junio 28, 2009

Cuarto Tema: ¿HABLO PABLO DEL JESÚS HISTÓRICO?

En las trece epístolas de la tradición paulina (se excluye Hebreos), sólo hay quince referencias a los Evangelios canónicos, y son las siguientes:

Romanos
a) 2.1 – Mateo 7.1 / Lucas 6.37
b) 12.14 – Lucas 6.28
c) 13.6-7 – Mateo 22.21 / Marcos 12.17 / Lucas 20.25
d) 16.13 – Marcos 15.21

I Corintios
a) 7.10-11 – Mateo 5.32; 19.9 / Marcos 10.11-12 / Lucas 16.18
b) 9.14 – Mateo 10.10; Lucas 10.7
c) 10.16 – Mateo 26.26-28 / Marcos 14.22-24 / Lucas 22.19-20
d) 11.23-25 - los mismos que la anterior
e) 13.2 – Mateo 17.20; 21.21 / Marcos 11.23
f) 15.5 – Lucas 24.34
g) 15.5 – Mateo 28.16-17; Marcos 16.14; Lucas 24.36; Juan 20.19

I Tesalonicenses
a) 5.2 – Mateo 24.43 / Lucas 12.39

II Tesalonicenses
a) 2.9 – Mateo 24.24

I Timoteo
a) 6.13 – Juan 18.37

II Timoteo
a) 2.12 – Mateo 10.33 / Lucas 12.9

En II Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Tito y Filemón no hay ninguna referencia.
Algo más: no todas las referencias mencionadas tienen que ver con el Evangelio Original. Las referencias que sólo implican a uno o dos evangelios, evidentemente están vinculadas con frases que no formaron parte del texto original sobre Jesús (de ser así, la referencia implicaría a los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas). De todas las citas mencionadas, sólo Romanos 13.6-7, I Corintios 7.10-11; 10.16; 11.23-26 y 15.5 se relacionan con textos que formaron parte del Evangelio Original.
Sin embargo, aún estos textos tienen una limitante: en realidad, no son citas textuales sino, en el mejor de los casos, similitudes temáticas. Por ejemplo, Romanos 13.6-7 habla sobre la responsabilidad del cristiano de pagar los tributos e impuestos, lo cual tiene una similitud con Mateo 22.21 y paralelos, pero en ningún modo hay un correlato textual que nos permitiese asegurar que Pablo escribió este pasaje pensando en un fragmento de cualquiera de los Evangelios de Mateo, Marcos o Lucas. Lo mismo sucede con I Corintios 7.10-11, donde el tema es el divorcio, o en 10.16, donde el tema es la comunión en el cuerpo y sangre de Cristo, si bien 11.23-26 merece una atención aparte. Finalmente, el tema más vago es el de I Corintios 15.5, la resurrección, debido a que sus correlatos en los cuatro evangelios ni siquiera son convergentes entre ellos mismos.
Curiosamente, el resto de los pasajes (los vinculados sólo con uno o dos evangelios), tienen más visos de implicar una cita textual. Romanos 2.1 menciona la frase “no juzguéis y no seréis juzgados”, perfectamente identificable en Mateo 7.1 y Lucas 6.37 (podría provenir del Documento Q, aunque también de las propias tradiciones judías, de tal modo que, en estricto, no estamos hablando de una enseñanza exclusiva de Jesús); luego, Romanos 12.14 dice “bendecid a los que os maldicen”, frase referida explícitamente por Jesús; I Corintios 13.2 menciona que la fe puede mover montañas; finalmente, I Tesalonicenses 5.2 menciona que el Señor volverá “como ladrón en la noche”. En estos casos, aunque hay una referencia bastante exacta a palabras que se atribuyen a Jesús en uno o dos evangelios, lo que sorprende es que Pablo en ningún momento pretenda que sus palabras sean una cita a algo dicho por Jesús.
Los únicos pasajes en donde asume que está citando palabras —o por lo menos ideas— de Jesús son I Corintios 9.14 y 11.23-25. Empecemos por 9.14: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”. Pero se queda en la proximidad, ya que la posible referencia en Mateo y Lucas es una frase de Jesús que dice que “el obrero es digno de su salario”. Si bien hay una plena similitud temática, lo cierto es que, estrictamente hablando, no se trata de una referencia textual.
Por su parte, I Corintios 11.23-25 es la cita más explícita: "Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, despúes de haber cenado, diciendo: esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis en memoria de mí".
Este pasaje resulta perturbador, porque podría parecer una evidencia definitiva de que Pablo conocía, por lo menos hasta cierto punto, el contenido de los Evangelios. Sin embargo, hay un detalle que nos obliga a descartar esa posibilidad: Pablo dice que la información sobre la Última Cena la recibió directamente del Señor. Es decir, descarta que la haya conocido en un texto, y aclara que, al igual que todo lo demás que enseña, lo recibió por medio de una revelación. Y es lógico: si Pablo hubiese conocido los Evangelios (por lo menos uno), y con base a dicho conocimiento hubiese hecho esta cita, resultaría todavía más extraño que no volviera a usar los textos que hablaban sobre la vida de Jesús. La alternativa más lógica es asumir que este texto es un añadido posterior, y que el tema original se limitaba a los excesos que los corintios cometían en los ágapes, ceremonias o rituales muy diferentes a la Santa Comunión o Santa Cena. Eso queda corroborado por los versículos finales del capítulo, donde Pablo parece retomar el verdadero tema. En el versículo 33 dice "así que, hermanos, cuando os reunís a comer...", con lo cual queda claro que la diatriba del capítulo 11 tiene que ver con reuniones para comer, no con la Eucaristía o Santa Cena. Dicho de otro modo: es evidente que la mención a la Última Cena está fuera de lugar. Pero es lógico: fue el único lugar en donde los editores de las cartas de Pablo pudieron colocar una referencia hacia un tema capital del cristianismo, que resultaba extraño que Pablo no hubiese mencionado.
En cambio, suponer que Pablo citó el contenido de los Evangelios sólo en esta ocasión (sin darles crédito, porque según él esa información la recibió directamente de Jesús), nos deja con la incógnita de por qué no volvió a hacer algo semejante.
La otra alternativa sería asumir que Pablo conoció de estas palabras de Jesús por medio de tradiciones orales, pero resulta la misma situación que hemos referido sobre los evangelios: sería un enigma por qué Pablo no hizo más referencias al Jesús histórico, ya fuese citando los Evangelios o recurriendo a tradiciones orales.
Por último, II Timoteo 1.12 es parte de un himno, por lo que se asume que la referencia a Mateo 10.33 o Lucas 12.9 (“el que me negaré… será negado”) puede estar obviada. Sin embargo, en el mejor de los casos no es una referencia al Evangelio Original, sino al probable Documento Q.
Hay algo más respecto a todas las frases de Pablo similares a porciones que no fueron parte del Evangelio Original: el hecho de que Pablo no haga ningún tipo de insinuación respecto a que esté citando palabras de Jesús (como sí lo hace en otras ocasiones), sugiere que, en principio, no estaba pensando en citas textuales a palabras de Jesús (valga la redundancia). ¿Qué implica esto? Que, en el mejor de los casos, no podemos determinar qué fue escrito primero: si la frase en cuestión apareciendo en una epístola de Pablo, o en uno o dos evangelios. Dicho de otro modo: cabe la posibilidad de que no sea Pablo quien esté citando a Jesús, sino que algún copista haya puesto en boca de Jesús frases elaboradas por el apóstol Pablo.
Esta última propuesta tiene una lógica que ningún académico serio podría negar, ya que se sabe que las epístolas de Pablo son, en tanto fenómeno literario, anteriores a los evangelios. Desde la perspectiva que más intenta defender los aspectos de la tradición, las epístolas fueron elaboradas por Pablo antes del año 62, mientras que de los evangelios, sólo el de Marcos podría datar de esa década (los 60’s), y Mateo y Lucas se habrían confeccionado después de la destrucción de Jerusalén en 70.
Insisto en que dicho punto de vista, justamente por pretender salvaguardar los mitos tradicionales, es insostenible. Pero lo cierto es que las epístolas de Pablo estuvieron en circulación antes que el Evangelio Original. Claro: ningún texto de los mencionados había alcanzado su forma definitiva hacia finales del siglo I. Veamos cómo pudo ser el proceso:
1. El Evangelio Original fue elaborado hacia el año 30.
2. Pablo concluyó sus epístolas en el año 62.
3. El hecho de que no haya citas textuales al Evangelio Original en las epístolas de Pablo evidencia que, hasta el año 62, dicho texto no circulaba entre las comunidades cristianas. De haber sido el caso, lo lógico es que un líder como el apóstol Pablo tuviera acceso a ese documento, y de haberlo tenido, lo lógico es que hubiera fundamentado muchas de sus disertaciones en las palabras de Jesús conservadas por el Evangelio Original.
4. ¿En qué momento pudo el Evangelio Original —un documento Esenio-Qumranita— salir del margen del control de los escribas Esenios y empezar a circular entre las comunidades cristianas? Lo más lógico es suponer que hasta después de la debacle esenia durante la guerra contra Roma (año 73).
5. La aparición de este documento en la vida pública de los seguidores del apóstol Pablo pudo haber provocado que uno de ellos—Lucas—se lanzara a la búsqueda del documento original, mismo que tradujo al griego y al que le agregó los relatos que había conocido por tradiciones orales, y que —se supone— se referían a Jesús.
6. Al mismo tiempo (finales del siglo I), otro grupo de copistas anónimos (es más fácil pensar en una colectividad que en una sola persona) realizó su propia versión corregida y aumentada del Evangelio Original, misma que sirvió como base para el ulterior desarrollo de los textos que hoy conocemos como Mateo y Marcos.
7. Mientras tanto, el surgimiento y auge de las tendencias gnósticas entre el cristianismo oriental hizo que las epístolas de Pablo fueran sometidas a un rico proceso de revisión, reorganización y complemento, especialmente para refutar las posturas gnósticas. La consecuencia fue la definición de lo que conocemos como el Corpus Paulino: toda la información proveniente o atribuida al apóstol Pablo, organizada en trece epístolas (tres de ellas —Romanos y I y II Corintios— demasiado extensas como para que sean una sola carta; seguramente, volúmenes donde se fusionaron las cartas que formaron parte de una nutrida correspondencia).
8. La situación hacia finales del siglo I, por lo tanto, fue probablemente la siguiente: las epístolas de Pablo ya habían alcanzado su forma definitiva, y los cambios o añadidos que pudieron sufrir en lo sucesivo fueron mínimos. En cambio, la evolución textual del Evangelio Original apenas estaba en su fase de maduración, siguiendo dos rutas principales: la derivada de la versión corregida y aumentada por Lucas, y la derivada de la versión de un grupo de copistas anónimos. Esta último se dividió después en dos grandes tendencias, una ubicada en la zona de Judea y la otra en Roma. Fue sólo hacia mediados del siglo II que tres grandes recensiones quedaron definidas en sus detalles básicos, y son la base de lo que conocemos como Mateo, Marcos y Lucas (en Judea, Roma y Grecia-Asia Menor, respectivamente).
9. El proceso de definición de los detalles redaccionales de los tres Evangelios Sinópticos sólo concluyó hasta la oficialización del canon del Nuevo Testamento, dos siglos después.
10. No resulta difícil, por lo tanto, concluir que el Corpus Paulino estuvo terminado antes que los Evangelios Sinópticos. En consecuencia, es más probable que frases de Pablo hayan pasado a los Evangelios, a que el proceso haya sido al revés.

La conclusión probable es la siguiente: el apóstol Pablo no tuvo conocimiento ni acceso a nada parecido a los Evangelios que nosotros conocemos. En el mejor de los casos, tuvo acceso a tradiciones orales sobre Jesús, mismas que le permitieron hacer algunas referencias sobre ciertos episodios de su vida. Sin embargo, cabe la posibilidad de que dichas referencias sean añadidos posteriores, y no comentarios originales de Pablo.
Por ejemplo: en I Corintios 10.16, Pablo menciona al cuerpo y la sangre de Jesús como la base de la comunión cristiana: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?”
Hay dos aspectos sumamente sospechosos con esta frase. En primer lugar, presenta un concepto teológico sumamente avanzado. En ningún lugar del Evangelio Original se sugiere que la copa y el pan tengan un valor en tanto “comunión” del “cuerpo de Cristo”. Los textos derivados del Evangelio Original sólo mencionan que dicho pan y dicha copa fueron la confirmación de una Nueva Alianza, y están más próximos en cuanto a concepto a los documentos qumranitas. De hecho, si comparamos I Corintios 10.16, las referencias de los Evangelios Sinópticos a la Última Cena, y las menciones de la Regla Mesiánica de Qumrán a la Cena Escatológica (o Última Cena), es evidente a todas luces que la similitud existe entre los Evangelios y el texto de Qumrán. De hecho, si no conociéramos nada de cristianismo, hasta podría pensarse que Pablo está hablando de otra cosa.
¿A qué se debe el distanciamiento del texto paulino? Al concepto de “comunión”, o dicho de otro modo, a la idea de que en el momento de participar del pan y del vino ritual, se está reforzando la pertenencia a una comunidad de no judíos que han venido a convertirse en el Israel Espiritual, la Iglesia. La idea original Esenia (preservada perfectamente en los Evangelios) era que la celebración de esa cena era el inicio del Reino de los Cielos, en el que Judea sería liberada del yugo romano y el pueblo judío construiría el último Imperio de la Historia, el dirigido por el Mesías de la Casa de David.
Luego entonces, hay una compleja evolución de conceptos teológicos entre unos textos (Qumrán y los Evangelios) y el otro (Pablo). En consecuencia, resulta muy difícil suponer que Pablo pudo haber sido el autor de ese concepto (por lo menos en su forma final), si el texto del Evangelio Original empezó a circular entre sus seguidores unos diez años después de su muerte.
Pero hay otra razón de peso, y es que en ningún otro lado de sus epístolas Pablo vuelve a mencionar el asunto de la comunión en el cuerpo y sangre de Cristo.
¿No se supone que es una doctrina fundamental para el cristianismo? Resulta extraño entonces que Pablo sólo la mencione una vez. Se puede argumentar que la mencionó a los Corintios porque dicha comunidad tenía problemas muy específicos con la materia, cosa que—evidentemente—no sucedía en Éfeso, Galacia o Colosas, por ejemplo. Sin embargo, la carta a los Colosenses es uno de los más complejos documentos cristológicos del Nuevo Testamento, por lo que resulta bastante raro que Pablo no haya hecho comentarios sobre el ritual “básico” del cristianismo. Por su parte, la Epístola a los Romanos es el mayor compendio de doctrinas paulinas, ya que fue escrito a modo enciclopédico para una comunidad a la que Pablo no conocía en persona. Y, por extraño que resulte, tampoco hay menciones a la “comunión” por medio del pan y la copa.
Lo más lógico, en realidad, es suponer que Pablo NUNCA mencionó el tema, y que el fragmento de I Corintios es, en realidad, un añadido posterior, proveniente de una época en la que ya se conocía el Evangelio Original (en cualquiera de sus fases de desarrollo), y con él los relatos sobre la Última Cena.

Esta idea es, a todas luces, probable. Pero también complicada, porque sus últimas consecuencias resultan inquietantes (o estimulantes, dependiendo de la postura de cada uno). Si Pablo no hizo mención alguna sobre la “comunión”, sino que esta fue incorporada después para armonizar un poco las Epístolas de Pablo con el Evangelio, ¿podemos estar seguros de que Pablo haya hecho alguna mención sobre Jesús?
Pongamos un ejemplo concreto: los primeros cuatro capítulos de Romanos son básicos para entender todo el pensamiento de Pablo. Allí se diserta sobre la imposibilidad de encontrar la justificación por medio de la obediencia a la Ley, y se antepone la fe como medio para alcanzar la gracia de D-os. Sin embargo, sólo hay una referencia a que dicha fe debe ser puesta en Jesucristo, y es hasta Romanos 3.22. Y, de todos modos, es una referencia sumamente escueta: “se ha manifestado… la justicia de D-os por medio de la fe en Jesucristo…” Y nada más. ¿En qué consiste esa fe? No hay una sola mención a su muerte, o a la copa y el vino, o a su resurrección. De hecho, si Pablo menciona la resurrección en Romanos 1.4 es para referirla como el punto en donde Jesús fue declarado Hijo de D-os, pero nunca la involucra con el proceso de justificación.
La sección en donde el discurso sobre este tema se “normaliza” son los capítulos 5-7, en los que se planteas varios conceptos básicos para el cristianismo de un modo bastante claro, sin precedentes:
1. “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos… D-os muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira…” (5.6-9)
2. “…el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte; así la muerte pasó a todos los hombres…” (5.12).
3. “…por la trasgresión de uno vino la condenación a todos los homres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de la vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (5.18-19).
4. “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva… y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (6.4, 8).
5. “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos…” (7.4).
6. “…mas yo soy carnal, vendido al pecado; porque lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago… de manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí; así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (7.14-20).
¿Cuál es el punto con estas ideas? Que son totalmente ajenas al judaísmo, por lo que representan exactamente el mismo problema teológico que el revisado pasaje de I Corintios 10.16: resultan anacrónicas para la época de Pablo.
De hecho, podemos resumir el contenido de los versículos citados en un concepto que, a la fecha, sigue siendo fundamental para el cristianismo tradicional: el pecado original. La idea es simple: Adán, el primero hombre, pecó. En consecuencia, todos los seres humanos hemos heredado su condición pecaminosa, misma que nos imposibilita para hacer lo bueno (y Romanos 7.14-20 lo describe de un modo insuperable). Por lo tanto, estamos vendidos al pecado, de tal modo que nos resulta imposible obedecer la Ley de D-os, y por lo tanto sólo podemos depender de un Salvador.
Todo ese planteamiento es ajeno, e incluso inadecuado, para el judaísmo. Desde el Génesis, en ningún momento se recalcó que la culpa o la condenación fuesen algo hereditario. De hecho, la Torá judía es muy clara respecto a que nadie puede ser condenado por el pecado de otro, y menos aún de modo hereditario (Deuteronomio 24.16). El judaísmo jamás ha aceptado el concepto de raza caída. Aún el radicalismo apocalíptico de los Esenios-Qumranitas, si acaso hablaba de una raza caída, no era la raza humana en su totalidad, ya que ellos se asumían como los Hijos de la Luz, y por lo tanto, la parte santa de la humanidad.
Desde cualquiera de sus enfoques, el judaísmo siempre ha recalcado la responsabilidad individual del ser humano a la hora de tomar sus decisiones, y el hecho de que una persona opte por el pecado no obliga a su descendencia a seguir por la misma senda.
Por lo tanto, es evidente que el discurso de Romanos 5-7 está plenamente inmerso en una perspectiva no judía, de marcada tendencia determinista. Incluso, podemos contraponerlo a la postura que, en términos generales, asumen los Evangelios Sinópticos, plenamente heredada del Evangelio Original, y en la que de ningún modo aparece este nivel de determinismo. De hecho, jamás hay una sola parte en la que Jesús insinúe que la humanidad está vendida al pecado, y que es necesario que por medio de su muerte y resurrección, los hombres puedan ser liberados y justificados.
Por lo mismo, si a lo largo de las epístolas paulinas apenas hay referencias a los Evangelios, justamente en Romanos 5-7 no hay nada, absolutamente nada, equivalente a lo que Mateo, Marcos o incluso Lucas enseñan sobre Jesús.
¿A qué se deben tales diferencias de discurso? Evidentemente, a que provienen de contextos totalmente diferentes, y seguramente épocas completamente distintas.
¿Existe otro pasaje en el Nuevo Testamento en donde se vuelva a tocar el tema de la reconciliación por medio de Cristo? Seguro, pero es en otro de los textos considerados como “tardíos” (y seguramente no auténticos) del apóstol Pablo: Colosenses 1.15-23.
Ya habíamos mencionado que Colosenses es uno de los textos que, seguramente, fueron elaborados después de la muerte de Pablo. Incluso, hay quienes sugieren que Colosenses bien puede ser la versión depurada y perfeccionada de Efesios, y que por lo mismo refleja los niveles de reflexión doctrinal propios de finales del siglo I o principios del siglo II, mucho después de la muerte de Pablo.
En resumidas cuentas, si es un hecho que las referencias de Pablo a la vida de Jesús son mínimas, aún cabe la posibilidad de que algunas de éstas sean añadidos posteriores. O que, en el mejor de los casos, aunque hayan existido las escuetas menciones, no hayan ofrecido, originalmente, el panorama doctrinal que se ha conservado en el Nuevo Testamento.
Dicho de otro modo: todo apunta hacia el señalamiento de que Pablo conoció muy poco, casi nada, sobre Jesús de Nazareth. Incluso, es evidente que tampoco tenía intenciones de conocer más, y menos aún de darlo a conocer a sus seguidores.
Pablo, en realidad, habla de un Cristo muy diferente al Mesías Esenio de la Casa de David, y por ello las similitudes doctrinales, además de las referencias directas, entre las epístolas y los Evangelios, son casi nulas.
Eso evidencia que las cartas de Pablo surgieron de un ambiente radicalmente diferente al Esenio-Qumranita, cuna del Evangelio Original, y de paso confirma lo que ya se viene insistiendo desde hace mucho: que Pablo estuvo vinculado con uno de los grupos del judaísmo pro-helenista de su tiempo.
Y a eso le vamos a dedicar la siguiente nota: a Pablo como helenista.

1 comentario:

  1. Exelente analisis, te recomiendo leer "El hombre que croe a Jesucristo" de Robert Amberlain, tal vez lo hayas leido ya.

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