mayo 29, 2009

Tercer Tema: EL JESÚS DE CARNE Y HUESO II (LOS DICHOS Y LOS HECHOS DE JESÚS)

De nuevo el diablo

El siguiente pasaje es sumamente interesante: Jesús es acusado de echar fuera a los demonios por el poder de Beelzebú. De nueva cuenta, una mención al diablo. Y es obvio que se tiene que referir al mismo individuo de la tentación, el que se opuso al proyecto de Jesús.
Jesús refuta con una frase célebre: “¿Puede Beelzebú echar fuera a Beelzebú?” Y luego, otra más: “Un reino dividido contra sí mismo no puede prevalecer”. En realidad, una advertencia contra las divisiones internas del pueblo judío.
En sí, Jesús está cuestionando la coherencia de la acusación, según la cual estaba actuando bajo la influencia del diablo (es decir, de quien se opuso inicialmente a su proyecto mesiánico). Jesús remarca que dicha acusación no tiene sentido, porque no es posible que dicho personaje sea el autor intelectual del proselitismo que los seguidores de Jesús empezaban a desarrollar (“echar fuera demonios”, o convencer antagonistas).
Inmediatamente, aparece un pasaje notoriamente extraño: la madre y los hermanos de Jesús buscándolo. Sabemos el desenlace: Jesús no los recibe, apelando a que su madre y sus hermanos son “los que cumplen la voluntad de su Padre”.
Este es un momento importante en el ministerio de Jesús, pues implica una ruptura con la comunidad Esenia-Qumranita (la “madre” y los “hermanos”). Evidentemente, a Jesús se le exigió que se comportara bajo los parámetros de lealtad de la Comunidad, pero Jesús dejó en claro que su concepto de “comunidad” era mucho más amplio, e incluía a todo aquel que estuviese dispuesto a unirse a la causa, sin importar su origen o condición.
Un juego riesgoso: de por sí, Jesús —en tanto Esenio— ya estaba bajo cuestionamiento de los Fariseos y los Saduceos. Ahora, también iba a estar bajo cuestionamiento Esenio. Sin embargo, su postura es de entenderse: de haber permanecido bajo los estrictos criterios de la secta Esenia, hubiese encontrado un apoyo muy limitado en otros sectores del judaísmo. Justamente, si se menciona que los “demonios” lo confesaban como el Elegido, significa que su distanciamiento del rigor qumranita empezó a rendir buenos frutos, y grupos de judíos opuestos a los Esenios empezaron a considerar que podían aliarse con Jesús.

Las parábolas

No es fácil hablar del contenido de las parábolas. Las interpretaciones tradicionales resultan muy limitadas cuando se entiende que estos pasajes son parte de un texto apocalíptico. Una cosa es un hecho: tienen que ver con los objetivos de Jesús, que incluían una guerra.
Dejando para más adelante el posible significado de cada parábola, baste —por el momento— rescatar una frase célebre que Jesús pronunció en este punto: “A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados”.
El conocimiento hermético. Jesús vuelve a hablar y comportarse como Esenio en este punto. ¿Acaso un intento de reconciliación? Es de suponerse, porque lo cierto es que tampoco podía prescindir del apoyo de su propio grupo. Por lo mismo, al exponer la naturaleza del Reino de los Cielos (el tema de las parábolas), lo hace dejando en claro que el concepto Esenio sigue vigente, y que hay un límite para la política inclusiva que hasta ese momento había desarrollado, ya que habrá quienes vean y no perciban, oigan y no entiendan. Los tales “no serán perdonados”.

Viento contra Mar

Sigue un relato igualmente célebre: Jesús calma una tempestad, y sus discípulos se asombran porque es alguien a quien “los vientos y el mar” obedecen.
No hay ningún elemento que nos permita descifrar el relato oculto detrás de lo que está escrito, salvo el hecho de que habla de la capacidad de Jesús para conciliar fuerzas opuestas.
¿Se trata acaso de que Jesús logró tranquilizar tanto a Esenios como a Fariseos y Saduceos? Imposible determinarlo, pero la idea no parece inviable: tratándose de grupos que estaban radicalmente distanciados en sus perspectivas de la vida, y a veces en sus posturas políticas, el que repentinamente apareciera alguien capaz de empezar a conciliar los intereses de unos y otros en pro de la liberación nacional, era digno de celebrarse.

El exorcismo en Gadará

Este es uno de los pasajes mejor conocidos de los evangelios, y uno de los más complicados cuando se revisa en tanto texto apocalíptico. La anécdota es simple: Jesús llega a la región de Gadará, y es recibido por un endemoniado (Mateo menciona a dos) que le reclama si acaso ha venido a “atormentarlo antes de tiempo”. Jesús lo exorciza, y le pregunta su nombre al demonio. “Legión, porque somos muchos”, contestan. Al recibir la orden de irse, piden permiso para quedarse en un hato de cerdos, que inmediatamente corren y se despeñan. La gente del lugar, en vez de agradecer a Jesús, le pide que se retire del lugar.
Hay dos aspectos extraños en el relato, que lo diferencian de otros exorcismos: en primer lugar, la negociación. En los demás relatos, Jesús simplemente expulsa a los demonios y ya, pero aquí les permite reubicarse, para de todos modos “morir”. En segundo lugar, la reacción de la gente, que en vez de sumarse a los que celebraban cada milagro de Jesús, lo consideran “peligroso” y le piden que se retire de la zona.
Hay algo subyacente en este relato, y es la violencia. Este exorcismo no es como los demás, ya que no se da en un mismo lugar, sino que la acción involucra mucho tiempo y mucho espacio, así como un acontecimiento muy complejo y, desde cualquier punto de vista, extraño e impactante: el “suicidio” de los dos mil cerdos poseídos.
¿Qué hay detrás de este extraño relato?
Ya hemos visto que los exorcismos anteriores nos sugieren la pista de que los “endemoniados” son, en realidad, personas de una postura ideológica opuesta a Jesús, desde el “diablo” que lo intenta convencer de que se retracte de su proyecto, hasta los demonios a los que Jesús les ordena no evidenciarlo.
Una cosa está clara, de entrada: el “endemoniado” (es de suponerse que la versión alterada sea la de Mateo, y originalmente sólo fuese uno) es alguien que estaba, por decirlo de un modo simple, en el bando contrario al proyecto de Jesús, y que tuvo una entrevista seria e importante con el príncipe Esenio cuando este llegó a la región de Gadará.
Es evidente que Jesús lo convenció de cambiar su postura, porque el relato trata de su “exorcismo”. Incluso, al final del mismo, el “endemoniado” sanado le pide a Jesús que lo deje ir con él, pero Jesús lo deja a cargo de su proyecto en la zona.
Si el relato sólo hablara de eso no habría problemas para entenderlo. Pero está el asunto de los dos mil demonios, su nombre (“Legión”), y los cerdos que se despeñan.
Evidentemente, el “endemoniado” confrontó a Jesús con una situación más compleja que los otros “exorcismos”: su “posesión” (entiéndase: su militancia a favor de otra postura) era consecuencia de estar poseído por una “Legión”.
Y aquí vienen los aspectos complejos: en esa época, la Décima Legión Fretensis de Roma tenía su sede en Damasco, pero tenía como sede secundaria la ciudad de Gadará. Cada legión romana estaba integrada por casi seis mil soldados, repartidos en diez cohortes.
¿Se refiere el pasaje a las tres o cuatro cohortes que estaban acantonadas en Gadará? Muy probablemente, y eso lo sabemos por uno de los emblemas usados por la Décima Fretensis: el jabalí (un cerdo, al final de cuentas).
Es muy factible, entonces, que la militancia de este “endemoniado” (evidentemente, un personaje destacado de la política local) estuviese determinada por la presencia de un grupo de dos mil soldados romanos.
El punto crítico es el siguiente: los dos mil “cerdos” se despeñaron y ahogaron en el mar.
¿Implica esto que hubo un enfrentamiento armado entre la gente de Jesús (deducimos que ya organizados como ejército) y un contingente de tres o cuatro cohortes romanas de la Décima Fretensis en la zona de Gadará? Y además, con un resultado que nadie se hubiese esperado: la derrota aplastante de la tropa romana.
En términos simples, es la deducción más fácil de obtener a partir de los elementos del relato, confrontados con los datos históricos sobre la distribución de tropas romanas en la zona.
¿En qué lugar se realizó la batalla? Imposible saberlo. ¿En cual mar se “despeñaron” los cerdos? La lógica nos diría que en el mar de Galilea, el más cercano. Pero estamos frente a un relato de tipo apocalíptico, así que no podemos quedarnos con la descripción tal cual. Cabe la posibilidad de que la referencia a “despeñarse en el mar” sea meramente simbólica, independientemente de si había un simbolismo concreto, o sólo era un modo de decir que los “cerdos” de la “legión” fueron aniquilados.
De todos modos, a la luz de la posibilidad de que este pasaje nos relate una impactante victoria militar de las tropas de Jesús en la zona de Gadará, resulta perfectamente entendible por qué la gente del lugar tuvo miedo, y no se incorporó al grupo que le festejaba todo a Jesús: era obvio que, tan pronto como en Damasco se enteraran de lo sucedido, vinieran las represalias romanas.
Hay otro aspecto extra que hace que esta posible lectura de este pasaje se vuelva complicada: si Jesús estuvo involucrado en un enfrentamiento armado contra tropas romanas, es obvio que no pudo permanecer pasivo ante las posibles represalias romanas.
Y ese es otro detalle que resulta interesante si nos atenemos al contenido del Evangelio Original: en realidad, todo lo que sucede en lo sucesivo hasta la crucifixión no implica, necesariamente, más de tres semanas.
¿Hasta qué punto este acontecimiento obligó a Jesús a moverse más rápido?
Eso se responderá revisando los siguientes relatos. Lo relevante a considerar es esto: desde esta perspectiva, este relato es crucial en todo el texto, ya que es el primero que nos habla (de modo bien disimulado) del tema principal: la guerra.
Y, sin embargo, parece apenas un relato más entre tantos otros, que de ningún modo sugiere que sea el punto en el cual la historia del príncipe Esenio toma otro rumbo.
Pero, justamente, de eso se trata la apocalíptica: de que nunca sea evidente cuáles son las partes cruciales del texto, salvo para los “elegidos”.
O como hubiese dicho Jesús unos versículos antes: el que tiene oídos para oír, oiga.

La hija de Yair y la mujer que tocó el manto de Jesús

En el pasaje que sigue se narra la sanidad de dos mujeres: la hija de un principal de la sinagoga (Yair, según Marcos y Lucas), y una mujer que padecía flujo de sangre.
La anécdota también es conocida: Yair se presenta con Jesús para pedirle que cure a su hija, que se encuentra moribunda. Jesús acepta, pero mientras va a la casa de Yair, siente como una mujer lo toma por detrás, y en concreto como “salió poder de él”. La mujer confiesa que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, pero que confiaba que con sólo tocar a Jesús se sanaría. Jesús premia su fe con la salud, y al llegar a casa de Yair se les comunica que la niña ya murió. Jesús desoye el dato, dice que la niña sólo duerme, y entra a la casa y la levanta, para sorpresa de todos.
Estamos frente a otro relato de restitución, y se refiere a una mujer en este caso. Al igual que muchos otros relatos, está estructurado a partir de una doble narración (como en el caso del llamamiento de los primeros cuatro apóstoles, vinculado con los primeros cuatro milagros, o el del llamamiento de Mateo, vinculado con la sanidad de un hombre con la mano seca), que muy probablemente se refiera al mismo evento, sólo que ofreciendo los datos complementarios.
Es obvio que el relato, como tal, es inverosímil. Más allá de que las resurrecciones son algo totalmente fuera de lo cotidiano, sorprende la frase de Jesús “sentí que salió poder de mí”. Extraño: es lo suficientemente divino como para hacer milagros portentosos, pero no puede identificar a la mujer a la que acababa de sanar.
Es obvio, entonces, que la lectura debe ir hacia otro lado: una mujer importante (hija de un alto dignatario judío, y muy probablemente Esenio) estaba “muriendo”, es decir, a punto de quedar segregada de la comunidad. ¿La razón? Un problema de pureza ritual. Eso lo sabemos por la otra versión del relato: una mujer con flujo de sangre que se acerca a Jesús para ser “sanada”.
Integremos los datos: un alto jerarca judío pidió ayuda a Jesús para evitar que su hija fuese marginada de la comunidad por un problema de impureza física. La mujer se entrevistó previamente con Jesús, y le expuso su perspectiva del problema. Evidentemente, Jesús participó en una discusión respecto a la naturaleza legal del asunto (halájica, en términos hebreos), y ayudó para que el diagnóstico final fuese que el problema de salud de la mujer no la hacía ritualmente impura. Gracias a ello, cuando se realizó el juicio al respecto, se pudo dictaminar que ella podía seguir con su vida normal.
Este es uno de los más hermosos ejemplos de cómo se aprovecha, en el Evangelio Original, el recurso de “partir” un relato, dividiendo al personaje que se confronta con Jesús en dos, para narrar por separado los diversos aspectos de la anécdota, de tal modo que la verdadera historia resultase inaccesible para cualquiera que no estuviera ligeramente enterado de cómo había que abordar la apocalíptica.
Quién haya sido el autor de estos textos, era verdaderamente genial.
¿Acaso Mateo el Levita? La tradición siempre lo identificó así. Y, aunque eso no es un dato determinante, lo cierto es que bien puede serlo. A fin de cuentas, en esta misma lógica de lectura de su propio libro, él se habría presentado como un escriba a quien le “sanaron” la mano seca.
¿Con qué objetivo? Justamente, para escribir un texto como este.

El profeta sin honra en su propia tierra

Generalmente, se asume que la siguiente controversia de Jesús tuvo lugar en Nazareth, toda vez que el texto dice que “regresó a su tierra”. Sin embargo, hay un terrible detalle al respecto: no hay evidencia arqueológica para sustentar que Nazareth ya existía en ese tiempo. En realidad, la expresión Yeshu Hanotzri no tiene tanto que ver con su lugar de origen, sino con su condición como Nazareo.
¿Cuál era su tierra, entonces? Recuérdese que el Evangelio Original no menciona en ningún momento en donde nació (la tradición de que nació en Belén es posterior, tanto que no aparece mencionada por Marcos).
No es tan difícil contestar: si Jesús era un príncipe Esenio, su lugar sede debió ser el monasterio que hoy llamamos Qumrán.
¿De qué trata este pasaje? Del difícil momento que Jesús enfrentó a su regreso a Qumrán, donde tuvo que confrontarse con todo el liderazgo Esenio y explicar su incómoda situación, consecuencia de haber estado involucrado en un combate contra tropas romanas.
Es lógico: ese evento iba a sacudir por completo a toda la sociedad judía, así que había que apresurar la organización del Fin de los Tiempos. Aparentemente, se había llegado al punto de no retorno, y no había mucho que discutir.

La misión de los apóstoles

La primer medida de Jesús es perfectamente lógica: se queda en Qumrán, pero manda a sus principales asistentes (nada menos que a los integrantes del Consejo de los Doce), en grupos de dos, para terminar de conseguir adeptos para la causa (que es a lo que se refiere la frase “les dio autoridad para sanar enfermos”).
De todos modos, es evidente que la comunidad Esenia no se plegó a los deseos de Jesús, y de allí su expresión “no hay profeta sin honra, sino en su propia tierra”.
A partir de este punto, es importante tener en cuenta que, pese a que Jesús había logrado exacerbar las expectativas de la gente, un fuerte sector de su propia comunidad (apocalipticista, además de todo), no estuvo de acuerdo con su proceder. En consecuencia, en los siguientes relatos veremos como va apareciendo una oposición cada vez más intensa.
Hay otro detalle sobresaliente de la misión de los Doce: la radicalización de Jesús, evidente en la frase “si en algún lugar no los reciben ni los oyen, salgan de allí y sacudan el polvo de sus pies; de cierto les digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad”.
No cabe duda: se está halando de guerra. Y en términos muy poco amables.

Herodes y Juan el Bautista

Más allá de los múltiples detalles añadidos durante el proceso de confección de los Evangelios, el meollo de esta sección es simple: Herodes entiende que en Jesús ha resucitado, en cierto modo, Juan el Bautista, a quien él había ejecutado.
Todo el relato sobre la desordenada vida marital de Herodes, así como el baile de la hija de Herodías y la petición de la cabeza de Juan el Bautista en un plato, sólo aparecen en Mateo y Marcos, por lo que seguramente se trata de un añadido incorporado al Evangelio Original B. Lucas omite por completo toda esa historia, y es muy probable que esta sea la versión original. En ella, Herodes simplemente dice “a Juan yo le hice decapitar. ¿Quién es este de quien oigo tales cosas?”
No hay mucho que reconstruir: Herodes pensó que, eliminando a Juan, había eliminado los conatos de subversión contra Roma. Sin embargo, las recientes noticias de Jesús, que ya circulaban en su corte, le mostraron que no: los judíos anti-romanos tenían un nuevo líder, y se hallaban bastante activos.

La alimentación de los Cinco Mil

Este es otro pasaje sumamente complejo, y el primer detalle que debe tomarse en cuenta es que es de los pocos que también aparecen en el Evangelio de Juan, respetándose los lineamientos básicos del relato.
¿De qué se trata la anécdota? En realidad, son muy pocos los elementos seguros para poder descifrarla. ¿A qué me refiero con elementos seguros? A detalles que tengan un correlato con la literatura apocalíptica.
Esto se puede deber, principalmente, a que el texto, tal y como lo conocemos, es fruto de copistas cristianos, no de apocalipticistas Esenios, y una simple alteración pudo haber afectado los códigos Esenios, produciendo un texto casi imposible de descifrar.
Pero hay dos detalles significativos, que nos pueden dar cierta luz sobre el asunto: el primero es que según los cuatro evangelios, los cinco mil eran hombres. En el relato parece hablarse de una multitud, que por lógica estaría integrada por hombres, mujeres y niños. Pero la especificación es clara: los que se sentaron a esperar comida eran como cinco mil hombres.
Eso nos permite suponer dos cosas: o bien la multitud, en realidad, fue de entre quince y veinte mil personas (si agregamos un promedio de una mujer y uno o dos niños por cada hombre), o el grupo que iba siguiendo a Jesús no era un grupo cualquiera (sólo Mateo dice que “sin contar a mujeres y niños”; los otros tres evangelios son bastante claros en que eran cinco mil hombres, lo que hace suponer que en Mateo tenemos una glosa para resolver el asunto, pero que en definitiva no fue parte del texto original).
La razón más simple para descartar la primera alternativa es que si el milagro hubiese sido la alimentación de cinco mil familias, no tendría sentido contarlo sólo como la alimentación de cinco mil hombres. Impacta más saber que alguien alimentó, milagrosamente, a veinte mil personas que a cinco mil.
Quedémonos, por el momento, con la idea de que este grupo no era un grupo cualquiera, sino uno que requería de que sólo fuesen hombres.
El segundo detalle que resulta significativo es, además, el único que tiene semejanza con otros textos de la apocalíptica qumranita: la orden de organizar a los cinco mil en grupos (en Lucas son de cincuenta en cincuenta; en Marcos, de cien o de cincuenta; en Mateo y Juan no se especifica), situación que nos recuerda las instrucciones de la Regla de la Comunidad Esenia sobre cómo se tenía que organizar el ejército escatológico que habría de enfrentarse a Roma.
¿Acaso este relato nos habla de la integración del ejército que habría de empezar la revuelta contra Roma? En ese caso, el problema de “alimentarlos” pudo tener que ver con la cuestión de cómo sustentar, económicamente, semejante proyecto. Desde esa perspectiva, la multiplicación de los panes y los peces se referiría a que el impacto de la imagen de Jesús habría permitido que la labor de los “pescadores”, así como del Consejo de los Doce, hubiese rendido los frutos necesarios, y el sustento para la primera fase de operaciones hubiese quedado resuelto.
¿Demasiado inverosímil?
No, si consideramos algunas frases incorporadas por el evangelio de Juan sobre este milagro: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo; pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo”.
¿Para qué agregó esta frase el cuarto evangelio (al confrontar el relato con las versiones de Mateo, Marcos y Lucas, es claro que la frase no fue parte de la anécdota original)? Evidentemente, para dejar en claro que este milagro de Jesús no tenía nada que ver con un movimiento subversivo.
Pero, ¿para qué argumentar eso? Por lógica, para contrarrestar una opinión opuesta, que seguramente circulaba en los medios en los que surgió el Evangelio de Juan (a diferencia de los otros tres Evangelios, que —por lo mismo— no hacen una mención semejante), y según la cual, todo esto habría sido parte de actividad subversiva de Jesús.
Insistimos: el pasaje es oscuro, pero están esos elementos que no dejan detener su lógica vistos desde la perspectiva de que Jesús, si pretendía levantarse contra Roma, necesitaba un ejército.
Mismo que, además, necesitaría comida.

Los Fariseos

A lo largo de los evangelios hay muchas referencias a los Fariseos, pero debe tomarse en cuenta que no todas son precisas. La razón es muy simple: cuando estos textos fueron elaborados, el judaísmo era muy distinto del que conoció Jesús, ya que tras la guerra contra Roma, los Saduceos perdieron todo su poder y su centro de actividades (el Templo de Jerusalén), y los Esenios prácticamente desaparecieron. Por ello, el único tipo de judaísmo con el que los cristianos de finales del siglo I en adelante tuvieron contacto, fue el judaísmo rabínico, heredero directo de los Fariseos.
Por ello, debe tomarse en cuenta que muchas referencias a los Fariseos en los evangelios no deben tomarse al pie de la letra, debido a que pudo haberse puesto más como un sinónimo de “judío”, que como integrante de un grupo bien definido, con ideas particulares bien definidas.
Con todo, este pasaje es uno de los pocos donde puede asumirse que el uso del término “Fariseo” es correcto, ya que se trata de una fuerte controversia respecto a la misión de Jesús.
El texto dice que los Fariseos quisieron tentarle y le pidieron una señal, ante lo cual Jesús se rehusó.
¿Había vínculos entre Jesús y los Fariseos? Lo cierto es que el texto insinúa que sí, y ya lo habíamos comentado con motivo de los nombres de los Doce Apóstoles: Simón el Celote, en tanto celote, debió ser miembro de un grupo radical y nacionalista muy vinculado a una de las dos escuelas fariseas de la época, la de Rabí Shamai.
Por medio de este Simón, es de suponerse que los Fariseos estaban al tanto de las actividades de Jesús, y es probable que este pasaje se refiera a una reacción por parte de los sectores moderados del fariseísmo (los de la escuela de Rabí Hillel), que pese a que estaban en contra de la ocupación romana, mantuvieron siempre una postura pragmática, misma que los hizo retirarse del conflicto armado desde antes del asedio romano a Jerusalén en 70 DC.
La reacción de Jesús es sintomática: se retira con el Consejo de los Doce, y les pregunta “¿Quién dice la gente que soy?”
Evidentemente, la confrontación con los Fariseos fue muy fuerte, al punto de que Jesús tuvo que hacer una suerte de examen de lealtad a sus asistentes, especialmente porque fue en este punto donde expuso, por primera vez, su plan de ataque.
La respuesta que según el relato dieron los Doce vuelve a enfatizar el vínculo de Jesús con la tradición subversiva: lo identifican como Juan el Bautista, Elías, alguno de los profetas, y finalmente como el Ungido (Mesías).
El relato común a los tres evangelios termina con la primera mención del plan a seguir: llegar a Jerusalén, en donde Jesús tenía que ser entregado a manos de sus oponentes, que incluyen a sacerdotes, ancianos y escribas (más adelante veremos más a fondo lo que implica esta declaración de Jesús, que se repite poco antes de su entrada triunfal en Jerusalén).
Mateo y Marcos nos ofrecen una extensión del relato, desconocida por Lucas. Es probable que se trate de un añadido propio del Evangelio Original B, pero de todos modos llama poderosamente la atención: Pedro se acerca a Jesús y lo comienza a reconvenir, y la reacción de Jesús es sorprendentemente violenta en el nivel verbal: “¡Apártate de mí, Satanás, porque no pones la mira en las cosas de los cielos, sino en las de la tierra!”.
Satanás.
El Diablo.
Ya habíamos mencionado que este personaje debió ser alguien definido, señalado de modo simbólico en el relato de la tentación. ¿Cuál fue su rol en ese momento? Convencer a Jesús de que diera marcha atrás con su proyecto. ¿Qué es lo que hace Pedro en este mismo pasaje? Exactamente lo mismo, y Jesús le dice Satanás.
¿Es probable que Pedro sea Satanás en sentido simbólico? Entonces, habría sido él mismo quien intentó detener a Jesús antes de que iniciara su ministerio, y alguien con un peso y autoridad muy evidente entre quienes mantenían una postura disconforme con los planes de Jesús (los “endemoniados”).
Estamos ante la posibilidad de replantear la personalidad de Pedro: recuérdese que Jesús, discutiendo sobre su autoridad, dijo “si Satanás echa fuera a Satanás”, refutando a quienes argumentaban que por el poder de Satanás echaba fuera demonios. Traducido, eso significaría que le estaban acusando de convencer a los disidentes con la autorización de Pedro, el líder de los disidentes. La respuesta de Jesús fue contundente: eso es absurdo.
¿Qué había de fondo en esa acusación? Señalarle que Pedro, fuese quien fuese, no estaba del todo de acuerdo con él. Y, evidentemente, eso implicaba un problema muy serio, seguramente porque Pedro, en tanto uno de los cuatro pescadores, tenía un rango muy alto dentro del movimiento de Jesús.
Hay otra serie de frases atribuidas a Jesús en donde se menciona a Satanás, aunque no están presentes en los tres evangelios, por lo que es seguro que no fueron parte del Evangelio Original. Sin embargo, queda la posibilidad de que alguna de ellas se remonte, efectivamente, hacia Jesús mismo, y que hayan sido conservadas por la tradición oral y, finalmente, incorporadas a los textos de Mateo, Marcos o Lucas.
Y resulta muy interesante analizarlas ante la perspectiva de que Satanás es el modo de referirse a Pedro, en concreto cuando se quiere mencionar su perfil crítico ante los proyectos de Jesús. Veámoslas:

Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. Marcos 4.15
Esta es la versión de Marcos sobre la parábola del Sembrador, en donde Satanás es mencionado como alguien que se opone al proyecto de Jesús, y se dedica a desconvencer a quienes Jesús ya había empezado a convencer. No es factible que haya sido parte del Evangelio Original, pero es bastante verosímil que Jesús se haya llegado a expresar así de… Pedro.

Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Lucas 10.18
Esta frase es muy interesante: se da en el contexto de cómo regresan los discípulos de Jesús de una misión, sumamente estimulados porque “aún los demonios” se les “sometían”. Entonces Jesús agrega que vio a Satanás caer del cielo como un rayo. ¿Se habría referido, originalmente, a que Pedro —otrora el líder de los disidentes— no salía de su asombro al ver cómo más gente empezaba a abrazar la causa de Jesús?

Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? Lucas 13.16
Este es el pasaje más difícil de considerar como parte real de la vida de Jesús, ya que se trata de un milagro sólo narrado por Lucas. Sin embargo, hay una idea subyacente que pudo tener su origen en las diferencias entre Jesús y Pedro, traducidas luego por los símbolos apocalípticos a una confrontación entre Jesús y Satanás: Satanás es quien “somete” a los enfermos.
Recuérdese que los “enfermos” son, más bien, los proscritos por el rigor Esenio, y las sanidades llevadas a cabo por Jesús se refieren, en realidad, a la restitución social y religiosa que Jesús promovió, pasando muchas veces por encima de las prescripciones de su rigurosa secta. En este pasaje, estaría implícita la idea de que uno de los más importantes defensores del rigor Esenio fue, justamente, Pedro. Y resulta lógico suponer que esta habría sido una de las razones para que el “pescador” no estuviera del todo convencido del proyecto de Jesús.
¿Demasiado inverosímil?
Si nos atenemos a lo que la tradición ha repetido durante siglos sí (aunque debe tomarse en cuenta que la tradición ha repetido el sentido literal de un texto apocalíptico; algo muy difícil de sustentar).
En defensa de esta idea, simplemente tómese en cuenta un aspecto fundamental de la biografía de Jesús: ¿cuál fue el apóstol que, en el momento crítico, lo negó?
Justamente aquel a quien le dijo Satanás.

El costo de seguir a Jesús

Toda la crisis desatada desde la discusión con los Fariseos llega a su punto culminante en este pasaje, donde Jesús deja bien claro el nivel de compromiso que exigía su proyecto de liberación nacional: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz”.
Es una advertencia clara: lo que se estaban jugando era el riesgo mismo de terminar en la cruz. La alusión a la inminente confrontación con Roma no puede ser más clara, y por eso Jesús asume una postura radical: o se está con él o no. Claro, asumiendo que se había pasado del punto de no retorno (lo cual fortalece la verosimilitud de un enfrentamiento armado en Gadará).
Una de las frases más duras parece estar dirigida contra la postura crítica de Pedro: “el que se avergonzare de mis palabras… yo me avergonzaré de él delante de mi Padre”.
Demasiado pedir. ¿Valía la pena el esfuerzo? Jesús deja en claro que sí: al final de cuentas, la lucha era por el establecimiento del Reino de los Cielos, y si morir valía la pena, la posibilidad de sobrevivir lo hacía todavía más atractivo: “hay algunos aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el Reino de D-os viniendo con poder”.
En este punto, Jesús ha dejado clara su idea: no hay más futuro que la guerra, y ya no hay tiempo para consideraciones éticas, rituales o doctrinales. Se está con los Hijos de la Luz, o con los Hijos de las Tinieblas.

La Transfiguración

Este fue otro momento singularmente crucial en la vida de Jesús, una vez que hubo dejado en claro el nivel de compromiso que implicaba seguirlo.
Hay elementos simbólicos bien definidos, y no hay mucho problema para identificar sus implicaciones generales.
1. Jesús aparece vestido de blanco, lo que implica que está nuevamente asumiendo su rol como príncipe Esenio. No es extraño que lo recalcara: hasta este momento, había demostrado una postura notoriamente heterodoxa en varios aspectos, por lo que debió ser importante dejar en claro que, pese a todo, su punto de partida seguía siendo el propio de un Esenio.
2. Jesús aparece con dos interlocutores: Moisés y Elías. Es obvio que Moisés es la representación del judaísmo institucionalizado por medio de la Ley y el Sacerdocio. Elías, por su parte, es la representación del judaísmo heredero de una tradición anti-institucional, subversiva, e incluso violenta. La idea es clara: en esta ocasión, Jesús se entrevistó con representantes de la Casta Sacerdotal y dirigentes de los movimientos subversivos populares.
3. ¿Cuál fue el objetivo? Reconocer e liderazgo de Jesús, algo inconcebible para la época: por primera vez, parece que había disposición de parte de los diferentes grupos judíos para luchar de forma coordinada. La frase “este es mi Hijo amado, a él oíd” expresa el voto de confianza que se le dio a Jesús en ese momento.
4. Pedro, por su parte, solicita que se hagan “cabañas” para Moisés y Elías, porque les resulta “bueno quedarse en ese lugar”. La postura de Pedro debe leerse en la misma línea que lo ha caracterizado: una postura crítica y disidente. ¿Qué fue lo que quiso Pedro en ese momento crucial? ¿Acaso ganar un poco de tiempo para que las cosas no se salieran de control? No sabemos, pero es probable.
5. Jesús no se detuvo ante la insinuación de Pedro, y el cónclave llegó a su fin con la instrucción definida de que se mantuviera en secreto todo el asunto allí tratado, hasta que Jesús hubiese “resucitado”, evento que, tal y como ya lo había mencionado, era la parte final de su plan inicial.

La pregunta sobre Elías y un exorcismo

Este evento provocó dos situaciones inmediatas complejas: la primera, tiene que ver con el profeta Elías, mismo que —según la tradición judía— se hará presente antes de la manifestación del Reino Mesiánico. Al respecto, Jesús aclara que Elías ya se había hecho presente, y es evidente que se refiere a Juan el Bautista (el cristianismo conserva dicha identificación como parte de su esquema doctrinal), de tal modo que, desde su perspectiva, todo estaba listo para proceder con el levantamiento contra Roma.
Pero había un problema: un último foco de resistencia dentro de los liderazgos judíos, y por ello sus discípulos lo reciben con la noticia de que hay un “endemoniado” al que no han podido exorcizar.
Jesús tiene que tomar el asunto en sus propias manos, y a juzgar por el relato es evidente que hubo violencia de por medio. ¿Otra confrontación armada con los “demonios” (en este caso, no hay referencias a legiones romanas, así que puede referirse sólo a judíos que mantenían su desacuerdo con el proyecto de Jesús)?
Es posible, aunque imposible de determinar. De todos modos, llama mucho la atención de la pregunta final de los discípulos de Jesús: ¿por qué no pudieron lograr el “exorcismo”? La pregunta evidencia la línea Esenia-Qumranita de Jesús: aún en la guerra, la pureza ritual guardaba una relevancia notable (“este género no sale sino con oración y ayuno”).

El mayor en el Reino de los Cielos

Alrededor de esta extraña discusión, los evangelios presentan a Jesús insistiendo en su plan: llegar a Jerusalén, ser entregado, padecer la crucifixión, y resucitar.
¿Por qué dice que los discípulos “no entendían” y discutían por ello? El detalle es que cuando Jesús los interroga sobre qué discuten, resulta que el tema es quién sería el mayor en el Reino de los Cielos, y no los detalles del plan de Jesús.
¿O hay alguna relación entre ambos puntos?
Para empezar a entender, basta con analizar la respuesta de Jesús, que está redactada a modo de silogismo, aunque más o menos enredado; el punto de partida es un niño, y Jesús establece la lógica del siguiente modo: el mayor será aquel que sea como un niño, y el que recibe el niño, lo recibe a él.
Desenredemos la trenza: Jesús está usando el concepto “niño” como equivalente a sí mismo (“el que recibe a este niño, me recibe a mí”), justo después de establecer que el niño es el mayor en el Reino de los Cielos. Dicho en pocas palabras: el mayor es él, Jesús mismo. No es una cátedra sobre humildad. Es el momento en el que Jesús despeja las dudas sobre el liderazgo.
Pero, ¿acaso había dudas al respecto? Jesús mismo, en la “transfiguración”, había recibido el apoyo de propios y extraños. ¿Cuál era la duda, entonces?
No tenemos otra alternativa más que el aspecto sacerdotal. Con ello, nos referimos a que estaba claro que Jesús sería reconocido como el Mesías de la Casa de David, lo cual lo convertiría en Rey tan pronto Judea estuviese libre del yugo romano.
Pero había una cuestión que no se había terminado de discutir: el Sumo Sacerdocio.
¿Por qué la intriga de los discípulos? Por un detalle extra, que no hemos comentado, en la escena de la transfiguración: la vestimenta blanca de Jesús no sólo puede identificarse como la indumentaria Esenia. Además, está relacionada con el Sumo Sacerdocio.
Por la forma en la que está redactada la escena de la transfiguración, se puede sospechar que Jesús se comportó como Sumo Sacerdote en ese lugar. Y eso, naturalmente, provocó una reacción adversa en el crítico de siempre: Pedro.
¿Por qué sabemos que fue Pedro? Porque fue el primero en pedir que las cosas se revisaran con más calma (“hagamos unas cabañas para quedarnos aquí”). Pero más aún: porque hay una gran probabilidad de que en un momento previo, Jesús le hubiera hecho una promesa muy definida a Pedro: el Sumo Sacerdocio.
El asunto sólo aparece en el evangelio de Mateo, lo que implica que no fue parte del contenido del Evangelio Original, sino una tradición incorporada posteriormente. Pero es verosímil, además de bien conocida: justo después de que Jesús ha interrogado a los Doce sobre su identidad, y Pedro le ha definido como el Ungido e Hijo del D-os Viviente, Mateo registra que Jesús le contestó a Pedro diciéndole “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y a ti te daré las llaves del Reino”.
Si asumimos como factible que esta tradición se remonte realmente a Jesús, el contenido es muy obvio: en el plan original de Jesús, el Sumo Sacerdote habría de ser Pedro.
¿Inverosímil? Lo dudo: justamente, la tradición católica romana siempre ha visto en Pedro a un Sumo Pontífice, precisamente porque entiende que con esta frase, Jesús lo estaba designando para ese cargo. Ahora sólo hay que contextualizarnos: los judíos tenían un Sumo Pontífice, o Sumo Sacerdote, que era quien estaba a cargo de todo lo relacionado con el Templo y el Sacerdocio. Por lo tanto, si Jesús le estaba concediendo ese rol a Pedro, se refería al Sumo Sacerdocio judío, y no al pontificado romano, inventado siglos después.
Tiene lógica en medio de todo lo que hemos ido desenterrando sobre el apóstol Pedro: si Jesús lo había considerado, originalmente, para el Sumo Sacerdocio, es porque pertenecía a la Casta Sacerdotal. Concretamente, porque era miembro del Clan Saduceo. Por eso se podía dar el lujo de cuestionar a Jesús en todos sus proyectos e ideas: a fin de cuentas, Jesús sería uno de los dos Mesías del judaísmo; Pedro sería el otro.
Esto nos aclara la naturaleza de la discusión de los discípulos: después de que durante la “transfiguración” Jesús se comportara como si fuese el Sumo Sacerdote, discuten quién va a ser el que ocupe esa distinción, si Jesús o Pedro. Por eso la referencia a sus dudas cada vez que Jesús vuelve a explicar los detalles de su plan, como si intuyeran que Jesús no les estaba diciendo todo.
Y se da la confrontación inevitable, en la que tienen que preguntarle a Jesús quién va a ser el Sumo Sacerdote. Y la respuesta de Jesús fue, en definitiva, la que menos querían escuchar: él mismo, no Pedro.
Jesús, el inminente Mesías de la Casa de David, había cambiado de opinión en un aspecto crucial.
Es sorprendente la elaboración del relato en este punto: nuevamente, un momento crítico está relatado como si fuera apenas otra de tantas anécdotas; además, la conflictiva respuesta de Jesús está redactada a modo de enredado silogismo que esconde bien la problemática que se estaba tratando en ese momento.
Misma que se siguió tratando, a juzgar por el siguiente relato.

El joven rico

Este es otro pasaje conocido bien por la tradición cristiana: un joven pregunta qué debe hacer para entrar al Reino de los Cielos, y Jesús lo manda a deshacerse de sus riquezas para darlas a los pobres.
A la luz de la discusión anterior, no es difícil reconstruir los aspectos generales de este relato: el joven rico es Pedro, que entonces confronta a Jesús y le cuestiona sobre su rol en el Reino de los Cielos. Y la respuesta de Jesús es contundente: tiene que renunciar a su “riqueza”. En otras palabras, a su ambición de ser el Sumo Sacerdote.
En ese contexto, las quejas de Jesús y de sus apóstoles son bastante lógicas. Jesús reclama lo difícil que será que un “rico” (o más bien, un sacerdote) entre en el Reino de los Cielos.
Y los apóstoles contestan con una pregunta absurda, si nos limitamos al sentido literal: “¿Quién, entonces, podrá salvarse?” Como si ellos fueran los ricos.
Claro, releyendo los símbolos del texto, queda entonces claro que sí, efectivamente: ellos eran los “ricos”. O, en otras palabras, miembros de la Casta Sacerdotal o de la Casta Levítica (como Mateo, el escriba).
Lo que hay detrás de este relato es un punto crítico que, a todas luces, puso en riesgo la recién integrada coalición anti-romana: los apóstoles están a todas luces contrariados por la pretensión de Jesús de asumir las funciones de Sumo Sacerdote.
Ante los cuestionamientos, Jesús ha reaccionado, prácticamente, con una rabieta, sentenciando que es más fácil hacer pasar a un camello por el ojo de una aguja, que lograr que un sacerdote entre al Reino de los Cielos.
Entonces, reaparece Pedro como tal (sin símbolos extras), y sigue cuestionando a Jesús: ellos, sacerdotes, lo están arriesgando todo por su proyecto. Simple lógica: ¿a cambio de qué?
El texto no nos ofrece detalles, pero todo parece indicar que hubo un fuerte regateo, y es factible que incluso hayan obligado a Jesús a retractarse en parte de su intento de coronarse como Sumo Sacerdote, ya que la respuesta final de Jesús es, en resumidas cuentas, un cúmulo de concesiones para los sacerdotes que integraban el Consejo de los Doce (nótese que, generalmente, se menciona a tres: Pedro, Jacobo y Juan; tal y como lo especifica la Regla Mesiánica): ninguno que haya dejado padre, madre o propiedades, dejará de recibir cien veces más, y en el Reino de los Cielos, la Vida Eterna.
Dicha concertación era obligatoria para Jesús. A fin de cuentas, entendía que su proyecto no podría tener éxito sin el poderoso apoyo de los Saduceos, que acababan de sentirse traicionados.
Especialmente un saduceo de muy alto rango, líder dentro de su propia gente, y que en un momento había sido designado por Jesús como el que habría de dirigir al judaísmo en tanto religión.
Un saduceo con temple de Sumo Sacerdote: el Apóstol Pedro.

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