareciendo resolver lo que prometía convertirse en un gran problema.
Lucas agrega una frase en boca de Pilatos: “ninguna culpa hallo en este hombre”. Es, a todas luces, un agregado posterior, completamente incompatible con el sentido original del texto.

Barrabás

Este ha sido uno de los temas más controversiales, toda vez que está claro que nunca existió una costumbre semejante a liberar un preso en Pascua. Y menos aún de parte de un procurador despótico y poco amable como lo fue Pilatos.
De hecho, este pasaje es una más de las varias incoherencias, si nos atenemos a la lectura superficial.
¿De qué trata en realidad este relato?
Ciertamente, de que alguien “acusado de sedición y asesinato” fue liberado en lugar de Jesús.
Tomando en cuenta que este tipo de textos no puede dejar cabos sueltos, porque de lo contrario se volvería incomprensible, es muy probable que este personaje ya haya sido mencionado. Naturalmente, de un modo que no parezca el mismo personaje.
Recordemos que en el relato del arresto de Jesús, se menciona que uno de sus discípulos sacó la espada y atacó a un siervo del Sumo Sacerdote. El texto dice que “le hirió, cortándole la oreja”.
¿Se trata acaso de la misma persona? Sería lo más lógico, tomando en cuenta que el relato se estructura en textos que se van complementando unos a otros. Si este pasaje habla de un reo de sedición que había matado a alguien, sólo hay que buscar en los relatos anteriores quién pudo haber matado a alguien en algo semejante a una sedición.
Y el mejor candidato es el discípulo de Jesús que atacó a un siervo del Sumo Sacerdote, que gracias a la referencia de este último pasaje, sabemos que murió a consecuencia de un golpe —seguramente de espada o cuchillo— en el cuello (la oreja).
Gracias al Evangelio de Lucas, se ha creído que quien hizo eso fue Pedro, pero —como ya vimos— el dato carece de rigor, y es evidente que se trata de un agregado posterior. Además, se aclara que quien fue atacado fue un siervo del Sumo Sacerdote, y ha quedado claro que Pedro era, justamente, Caifás. El Sumo Sacerdote.
Luego entonces, el agresor fue otro.
¿Quién de los Apóstoles podía estar lo suficientemente enojado como para atacar a un siervo del Sumo Sacerdote? Seamos más específicos: a un siervo de otro Apóstol.
El único que seguía comprometido con el plan original de Jesús. Evidentemente, alguien que no pertenecía a la Casta Sacerdotal, y que por lo mismo seguramente estaba a favor del proyecto de reforma de Jesús.
Aunque resulta imposible asegurar del todo quién fue, lo más seguro es que se trate de Judas Iscariote.
Entonces, podemos ir reconstruyendo la escena del arresto de Jesús (gracias a un pasaje complementario): Jesús espera en Gethsemaní, y Judas llega al frente de la turba enviada para arrestar a Jesús. Sin embargo, muy seguramente para ese momento Judas sabía que Jesús había sido “traicionado” por Caifás, y que las cosas ya no estaban siendo llevadas a cabo conforme al plan original. Jesús fue arrestado, pero Judas todavía presentó un último acto de resistencia, hiriendo a uno de los asistentes de Cafiás (Pedro).
¿Intentó atacar a Caifás, que fue defendido por alguno de sus guardias? Especulación, pero no por ello improbable.
En consecuencia, se puede deducir que el arresto en Gethsemaní fue doble: Jesús y Judas Iscariote.
Por ello, podemos deducir que cuando Jesús se presentó a comparecer ante el Sanedrín sabía que las cosas ya se habían salido de su control, y que el que ahora estaba dirigiendo todo era Caifás, y que los planes que se iban a cumplir eran los de Caifás, y no los suyos.
Y el plan de Caifás incluía algo muy extraño: canjear a Judas por Jesús.
Una cosa queda clara en el texto: si dice que la “multitud” pidió la liberación de Barrabás (Judas) y la muerte de Jesús, se hace evidente que hubo una negociación con Pilatos: Jesús preso a cambio de Judas libre.
¿Un último movimiento de Caifás para dejarle en claro a Judas que podría ser señalado de muchas cosas, pero no de traidor? ¿Para mostrarle que las cosas de la política eran mucho más complejas que los sueños mesiánicos de un Jesús cegado por el deseo de poder, y que el único capaz de desenvolverse bien en ese pantanoso terreno era él, el Sumo Sacerdote?
Imposible contestarlo. Lo único que sabemos es que el “sedicioso” fue liberado después de que se negoció con Pilatos.
Jesús, por extraño que le pudiese parecer en ese momento, fue sentenciado a muerte conforme a su plan.
En este punto, vale la pena hacer una aclaración: la presentación de Jesús ante Herodes es, a todas luces, un agregado en el evangelio de Lucas. Ningún otro evangelista narra dicho evento, por lo que puede considerarse un anexo tardío, sin ninguna base que nos obligue a considerarla como parte real de la historia.
Del mismo modo, las referencias a la golpiza propinada a Jesús antes de ser crucificado no aparecen en los tres Evangelios Sinópticos, por lo que es dudoso que haya sido parte del Evangelio Original.

La crucifixión

El evento inicia con la mención de un Simón de Cirene, mismo que fue obligado a llevar la cruz. Si seguimos leyendo bajo la premisa de que no debe haber cabos sueltos, es probable que este pasaje se refiera a un discípulo de Jesús llamado Simón, y definido siempre como “el Celote”.
Los Celotes fueron una expresión nacionalista radical muy influenciada por el rigor de la escuela Farisea de Shamai. Muy seguramente, esta mención de que Simón fue obligado a “llevar la cruz” se refiere a que él también fue arrestado junto con Jesús, debido a su militancia anti-romana, y crucificado. La referencia, a todas luces, es un eco de la frase de “el que quiera venir en pos de mí, tome su cruz”.
La naturaleza completamente política del asunto queda confirmada por el letrero que pusieron sobre la cabeza de Jesús: el Rey de los Judíos. Y con ello queda claro también que el objetivo era dejarle bien claro al pueblo judío que no se iba a tolerar ningún intento de sublevación, conforme al plan de Jesús.
Luego vienen tres frases sumamente ilógicas en su sentido literal, pero reveladores en tanto parte de un texto apocalíptico codificado:
1. “Tú que derribas el Templo de D-os y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz”. Otra vez un asunto político de por medio: recuérdese que “reconstruir el Templo en tres días” se refiere a reformar el Sacerdocio. Esta frase esconde uno de los reclamos que se le hicieron a Jesús en tono de burla, recordándole que para poder llevar a cabo su reforma de las estructuras religiosas, tendría que lograr lo imposible: sobrevivir a la crucifixión.
2. “El Mesías, rey de Israel, descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos”. La burla —que con esta frase queda claro que vino por parte de los Herodianos— llega más lejos: en esta frase se esconde la mofa sobre las perspectivas apocalípticas de Jesús: si verdaderamente D-os interviniese, entonces los escépticos herodianos podrían creer en todos los postulados Esenios-Qumranitas sobre el Fin de los Tiempos.
3. “Mirad, llama a Elías… veamos si viene Elías a salvarle”. Esta frase es fascinante: se da después de que Jesús repite el inicio del Salmo 22 (Eli, Eli, ¿lama sabajtani?). De hecho, tal cual está redactado este comentario se puede decir que es una estupidez. Jesús comenzó a recitar un Salmo, y sus detractores, según el texto, piensan que está llamando a Elías. Como si no conocieran el Salmo. En realidad, esto se refiere a otra cosa: recuérdese que “Elías”, en el monte de la transfiguración, representa al judaísmo anti-institucional y subversivo, muy seguramente vinculado con el movimiento los sicarios y los celotes. La expresión “veamos si viene Elías a liberarle” equivale a suponer que, como el plan de Jesús había sido desmantelado, el comando de guerrilleros que tenía que aparecer para rescatarle no iba a llegar, debido a que los dos líderes habían sido arrestados: Judas Iscariote junto con Jesús (aunque luego liberado, si bien —seguramente— en secreto), y Simón de Cirene, que debió ser uno de los crucificados junto a Jesús.
Hay una interesante referencia a los horarios de la crucifixión: se menciona que Jesús fue crucificado a la hora tercera, que hubo tinieblas a la hora sexta, y que “expiró” a la hora novena.
En resumen, que estuvo crucificado seis horas.
¿Qué sentido tiene este dato? El más obvio: que Jesús no murió en la cruz. La muerte por crucifixión podía retrasarse hasta cuatro días, y el único modo de acelerarlo era por medio de fracturar las piernas del crucificado, para que el peso del cuerpo lo matar por asfixia.
Pero la tradición cristiana es muy precisa al sostener que a Jesús no se le quebraron las piernas, por lo que no hay ninguna razón para suponer que murió.
¿La golpiza previa? Imposible: en primer lugar, no tiene mucho de extraño. Ese era el modo en el que se trataba a los crucificados normalmente, y con todo y ese trato brutal, tardaban hasta tres o cuatro días en morir.
El relato sobre la crucifixión no tiene nada de especial en cuanto al modo en que Jesús fue tratado. Por lo tanto, resulta totalmente inverosímil suponer que murió. Por el contrario, el texto ofrece dos razones para deducir que no murió (aunque el texto diga, en su nivel superficial, que “expiró”): la mención de que estuvo crucificado seis horas, y el hecho de que se le dio un poderoso sedante (vinagre con hiel, seguramente).
¿Quién le dio el sedante? No se especifica. Sólo dice que “uno puso vinagre…” Evidentemente, alguien que ya tenía la consigna de narcotizar a Jesús porque el plan de Caifás todavía no llegaba a su fin.

Las mujeres que seguían a Jesús

Interesante referencia: María Magdalena, y María la madre de Jacobo el Menor y José, y Salomé.
Es muy obvio que la segunda mujer mencionada es María, la madre de Jesús, ya que en un pasaje anterior se menciona que dos de los hermanos de Jesús se llamaban Jacobo y José.
¿Por qué no se menciona el parentesco de manera clara? Tal vez sólo porque fuera parte del estilo apocalíptico, pero también es posible que se omitiera el dato para no exponer la identidad de estas tres mujeres.
Pero recuérdese: ninguno de estos datos es accidental. Jamás quedan cabos sueltos, así que recuérdese qué mujeres han sido mencionadas, y de qué modo (especialmente la segunda, la propia madre de Jesús).

José de Arimatea

Un personaje enigmático: esta es la única vez que lo vemos participando activamente en el relato evangélico. No hay mucho que desenterrar sobre lo que hizo: negociar con Pilatos el cuerpo de Jesús para enterrarlo (nótese que Marcos menciona que Pilatos se sorprendió por la prematura muerte de Jesús; es una glosa tardía, pero demuestra lo inverosímil que era hablar de un crucificado que hubiese muerto en sólo seis horas).
La pregunta relevante, respecto a lo que hizo José de Arimatea, es ¿para qué negoció a Jesús?
Recordemos el plan de Jesús: llegar a Jerusalén, ser entregado en manos de los romanos, y resucitar al tercer día. Dicho plan se había echado a andar el jueves por la noche, por lo que la “resurrección” tenía que efectuarse el sábado en la noche (al comenzar el tercer día, no al terminar).
¿En qué consistía? En bajar a Jesús de la cruz. Vivo, naturalmente. ¿Quiénes? Su tropa, por supuesto. Es evidente que Judas Iscariote, y muy seguramente Simón el Celote, ya estaban preparados para ello.
¿Por qué podemos estar seguros de ello? Por los comentarios que se hacen al pie de la cruz: “veamos si viene Elías a liberarle”. Evidentemente, los sacerdotes que injuriaron a Jesús en ese momento estaban enterados que no sólo Jesús había sido arrestado, sino también los otros dos cómplices (y muy probablemente no sabían de la liberación negociada por Caifás de Judas Iscariote).
Estas frases nos aclaran el plan de Jesús, aunque lo curioso es esto: de ningún modo significa que el plan estuviese desmantelado. Y las razones son obvias: es muy dudoso que Judas y Simón fuesen los únicos líderes de la guerrilla. Si ellos habían sido arrestados, otros tomarían su lugar. Ese no era el problema.
¿Entonces? Seguramente, lo único que había que hacer era esperar. El hecho de que los sacerdotes (herodianos, seguramente) estuviesen tan seguros de que “Elías” ya no iba a venir a “liberar” a Jesús, evidencia que el cálculo de Jesús había sido correcto: entregándose, los líderes romanos y pro-romanos creerían que la revuelta habría sido conjurada.
Ello significaba algo muy simple: el plan seguía en marcha.
Pero también Caifás estaba enterado de ello, por lo que es evidente que tomó las medidas pertinentes para realmente desmantelar la revuelta.
Lo que hubiese seguido sólo lo podemos conjeturar: una vez convencidos de que todo había quedado resuelto, es probable que los romanos no fuesen a estar preparados para ser atacados por todos los celotes infiltrados en Jerusalén, disfrazados como peregrinos. El ataque se llevaría a cabo al terminar el Shabat, día y medio después de la crucifixión de Jesús.
Entonces apareció en acción otro personaje: José de Arimatea, para negociar el cuerpo de Jesús. En realidad, “negociar” debió implicar explicarle a Pilatos que todavía había un riesgo de ataque celote, y que Jesús sería liberado al concluir el Shabat.
¿José de Arimatea es otro nombre de Caifás? No lo creo. Caifás ya había negociado la liberación de Judas, seguramente bajo el pretexto de que Judas era irrelevante, y que el verdadero peligro era Jesús. Por lo tanto, no podía aparecer diciendo que en realidad, Jesús no era el peligro, sino los miles de celotes que ya estaban en Jerusalén.
¿Entonces? Para eso son importantes los datos sobre las mujeres, porque nos ayudan a reconstruir el vínculo familiar de José de Arimatea con Jesús.
Al final del relato sobre la “sepultura” de Jesús se vuelve a mencionar a las mujeres, aunque ya no se menciona a Salomé. Y respecto a María la mayor, sólo se dice que era madre de José. Y es obvio que, por el punto donde se da la referencia, se refiere a que es la madre de José de Arimatea.
Al siguiente versículo, donde empieza el relato sobre la resurrección, se menciona de nuevo, pero como la “madre de Jacobo”.
Esto nos da dos probabilidades: deducir que Jacobo y José son el mismo personaje, y que “José de Arimatea” fue Jacobo, el hermano menor de Jesús, o deducir que “José de Arimatea” es José, el siguiente hermano (en cuanto a edad) de Jesús.
De cualquier modo, el meollo es bastante claro ya que hemos atado los cabos: al pie de la cruz estuvo presente la madre de Jesús; luego, aparece en escena José de Arimatea, y las curiosas referencias sobre las mujeres, acomodadas justamente para que entendamos que también había un vínculo entre María y José de Arimatea, nos dejan claro que todo se trata de un asunto de familia.
En resumidas cuentas, lo que sucedió fue lo siguiente: cuando ya todo parecía resuelto, apareció con Pilatos uno de los hermanos de Jesús para advertirle que la revuelta seguía en pie, y que el hecho de que Jesús estuviese crucificado era, precisamente, la señal de ataque.
¿Solución? Simple: bajar a Jesús de la cruz para dejarle bien claro a los sublevados que su plan realmente había sido desmantelado. Y, naturalmente, mantener alerta a toda la guarnición romana.
¿Por qué aceptó Pilatos? Al final de cuentas, si se enteraba de que había que estar alerta, bastaba con poner en pie de guerra a su guarnición y dejar morir a Jesús. En ese sentido, sobresale el dato aportado por Mateo, respecto a que José de Arimatea era un hombre rico, ajeno al texto del Evangelio Original, pero seguramente basado en una tradición conservada oralmente.
¿Un soborno? Es lo más seguro. Era el mejor modo para tratar con un romano, y los líderes judíos lo sabían perfectamente.
Por supuesto, la condición fue terminante: “sepultar” a Jesús. O dicho de otro modo, retirarlo de la vida pública. ¿En donde? En un “sepulcro tallado en la piedra”.
Muy probablemente, el monasterio Esenio de Qumrán.
Hecho el trato, Jesús fue bajado de la cruz esa misma tarde, antes de que comenzara el Shabat, y llevado a Qumrán (a quince kilómetros de Jerusalén) para que se recuperara de sus heridas y quedara recluido por el resto de su vida.
Seguramente, la guarnición romana se puso en alerta máxima, y al terminar el Shabat los guerrilleros se enfrentaron a la situación que menos se esperaban: los romanos no iban a ser tomados por sorpresa, y su rey había desaparecido por completo.
El Reino de los Cielos se había esfumado, y las profecías tendrían que volver a esperar.

El “sepulcro” vacío

Esta, la última parte, comienza con una idea bizarra y absurda: tres mujeres (las dos Marías y nuevamente Salomé) que van a uncir a un muerto. Esto es totalmente extraño al judaísmo. En la antigüedad se acostumbraba recuperar los huesos de los sepulcros para luego colocarlos en osarios, pero varios años después (obvio: el cuerpo tenía que haberse descompuesto para que se pudieran recuperar sólo los huesos).
Pero ¿perfumar un cadáver? Una vez que una tumba es sellada, para la tradición judía es un sacrilegio volverla a abrir.
En realidad, el hecho de que este pasaje diga que las tres mujeres iban a ponerle “especias aromáticas” es otra prueba de que Jesús seguía vivo, y además que las tres mujeres tenían una parte bien definida en el plan: tenían que encargarse de la curación de Jesús.
Y por eso fueron a buscarlo al “sepulcro” (seguramente, Qumrán): estuviese en donde fuera, había que curarlo.
Sin embargo, llegaron a encontrarse con una sorpresa: Jesús no estaba allí.
¿Qué significa la “resurrección”? Muy simple: que Jesús se fugó, como pudo, del enclaustramiento al que lo habría condenado Pilatos.
Las tres mujeres fueron recibidas por un joven (o aun ángel, según la versión) vestido con ropa blanca, lo que confirma la idea de que el “sepulcro” es, en realidad, Qumrán, ya que la ropa blanca era la indumentaria típica de los Esenios.
Este esenio les notifica que Jesús ya no está allí, e incluso les da un recado para el Consejo de los Doce, y especialmente para Caifás: Jesús los espera en Galilea.
¿Amenaza? Tal vez. Acaso un modo de advertir que aunque se hubiera conjurado el primer proyecto, Jesús ya estaba libre y recuperándose en Galilea, fuera de la jurisdicción de Pilatos, para reprogramar la llegada del Reino de los Cielos.
Y, claro, era importante que Caifás estuviese informado, sobre todo para evitar que Pilatos se enterase.
En las copias más antiguas que se conocen, el relato termina en Marcos 16.8: “Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temor y espanto; y no decían nada a nadie, porque tenían miedo”.
¿Se puede pedir un texto más claro respecto a que las implicaciones de todo el relato tienen que ver con actividades subversivas? La única razón para que las mujeres tuvieran temor, espanto y miedo era que se daban cuenta de que los problemas no se habían acabado.
Pero de todos modos sorprende que el texto concluya aquí. Sería la única referencia que nos permitiría fechar el documento, deduciendo que fue escrito justo cuando Jesús estaba reorganizando su movimiento en Galilea, y como parte de su propaganda ideológica.
A partir de esa perspectiva, es probable que el Evangelio Original haya sido escrito un poco antes del año 30 DC, y por ello ya no se agregue ningún dato sobre lo que sucedió después.
¿Qué sucedió después? Resulta muy difícil de saber, e incluso imposible. El único documento donde se conservan datos sobre lo que pasó en los años siguientes, fue totalmente reelaborado por la tradición paulina, cuya postura política era completamente por-romana, por lo que es obvio que todos los aspectos que mostraban el perfil subversivo de Jesús fueron censurados. Toda esa información (o una parte de ella) quedó contenida en el libro que conocemos como Hechos de los Apóstoles, y al que le dedicaremos una nota posteriormente.
Por el momento, lo único seguro es que el Evangelio Original concluyó en este punto, justo cuando Jesús se había fugado de su encierro y retirado a Galilea para reorganizarse.
Gracias a este texto, quienes se involucraran en el proyecto de Jesús sabrían que lugar darle a los antiguos cómplices de la Casta Sacerdotal, especialmente a los dos que habían hecho los movimientos precisos para desmantelar el Reino de los Cielos: Caifás y Jacobo (o José) el Menor.
Muy probablemente, una de las frases que se le atribuyen a Jesús en la Última Cena haya sido a propósito de Caifás: “ay de aquél que me entrega; bueno le fuera a tal hombre no haber nacido”. La posterior tradición cristiana la habría puesto en relación a Judas, por una lógica simple y llana derivada de la lectura literal del documento.

He allí un propuesta de lectura del Evangelio Original, basada en su perfil apocalíptico, y por lo tanto, en su redacción a base de códigos para ocultar la verdadera anécdota.
Naturalmente, los detalles son muy discutibles, ya que para poder recuperar su verdadero sentido habría que conocer a detalle todos los códigos Esenios, y eso no es posible.
Sin embargo, hay algunos detalles que pueden asumirse como demasiado claros, gracias a la múltiple presencia de datos y referencias que los sustentan:
1. Jesús perteneció a la aristocracia judía. Los evangelios lo señalan como un príncipe de la casa de David, y Lucas además retoma una tradición según la cual estuvo emparentado con la Casta Sacerdotal por parte materna. El dato de que fue “carpintero” está basado en un código bien definido por Zacarías 1.18-21, que confirma que Jesús perteneció a la nobleza. Por lo tanto, todo el texto debe leerse desde esta perspectiva, y no desde la superficial, según la cual Jesús habría sido un humilde personaje que se rodeaba de otros humildes personajes.
2. Jesús tuvo un vínculo total y directo con la comunidad Esenia-Qumranita. Todas las secciones en donde se expresa más en la línea de los Fariseos son muy cuestionables, y seguramente añadidos tardíos. En cambio, los aspectos de autenticidad comprobable en el texto del Evangelio Original están elaborados en un estilo netamente emparentado con la literatura Esenia-Qumranita, especialmente por el discurso apocalíptico consignado en Marcos 13 y paralelos, así como por el hecho de que la historia de Jesús fue contada a partir de un molde Esenio estructurado con el paradigma más característico de esta secta: la relación Maestro de Justicia – Sacerdote Impío – Hombre de Mentira.
3. Jesús tuvo un fuerte choque con la Casta Sacerdotal debido a su pretensión de asumir el Sumo Sacerdocio. Muchas frases de Jesús evidencian este proyecto (como ante la pregunta de quién sería el mayor en el Reino de los Cielos). Además, esta idea fue asimilada por completo por el cristianismo, y la Epístola a los Hebreos conserva el razonamiento doctrinal con el que se pretendió justificar el Sumo Sacerdocio de Jesús. Finalmente, el relato de la Última Cena es contundente: en un momento fundamental para la conciencia escatológica y apocalíptica de los Esenios-Qumranitas, Jesús desplazó de sus funciones al Sumo Sacerdote.
4. Jesús no fue crucificado porque así “estuviera profetizado”. No existe ninguna profecía mesiánica que hable de algo semejante. Sus anuncios al respecto obedecieron, más bien, a su propio plan de acción.
5. Jesús fue bajado vivo de la cruz. Sólo estuvo allí seis horas, no se le quebraron los huesos, le dieron un fuerte sedante, y las mujeres más cercanas a él tenían la consigna de curar sus heridas.
6. El objetivo de Jesús era la instauración del Reino de los Cielos, que en el lenguaje judío de su época no tiene más que una aplicación: la liberación de Judea del yugo romano (o dicho en lenguaje codificado, es el “oficio del carpintero”).
7. La tradición cristiana se basó, eventualmente, en la lectura literal del texto, reconstruyendo al Jesús que no existió, sustituido por el Jesús diseñado para que los “no elegidos” escucharan sin oír, y miraran sin ver, tal y como el mismo Jesús lo advirtió en sus parábolas.

El que tiene oídos para oír, oiga.

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