mayo 13, 2009

Primer Tema: EL EVANGELIO ORIGINAL COMO TEXTO CODIFICADO

¿Qué es lo que debemos buscar en el Evangelio Original, en tanto texto apocalíptico? Es una pregunta relativamente compleja, porque la apocalíptica puede ser enfocada desde cualquier tema. O dicho de otro modo: los Esenios-Qumranitas vivían de un modo “apocalíptico”; es decir: todo lo que hacían, por cotidiano que fuera, estaba marcado e influenciado por la idea central de que eran una comunidad escatológica, lo que significa que se asumían como el preludio del Fin de los Tiempos.
Como una cuestión general, eso es lo que habría que buscar en el Evangelio Original. Pero, en realidad, no es necesario porque todo el tiempo es evidente. Cualquier lectura superficial de los evangelios de Mateo, Marcos o Lucas (con todo y que son versiones posteriores del Evangelio Original) exhibe de modo claro y definido, que se habla de un líder convencido de que él y sus seguidores eran el preludio al Fin de los Tiempos (recuérdese la célebre frase “el Reino de los Cielos se ha acercado”).
Vamos ubicando aspectos más concretos: los Esenios-Qumranitas estaban convencidos de que el Reino de los Cielos (o Reino Mesiánico) no llegaría sin que antes sucediera una guerra brutal, misma que marcaría el fin de los “tiempos de los gentiles” (o la época en la que Judea estaría bajo control de Imperios extranjeros). La idea original fue que dicha guerra era la que hoy denominamos “Guerra Macabea” (167-158 AC). Pasado este conflicto, y en vista de que el Reino de los Cielos no había aparecido, se estableció un paradigma basado en esa confrontación, y se proyectó hacia un futuro indefinido el cumplimiento de este guerra final. Conforme se fueron desarrollando los acontecimientos, es evidente que los Esenios-Qumranitas fueron aclarando en su cosmogonía quién sería el enemigo en la guerra final: el Imperio Romano. En plena coherencia con ello, participaron activamente en el levantamiento iniciado en 66 DC, y pagaron con su vida la defensa de sus ideales nacionalistas.
En consecuencia, el Evangelio Original, en tanto texto apocalíptico, tiene que hablarnos de esa guerra final en perspectiva, y dado que debió ser escrito hacia mediados del siglo I, es obvio que tiene que referirse a la “inminente” guerra contra Roma.
También es muy claro este aspecto: no hay duda de que el discurso de Jesús que ya hemos revisado previamente (Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21) se refiere a la guerra contra Roma, misma que inició unos cuarenta años después de que Jesús pronunciase esas palabras, y diez o veinte años después de que se escribiese el Evangelio Original.
Hay otra serie de temas frecuentes en la literatura qumranita. Uno muy importante tiene que ver con la pureza ritual. Es evidente que hay referencias a este tema en el Evangelio Original (como el bautizo de Jesús), pero hay que aclarar que este texto no tiene el perfil de un libro de adoctrinamiento sectario, o instructivo (como sí lo es la Regla de la Comunidad). Se trata, más bien, de una crónica. Por ello, el tema de la pureza ritual está mencionado de modo colateral.
Otro tema fundamental en los textos sectarios de Qumrán es el sacerdocio y su papel de liderazgo entre la Comunidad de la Alianza. Al igual que el tema anterior, sí podemos hallar varios pasajes en los que se aborda este asunto, aunque de un modo bastante complejo.
Finalmente, hay que tener en cuenta un detalle muy evidente, y muy importante, sobre la literatura Esenia-Qumranita: la codificación.
Como ya dijimos, los Esenios-Qumranitas impregnaron todo su modo de vivir con apocalipticismo. Y hay que recordar que la Literatura Apocalíptica se escribe, fundamentalmente, con símbolos.
¿Por qué? Por dos razones, una teórica y otra práctica: en teoría, cierta información (generalmente, la que se pone por escrito) no debe estar al alcance de todos, sino sólo de los que conocen los “misterios” de D-os. Y esto lleva a una aplicación práctica: en caso de que los textos cayeran en manos “profanas”, había que garantizar que no lo pudieran entender. ¿Cómo? Por medio de un estilo abigarrado y lleno de simbolismos.
Los mejores ejemplos los hallamos en Qumrán, entre los Rollos del Mar Muerto.
Tenemos como el mejor caso de ellos, los dos libros que “cuentan” (es un verbo demasiado optimista para este caso) la historia del Maestro de Justicia, así como sus confrontaciones con el Sacerdote Impío y el Hombre de Mentira. Las principales fuentes son el Documento de Damasco y el Comentario a Habakuk.
El resultado es simple: no tenemos la más mínima idea de quién es el Maestro de Justicia. Y no hay una opinión consensuada de cuando vivió.
¿Por qué? Porque la crónica de sus hechos y dichos está redactada de un modo hermético, de tal modo que no queda claro quién fue, cuando vivió, y en qué lugares desarrolló su labor (una cosa es clara: Damasco o Domoshek no se refiere a la capital de Siria, sino casi seguramente al monasterio de Qumrán).
Gracias a ello, se han levantado todo tipo de propuestas para semejante embrollo: algunos sostienen que el Maestro de Justicia fue un saduceo del siglo II AC, enemistado con Jonathán Macabeo, o con Simeón Macabeo, o con alguno de sus descendientes. Otros llegaron a sugerir que podía ser Jesús mismo (entonces, el Sacerdote Impío sería Caifás y el Hombre de Mentira, Judas Iscariote). Otros, que sería Juan el Bautista (entonces, el Hombre de Mentira sería ¡Jesús mismo!).
Más allá de que algunas de estas posturas sean francamente absurdas, lo cierto es que no se ha podido presentar una propuesta que resulte convincente.
Así de complejo es leer un documento qumranita, impregnado de apocalipticismo y elaborado bajo la consigna de que los únicos que debían entenderlo, eran ellos mismos, los Esenios.
Y nosotros no somos Esenios. Por lo tanto, nada de lo que encontremos en la superficie del texto debe ser tomado como algo literal. Los Esenios no escribían así, salvo los textos de carácter normativo, que de todos modos contenían una gran cantidad de frases oscuras para cualquiera ajeno a la secta.
Eso significa que, respetando el perfil apocalíptico del Evangelio Original, nada de lo que se relate superficialmente debe ser tomado en sentido literal, porque seguramente estamos ante un texto codificado.
¿Es demasiado atrevido hacer esta suposición?
No lo creo, y para ello voy a presentar dos líneas de argumentación. En la primera, mencionaré algunos aspectos anecdóticos del Evangelio Original que no pueden ser posibles. En la segunda, algunos aspectos en los que es evidente una codificación.

Las anécdotas imposibles

Olvidemos los relatos acerca del nacimiento sobrenatural de Jesús o sus milagros sorprendentes. Eso, en el más escéptico de los casos, puede ser asumido como una construcción mitológica propia de cualquier religión.
Son otros los relatos que nos enfrentan a cosas verdaderamente absurdas, sin pies ni cabeza, si se les ve de un modo frío y objetivo. Por ejemplo, todo lo sucedido durante la Última Cena.
En general, conocemos la anécdota. Saltemos las citas textuales (debido a que ningún evangelio nos ofrece la versión original), y hagamos un resumen del relato, sólo que enfatizando los aspectos imposibles:
Jesús se sienta a cenar con sus apóstoles, y entre otras cosas, les dice: “Esta noche, uno de ustedes me va a entregar”. Los apóstoles, presentados como ingenuos y simples, incapaces de definir sus planes o su ideología, empiezan a preguntar: “¿Seré yo?” Claro: una traición se puede improvisar, según la lógica del texto. Y en cosa de minutos, porque YA ERA DE NOCHE.
Jesús sólo dice: “al que le dé de comer de mi propio plato”. Entonces, toma un poco de pan, le da de comer a Judas Iscariote, y ¡nadie se da cuenta! Y eso que estaban en la misma cena. Es decir: aparte de no tener planes concretos ni ideologías firmes, los apóstoles son ciegos o son idiotas.
Seamos francos: cualquiera que hubiese estado sentado cerca de Jesús en el momento en que dijo “el que me va a entregar es aquel a quien le dé de comer de mi plato”, no le hubiera quitado la vista al plato durante días, de ser necesario.
Excepto los apóstoles: los once (obviamente, Judas no) pueden prescindir de poner atención al dato.
Entonces, cómodamente, Jesús le da de comer a Judas, y le dice “haz lo que tengas que hacer”. Y Judas sale y obedece, pese a que lo acaban de exhibir. Claro, los apóstoles siguen como si estuvieran en otra cena, sospechando que Judas va a repartir dinero entre los pobres, ya que es el tesorero del grupo.
Creo que jamás se ha escrito una historia de delación de una traición tan sinsentido. La conducta de los apóstoles es inverosímil, propia de verdaderos tontos.
Ahora bien: es obvio que el objetivo no es hacernos creer que los apóstoles eran tontos. Más bien, es evidente que si sólo leemos lo que está escrito, no estamos haciendo la lectura correcta (en una nota posterior, volveremos sobre el tema para considerar otra posibilidad).

Otra anécdota sorprendente: la expulsión de los mercaderes del Templo. Todo es atípico allí: Jesús montado en cólera, el Templo hecho un mercado, y montones de mercaderes viendo como un hombre solo desmantela un centro comercial completo sin hacer nada.
Hay varios problemas con la anécdota. El primero es la inexactitud sobre el mercado del Templo. De entrada, no había un mercado precisamente en el Templo, sino en una de sus partes exteriores. Más allá de que el texto de los evangelios parezca sugerir un tamaño más grande de lo real para el mercado, sorprende la frase de que Jesús no permitió que nadie atravesara el Templo llevando utensilio alguno. Para ello, hubiera tenido no sólo que expulsar a los comerciantes, sino ¡también a los sacerdotes! Y de paso, al pueblo. Por cierto, el relato nos dice que el pueblo estaba maravillado de su doctrina, razón que motivó a los sacerdotes a ponerse a pensar cómo detener a Jesús.
Extraño: el relato define sutilmente que todo el problema del Templo era un asunto de doctrina.
Queda descartada idea de que haya sido algo subversivo. Si lo hubiera sido, como tradicionalmente se cree (incluso, de aquí se han derivado las interpretaciones románticas más apasionadas sobre el Jesús revolucionario), la guardia del Templo lo habría arrestado y se le habría juzgado por poner el desorden.
Pero no: Jesús fue arrestado en secreto, de noche, en Gethsemaní. Incluso, él mismo pregunta en ese momento: “¿Cómo a un ladrón me vienen a arrestar? Todos los días he estado en el Templo…”
Algo no cuadra allí. Ahora, parece que los que son tontos son los sacerdotes y la guardia del Templo.
A la imaginería popular no le molesta ver a los apóstoles como gente insegura antes del Pentecostés, o a los sacerdotes como gente tonta y que nunca sabe qué hacer con Jesús. Pero seamos fríos: ¿realmente se trata de la historia de una persona cuya inteligencia brillaba como sol, sólo porque se rodeaba de seguidores y enemigos imbéciles?
No es posible. Es imposible suponer que el cristianismo, una de las más complejas dinámicas sociales, culturales y religiosas de la Historia, haya surgido de un relato tan tonto. Menos aún es posible imaginarnos que un texto apocalíptico fuera tan malo.
No nos quedan muchas opciones.
De hecho, la única razonable es admitir que la lectura superficial del relato no nos ofrece la anécdota correcta, y que debemos ir en busca de una lectura encriptada.
No estamos hablando de esoterismo (todavía; ya mencionaremos algunos aspectos de nivel esotérico, pero no por el momento). Sólo estamos hablando de la posibilidad de recuperar la anécdota posible y verosímil, y que además encuadre con los temas de la Literatura Apocalíptica.

Otra más: la Transfiguración.
La anécdota se conoce: Jesús sube al monte, acompañado sólo por tres apóstoles. En la cima, se transfigura y habla con Moisés y Elías, las dos figuras centrales del judaísmo. Y a los apóstoles sólo se les ocurre ¡construir una enramada para Moisés y otra para Elías!
En primer lugar: ¿cómo reconocieron a Moisés y a Elías? Seamos honestos: no todo el tiempo se están apareciendo muertos en las montañas. Por lo tanto, era más lógico que los apóstoles hubieran creído que Jesús había hablado con alguien que sabía mucho sobre Moisés, y alguien que sabía mucho sobre Elías. Pero no con ellos en persona.
Bueno, el texto dice que los apóstoles estaban “espantados”. Así que otra vez nos tenemos que quedar con la idea de que eran tontos.
O con la idea de que la anécdota es más compleja de lo que simplemente está escrito.

Hay un aspecto más que tomar en cuenta: las características intrínsecas del idioma hebreo.
Al igual que otros lenguajes semíticos, el hebreo no usa vocales en la escritura. No es frecuente que se mencione este punto, pero en realidad es fundamental para entender cómo se debe leer cualquier documento hebreo.
Veámoslo así: el griego y el latín son idiomas exactos. Tienen símbolos para cada fonema, y reglas gramaticales precisas. El hebreo no: no tiene símbolos para las vocales (los puntos masoréticos son muy tardíos), y algunas de sus reglas gramaticales son bastante extrañas (hay casos en los que un verbo puede entenderse, al mismo tiempo, como pasado o futuro; depende, literalmente, del lector).
¿Por qué es importante esta diferencia? Porque evidencia que griegos y latinos tuvieron un concepto muy diferente al hebreo de lo que es la escritura.
Los griegos y los latinos usaban la escritura para conservar la información de un modo preciso, de tal modo que cualquier lector pudiera RECUPERAR todo lo que se hubiera incluido allí.
En cambio, la escritura hebrea sólo sirve para establecer líneas generales que nunca ofrecen toda la información. De hecho, dada la ausencia de vocales y la ambigüedad en ciertos casos gramaticales, el lector tiene que RECONSTRUIR la información que lee.
Aprender a leer en hebreo obliga a hacer un gran trabajo de memoria, ya que la pronunciación de muchas palabras sólo se puede aprender memorizándola. No es el caso del griego o el latín: justamente, si se han inventado letras, es para que uno pueda leer y no tenga que memorizar las cosas.
Simplemente, esta realidad debería hacernos entender que cualquier texto bíblico debe ser leído a partir de la consigna propia de la literatura hebrea: hay que RECONSTRUIR la información. Es imposible que encontremos TODO en el texto.
Pese a que los evangelios están en griego, es evidente que son traducciones de documentos que, originalmente, se escribieron en hebreo. Eso nos pone frente a un asunto todavía más complejo: de un idioma que nos obliga a reconstruir información, se tradujo a un idioma que pretende contener toda la información.
La mejor prueba de que esto es imposible, aún para las versiones en griego de los evangelios, es que el cristianismo siempre ha tenido un serio problema para unificar sus criterios (de hecho, tal labor ha resultado imposible durante casi dos milenios, lo que significa que nunca va a ser posible).
Si a esto añadimos que la Literatura Apocalíptica lleva a otro nivel esa característica del hebreo, entonces debemos dar por hecho que la anécdota completa, o la información precisa, no deben ser buscados en lo que, simplemente, dice el texto.
Siempre hay que ir más allá.

Los códigos evidentes

Voy a mencionar en este punto sólo dos ejemplos de códigos evidentes en el relato sobre la vida de Jesús (es obvio que hay más, pero los abordaré posteriormente): la idea de Jesús como carpintero y de los pescadores que lo siguieron (especialmente, Pedro, Juan y sus respectivos hermanos, Andrés y Jacobo).
Aquí podemos ver hasta dónde se altera la perspectiva histórica de Jesús con tan sólo asomarnos ligeramente al complejo universo de la literatura bíblica profética cuya influencia se dejó sentir en la tradición apocalíptica, y con ello entre los Esenios-Qumranitas y los autores del Evangelio Original.
La imagen del Carpintero de Nazareth seguido por los pescadores galileos es uno de los conceptos de más arraigo en el cristianismo. Está fuera de discusión: Jesús fue una persona de origen humilde, parte del pueblo, y justamente parte del encanto de su mensaje fue que no reprodujo la visión “culterana” del judaísmo de su época. No habló para los eruditos, sino para el hombre común. No se hizo seguir por aristócratas o eruditos en primera instancia, sino por hombres sencillos de fe sincera.
Pero ¿y si la Biblia nos da pautas para suponer que “carpintero” no significa carpintero, ni “pescador” significa pescador?
Suena extraño, pero basta ver dos pasajes de la literatura profética para ver a qué me refiero:

Después alcé mis ojos y miré, y he aquí cuatro cuernos. Y dije al ángel que hablaba conmigo: ¿Qué son éstos? Y me respondió: Estos son los cuernos que dispersaron a Judá, a Israel y a Jerusalén. Me mostró luego el Señor cuatro carpinteros. Y yo dije: ¿Qué vienen éstos a hacer? Y me respondió, diciendo: Aquéllos son los cuernos que dispersaron a Judá, tanto que ninguno alzó su cabeza; mas éstos han venido para hacerlos temblar, para derribar los cuernos de las naciones que alzaron el cuerno sobre la tierra de Judá para dispersarla”.
Zacarías 1.18-21

No obstante, he aquí vienen días, dice el Señor, en que no se dirá más: Vive el Señor, que hizo subir a los hijos de Israel de tierra de Egipto; sino: Vive el Señor, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres. He aquí que yo envío muchos pescadores, dice el Señor, y los pescarán…”
Jeremías 16.14-16

Vamos a decirlo simple: en la literatura profética, un “carpintero” es un líder político, muy seguramente de la realeza, que tiene la misión de destruir a los enemigos de Judea. Y un “pescador”, aquél con la misión de congregar a los exiliados del pueblo judío.
Por lo tanto, si yo hubiera sido un judío del siglo I, adherente de la ideología apocalíptica de los Esenios-Qumranitas, y moderadamente instruido en lo que enseñan los Profetas, y me hubiera encontrado un texto que contaba la historia de un carpintero seguido por pescadores, de inmediato me hubiera dado cuenta que dicho documento no me estaba contando una inverosímil historia de un predicador rural y poco convencional, seguido por gente burda y hasta tonta, sino la historia de alguien que se sintió (o se supo) predestinado a liberar a Judea de sus opresores, y al grupo de cómplices que tenían la encomienda de llevar la redención hasta sus últimas consecuencias.
Una historia apocalíptica, por cierto.

¿Quién fue Jesús, entonces? ¿El humilde carpintero o alguien mucho más complejo, con fuertes y complejos nexos con la casta política judía?
Empecemos la reconstrucción de esta historia, pero desde la perspectiva que nos ofrecen Jeremías y Zacarías: un líder político, vinculado con las expectativas apocalípticas, que estuvo convencido de que su labor era el inicio de la redención de Israel, por lo que, en consecuencia, se rodeó con los “pescadores” que tenían que coordinar la reintegración de los judíos exiliados, y que en plena coherencia con las instrucciones de su secta, la Esenia-Qumranita, protagonizó dos eventos que todos los Esenios identificaban perfectamente como el principio del Fin: la integración del Consejo de los Doce, y la celebración del Banquete Ritual en el que tenía que hacerse presente el Rey Mesías.
O dicho en palabras simples: la declaración de la guerra contra Roma.

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