junio 20, 2009

Tercer Tema: INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA DE LA LITERATURA PAULINA

Tradicionalmente, se considera que el Corpus Paulino está compuesto por catorce libros del Nuevo Testamento: Romanos, Corintios I y II, Efesios, Gálatas, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses I y II, Timoteo I y II, Tito, Filemón y Hebreos. Sin embargo, ya es muy antiguo el cuestionamiento sobre la exactitud de este criterio.
Como ya hemos visto en las notas sobre la apocalíptica del Nuevo Testamento, es evidente que la Epístola a los Hebreos está basada en aspectos propios del sectarismo qumranita, por lo que debe considerarse como un texto, originalmente, muy ajeno al contexto paulino. Pese a ello, no se puede negar que la redacción final evidencia cierto contacto con la teología del Corpus Paulino, por lo que no se debe descartar que la forma final de dicha carta haya sido lograda por autores herederos de la tradición paulina.
Las otras trece epístolas son el verdadero grueso del Corpus Paulino, y varias de ellas también están bajo un fuerte cuestioamiento respecto a la autoría original.
¿A qué se debe el cuestionamiento? En primer lugar, a la variedad de temas teológicos abordados allí. Por ejemplo: es un hecho que el apóstol Pablo, en vida, no tuvo que confrontarse directamente con la herejía gnóstica, un fenómeno que empezó a desarrollarse hasta finales del siglo I (se calcula que Pablo murió hacia el año 62). Por lo tanto, las referencias hacia doctrinas gnósticas que se pueden hallar en cartas como Efesios, Colosenses, Timoteo I y II, Tito o Filemón, deben ser posteriores a la vida del apóstol. Luego entonces, dichos textos, por lo menos en la forma en la que los conocemos, no fueron escritos por Pablo.
Este punto sirve como eje de un acalorado debate entre quienes se obstinan en defender a ultranza la historicidad de la tradición, argumentando que la variedad de temas teológicos muestra la riqueza de pensamiento del apóstol (argumento muy frágil, en realidad), contra quienes prefieren partir del hecho de que tales textos no tienen mucho que ver con Pablo (extremo poco sustentable, por cierto).
Lo más factible, como suele suceder con este tipo de temas, es que lo más probable acaso sea un punto intermedio: si existe toda una serie de textos que la tradición atribuye a Pablo, debe ser porque, en su momento, dicho apóstol realmente mantuvo una intensa correspondencia con diferentes personas y grupos. Sin embargo, es altamente probable que dicha correspondencia no sea la que nosotros conocemos.
Acaso, lo que tenemos en el Nuevo Testamento es el resultado de la evolución de lo que muchos han preferido llamar —acertadamente— la “tradición paulina”, dando a entender con ello que el proceso de elaboración de los textos que consideramos parte de esa tradición fue, en realidad, bastante largo y complejo, iniciando con la elaboración por parte de Pablo de su correspondencia, que luego fue recopilada e integrada por sus seguidores, y con el paso del tiempo reinterpretada e incluso ampliada, sobre todo cuando fueron surgiendo controversias de las cuales Pablo, por una simple cuestión cronológica, no escribió nada (como el gnosticismo).
¿Por qué podemos estar tan seguros de esto? Porque cartas que no presentan muchas dudas sobre su autenticidad (como Romanos) no evidencias aspectos doctrinales que luego se volvieron fundamentales.
El caso más evidente es la paupérrima Cristología que se puede hallar en Romanos, comparada con la de Colosenses, por ejemplo.
De hecho, las referencias de Romanos hacia cuestiones cristológicas son tan escuetas, que podemos afirmar que dicha epístola tiene más como objetivo remarcar la importancia de la fe en contraposición a la Ley de Moisés, que construir una doctrina sobre el perfil redentor de Cristo por medio de su muerte. De hecho, el pasaje donde más extensamente se expone una reflexión sobre el papel redentor de Jesús (Romanos 5.12-21), nunca menciona que dicho perfil expiatorio se base en su muerte. Apenas en el capítulo 6 se enfatiza que el creyente en Cristo “ha muerto” en la muerte de Jesús, pero las implicaciones de esta figura retórica tienen un objetivo eminentemente práctico: Pablo insiste en que eso significa que el creyente debe vivir “muerto al pecado”, y que si tiene la capacidad de vivir de un modo diferente, es porque Jesús resucitó a una nueva vida también.
En cambio, Colosenses ofrece una perspectiva mucho más compleja del papel cósmico de Cristo: “y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1.20). Esta magnitud de conceptos no aparecen en Romanos en ese nivel de depuración. Luego entonces, es evidente que Colosenses pertenece a una etapa de discusión teológica diferente a la de Romanos, y es evidente el trasfondo de la controversia contra el gnosticismo, que negaba que la encarnación de Jesús hubiese sido literal, y por lo tanto, que su muerte en la cruz hubiese sido algo real y con valor espiritual propio.
El punto medular es este: el Corpus Paulino (o “tradición paulina”, si se prefiere) no fue escrito en una sola sesión. Al igual que todos los textos sagrados de las diferentes culturas, el Nuevo Testamento es el resultado de un proceso que abarca siglos, y es imposible sustentar que cualquier texto haya sido obra de una sola persona. La regla es que, sobre la base de un texto escrito durante el siglo I, el contenido y la forma de cada uno de los veintisiete libros del Nuevo Testamento fue evolucionando hasta alcanzar su forma básica hacia mediados del siglo II, y su redacción definitiva hasta finales del siglo IV, cuando la Iglesia Católica oficializó una sola versión del texto.

Vamos a concentrarnos en el tema que nos interesa de la literatura paulina: la persona de Jesús de Nazareth.
Lo primero que sorprende es que no hay ningún tipo de referencias hacia él que nos puedan servir como dato histórico.
Si dependiese de las cartas paulinas, no sabríamos en donde nació Jesús, ni en qué consistió su ministerio, y menos aún a qué edad aproximada murió. Tampoco nos enteraríamos de ninguno de sus milagros, y menos aún de sus enseñanzas. Lo único que sabríamos sería un poco (muy poco, en realidad) de lo que Pablo dijo haber recibido por revelación directa.
Hay doctrinas cristianas de capital relevancia que apenas si son mencionadas por Pablo, y además de un modo muy básico. Por ejemplo, la identificación de Jesús como Hijo de D-os: lo que para los Evangelios Sinópticos es muy claro respecto a que Jesús es señalado como Hijo de D-os en su bautismo, para Pablo es una identificación que tiene que ver con la resurrección (Romanos 1.4). De hecho, para Pablo lo único relevante de Jesús es lo posterior a su resurrección, entendiendo esta en un sentido literal, y no en el sentido simbólico propio del Evangelio Original.
De ello podemos deducir dos cosas muy claras: en primer lugar, Pablo no tuvo contacto con el Evangelio Original, ya que no hay referencias hacia este texto en sus Epístolas. En segundo lugar, la perspectiva de Pablo no está basada en un Jesús histórico, sino en un Jesús teológico.
La pregunta relevante es esta: ¿tuvo Pablo conocimiento concreto de quién fue el Jesús histórico? Aparentemente no, y si lo tuvo, es evidente que no le resultó relevante en ningún momento. Su énfasis siempre estuvo en el Cristo que “se le reveló” (signifique esto lo que signifique; evidentemente, el relato definitivo del Nuevo Testamento es de carácter mítico), y no parece haber tenido nunca un interés definido por recopilar información sobre el Jesús histórico.
Según la tradición, esta labor estuvo a cargo de Lucas (o Lucio, en latín), uno de sus discípulos, autor del evangelio que lleva su nombre y de los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, es un hecho que dicho evangelio tampoco llegó a influir en la literatura del apóstol. Por el contrario, es evidente que las ideas de Pablo fueron las que, en cierta medida, influyeron en la elaboración del Evangelio, de lo cual podemos deducir que el trabajo de Lucas (si acaso el dato tradicional tiene algo de histórico) fue posterior a la labor epistolar de Pablo, e incluso posterior a su muerte.
Entonces, podemos suponer un orden de acontecimientos más o menos como el siguiente:
1. El Evangelio Original fue escrito por un seguidor de Jesús (la tradición sostiene que Mateo, y tiene cierta lógica; como ya hemos visto, hay elementos simbólicos en el texto que apoyan la idea de que Mateo era escriba) hacia el año 30. Dicho documento fue parte del contexto cultural qumranita, por lo que Pablo (a todas luces ajeno al movimiento Esenio) no tuvo ningún tipo de acceso al mismo.
2. La década de mayor producción epistolar de Pablo fue la de los años 50’s del primer siglo. En esta etapa, es poco probable que el Evangelio Original fuese conocido fuera del contexto Esenio-Qumranita, y la evidencia son las propias epístolas de Pablo, donde las referencias directas al Evangelio Original son prácticamente inexistentes (por ejemplo: el capítulo 3 de Romanos, básico en el discurso paulino sobre la justificación, hace por lo menos ocho referencias a los Salmos, más una a Isaías; ninguna a los Evangelios; de hecho, sólo hay tres referencias a los Evangelios en todo Romanos, pero son más bien similitudes temáticas, no referencias en el sentido estricto de la palabra).
3. ¿Cómo es posible que Pablo, el principal líder cristiano en el plano internacional, no conociera el Evangelio como documento? La única razón lógica es que dicho documento no era conocido.
4. Suele argumentarse que el Evangelio se escribió después, pero esto es difícil de sustentar, porque el relato del Evangelio (especialmente el del Original) termina abruptamente en el momento en que Jesús no es encontrado en el sepulcro (seguramente, Qumrán). Dicho final tajante evidencia que el texto fue escrito en ese punto. De haber pasado más tiempo, con la consecuente acumulación de anécdotas, hubiera pasado lo que sucedió con el caso de Lucas: se habría escrito un texto similar a Hechos de los Apóstoles. Entonces recalquemos un punto importante: hacia los años 50’s, lo que no se había escrito eran las versiones que conocemos como Mateo, Marcos y Lucas, basadas en lo que hemos llamado el Evangelio Original. Pero es un hecho que este último ya estaba escrito.
5. Pablo le dio forma a su movimiento entre los años 40 y 60. La base de su ideología fueron sus epístolas, que se fueron enriqueciendo aún después de la muerte del apóstol, hasta llegar a la forma que nosotros les conocemos. Hacia la última cuarta parte del siglo I, es muy probable que un seguidor de Pablo (la tradición dice que Lucas, un griego mencionado como Lucio en las epístolas) haya tenido contacto con una copia del Evangelio Original, y se haya propuesto recuperar la información sobre el Jesús histórico.
6. Hay que enfatizar un punto muy importante al respecto: Lucas (o quien haya sido) ya tenía bien definida su idea teológica sobre este personaje. Por lo tanto, su trabajo de investigación no fue, estrictamente, el de un biógrafo. Por el contrario: la información que pudo recopilar fue totalmente reelaborada para ajustarla a la creencia que él mismo ya tenía. Y ese es el meollo de la complejidad que tenemos a la hora de revisar el evangelio de Lucas: como vimos en notas anteriores, en muchos fragmentos se ajusta mejor que Mateo o Marcos al original, pero es el texto en el que más influyó la perspectiva paulina, que se había consolidado décadas antes sin que el Jesús histórico fuese importante. Por ello, el Evangelio de Lucas es el más complejo en el nivel teológico.
7. Aquí hay que hacernos otra vez una pregunta muy radical: ¿tuvo Pablo conocimiento de quién había sido Jesús de Nazareth? La realidad es que, a la luz de las evidencias que encontramos en sus epístolas, no se puede asegurar. El que tuvo conocimiento del Jesús histórico fue Lucas, y no se puede descartar que las referencias hacia el Jesús de los evangelios en las epístolas (pocas, además) hayan sido interpoladas después de la muerte de Pablo, y como consecuencia de la popularización del evangelio de Lucas, que sin duda vino después de la debacle del movimiento Esenio en la guerra de 66-73.

Esta es una idea demasiado extrema si la comparamos con la perspectiva tradicional del cristianismo, pero es un hecho que se desprende de la evidencia que nos dan las Epístolas de Pablo.
Para poder ver la verosimilitud de dicha posibilidad (que Pablo no haya tenido información de la existencia del Jesús histórico), en la siguiente nota analizaremos las referencias de la literatura paulina a los Evangelios, así como a Jesús como personaje.

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