junio 20, 2009

Segundo Tema: PROSÉLITOS HELENISTAS Y CRISTIANISMO

Empecemos por la pregunta obligada después del análisis de la posible identidad de Ebionitas y Nazarenos-Mandeanos, que hemos considerado como grupos judíos de origen Esenio, y definitivamente ajenos al cristianismo primitivo: ¿Cuáles son las características básicas que nos permiten identificar al cristianismo primitivo?
El único texto que tenemos para enfocar este punto es el de Hechos de los Apóstoles. De entrada, tenemos un problema importante con ese texto: carece de rigor histórico. Por más que sea la base para la tradición cristiana, no deja de ser un texto de evidente perfil mítico, cuyos relatos es imposible corroborar desde una perspectiva objetiva, crítica e imparcial.
De hecho, a este texto le sucede lo mismo que a los Evangelios Sinópticos (lo cual no debe extrañarnos, ya que es la continuación del Evangelio de Lucas): es un documento con más objetivos teológicos que históricos, cuyo tema fundamental es narrar el inicio (milagroso, naturalmente) del fenómeno llamado “cristianismo” (o, dicho de un modo más típico, de la Iglesia).
Por lo mismo, en Hechos de los Apóstoles podemos encontrar lo que el cristianismo primitivo creía respecto a su propio origen en tanto comunidad de fe, pero no los datos precisos que expliquen el proceso sociológico y antropológico que generó al cristianismo.
Sin embargo, muchos de los datos allí registrados nos resultan útiles para poder visualizar los aspectos que al cristianismo primitivo le resultaban relevantes sobre su propia identidad. Entre ellos, el más destacado es simple: el cristianismo es un fenómeno diferente al judaísmo.
Para los Hechos de los Apóstoles, el Pentecostés es una ruptura definitiva con el judaísmo, y aunque los protagonistas de los relatos son, en cuanto a su origen étnico-cultural, judíos, es evidente que desde un principio entran en una confrontación abierta con el judaísmo como tal, y todas las dinámicas tienden a separarse del contexto supuestamente original. De ese modo, en los capítulos 5 y 7 se narran las primeras persecuciones de los judíos contra los seguidores de Jesús, en el 10 se sientan las bases para el rechazo de las reglas dietéticas (kashrut) del judaísmo, en el capítulo 11 se hace la mención del nuevo modo de referirse a los seguidores del Cristo (cristianismo), a partir del 13 la atención se centra casi exclusivamente en el Apóstol Pablo, y además llama la atención que al final de dicho capítulo quede clara la postura misionera del nuevo líder: su objetivo son los gentiles, no los judíos. El resto del libro (más de la mitad), se concentra, en consecuencia, en el desarrollo del cristianismo como un fenómeno gentil, alejado de la normatividad judía.
Hay dos aspectos que nos indican de modo claro y contundente que cualquier revisión histórica de los Hechos de los Apóstoles no se puede basar en la información allí contenida, que debe ser revisada de modo crítico.
El primero es la total carencia de referencias al medio Esenio-Qumranita, fundamental para entender el modo de vida y pensamiento de Jesús de Nazareth. La única mención de un hábito típicamente Esenio, muy vaga por cierto, es el comentario respecto a que los cristianos primitivos tenían todas sus propiedades en común (Hechos 4.32-37). Las costumbres allí mencionadas son idénticas a las de la comunidad de Qumrán, pero en ningún momento se asoma la posibilidad de que los redactores finales de este texto estuviesen enterados de que había existido una comunidad religiosa judía en la que este tipo de hábitos ya se practicaban. Para ellos, todo lo que hacen estos primeros cristianos es nuevo y renovador. Dicha inexactitud histórica nos enfrenta al hecho indiscutible de que la perspectiva del libro es incompleta.
El segundo es la total ignorancia del mundo religioso judío. En Hechos de los Apóstoles se habla del judaísmo casi como si fuese un grupo homogéneo liderado por los sacerdotes, y se supone que habla de sucesos acontecidos entre la crucifixión de Jesús (un poco anterior al año 30), y el primer arresto de Pablo en Roma (hacia 60 o 62). Es decir: se ubica en una época en la que estaba en su punto culminante el conflicto interno del judaísmo entre Saduceos, Fariseos, Esenios y Herodianos, por no mencionar la creciente radicalización popular que produjo el levantamiento de 66 en contra del Imperio Romano.
Nada de esto aflora de manera directa en el texto de Hechos, lo que evidencia un ambiente más propio del siglo II, en que el judaísmo se había casi homogeneizado por completo, debido a que el único grupo que sobrevivió a la guerra fue el Fariseo-Rabínico. En consecuencia, es evidente que la elaboración final de los Hechos de los Apóstoles fue llevada a cabo por gente ajena al contexto original, a la época de los supuestos sucesos, cuyo interés fue —principalmente— demostrar el origen divino y milagroso de su comunidad religiosa.
El punto donde mayormente se puede ver esta total carencia de información por parte del redactor de Hechos (originalmente Lucas, pero posteriormente los diversos copistas que fueron conservando el texto), es en el uso de la palabra “prosélito”.
No es un misterio que el judaísmo de la antigüedad desplegó un fuerte trabajo proselitista, especialmente durante los últimos tres siglos de existencia del Segundo Templo (siglo II AC a siglo I DC).
¿Cuántos tipos de proselitismo hubo? De las cuatro sectas principales del judaísmo, es evidente que dos de ellas no desarrollaron este tipo de actividades. Los Saduceos eran un clan familiar dentro de la Casta Sacerdotal, y por lo mismo era imposible pensar en un proselitismo formal, ya que por mucho que un gentil se convirtiera al judaísmo, no se podía convertir en miembro de la Casta Sacerdotal, cuya base siempre fue un linaje heredado por la vía paterna. Los Esenios, por su parte, siempre manejaron conceptos muy radicales respecto a la pureza ritual, por lo que difícilmente pusieron su atención en posibles prosélitos gentiles. De su literatura se deduce que toda su labor de proselitismo se enfocó, exclusivamente, en judíos.
Los únicos dos grupos que parecen haber desarrollado un trabajo de proselitismo sistemático dirigido hacia gentiles, fueron los Fariseos y los Helenistas. Seguramente, el primer movimiento relevante en ese sentido fue la conversión forzada y masiva de los idumeos bajo el reinado de Juan Hircano (134-104 AC), y es un hecho que durante el transcurso del siglo I AC, el judaísmo llegó a ser una religión tan atractiva a nivel internacional, que muchos grupos de gentiles dentro de las fronteras del eventual Imperio Romano se convirtieron a esta fe.
El asunto llegó a convertirse en un problema para Roma, debido a que los judíos gozaban de privilegios especiales en materia religiosa (como no tener la obligación de rendir culto público al César, con todas las implicaciones económicas que eso conllevaba). Por ello, el emperador Claudio (41-54 DC) prohibió las conversiones al judaísmo, e incluso expulsó de la capital del Imperio a los judíos.
Sin embargo, los grupos de prosélitos del judaísmo helenista se siguieron integrando sin ningún problema. ¿Cómo lo lograron? Llevando los conceptos del judaísmo hacia un nivel abstracto, en el cual no se exigía el cumplimiento de los aspectos censurados por la legislación romana (como la circuncisión).
Naturalmente, los grupos judíos más tradicionalistas se opusieron a reconocer ese tipo de conversiones, y eso derivó en una suerte de “guerra” de prosélitos, con los prosélitos tradicionalistas por un lado, y los helenistas por el otro.
Curiosamente, uno de los documentos más concisos que tenemos para poder percibir la naturaleza de este problema es el libro de Hechos de los Apóstoles, especialmente en su capítulo 13. Si bien dista mucho de ofrecernos anécdotas verificables históricamente, nos brinda los elementos para poder acercarnos al complejo panorama del proselitismo judío hacia mediados del siglo I. Veamos los versículos 42-49 del capítulo citado:
“Cuando salieron ellos de la sinagoga de los judíos, los gentiles les rogaron que el siguiente día de reposo les hablasen de estas cosas. Y despedida la congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de D-os. El siguiente día de reposo se juntó casi toda la ciudad para oír la palabra de D-os. Pero viendo los judíos la muchedumbre, se llenaron de celos, y rebatían lo que Pablo decía, contradiciendo y blasfemando. Entonces Pablo y Bernabé, hablando con denuedo, dijeron: a vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de D-os, mas puesto que la desecháis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles. Porque así no ha mandado el Señor, diciendo ‘te he puesto para luz de los gentiles, a fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra’. Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Y la palabra del Señor se difundía por toda aquella provincia”.
Lo primero que llama la atención es el uso ambiguo del término “judío”. Primero se menciona que los “judíos y los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé”, pero luego se dice que los “judíos… se llenaron de celos, y rebatían lo que Pablo decía”.
No hay muchas alternativas: es evidente que se está hablando de dos tipos de judíos, y seguramente se tratan de Fariseos y Helenistas. La actitud de los prosélitos evidencia que, prácticamente en su totalidad, eran alumnos de los helenistas. En cambio, no se mencionan prosélitos de parte de los otros judíos, seguramente porque para este momento los Fariseos ya habían suspendido casi por completo esa actividad, a consecuencia de las restricciones impuestas por Roma.
Hay otro dato más, muy importante, que también se desprende de este pasaje: la plena conciencia de que el cristianismo estaba vinculado con los prosélitos de un judaísmo alejado del rigor de los Fariseos (resulta obvio que se trataba del judaísmo helenista).
El libro de los Hechos puede dividirse muy fácilmente en dos partes: en la primera, el liderazgo del movimiento recae en los Apóstoles que siguieron a Jesús desde un principio, principalmente Pedro, Santiago (Yaacov) y Juan. Es muy evidente que en esta parte casi la totalidad de los que se integran a este movimiento son judíos. En cambio, a partir de que el protagonismo lo asume Pablo, los conversos dejan de ser judíos y son, casi en su totalidad, gentiles. El pasaje que hemos citado es el parte aguas, en donde Pablo y su ayudante Bernabé sentencian el futuro del movimiento cristiano: “nos volvemos a los gentiles”.
El trasfondo histórico coincide con la información que tenemos sobre Ebionitas y Nazarenos-Mandeanos: hasta cierto punto del proceso, los seguidores de Jesús estuvieron claramente identificados con el judaísmo, incluso con una versión bastante rigurosa del mismo. A partir del ministerio público del Apóstol Pablo, el panorama cambió sustancialmente: el cristianismo se consolidó como un movimiento gentil (aunque nótese: no parece que se le predicara indiscriminadamente a todos los gentiles, sino que se le daba la preferencia a los que ya eran prosélitos del judaísmo helenista, tal y como hemos visto en Hechos 13), y hubo una ruptura definitiva con el judaísmo.
En Hechos no tarda en aparecer el resultado de esta ruptura, y el capítulo 15 nos narra cómo Pablo tuvo que reunirse con los líderes de la “iglesia” de Jerusalén (principalmente Santiago, el hermano de Jesús), para dejar en claro que los gentiles no se iban a someter al rigor de la ley judía. Dicho en términos más simples: que la conversión al cristianismo de ningún modo significaba conversión al judaísmo. O más claro aún: que cristianismo y judaísmo ya eran cosas diferentes.
Pese a que dicho concilio es presentado como algo amable y correcto, la evidencia en el Nuevo Testamento demuestra que la relación entre lo que podemos llamar “tradición paulina” y el grupo judío (Ebionitas, principalmente) no fue fácil, e incluso se llegó a un fuerte nivel de agresión verbal.
El meollo de las discusiones fue el papel que la Ley de Moisés tenía que representar en la vida del “cristiano”. Para el grupo Ebionita no había dudas: el único judaísmo válido era aquel donde la Ley (Torá) juega un papel dominante; para Pablo tampoco había dudas: la Ley había sido superada por la Gracia.
Llegó un momento, durante la segunda mitad del siglo I, en el que los grupos cristianos de línea paulina habían superado numéricamente, y por mucho, a los Ebionitas. Era inevitable. Los cristianos tenían una visión expansiva, loes Ebionitas no. Por ello, cuando inició el siglo II el único sentido de identidad que imperaba en el cristianismo era el gentil, no el judío. De hecho, estrictamente hablando, el cristianismo nunca tuvo un sentido de identidad judío. Lo más próximo que llegó a tener fue la influencia ideológica del judaísmo helenista, pero lo cierto es que las comunidades de prosélitos que sirvieron como base para el desarrollo de comunidades cristianas, jamás se vieron en la necesidad de practicar los ritos judíos.
¿Por qué podemos estar tan seguros de eso? Porque de eso, justamente, trata el más importante documento que se ha conservado sobre la naturaleza doctrinal y ética de este tipo de comunidades, originalmente de prosélitos del judaísmo helenista, y eventualmente cristianos: la Epístola a los Romanos.
Ya le dedicaremos un mayor análisis a este texto, pero lo cierto es que es la evidencia de que los grupos que, eventualmente, conformaron la base del cristianismo ya existían desde mucho antes del ministerio de Pablo, además de que ya estaban moderadamente adoctrinados en cuestiones judías, sin que eso los obligara a observar ciertos aspectos rituales, y menos aún a identificarse con los postulados nacionalistas que en ese momento (mediados del siglo I) estaban llevando a Judea hacia la guerra contra Roma.

Con este panorama un poco más claro, podemos resumir la situación religiosa del judaísmo en el siglo I del siguiente modo:
1. Hacia principios del siglo había, esencialmente, cuatro tendencias judías (y debe recalcarse que nos referimos a tendencias, no movimientos; es factible que cada tendencia tuviese sus propias subdivisiones): (1) los Saduceos y la Casta Sacerdotal, (2) los Fariseos, que incluían una tendencia nacionalista radical identificada como los Celotes, (3) los Esenios, cuya dirección estaba a cargo de un grupo de Saduceos de tendencias místicas extremas, y (4) los Helenistas, que tenían un fuerte grupo alineado con la familia Herodes (Herodianos).
2. De estos grupos, se sabe que los Fariseos y los Helenistas llegaron a desplegar fuertes campañas de proselitismo en el interior del Imperio Romano. Tras la prohibición de las conversiones al judaísmo, sólo los Helenistas pudieron seguir extendiéndose, debido a que sus exigencias para los prosélitos eran más laxas que las de los Fariseos.
3. El contexto en el que Jesús vivió fue el de los Esenios-Qumranitas, por lo que sus seguidores originales fueron parte de la misma secta. Ello queda corroborado por el perfil histórico de los Ebionitas, que no sólo fueron el último reducto de seguidores judíos de Jesús, sino también uno de los últimos reductos de sobrevivientes de la otrora poderosa comunidad Esenia (el otro fueron los Nazarenos-Mandeanos, o Cristianos de San Juan, posibles descendientes de los Esenios que no aceptaron el proyecto de Jesús).
4. El cristianismo, tal y como lo conocemos, no surgió ni de Jesús, ni del movimiento Esenio, ni del judaísmo, sino de los grupos de gentiles prosélitos del judaísmo helenista que hacia mediados del siglo I abundaban en todo el Imperio. Pablo se dedicó a trabajar con este tipo de grupos, y ellos fueron los que conformaron el movimiento que, posteriormente, se identificó como Cristianismo.

Hay una pregunta obligada que surge de este panorama: ¿cómo pudo convertirse un Esenio radical, como Jesús, en la deidad única de los prosélitos del judaísmo helenista? Para poder contestar esta compleja cuestión, se debe hacer un análisis de las porciones del Nuevo Testamento que no provienen del contexto apocalipticista, para intentar desenterrar un complejo proceso que se extendió durante tres siglos, pero cuya parte decisiva abarcó unos cien años.
En las siguientes notas vamos a revisar los dos principales corpus textuales del Nuevo Testamento diferentes a la apocalíptica de tipo qumranita: el Corpus Paulino y el Corpus Joánico. En ellos se encuentran las principales pistas para poder identificar los principales eslabones que nos permitan entender como de un vasto grupo de comunidades de prosélitos del judaísmo helenista, se construyó la tradición religiosa que terminó por imponerse al Imperio Romano.

2 comentarios:

  1. Segun algunos autores (Amberlain) basandose en Flavio josefo, las 4 sectas de los judios eran Fariseos seducceos Esenios y Zelotas, pero la relacion es entre fariseos-esenios-zelotas, ya que los seducceos eran los sacerdotes, los ricos, y estos ultimos no compartian doctrinas con los otros tres grupos como la resurreccion de los muertos o el mesianismo.

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