julio 07, 2009

Sexto Tema: LUCAS

En los análisis sobre los Evangelios Sinópticos y el Evangelio Original, comenté que la evidencia muestra que Mateo y Marcos fueron, en realidad, recensiones logradas de manera colectiva, y no el resultado de la labor escritural de una sola persona en cada caso. En cambio, sí es factible suponer que detrás del Evangelio llamado Lucas sí hubo la labor definida de una persona (que pudo ser el Lucas histórico).
Repasemos el por qué de esta probabilidad: según el propio Evangelio (Lucas 1.1-4), el autor se dedicó a investigar la historia de Jesús para ponerla en orden. Más allá de que estas palabras puedan ser fruto de la tradición y no propias del Lucas histórico, lo cierto es que las diferencias entre Mateo y Marcos —por un lado— y Lucas —por el otro— nos sugieren que el autor de este último texto hizo uso de una versión más primitiva del Evangelio Original, que pudo haber sido el mismísimo texto primigenio. Ello justifica la idea de que alguien se dedicó a buscar una copia del libro original sobre Jesús, misma que usó como base para elaborar una recensión inicial que, eventualmente, se transformó en el Evangelio de Lucas.
Supongamos que, efectivamente, el autor de este trabajo fue Lucas, el discípulo de Pablo. En dicho caso, es evidente que realizó esa labor después de que Pablo había muerto, pues de lo contrario lo lógico hubiera sido que Pablo citara en sus epístolas fragmentos del texto recuperado por Lucas.
Es simple: tal y como hemos considerado, el Evangelio Original sólo pudo estar disponible a un público diferente al Esenio tras el final de la guerra contra Roma (año 73), por lo que hasta ese momento se empezó a conocer la historia de Jesús.
¿Era factible que dicha historia se conociera previamente? Prácticamente no, porque Jesús desarrolló la parte más relevante de sus actividades dentro del estrecho círculo de los Esenios. Por lo mismo, es altamente factible que Pablo nunca haya reparado de modo importante en Jesús como personaje histórico.
En realidad, la historia de Jesús debió empezar a conocerse hasta después del año 73, cuando por una razón u otra, el texto del Evangelio Original fue conocido.
La posibilidad de que Jesús haya sido conocido por la predicación de sus seguidores es imposible, ya que su grupo de colaboradores original fueron, al igual que él mismo, Esenios, y es un hecho que este grupo no permitía que sus enseñanzas circularan libremente fuera de los límites de la propia secta. Si acaso hubo predicación sobre Jesús, fue dentro de los márgenes del movimiento Esenio-Qumranita.
Pero eso no descarta que otros estuviesen predicando al Cristo, aunque en el sentido abstracto que pudo manejar alguien como Pablo.
El punto es este: hasta el año 73, es factible que el Cristo fuese un tema frecuente de predicación, especialmente entre judíos helenistas. Después de ese año, al empezar a circular sin ningún tipo de control el Evangelio Original, es muy probable que se haya empezado a relacionar por primera vez a Jesús de Nazareth con el Cristo abstracto de los Helenistas, hasta el punto de volver necesaria una explicación del vínculo de este personaje con el concepto crístico. Y esa fue la importancia del trabajo de Lucas.
El Evangelio de Lucas es algo más que una buena narración en griego de la vida de Jesús. De hecho, es la construcción de Jesús como personaje crístico bajo los parámetros de la mitología griega. Por eso, el relato inicial de Lucas diserta sobre el modo en el que una joven hebrea fue fecundada por la Deidad, en un estilo cuyo origen es perfectamente griego (basta ver las similitudes con el mito de Hércules).
El trabajo de Lucas es sorprendente: logra una perfecta fusión del texto del Evangelio Original con una típica saga del héroe en el estilo griego, lo que evidencia que el contexto cultural del autor y de su público es completamente helénico.
Justamente, lo relevante de este texto es que no se trata de la perspectiva del judaísmo helenista como tal, sino la versión plenamente griega (Lucas no era judío).
El Evangelio de Lucas no es un producto aislado, sino apenas la primera parte de todo un relato en donde el autor narra no sólo la historia de Jesús, sino también la del movimiento al que dio inicio. La segunda parte la conocemos como Hechos de los Apóstoles, y en ella se conserva el mismo estilo emparentado con la mitología griega.
Aunque a muchos les resulte molesto, es evidente a todas luces que Hechos no es un libro histórico, sino mitológico. Basta ver con que trata de gente que tiene poderes sobrenaturales, algo que no sucede con mucha frecuencia (por decirlo de modo amable).
¿De dónde surgieron los relatos contenidos en los libros de Lucas?
Respecto al Evangelio, no hay muchas dudas. La parte medular fue el Evangelio Original, y a eso se anexaron varias tradiciones orales, algunas de ellas conocidas por Mateo, otras por Marcos, y la mayoría exclusivas para Lucas.
Más complejo resulta saber cómo se obtuvo el material para los Hechos de los Apóstoles, porque es un hecho que no se trata de un texto fantástico, creado de la nada. En esta línea, las más notables aportaciones historiográficas las ha hecho Robert Eisenman, al señalar las múltiples semejanzas entre los Hechos con los libros de Flavio Josefo, especialmente las antigüedades judías.
Algunos ejemplos:
1. Flavio Josefo cuenta la historia de un líder judío llamado Simón, que tuvo una serie de desencuentros con el rey Agripa I por cuestiones de pureza ritual. Según el relato, fue invitado por Agripa a su residencia en Cesarea para que pudiera constatar que todo estaba limpio, y Simón regresó colmado de regalos. Es evidente la similitud estructural del relato con el de la visita de Pedró (Simón) a casa de Cornelio (en Cesarea), en donde comprueba que lo que él pensaba que era inmundo es, en realidad, limpio. Además, el nombre de Cornelio aparece dos veces en los textos de Josefo, ambas en relación a soldados involucrados en las ocupaciones romanas de Jerusalén (uno en la época de Pompeyo, y otro en la de Tito Vespasiano).
2. Simón el Mago es otro personaje de Flavio Josefo, relacionado con Berenice y Drusila, nobles de la casta herodiana. Del mismo modo, el mago Elimás está basado en el mago Atomus de Flavio Josefo, hecho corroborado por los manuscritos en los que el nombre Elimás es Etomas.
3. El relato de Felipe y su charla con el eunuco etíope está calcado de la historia de la conversión al judaísmo de Izates, hijo de la reina Helena de Adiabene, también conversa. Según el relato de Josefo, un judío tradicionalista de nombre Eliezer encontró a Izates revisando el Génesis, y le preguntó si entendía lo que leía (igual que Felipe al eunuco etíope, que según Hechos, iba leyendo al profeta Isaías). Al explicarle el sentido del pasaje en cuestión (la circuncisión de Abraham), Izates acepta ser circuncidado y con ello formaliza su conversión.
4. El mayor ejemplo de todos es, sin duda, el relato de la lapidación de Esteban, que es idéntico en su estructura al relato del martirio del apóstol Santiago (Yaacov el Justo). Según Josefo, tras ser acusado falsamente, Yaacov fue juzgado por el Sumo Sacerdote Anán II, y luego lapidado bajo la supervisión de un joven herodiano llamado… Saulo. El relato de Hechos 7 sobre la muerte está completamente calcado, e incluso Esteban puede ser asumido como una forma simbólica de referirse a Yaacov, ya que el nombre en griego significa “corona”, y Yaacov perteneció, según la tradición, al linaje del Rey David.
Robert Eisenman supone que Lucas debió trasladar los relatos de Josefo a sus libros. Sin embargo, me parece poco probable esta idea, que implica una suerte de complot de parte de Lucas. En realidad, es más fácil suponer que el libro de los Hechos se fue integrando a partir de un texto original al que se le fueron incorporando diferentes relatos, provenientes de diferentes fuentes, y que los copistas cristianos acoplaron bajo criterios muy laxos, exactamente igual que como sucedió con varios fragmentos que terminaron en los tres Evangelios Sinópticos.
Tomando en cuenta que el manuscrito más antiguo que se conserva de los Hechos de los Apóstoles data de la primera mitad del siglo III (el fragmento Chester Beatty P45), resulta imposible demostrar que el libro estuviese terminado antes del año 62, tal y como pretenden académicos como César Vidal.
Hay un punto importante que debemos tomar en cuenta: si bien las epístolas de Pablo no tienen referencias directas al Evangelio Original (o a alguna de sus tres versiones finales), sí tienen múltiples referencias a los Hechos de los Apóstoles (por lo menos cuatro en Romanos, trece en I Corintios, diez en II Corintios, cinco en Gálatas, una en Efesios, cinco en Filipenses, tres en Colosenses, siete en I Tesalonicenses, una en II Tesalonicenses, una en I Timoteo, diez en II Timoteo, dos en Tito, y dos en Filemón.
Demasiado extraño: ¿por qué no hay referencias a Lucas y en cambio abundan las referencias a Hechos? Se podría argumentar que Pablo, en sus epístolas, simplemente hizo recuentos biográficos y, por lógica, estos tienen un paralelo en Hechos. Sin embargo, muchas de las referencias pertenecen a textos cuya autoría paulina está severamente cuestionada (como Colosenses o II Timoteo).
Inevitablemente, se queda en el aire la posibilidad de que el libro de los Hechos haya estado determinado por los datos auto-biográficos insinuados en las epístolas. O dicho de otro modo: los Hechos de los Apóstoles fueron la anécdota reconstruida (a partir de múltiples fuentes del todo disímiles) para reconstruir un esbozo biográfico de Pablo, del cual sólo se conocía el más o menos nutrido grupo de datos recuperables de sus epístolas.
La historiografía no nos ofrece mejores datos: los primeros en hacer citas textuales de muchos libros del Nuevo Testamento, incluyendo a Hechos, fueron los apologistas Arístides de Atenas y Justino Mártir, a mediados del siglo II. Anteriores a ellos, Ignacio de Antioquía, Policarpo y Papías habían referido también temas mencionados en Hechos, pero con la misma característica que las epístolas de Pablo: no se trata de citas textuales, sino de similitudes temáticas.
Como si los Hechos aún no fueran un libro bien definido y relativamente conocido, sino hasta mediados del siglo II. De cualquier modo, vale la pena mencionar que Marción, hereje del siglo II que tuvo el extraño mérito de ser el primero en proponer un canon del Nuevo Testamento, no incluyó en su lista de textos “sagrados” a los Hechos de los Apóstoles. Es hasta un poco después, con Taciano Siro, que los Hechos empezaron a ser incluidos en las listas de escritos reconocidos como “divinamente inspirados” por las Iglesias. De todos modos, algunos autores de finales del siglo II, como Teófilo de Antioquía, no parecen haber estado familiarizados con el que supuestamente es el segundo libro de Lucas, lo cual resulta extraño si se supone que para entonces, tanto el Evangelio como los Hechos debían tener un siglo de existencia.
Los primeros datos contundentes provienen de Tertuliano y del Canon Muratori (finales del siglo II y principios del III), en donde ya es evidente que se da por hecho la “divina” inspiración de los Hechos de los Apóstoles.

¿Qué se puede deducir de todo lo anterior?
En esencia, lo mismo que ya hemos venido planteando: que la gran mayoría de los textos del Nuevo Testamento (hasta el momento hemos hablado de los Evangelios Sinópticos, las epístolas paulinas y ahora Hechos de los Apóstoles) llegaron a sus formas estructurales definitivas durante el transcurso del siglo II.
Dichos textos fueron, ante todo, la construcción de un mito que le ofreciera coherencia al cristianismo, que en ese momento estaba en proceso de definir su perfil definitivo. En este punto, vale la pena que se podría decir que el cristianismo existía desde antes de la época de Jesús de Nazareth: en realidad, es posible que los grupos de prosélitos del judaísmo helenista y herodiano ya tuvieran su muy particular versión del Cristo en tanto Logos que conecta lo divino con lo humano. incluso, es probable que toda la predicación del apóstol Pablo siempre haya ido sobre esa línea abstracta, y que sólo hasta después del año 73, cuando tras el colapso del movimiento Esenio el Evangelio Original salió a la luz, se haya llevado a cabo la identificación de ese Cristo abstracto con un personaje histórico concreto, Jesús de Nazareth.
Aquí hay que plantearnos un pregunta inevitable: ¿quién se encargó de proponer, y eventualmente lograr, esa identificación? Naturalmente, llegar a una respuesta definitiva es imposible, aunque ayuda mucho rastrear los aspectos ideológicos y literarios del otro grupo judío helenista que llegó a un interesante punto de desarrollo justo en esas épocas: el alejandrino.
Ya hemos mencionado a Filón de Alejandría y su intento por incorporar el concepto del Logos al judaísmo. En la próxima nota, empezaremos a revisar el material neotestamentario de esta tradición: el Corpus Joánico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario